CLARIDAD O CUESTIÓN DE JUSTICIA
Por Jairo Valderrama V.*
«En los medios no se dice algo porque es verdad; se toma como verdad porque se dice en los medios»: (Alfonso López Quintás)
Cuántos líos causa la manera como deben expresarse las personas y más todavía lo profesionales de la comunicación social. La gramática, como técnica y convención, permite un orden, un acuerdo, en el manejo de la lengua. Los miembros de una comunidad aprenden a hablar, es decir, a usar un lenguaje, a pesar de faltarles a veces la normatividad al respecto, precisaba el lingüista español Martín Alonso en su «Ciencia del lenguaje y arte del estilo» (página 3 en la edición de 1973).
Y casi siempre estos códigos empíricos les permiten a los usuarios de una lengua desenvolverse en un entorno determinado. Sin embargo, ese conocimiento, como resultado de la habitual interacción social, no necesariamente faculta para aplicar la gramática de acuerdo con las reglas de la Real Academia Española. Siempre hay limitaciones para hallar las convergencias precisas en una comunicación eficiente.
Al profesional de la comunicación lo debe caracterizar un discernimiento especial, que no está al alcance de todas las personas, dice Diego Contreras (El lenguaje periodístico. Características y limitaciones. Perspectives on Communication. Facoltà di Comunicazione Sociale Istituzionale. Università Della Santa Croce. Roma, 2005. Páginas: 3). Sólo quienes dominen en grado suficiente el lenguaje general y, al mismo tiempo, la gramática para representarlo son los llamados a exponer un mensaje de amplia cobertura. Las palabras pronunciadas o escritas sólo representan ideas, pero no son las ideas mismas; no obstante, el acuerdo común del uso traza el camino adecuado para entenderlas.
Como requisitos evidentes de la buena calidad en el periodismo, la claridad y la precisión en el uso del lenguaje son fundamentales. El estilo de quien escribe es claro cuando su pensamiento penetra sin esfuerzo en la mente del lector, decía Gonzalo Martín Vivaldi en la página 258 de su Curso de Redacción, edición de 1993. Esa claridad consiste en escoger y disponer las palabras adecuadas para que lleguen las ideas con la suficiente luz, evitando enceguecer con excesiva brillantez o quizás oscureciendo el pensamiento con un cúmulo desordenado de palabras. La idea es el cuadro perfectamente situado en el ambiente de una galería, donde los ángulos, la altura y la luz permiten apreciarlo en toda su integridad, sin que aparezcan razones para los equívocos.
La precisión, por su parte, debe asociarse con la justa medida. El significado y la cantidad de las palabras han de encajar como los pequeños trozos de una cáscara de huevo cuando se le quiere devolver la forma original. Eso es concisión: que nada sobre, que nada falte. Y, aunque el ejemplo, quizás sea utópico, por lo menos la intención debe ser esa. Para complementar esta definición, debemos entender también sólo el uso de aquellas palabras que entrañen un sentido. La precisión, por tanto, es lo contrario a la vaguedad, a la retórica barata. Cada término debe ser denso, no por lo pesado, sino porque en cada uno, y por el conjunto mismo de éstos, la idea puede expresarse únicamente de esa manera, añade Vivaldi (Pág. 259).
Los defectos contra esa claridad y esa concisión son varios: La ambigüedad o la anfibología, que aluden a más de una interpretación; la omisión, referida a la falta de datos que permiten complementar y contextualizar una información determinada; los solecismos y las redundancias, que reiteran una idea sin aporte alguno de sentido o que alteran, a veces de manera confusa, la coherencia y la cohesión en el discurso.
Las cargas semánticas (los significados) aplicadas con referentes y contextos distintos emiten ideas que son percibidas de manera equivocada por los receptores, y queriendo expresar una idea, los emisores expresan otra. El inconveniente mayor ante esta circunstancia consiste en que las personas de la audiencia asumen esos contenidos como verdades, porque los mismos medios «pretenden persuadir al lector de que dicen la verdad», continúa Diego Contreras (Pág. 9).
ALGUNOS CASOS
Las interpretaciones diversas que los receptores de un mismo mensaje pueden formar surgen, más que nada, de la falta de cuidado de quienes lo construyen. Esa es la anfibología o ambigüedad. Si alguien anuncia que, debido a la tragedia natural, los habitantes de la población salieron por agua, ¿qué entenderán los lectores y oyentes al captar ese tambaleante mensaje en un medio de comunicación? ¿Acaso muchas personas abandonaron el lugar usando lanchas mientras se desplazaban por un río? ¿Algunas tomaron recipientes para cargar agua en estos? ¿Quizás el pueblo se inundó y por eso lo evacuaron?
Existen también casos en que los mensajeros de las noticias omiten términos y hasta datos completos que dificultan ampliar la panorámica de un hecho (contexto). Algunos de ellos olvidan que un comunicador social, puntualmente un periodista, también es un educador: la audiencia asume mucha de la información y de los usos en las transmisiones como correctos y verídicos. Aunque el lenguaje coloquial es aceptado por un buen número de personas, el nivel de corrección de quienes manejan la palabra como la materia prima de su profesión ha de ser elevado. La sencillez no riñe con la corrección. Con frecuencia, se escuchan en la radio colombiana, sobre todo los domingos en las tardes, expresiones como el equipo criollo fue más que su rival, y nunca dicen más qué. ¿Más alto, más débil, más rápido, más lento, más fuerte…?
De los solecismos y las redundancias en radio, periódicos, revistas y, de manera desbordada, en la televisión, los ejemplos de desaciertos son innumerables. Algunas personas suponen que la mejor manera de expresar las ideas consiste en imitar sin miramiento alguno a las personas famosas de los medios masivos, y no tanto a las más preparadas intelectual y éticamente. Y así se quedan. La belleza femenina (no en todos los casos) en los últimos segmentos de los informativos parece copar los espacios que bloquean el ingreso del buen gusto, de la preparación en el lenguaje y de la inteligencia.
Aparecen allí oraciones o frases como se venden abrigos para señoras de piel de zorra, y los tales abrigos se venderán con mucha dificultad, a menos que las señoras interesadas pasen por encima de su propia reputación. Se escucha y se lee los funcionarios públicos reanudaron labores después de las vacaciones, y muchos periodistas ignoran que los funcionarios necesariamente son públicos; no hay funcionarios privados. En los medios dicen la moda casual inunda el mercado, y si eso es así, la moda ya no es casual; es masificada, aparte de que casual es una muletilla. Algunos preparan a la audiencia con vamos con todos los detalles, y no son todos los detalle, sólo algunos. Dizque los bogotanos disfrutaron de un maravilloso concierto, y esa afirmación (en Bogotá) deja fuera a los residentes en esa ciudad que no nacieron allí, a pesar de asistir a la presentación, o a quienes vinieron de otros lugares sólo a presenciarla. Cuando se informa que se conoció por vez primera que el cantante el Tarro Sonoro visitará al país en octubre próximo, si fuera por segunda vez, ya sería conocido.
Para propagar los programas de competencia, se incluye los concursantes tuvieron una participación activa, se sabe que toda participación es activa; si así no es, no es participación. Al querer vender se anuncia que volvemos a repetir que las boletas se expenden en todos los centros comerciales… y volver a repetir es como iluminar con luz… Y ahí siguen ellas al final de cada noticiero, cultivando sus perecederos cuerpos.
Y eso sin mencionar las trilladas palabras espectacular, tenaz, superbién, supergrande… Además, muchas de las versiones y de los estilos de los habituales presentadores son repetidos. A casi todos los adjetivos les añaden el prefijo re, en lugar de usar el adverbio muy o los adjetivos bastante, mucho… Todo ello demuestra una degradación o un estancamiento de la pobreza léxica. Y creyéndose adoptar estilos únicos, distinguidos y exclusivos, este tipo de palabrería sólo refuerza la masificación del pensamiento, porque esas palabras, usadas de tal manera, reflejan las ideas y la insípida asociación que hay entre éstas.
Cuando el trabajo informativo resulta deficiente se nota porque las fuentes se esconden, por inconveniencia (desconociendo para quién) o por desidia. Se dice que el proceso no concluye antes del lunes, y el público rara vez se pregunta ¿quién dice? También la mezcla de información con opinión confunde a los receptores, y ninguno de ellos cuestiona si los datos proceden sólo del criterio del periodista, o de quien hace sus veces, o proviene de una fuente de validez. La lamentable destitución del senador… ¿Por qué es lamentable? ¿Quién lo lamenta?
MÁS PREPARACIÓN, MÁS LECTURA
Cuando hay un reporte en directo, las palabras concisas parecen huir de la boca del comentarista o presentador de turno. Muchos periodistas se quedan con el adjetivo importante, y lo asignan tan instintivamente que olvidan el valor de la noticia. Para que un hecho amerite ser publicado, sin duda, ha de albergar una importancia colectiva, de interés y de efecto social comprobado; para eso se preparan los periodistas.
Sin embargo, una aclaración más: la importancia siempre será relativa. Algunas informaciones señalan, por ejemplo, que una cifra importante se invirtió en la infraestructura de la ciudad, y `preguntamos: ¿cuál es la cifra no importante? O se dice que un importante empresario viajó a Europa, y ¿cuáles son los empresarios sin importancia? La misma expresión ya es, de por sí, discriminatoria. Importante, entonces, funciona a manera de comodín o cliché.
La precipitación por informar induce a muchos periodistas a publicar, en reiterados momentos, pocos datos o datos incompletos; también el afán lleva a que se omita la utilización de una forma adecuada del lenguaje, prescindiendo de elementos que facilitan la comprensión en el público medio. Algunos oyentes, lectores o televidentes se asombran de cómo algunos periodistas improvisan, al aire, los reportes diarios. Aclaramos: nadie puede improvisar si previamente no se ha preparado, porque la lógica indica que no se puede sacar de dentro algo que antes no se ha guardado; nadie puede salir si no ha entrado; nadie puede bajar sin no ha subido…
Las situaciones diarias que prueban la displicencia en el uso del lenguaje sobrepasa el ámbito del simple estilo. Jamás debe olvidarse que siempre al recurrir a la palabra (en sentido genérico) se está transitando por el sendero de la exposición de ideas. Y éstas conforman el referente de conducta de cientos, de miles o de millones de seres humanos, la mayoría de ellos muy crédulos.
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* Jairo Valderrama V. es escritor, periodista e investigador. Asimismo es un destacado docente de periodismo en la Universidad de la Sabana.
Creo que fue muy interesante. Me gusto mucho. Gracias.
Totalmente de acuerdo, los errores semánticos y de sintáxis que escuchamos a diario, nos hace suponer que no existe responsabilidad al momento de comunicar las noticias. Las personas que somos inquietas en la cacería de gazapos o errores en el manejo del lenguaje, nos causa hilaridad tanto despropósito…
¡Que viva el castellano! pero el bien hablado y bien escrito…
No soy escritora pero estoy totalmente de acuerdo con los comentarios que hace el profesor, aparte de que han sido muy agradable y divertidos, tambien sirven para tomarlos como leccion para mejorar la forma de expresion de los que amamos el buen hablar. Felicitaciones.
Totalmente de acurdo con el profesor, autor del artìculo. Ojalà y èste llegara a periodistas, presentadoras y otros que tienen la difìcil tarea de informar.