Periodismo Cronopio

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A LA SOMBRA DEL OLVIDO

Por Patricio Corvalán C.*

«Olga está perdiendo la memoria, pero no la guerra.
Hernán, su pareja, abandonó todo y decidió ejercitarla
para que los recuerdos de un par de vidas duras,
pero felices, no terminen nunca de apagarse».

No ha terminado de caer la noche cuando Hernán retoma su misión. Le dice a Olga, su mujer, que venga, que se siente a su lado en el pequeño living donde todos los días repasan las fotos del álbum familiar como si fuera una lección que nunca acaba de aprenderse.

En cierto sentido lo es. Olga afina sus anteojos, comienza a recitar uno a uno los personajes de esas imágenes tiesas que han desfilado por su vida y a veces, ante la duda, mira a su marido para pedirle una pista que la ilumine.

Al principio fue algo muy tenue —una dirección, una fecha, la comida que iba a preparar al día siguiente— pero lentamente el polvo del olvido ha ido cubriendo otros rincones de su memoria. «Ah, tenemos Alzheimer», le dijo hace cuatro años un médico en Quilpué, pero exámenes más profundos diagnosticaron que Olga Escobar (78) padecía de déficit cognitivo leve. Leve, pero irremediablemente en expansión.

Fue entonces cuando Hernán Silva —un militar en retiro de 76 años acostumbrado a tomar decisiones— se impuso la misión: dedicar el resto de su vida a limpiarle los recuerdos de su pareja para que estén más cerca de lo que aparentan.

Para esa tarea Hernán dejó amigos, familia y sus propios intereses para trasladarse con Olga a Santiago, donde la podían atender. Como su jubilación no le daba para contratar enfermeras, fue en busca de ayuda con las «Damas de la Defensa Nacional», quienes permitieron que Olga fuera tratada en Santiago. Sí, ¿pero dónde?, porque Hernán no quería dejar a su mujer internada en un asilo, pero tampoco estaba en edad ni en condiciones de cuidarla solo.

Por pura casualidad, un hermano que Hernán daba por perdido apareció hospedado en el Hogar San José, en Las Condes, al oriente de la capital. Cuando se encontraron, Hernán le contó lo que estaba sucediendo con Olga. «Pero vénganse para acá», le respondió su hermano, «acá las monjas reciben a parejas».

Desde enero, Olga y Hernán comparten aquí un pequeño departamento de un dormitorio, un estar, un baño y un clóset. Son la primera pareja en el lugar, donde vive más de un centenar de ancianos con diversas dificultades de salud. Cuando ella no lo reconozca, él planea mudarse por las noches a una casa de al lado y volver a estar con ella durante el día, aunque para eso él dice que falta demasiado.

Es aquí donde Hernán ejercita a su mujer. Tal como sucede en la película «Diario de una pasión», de Nick Cassavetes —en que un anciano le relata una historia de amor a su mujer enferma de Alzheimer—, con la misma fidelidad y potencia Hernán lucha contra los olvidos de Olga.

Por las mañanas, él le pide que copie a mano alguna noticia del diario, luego la hace caminar con los ojos cerrados para que se oriente y le ayuda con las tareas que le dejan los kinesiólogos de la Corporación Alzheimer. Luego pasean por los jardines conversando de lo que han sido sus agitadas vidas. Él elige el camino. Ella lo toma del brazo. Él la invita a otros tiempos y ella se deja llevar. Para él, ella es «Olguita». Para ella, él es «Amor».

UN GORRIÓN SUELTO

A veces, la voz de Olga Escobar se acurruca junto al piano. A ratos, estalla. Olga lleva un año como «lady crooner» en el Club Militar y los oficiales que la escuchan cantar apenas hablan para no distraerla. Tiene algo de Edith Piaf. La suya es una garganta desbocada que en 1961 se subió al Festival de Viña del Mar junto al grupo «Estampas Criollas» para cantar y ganar con «La Consentida».

En el salón aparece el teniente coronel Hernán Silva, flamante gerente del Club, para conocer quién está detrás de tamaña voz. La mira, la escucha y cuando termina la invita a conversar. «Usted canta como los dioses», le dice con un piropo apurado. Ella sonríe.

Un año más tarde, a comienzos de 1975, el militar tiene la decisión tomada: ya no puede seguir casado si en realidad ama a Olga. Él —que tenía cuatro hijos— sabe que por esa razón lo llamarán a retiro, pero no hay otro camino. Ella, separada y con tres hijos, sólo pide que esta vez la felicidad esté de su lado.

A Olga le encanta escuchar esta historia y la recuerda con detalles. Con asombrosa precisión también relata los viajes con su abuelo materno por distintas radios para que ella participara en festivales infantiles, el enojo de la abuela con él por majadero y cuando un amigo músico la invitó a entonar boleros en el Quinteto América. Ella, que sólo había cantado folclor, al principio tuvo miedo, pero él le dijo: «si sabes cantar cuecas, entonces puedes cantar cualquier cosa».

Qué están diciendo. La memoria de Olga funciona de maravilla. Pero de pronto, muy sutilmente, como una sombra agazapada, ella vuelve a contar el relato de los concursos infantiles, el abuelo majadero, la abuela enojada.

Hernán sabe que el olvido va a terminar su trabajo y por eso insiste en mantener fresca la memoria. La tarea es compleja, porque más encima a él le diagnosticaron cáncer de próstata, en una versión muy benigna, pero que no impedirá sesiones de radioterapia.

Pero la misión es otra. Hace unos años la hizo grabar dos álbumes para que los nietos supieran que la abuela tenía un gorrión en la garganta, aunque también es una forma de ejercitarla: a veces él coloca los discos y le pide que ella cante.

«¿Cuál es su canción favorita, Hernán?» Él dice que un bolero llamado «La sombra de tu sonrisa». Y de improviso, ella comienza a cantarla con toda la voz y toda la memoria. Los ojos de Hernán la abrazan. En el jardín hay más gente, pero están solos los dos. A veces, ella tararea para que él le recuerde el verso que continúa y luego sigue cantando. El bolero termina y todos aplauden. Hernán le toma la mano y ella le aprieta la suya, fuerte, como para que el olvido no los separe.
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* Patricio Corvalán Carbone es periodista y licenciado en información social de la Pontificia Universidad Católica de Chile y master en guiones para documentales en la Universidad Complutense de Madrid. Tiene más de 20 años de experiencia laboral como redactor y editor en los diarios La Nación, El Mercurio, y La Tercera; en el sitio web de Emol, y en las revistas Qué Pasa y Paula. En 1998 fue cofundador y editor en jefe del diario El Metropolitano. Sus artículos han sido publicados en diarios de Brasil y Argentina y además ha sido finalista del Premio de Periodismo de Excelencia, entregado por la Universidad Alberto Hurtado. También ha publicado relatos en antologías literarias en España, recientemente fue parte del libro «Travesías Inolvidables», editado por El Mercurio-Aguilar, y acaba de editar junto a ProChile el libro «Atacama, Desierto Vivo».

1 COMENTARIO

  1. Bonita historia, pero…hace ya muchos años, él se olvidó de Esmeralda y ahora Olga se va olvidando de él… las vueltas de la vida. La felicidad no se construye con el sufrimiento de otros. Dice en un artículo de Las Ultimas Noticias «no sé si soy un hombre perfecto o un egoísta. Sólo sé que la amo y lo intentaré hasta el final”. Sólo la voz de la conciencia le puede decir si es un hombre perfecto, en la vida tenemos que tratar de acercanos a lo perfecto, pero siempre… no sólo a veces, dice también que nunca se había enamorado, y los años que estuvo con su señora, Esmeralda, sólo fue por su carrera militar,…¿?..

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