Hace unos años, antes de que Emiliano falleciera en el 2005, el periodista Alberto Salcedo Ramos, quien reconstruyó la vida desbocada de Zuleta en «El testamento del viejo Mile», le hizo notar que no eran pocos los que sostenían que Lorenzo era mejor. «Mejores que yo hay muchos, pero el que escribió ‘La gota fría’ fui yo» respondió con arrogancia. Julio Oñate asegura que Zuleta no se hubiese atrevido a decir eso antes de que Carlos Vives grabara la canción. Y me citó un pasaje del merengue «Que el diablo tenga la culpa», en que Emiliano reconoce la superioridad de su contrincante, atribuyendo la buena técnica de Lorenzo a fuerzas sobrenaturales.
Los que han visto a Lorenzo tocando
me dicen que es verdad que ejecuta
pero si se lleva a Emiliano por delante
que el diablo tenga la culpa.
***
En 1992 la suerte parecía sonreírle por fin a Morales. Gabriel García Márquez, que ese año había aceptado ser jurado del Festival de la Leyenda Vallenata, se lo encontró en casa del gobernador de Valledupar, en el clímax de la farra que se armó desde el mediodía. Gabo es un enamorado empedernido del folclor vallenato. En 1983 había escrito que Cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas, y en el 2006 no dudó en firmar una carta elogiando los avances de este género musical, una misiva que fue capital para que los organizadores del Grammy Latino incluyeran por primera vez un premio en la categoría Cumbia–Vallenato.
—Señor García, yo solo lo conocía a usté por los papeles y me alegra verlo en persona —le dijo Lorenzo Miguel.
—No es para tanto Moralito — respondió el Nobel de Literatura.
—Yo quisiera tocá pa usté, pero fíjese que no tengo un acordeón pa complacerlo.
El abuelo recuerda ese episodio con la lucidez con que rememora todos los capítulos de su atosigada vida. Tiempo atrás uno de sus hijos había caído enfermo y a falta de dinero remató su acordeón para comprar las medicinas.
—No se preocupe usted Lorenzo, yo le voy a regalar uno —le dijo García Márquez.
Le he preguntado sobre ese encuentro a Jaime García Márquez, hermano menor de Gabo. «No tengo la menor duda de que detrás estuvo la mano de Consuelo Araujo Noguera. Ella se las arreglaba como sea para ayudar a sus amigos acordeoneros», me dijo. Consuelo, una de las principales impulsora del Festival de la Leyenda Vallenata, era la protectora de los juglares de Valledupar. Fue ella quien le consiguió a Moralito un puesto de trabajo en el Instituto de Mercado Agropecuario (IDEMA) y quien logró que le dieran una jubilación. Fue ministra de Cultura en el gobierno de Andrés Pastrana y en el 2001 fue secuestrada por la guerrilla de las FARC. El Ejército colombiano montó un operativo de rescate, pero cuando la milicia se vio acorralada, la remató cobardemente. Era septiembre. Tenía 61 años.
Jaime recuerda que Gabo desapareció de la fiesta y al cabo de una hora volvió con un acordeón ostentoso. Tanto júbilo no cabía en el cuerpo de Lorenzo Miguel. A los pocos años, su esposa Ana enfermó y le tuvieron que amputar la pierna izquierda. No le quedó alternativa. Empeñó el apetecido acordeón para solventar los gastos de la operación.
—Ese ni loco pa venderlo —dice Moralito.
¿Qué clase de venganza es esa de quitarle el dominio de sus manos a un artesano de la música? Cuando Emiliano Zuleta agonizaba en un hospital en 2005, Lorenzo le dijo: «si usté se me muere compadre, no volveré a tocá el acordeón». Y lo decía en serio porque cuando la ‘piqueria’ llegó a su fin se hicieron tan entrañables que solo aceptaban invitaciones para tocar juntos. Emilianito falleció en octubre de ese año. Para entonces el Parkinson ya hacía estragos en los brazos de Morales. Dos años después ya no podía digitar el instrumento. Atrás habían quedado esos años de áspera confrontación en que los trovadores llegaron a las mentadas de madre. Esos momentos de tensión fueron magistralmente plasmados en La gota fría.
Morales mienta mi mama
solamente pa ofender
para que él también se ofenda
ahora le miento la de él.
Moralito, Moralito se creía
que él a mí, que él a mí, me iba a ganar
y cuando me oyó tocar
le cayó la gota fría
al cabo é la compartía
el tiro le salió mal.
En el patio donde lo conocí hace tres días, Lorenzo da dura batalla a la convulsión de sus rebeldes manos. Los impulsos no lo dejan llevarse a la boca la cerveza que su nieta Johanna le ha destapado. Esta vez se encuentra rodeado por una veintena de personas que esperan el relato de sus hazañas. Le he pedido casi a gritos que cuente los pormenores de aquella vez que desafió su reputación de perdedor convicto, para reivindicar el honor que un farsante le había lastimado. Al verlo sitiado, como en los viejos tiempos en que era el rey de las parrandas, lo imagino en sus años mozos, haciendo gemir su acordeón, arrancando suspiros a las mujeres, y me pregunto si no es acaso un gran farsante, un gallo que le hizo creer a su compadre que perdió la ‘piqueria’. Parecer un fracasado es a veces una rara forma de ganar.
—Se me había presentao en Guacoche una jugosa oferta —relata— y le compré dos vaquillas a un sujeto que me las vendió a bajo precio. A los días llegó a mi casa de allá el alguacil de Valledupar con una orden de arresto, diciendo que yo me había robado esas vaquitas. Le expliqué que me las había vendido un comerciante pero no me creyó y estuve en el bote más de tres días.
En las setenta y dos horas que permaneció en la carceleta rumió su venganza. Al salir en libertad pidió a su mujer el dinero de los ahorros. «A Morales nadie lo va a tomá por ladrón. Si Lorenzo tiene que estar en la cárcel que sea por defender su honor, no por ladrón», le dijo a Ana Romero y compró un revólver en el mercado negro.
—Así pué me fui a buscar al farsante. Estaba decidido. Ahí en la zona me crucé con muchos conocidos que me preguntaban porque andaba armado. Les dije que tenía que ajusticiar a un embustero. Otro me respondió que no valía la pena, que a ese ya lo habían matado temprano en La Guajira, en un ajuste de cuentas.
***
Los acordeoneros juveniles que esta mañana compiten en La Pedregosa, a donde he llegado con Moralito en un taxi amarillo, tienen sus propios clubes de fans. Entusiastas muchachitas no se cansan de alentarlos mientras pasan por el rigor del jurado. Todos quieren ser el Rey Vallenato de su categoría. De las copas de los árboles cuelgan coloridos carteles con fotos de los candidatos. Hay por ejemplo uno de fondo rojo que le saca brillo a su título: «Sergio Checho Caballero, Rey juvenil». Otro letrero más arriba suelta una amenaza: «César Pión, suena a rey». Lorenzo está sentado cerca al escenario y por momentos parece aburrirse. El animador lo saluda por el altoparlante y le prodiga elogios de todos los calibres. El público se acerca para saludarlo. Se toman fotos. Lo abrazan. Le cogen las manos o le golpean la espalda con ternura. Moralito tiene la expresión de un niño mimado. Se siente querido.
—Es que Emilianito y yo hicimos historia —retoma la conversación—.Yo le escribí como cincuenta sones y él me respondió igualito.
Desde mucho antes de componer La gota fría, Zuleta se la pasó provocando a Lorenzo con su estilo irreverente, mordaz y arrogante. En varias de sus canciones le restregó su color de piel, como si se tratase de una ofensa. En junio de 1940 se le acabó la bravuconada. Moralito se apareció en Urumita en plena fiesta de San Pedro y San Pablo, donde Emiliano había armado una descomunal parranda en casa de Enemislo Farfán. Cuenta Julio Oñate que alguien lo agarró del cuello y lo obligó a enfrentarse con Zuleta, quien empezó con tono conciliador.
Hoy se acaba la porfía
entre Guacoche y La Jagua.
No se libra de esta panga
ay ni la virgen María.
La respuesta de Lorenzo fue inmediata pese a que su presencia en Urumita no respondía a razones festivas. Ni siquiera había llevado su acordeón.
Están buscando rencilla
rutina tiene Lorenzo
me agarraron por el cuello
y eso a mí sí me fastidia.
Al ver los amigos de Zuleta que Morales le sacaba ventaja, decidieron suspender el duelo argumentando que el primero estaba demasiado bebido. La ‘piqueria’ debía reanudarse a las cinco de la mañana, después de descansar. Pero Lorenzo partió temprano, de regreso a Guacoche, lo que inspiró los versos encendidos de Emilianito, asegurando que se fue de mañanita por escapar de la batalla de acordeones. En una de las estrofas lo atacó enfurecido diciéndole «negro yumeca» y que no podía tener cultura por haber «nacido en los cardonales».
Después del incidente, agobiado por los problemas económicos, Moralito se marchó a la sierra, al Perijá, en La Guajira, a ganarse el pan sembrando café. No se tuvo noticias de su paradero durante varios años. Sus amigos hasta lo creyeron muerto. Los parranderos guardaron luto y dice la leyenda que sus mujeres lo lloraron días enteros. Leandro Díaz llegó a componer La muerte de Moralito a modo de homenaje póstumo.
La última página queda de su memoria
cuando cantaba muy alegre en la región,
en El Errante sus palabras se secaron
como pétalos de rosa marchitados por el sol.
Si fuera un mejicano el que acaba de morir
corridos y rancheras el mundo cantaría,
pero murió Morales ninguno lo oyó decir
murió poéticamente dentro de la serranía.
Leandro Díaz es otro de los patriarcas del vallenato. La admiración que le tenía García Márquez fue tan grande que llegó a colocar como epígrafe de El amor en los tiempos del cólera, los versos de su canción ‘La diosa coronada’. «En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada». Gabo quedó impresionado el día que lo conoció en su taller de carpintería. Leandro estaba en tinieblas, martillando tablas, en plena fabricación de una mesa. Era ciego de nacimiento y no necesitaba luz. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y no se podía importar acordeones, Díaz reparaba los que había en Valledupar y hasta les aumentaba las tonalidades. Moralito dio la sorpresa tiempo después cuando regresó de Guacoche. Traía entre manos la respuesta a La gota fría.
Emilianito Zuleta
se ha puesto embustero lo mismo que Luis Villar
en Urumita dijo que me había ganado
y aquí vuelvo otra vez para que me vuelva a ganar.
En el fondo, aunque ahora diga lo contrario, a Lorenzo Miguel le ardían las composiciones de Zuleta. Enterado de que este se había ido a vivir una temporada a la zona bananera, le hizo una canción diciendo que para economizar comía toda clase de animales salvajes. El agraviado respondió con artillería pesada, asegurando que Moralito comía ‘pejerratón’ y caimanes. Así se la pasaron diez largos años, disparándose versos como dardos envenenados, prodigándose coplas calumniosas, forjando la historia de la ‘piqueria’ más afamada de todos los tiempos. Consuelo Araujo Noguera, la ‘Cacica’ de Valledupar, escribió alguna vez: «Morales y Zuleta brindaron a la región toda una época de galante torneo musical, en el cual no hubo ningún vencido, y en cambio sí muchos vencedores; los amantes de nuestro folclor». Una de las contestaciones más conocidas de Morales se titula Rumores, un paseo que fue grabado por varios cantantes como Armando Mendoza y Miguel López, en que se desquita lo de «negro yumeca».
Yo conozco el pique que me tiene Emilianito
yo siempre le he dicho que no se meta conmigo
anda criticando que yo soy negro yumeca
pero él no se fija que es blanco descolorido.
Yo no se lo que le pasa a Emiliano
yo no se lo que le pasa a Zuleta
ese miedo que me tiene
de mandarme la respuesta.
Con el tiempo y zanjado el conflicto, ambos se presentaron juntos en Bogotá, Cartagena, Barranquilla, y hasta en Caracas. Se visitaban con frecuencia.
—A ese que dice haberle ganado Emilianito en Guacoche, no fui yo —me dice Moralito.
Por fin parece dispuesto a hablarme de ese pasaje que no le gusta comentar para no contradecir la leyenda. El rumor que corrió como reguero de pólvora fue que Zuleta había humillado a Lorenzo Morales en su propio pueblo y así quedó grabado en la memoria de los colombianos.
—¿A quién se enfrentó entonces? —le pregunto, mientras observo sus piernas muertas.
—Ese fue mi hermano mayor, Agustín —replica—. Yo estaba enfermo en un pueblo ahí cerca, escapando de una mujer a la que no quería contagiarle. Esa es la verdadera historia.
En ese momento de la conversación el rostro de Lorenzo Miguel se impregna de una expresión dura. Estamos solos. Su hija Cecilia fue a comprar comida y su nieto Jairo pasea con su novia. Moralito mira a los costados. Se sujeta de las coderas de su silla de ruedas.
Luego descuelga una pierna. Enseguida la otra. Toma impulso, se levanta y se echa a andar lentamente. Yo que no salía de mi asombro por aquella revelación, solo atino a gritarle al fotógrafo que me acompaña.
—¡Por un carajo Julián, Lorenzo camina, camina!
El reconocido periodista colombiano Ernesto McCausland presenta el duelo musical entre Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta que gestó a la canción «La gota Fría». Un reencuentro musical entre los juglares. Cortesía de www.youtube.com. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=G4iJnAJTGgY[/youtube]
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* Cristhian Ticona Coaguila es periodista, jefe de informaciones sur del diario La República (Perú). Obtuvo premios de periodismo en tres oportunidades y fue becado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que dirige Gabriel García Márquez, para asistir al taller de crónicas con el periodista y escritor Alberto Salcedo Ramos. Nacido en Omate (1982), Moquegua, es bachiller en Ciencias de la Comunicación, egresado de la Universidad Nacional de San Agustín. Estuvo a punto de ser sometido a linchamiento público cuando cubría información en Ilave, pueblo del Altiplano peruano. Es coautor del libro homenaje a Mario Vargas Llosa «Arequipa y el escribidor». Su blog es https://www.cticona.blogspot.com/
No por nada grandes de las letras (García Márquez, Daniel Samper…) encuentran en el vallenato todo un mundo de maravillas al cual rendirle honores. El folclor colombiano es exquisito, el vallenato es grande, historias como esta y miles que desconocemos lo confirman.
Mira que desconocia lo que significaba este vallenato, yo pensé que el composityor era Carlos Vives, la historia era mucho mas exquisitra.
Gran crónica, felicito al autor porque cuenta la historia de Morales pero a la vez muesrtra un panorama amplio del folclor vallenato. Sigan publicando este tipo de historias.