PRENSA Y PODER POLÍTICO EN MÉXICO: UNA HISTORIA INCÓMODA
Por Jacinto Rodríguez Murguía*
Sin restarle la más mínima importancia al papel de un poder político que por naturaleza busca el control de todos los grupos sociales, entre ellos el de la prensa, en el caso de México el discurso de los medios como víctimas ha sido uno de los grandes mitos construidos desde ellos mismos para esconder otras verdades y donde prensa y poder político, permanentemente, se legitiman. En los momentos más críticos y de conflictos sociales en México, en los que los medios de comunicación han tenido que tomar decisiones sobre su papel y su responsabilidad, una parte importante de éstos han terminado por compartir con el poder político una misma historia: la de los vencedores.
A riesgo de parecer más apocalíptico que integrado y de que alguien por ahí crea que ha pasado de moda hablar de las relaciones de la prensa y el poder político en México tomando como punto de partida el pasado reciente, comienzo este artículo que inevitablemente irá jalando ideas y ejemplos entre esa historia y este presente. Entre lo que fuimos, lo que es la prensa frente al poder y lo que, a mi juicio, tendría que dejar de ser.
Advierto que el texto siguiente no tiene como sentido y objetivo la interpretación de las relaciones de la prensa y el poder a partir de fuentes del conocimiento de los teóricos contemporáneos. Parte y va construyendo su ruta desde el mundo de los archivos históricos. Por ello creo necesario contar un poco, a manera de introducción, cómo es que llegamos a estos documentos que darían paso a las historias documentadas de la prensa y el poder político en una etapa clave para la vida de México: de 1960 a 1980, dos décadas de la segunda mitad del siglo XX. Etapa que fue determinante para la historia de México y para lo que hoy sigue siendo en gran medida esa relación.
He tenido suerte, y puedo asegurar que sin tenerlo en los planes de vida ni profesionales, de encontrarme y convivir desde hace unos años con uno de los archivos documentales más preciados en México, con miles de documentos de esos que todo historiador (advierto que yo no lo soy) alguna vez sueña encontrar.
Para razones de este texto y de los documentos que iremos citando, se hace inevitable poner en contexto de qué hablamos cuando nos referimos a esos archivos.
Tomo una parte del libro La Otra Guerra Secreta, donde mejor se explica:
“Esta es la historia de unas cajas olvidadas.
Hay varias versiones. Tomemos la que cuentan algunos trabajadores y empleados del Archivo General de México (AGN), que se refuerza con la del hombre que mejor conoce los archivos secretos de esa época.
Ésta se refiere a que en uno de esos varios viajes que de manera periódica realizaban trabajadores del AGN para el traslado de archivos que se generaban en la Secretaría de Gobernación, cierta vez, entre las pilas de cajas que tenían por encargo llevarse, vieron, en uno de los rincones de la bodega de archivo muerto, otros cientos de cajas.
Hubo entonces cierto conflicto, pues las que les habían señalado para llevar ya habían sido despachadas, pero nadie les había explicado de las otras, si formaban o no parte del paquete. Ante la disyuntiva siguieron la regla de lo más conveniente para la historia: asegurar la documentación y, sin más, subieron las cajas al camión de carga.
La sorpresa sería mayor para la entonces directora del AGN, Alejandra Moreno Toscano, quien al ver el exceso de cajas hizo una rápida auscultación del contenido y no pudo contener una sensación de placer y miedo ante la información que se había filtrado. Ordenó de inmediato sellar todas las cajas y depositarlas en el edificio anexo al de Lecumberri, donde estuvieron los juzgados y que actualmente son oficinas del Instituto Nacional de Población.
Ahí estuvieron hasta 1997, cuando fueron trasladadas a las crujías de la parte superior de la galería 7. Su siguiente estación fue la galería 2, donde desde 1998 se encuentran”.
El complemento de esta versión viene de un hombre que se dedicó a construir y cuidar otro de los acervos fundamentales, el de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Dice que estas cajas, extrañamente, sobrevivieron gracias a las diferencias que finalmente se polarizaron entre Luis Echeverría Álvarez y Mario Moya Palencia, cuando el primero optó por José López Portillo para sucederlo en la Presidencia.
En lugar de destruir estas cajas, como solía ocurrir con mucha de la documentación de las oficinas de Gobernación, Moya Palencia, entonces titular de la dependencia, vio en el resguardo de esta historia parte de su venganza por haber sido eliminado. Cuidó que sobrevivieran.
Quizá fue la mejor manera de expulsar todo el odio guardado aquella tarde lluviosa cuando supo que no sería el ungido. Dicen que en un instante de furia salió de su oficina en la Gobernación gritando: “¡Que se chinguen, que se vayan a la chingada todos!”, y entre sus manos llevaba racimos de papeles que caían sobre los mojados y enlodados adoquines. “¿Por qué creen que algunos de los documentos de esas cajas están sucios, arrugados, con lodo?… Fueron los de esa tarde. Pasada un poco la furia, ordenó que recuperaran los documentos y los guardaran”. Son las versiones que se cuentan. Otras rayan en la locura y la fantasía”.
La y las historias que cuenta este libro tienen su origen documental en estas miles de misteriosas cajas. Ahí, en esas mismas cajas y en las otras galerías, esperan otras partes de esta historia de medios y poder, de empresarios, de la Iglesia, de los intelectuales que tendrán otro futuro y seguramente serán contadas muy pronto. De la que nos ocupamos, para esta edición, tuvo como marco lo consultado desde principios de 2001 y finales de 2006.
De la información que guardaban esos documentos, cientos, miles de documentos, se desprenderían lecciones nuevas por lo menos para quienes creíamos que las historias de las relaciones de la prensa y el poder político en México, no pasarían en gran medida de la anécdota y el testimonio de algunos de los personajes que, por lo menos en la época a la que nos referimos arriba, habían ido dejando en libros y relatos en revistas y periódicos.
La aparición de esos documentos abre nuevas posibilidades para entender mejor el “ADN” de esa relación, su biología, que es determinante en nuestros años. Por ejemplo, ahora y a partir de esos papeles se explica mejor que en las décadas de mayores crisis y tensiones sociales de la segunda mitad del siglo XX, entre el poder político (en este caso concreto el Partido Revolucionario Institucional) y la prensa en México (empresarios de los medios y muchos de los editores y reporteros), se construyó un modelo de relación tan perfecto y profundo, que rebasó los límites de la distancia que la naturaleza misma de la prensa impone.
No les importaba (poder-prensa) que quedaran o no huellas de sus encuentros y desencuentros, porque en cierto modo compartían destinos semejantes, o al menos así lo consideraban. En su agenda no estaba el que algún día se quebrara tal poder político, lo que aseguraba una larga vida al vínculo. Entre sus escenarios del futuro no cabía la posibilidad de la derrota. Iban juntos hacia un futuro y sin fisuras. La idea de lo eterno los unía, los convertía en aliados naturales.
De 1960 a 1980, el periodo hasta ahora mejor documentado, entre la prensa y el poder se daría una relación de tal connivencia, de la cual todavía no podemos desprendernos.
En una de sus columnas (“En la esquina”, 1966), el maestro Francisco Martínez de la Vega escribía:
Nuestro oficio no es fácil ni tranquilo. Hay un innegable estado de mala fama pública en el periodismo. Cuando el periodista ataca, se suele pensar que busca la paga; cuando aplaude, se dice que ya lo consiguió: y si ni aplaude ni censura, el agua tibia lo hará perderse en el anonimato…
Pero es menester pensar que en nuestro país, en trance de desarrollo, se necesita de un periodismo capacitado en lo técnico y noble en su orientación. Ese periodismo que han de ejercer los jóvenes que nos reemplacen tendrá, además, la tarea de limpiar la estafeta que nuestra generación les entregue y devolver al oficio sus originales funciones al servicio de las mejores causas de la ciudad, del país, del mundo en que vivimos.
Al menos en la última parte de su texto, Martínez de la Vega había fallado. Nuestra prensa no habría de superar esa mala fama. Quienes tomaron la estafeta, quienes reemplazaron a su generación, no lograron devolver al oficio sus originales funciones al servicio de las mejores causas de la ciudad, del país, del mundo.
De esa columna han pasado más de cuarenta años y hoy día la relación entre estos dos grupos sociales sigue siendo un tema de análisis. La razón principal: que muchos de los efectos que implican tal vínculo están vigentes.
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* Jacinto Rodríguez Munguía es un reconocido escritor y periodista mexicano. Profesor de la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos. Candidato a Maestro en Literatura Iberoamericana por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Licenciado en Estudios de comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco (UAM-X). Coordinador del Programa Prensa y Democracia. Universidad Iberoamericana. Coordinador del Proyecto Historia Confidencial. Corresponsal en México del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS-Perú). Miembro del Colectivo por la Seguridad con Democracia y Derechos Humanos del Colegio de México (Colmex). Miembro del seminario permanente sobre Periodismo e Historia del Instituto Mora. Obras publicadas: “Las Nóminas Secretas de Gobernación. Una Investigación sobre los aparatos de inteligencia en los años de Guerra Sucia en México” (2005) Coautor del Proyecto Indicadores para un Periodismo de Calidad, patrocinado por la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Fundación Prensa y Democracia. En coautoría con el novelista Fritz Glokner publicó “Los años que Fuimos. Los orígenes de la lucha social en Puebla”. Editado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (2006).