EN EL BORDE DEL SALTO DEL TEQUENDAMA
Por Diego Leonardo González Rodríguez*
EL MITO DE BACHUÉ, BOCHICA, CHÍE Y EL HIJO DEL CIELO
Cuenta la leyenda que una mujer llamada Bachué siempre andaba con un niño de tres años, con quien se desposaría. Nuestra civilización surgió de aquella relación, tiempo después descendieron a la laguna en forma de víboras. Un sabio llamado Bochica, hijo de las dos serpientes, les enseñó a los habitantes respeto y honestidad, pero Chíe hizo que el pueblo olvidara las normas, entonces el profeta Bochica inundó el terruño y lo convirtió en mar.
Los habitantes lloraron, rogaron y se humillaron, hasta cuando Bochica los perdonó, en ese momento nació el arco iris. El Hijo del cielo dijo: «abriré una brecha por donde salgan las aguas y así quedará libre vuestra tierra» al decir esto, arrojó una vara de oro que abrió el cauce formidable del Salto del Tequendama.
Bochica no sabía que años más tarde la catarata sería alegoría de muerte y desasosiego, además las blancas y sosegadas aguas del río se volverían espumarajos putrefactos, de cauce empobrecido, pero caudaloso en contaminación e historias dramáticas.
EL SALTO DEL TEQUENDAMA CASCABELEA VERTIENTE ABAJO SIN CAUDAL
Lunes festivo. 10:22 de la mañana, la carretera se descubre transitable, el bus sólo lleva un par de pasajeros. El conductor, un joven de unos veintitrés años, se detiene en todas las esquinas y va a menos de 9 Km./h, los cancerígenos y picantes rayos solares entran por la ventana, el bus no logra atraer nuevos usuarios, el joven chofer cierra la puerta y apresura el paso, Soacha luce caótica.
Desde la ventanilla intento no perder de vista el Río Bogotá, no veo nada, apenas charcos oscuros de aguas estancadas que reposan en las hendiduras de las rocas, las imagino parecidas a las descritas por García Márquez en forma de huevos prehistóricos. En el trayecto rocas y pozos convergen para convertirse en el rastro de piel mudada por una serpiente colosal, las aguas estancadas manchan su cuero y el color erosionado de miles de pedruscos cascabelean vertiente abajo, estoy estupefacto. No hay agua.
Al borde de la carretera se observa un parador ruinoso y desafiante, es el Hotel del Salto construido hace 120 años. En sus mejores momentos fue hotel–restaurante, fotografiado para recuerdos postales, hoy sólo se ocupan sus baños, los techos están a punto de caerse, pulula un olor a comida que se pega a la ropa, el tapete rojo que recubre los pisos del lugar posee grandes huecos. Quien no se encuentre atento puede enredarse en su trampa letal. A la derecha una terraza deja ver majestuosa la imagen de un pasado real, hoy parece decir: El Río a muerto. A las afueras del lugar una mujer cobra quinientos pesos por el uso del baño.
Serpenteando la carretera hay algunas casetas empobrecidas, en las parrillas ofrecen mazorcas, chunchullo, rellena; nada provoca debido al mal olor, puede ser simple sugestión, quizá la sublevación del olor de las aguas estancadas, o la cercanía a las porquerizas, el sol se ha ido y la neblina comienza a descender, la montaña que bordea el inmenso caño, se ha cubierto de blanco y gris.
El frio se pega en la ropa y la ropa a la piel, la sensación del atuendo humedecido incomoda; varios metros, cerca de la bahía del hotel hay un mirador en el que se divisa cómodamente el paisaje, los turistas se asoman por el borde, un joven exclama: ¡Huy, pero ese man lo que estaba era loco!
DON IGNACIO PAREJA
Dos jóvenes se han acercado a un señor de unos 60 años, uno de ellos entabla conversación sobre la contaminación del río, el otro se ha ido a comprar un par de aguas aromáticas, el señor comienza una defensa del torrente, los jóvenes están sorprendidos, el afluente no existe, el tendero explica que tres compuertas se cierran cuando el río tiene muchos bríos y lo dejan cabalgar a sus anchas en época de invierno.
Un joven desaliñado, envuelto en un pantalón de pana azul sucio, chaqueta Adidas vieja, barba hirsuta y pelos enredados, le pregunta: Pero suicidarse en ese lugar ya no tiene ningún significado. Don Ignacio guarda un silencio respetuoso.
El joven de dreadlocks le pregunta con mórbido interés ¿Usted ha visto muchos suicidas? —Sí, aunque ya no como antes, yo llevo 15 años trabajando de vigilante acá en el Hotel del Salto, en esa época (1995) se suicidaban uno, dos o tres por semana.
Otro individuo que rodea a Don Ignacio le interpela ¿ha ayudado a sacar cadáveres del rio? a lo cual contesta el conserje: —Claro, al principio sacábamos a los que quedaban cerca de la orilla y le perdí miedo pasándomele por encima tres veces a uno. Después de decir esas palabras, nos aconsejó tomarlo como ejemplo para perderle el miedo a los muertos.
El grupo que encierra al señor Pareja le pide que les revele si alguna vez ha salvado a alguien, a lo que con calma contesta: —Sí, una vez se bajó una mujer, se hizo al borde de las casetas, comenzó a descender buscando el mejor lugar para lanzarse, la alcancé a ver y me fui con otro vigilante, corrimos por la ladera, la cogí del brazo, ella me decía que la dejara ir, pero yo no la iba a soltar, le imploré a Dios que me disculpara, le di un golpe, la vieja quedó grogui, al rato en la orilla de la carretera ya más calmada se quedó a nuestro lado, llegaron a recogerla en unas camionetas, la mujer era senadora. Quince días después vino y me agradeció por no dejarla cometer esa locura.
Don Ignacio continuó con otra anécdota: —Aunque una vez también salvé a otra, la cogí y llamé a la policía, se la llevaron y una semana después la vi al lado del Salto, se tiró. —Reanuda el comentario aconsejándonos— Uno no puede meterse a salvar a nadie cuando está al borde, porque se lo puede arrastrar.
Un caballero de escasa cabellera y fenomenales mofletes pregunta dónde se halla la famosa Piedra del Suicida. Don Ignacio señala un lugar a la derecha del Salto, al frente se ve la efigie de una virgen de nombre inconcreto, unos la llaman la Virgen del Salto, otros la Virgen del Carmen y otros simplemente la Virgen María, frente a ella, día y noche se advierte el trampolín rocoso —me pregunto cuántas plegarias habrá oído—; el conserje niega que desde allí, alguien se haya lanzado, debido a que pocos metros debajo del pedrusco se encuentran dos placas más que impiden la anhelada caída.
El frio es sobre cogedor, las cinco personas que rodean al señor Pareja retienen un vaso desechable con agua aromática hirviendo, reinicia la conversación con un ¿Don Ignacio, usted se sabe muchas historias suicidas? Responde sin titubear: —Claro que sí.
CARTAS EN PROSA, NOTAS O FOTOGRAFÍAS
En la década de 1940 el Salto se convirtió en el lugar predilecto para que la gente se quitara la vida lanzándose al vacío fluvial. Los desahucios fueron pregonados tanto por la prensa como por la comunidad en general, la muerte era una representación poética y los suicidas dejaban como testamento, cartas en prosa, notas o fotografías.
«Yo María Diva Quintero
a quien le dicen «madama»
sus amigos,
mañana, cinco de enero,
me lanzaré al Tequendama,
sin testigos.
Boca de abismo cruel,
hondura de la tremenda catarata!
para que vivir sin él?
acepta la humilde ofrenda
de esta chata».
Diva Quintero (El Tiempo, enero 6 de 1941).
La señora Diva Quintero, fue detenida antes de suicidarse, en camino a la estación se abalanzó a un vehículo, quitándose la vida, la Doña venía procedente de Neiva, entre sus pertenencias se encontró el poema del que se extrajo este verso.
EL TEQUENDAMA, ATRACCIÓN CENTRAL DE LOS SUICIDAS
Don Ignacio ha comenzado a evocar y hablar sobre acontecimientos trágicos. Le pregunta a sus compañeros si ellos recuerdan algo, algunos asienten, otros siguen inmóviles y silentes.
LOS GOMELOS
Llegaron tres muchachos en un automóvil, los tres de apariencia confiable, alardeaban frente a las demás personas e intentaban llamar la atención. Además de todo esto, iban beodos, uno se alejó con una botella de cerveza en la mano, se hizo en el borde del risco, retó a sus otros dos amigos para que hicieran lo mismo, «¡cobardes!» dijo, botó la cerveza al río y perdió el equilibrio.
POR UNA VISITA A SU PADRE
Un día llego un niño con el uniforme del colegio, estuvo un rato dando vueltas por las laderas atiborradas de vegetación, el niño se hizo en el risco cerca de la catarata, se quito el saco y enseguida se lanzó. Días después llegaron sus padres, corrijo, su madre y su padrastro, el pequeño el fin de semana había ido a visitar a su papá, cuando llegó a casa, su padrastro lo rechazó y su madre no lo respaldó. Se dice que cuando una persona cae en el Salto suena como el estallido de un globo, inmediatamente después se abre la ventana del segundo piso del hotel.
OJOS CHINOS
Hablando con Don Ignacio se ha comenzado a oscurecer, se integra a la conversación una mujer, no nos dice su nombre y nos relata un par de historias.
La señora que es una conocida vendedora de pandebono en las flotas, dice que estaba con una amiga charlando cuando vieron a un joven de aspecto oriental con ese aire distinguido del suicida, su amiga se le acercó, le preguntó qué le pasaba; el turista comenzó a contar su historia, expresando su aburrimiento por vivir.
Su padre le había regalado un dinero para que se operara los ojos, la operación fue un fiasco, sus ojos quedaron rasgados y él sentía que ninguna mujer se fijaría en su físico; bueno, no para enamorarse.
La mujer le siguió hablando, le dijo que la vida era buena, el desconocido después de largo rato de escuchar a la señora y ya con un tono menos depresivo y despreocupado dijo: —Sí, sabe que la vida es bonita. Salió corriendo y brincó desde donde se encuentran ubicadas las casetas.
EL ÚLTIMO CIGARRO
Eran las seis de la mañana cuando el hombre se bajo del autobús, comenzó a dar vueltas por las laderas del precipicio, lo vieron caminar un largo tiempo, ya en las horas de la tarde el tipo buscó un lugar cavernoso en la cornisa del despeñadero, no se sabe quien avisó a sus familiares, pero llegaron sus padres y hermanos, uno por uno de sus allegados se introdujo al lecho lúgubre, el tipo guardaba prudencial distancia.
Explicó a sus parientes que la noche anterior su novia le había telefoneado y había tomado la decisión de dejarlo, el hombre sintió que no podía vivir más sin ella, prendió un cigarro y se dejó caer.
EL CARRO PRESTADO
Era una tarde gris habitual en el Tequendama, la neblina estaba espesa, el frío la acompañaba a cobijar el sector, un auto con tres ocupantes se detuvo en la bahía del hotel, un joven se bajó del auto y se le acercó a Don Ignacio, le pidió tres cervezas, su novia y su amigo se quedaron en el carro, bebieron y rieron durante largo rato, pasadas cuatro horas y quince cervezas, el muchacho se dirigió hacia el tendero, pidió tres lúpulos más, pagó el total de la cuenta, entró al auto, lo aceleró, se estrelló contra una carreta, lo detuvo un árbol y un morro de follaje, su mujer y su amigo se bajaron, se encontraban muy asustados, su amigo le dijo que era un cobarde, el joven contestó: —Cobarde no, muy pocos se atreven hacer lo que yo.
Minutos después hace una llamada telefónica a su hermano, el allegado se dirige al lugar y ve su auto en el desbarrancadero.
COBERTURA NACIONAL
Cuentan que un día a mediados de 2006, llegó un señor con su esposa y su pequeña hija, el personaje las mató a ambas con un machete en el automóvil, posteriormente se adentró en la vorágine en busca del abismo, se le acercaron los residentes del lugar a implorarle que no lo hiciera. Minutos después llegó un canal de noticias muy conocido para clamar por un buen espectáculo, el rating estaba en lo más alto y la transmisión era a nivel nacional, trajeron sicólogos y policías, pero no lograron convencerlo, el hombre cuatro horas más tarde fue a parar al piélago, en las horas de la noche no retransmitieron el reality; siendo este el último suicidio conocido en el Salto del Tequendama.
EL BIZARRO SHOW DE LA DÉCADA DEL 40
El 14 de enero de 1941, un taxi fue a parar al fondo de la cascada producto de un suicidio automovilístico. El hecho fue aprovechado por la prensa para escribir crónicas amarillistas, en las cuales se nombraban negras aves gigantes que resurgían del fondo cavernoso fundido entre agua y rocas, abajo habitaban cangrejos blancos que destrozaban los cadáveres convirtiéndolos en seres inidentificables, los interfectos despojaban de sus cuerpos hedores insoportables, para así hacer más difícil su recuperación, se describía que la espesa niebla no dejaba ver a los rescatistas a más de un metro de distancia.
El cadáver fue rescatado al siguiente día, siendo identificado como Eduardo Umaña, el episodio sobresale como el primer cuerpo recuperado de las humedades góticas del Tequendama.
En estos reportajes se describe cómo cada domingo el turismo crecía, se anunciaba con anticipación que algún suicida haría su aparición, la visita era descrita a modo de «espectáculo, una feria, una fiesta». Don Ignacio confirma el hecho diciendo: —Cuando hay mucho muerto, la venta en el Salto se pone buena, llegan familiares y amigos del difunto, piden almuerzo y se comienza a mover la venta.
¿POR QUÉ YA NADIE SE SUICIDA EN EL SALTO DEL TEQUENDAMA?
Desde hace un largo tiempo nadie se suicida en el salto de Tequendama, pero según Don Ignacio y una señora que ahora acompaña la reunión, son muchos los que vienen en las noches y se arrojan al precipicio, pero las autoridades no confirman esta información.
Los rumores del por qué ya nadie se arroja al precipicio acuático se debe al poco flujo de agua del río, su olor nauseabundo y el contexto poco poético que ahora tiene la geografía de la zona, además de las nuevas formas con las que la gente prefiere quitarse la vida.
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* Diego Leonardo González Rodríguez es Comunicador social y Periodista egresado de la Universidad Los Libertadores. Responsable de comunicaciones de la Cumbre Mundial de Paz 2008. Editor de la desaparecida revista digital palabranet.net (2006–2010). Ha colaborado para la revista digital Cronopio (Medellín), Cinosargo (Chile), la revista de música Under Colombia (Bogotá), en 2011 cursó la maestría en periodismo del diario Clarín (Argentina) donde le fueron publicados un par de artículos como estudiante. Twitter: @leonard_diego.