EL BAILE EN LOS MERCADOS DE TEPITO
Por Pedro Humberto Sánchez Pérez*
Para Carlos Campuzano Flores.
Y sí, lo acepto, cuando era niño al igual que muchos de mis amigos deseaba tener un equipo de sonido. Al crecer mis anhelos sonideros fueron desplazados por dos razones: la primera fue por mi horrible voz (más cercana a un cláxon que a la voz aterciopelada de los anunciadores de brandy), amén de que tartamudeaba en cuatro de cada cinco palabras que decía (años después el tartamudear se hizo de uso común para enviar saludos como el tradicional Cha-Cha-Cha-Changa), y la segunda fue por razones de espacio, mi casa es tan pequeña que el simple hecho de guardar una cabina de audio en la sala habría resultado toda una proeza.
Afortunadamente no me quedé traumado, ya que siempre hubo una forma de exorcizar esos anhelos sonideros, en algunas ocasiones como chalán (o dicho con más propiedad como staff técnico), y en otras como invitado especial de mis amigos que tenían un sonido.
Hoy, como cada día 14 de octubre, se realiza en Tepito un baile sonidero que conmemora un año más de vida de los tres Mercados del Barrio Bravo. En la madrugada de dicho día decenas de enormes vehículos irrumpen el sueño de los vecinos de la colonia Morelos, con la luna como testigo y con el aire helado como compañero. Los miembros del staff descargan miles de toneladas de audio que se comienzan a apilar en las calles que son custodiadas por los puestos vacíos.
Soy hijo adoptivo de Tepito desde hace 23 años, mismo tiempo que tengo de asistir a los bailes, pero aunque parezca raro por cuestiones laborales, escolares y espirituales, tenía cerca de ocho años de no permanecer en el evento de principio a fin, por eso hoy que por fin se rompió esa larga racha, tuve tiempo de sobra para ver los cambios que ha tenido el festejo de los mercados, que en este año (2010) llega al número 53, comenzaremos por hacer un recuento de los sonidos involucrados.
Como cada año inicié mi recorrido en la Casa Blanca, en el cruce de la calle de Panaderos y Jarcería. El Sonido La Habana se encontraba deleitando a una pequeña pero alegre concurrencia, que con michelada en mano bailaba al son que le tocaran. Atravesé la Avenida del Trabajo y recorrí la calle de Rivero. En primera instancia encontré un mano a mano entre los sonidos Caribe 66 y Rumba Caliente. A escasos pasos (afuera del mercado de los zapatos y los artículos electrónicos), se encontraba una gran cantidad de personas dispuestas a escuchar al rey de reyes Ramón Rojo y su Sonido, La Changa, que alternaba con el Fugas (San Francisco), Konkistador, Él: Proyecto Sonidero de Lupita la Cigarrita, Campos y Son Clave de Oro, y a unos cuantos metros en la esquina de Rivero y Toltecas se hallaban los sonidos Súper Celoso y Conquistador, que hacían mucho ruido pero no lograban atraer la atención de las personas.
En Toltecas se instalaron una muchos puestos de discos, playeras, calcomanías, tacos, tortas, refrescos, cervezas y gomichelas. En el cruce de dicha calle con Matamoros, el Sonido Pancho acaparaba a la mayoría de los visitantes; una cuadra a su derecha, afuera del mercado de los tenis y las chácharas, se encontraba el Sonido Estelar 89 y una serie de Dj’s que hacían intentos desesperados por atraer la atención de los bailadores. Pese a ser un proyecto interesante y novedoso pasaron sin pena ni gloria y, tal vez, se les recuerde únicamente por la chica que se desnudó para poder ganarse unos boletos, aunque se les debe reconocer el esfuerzo.
Una cuadra a la izquierda, entre los mercados de los zapatos y de las comidas, la Orquesta Salsa y Sabor deleitaba a un público exigente, con una excelente selección de temas muy bien interpretados. Siguiendo por Toltecas, frente al mercado de las comidas y las migas de la Güera, se encontraban los sonidos Killer, Landeros y otros que, aunque hicieron todo lo posible por dar un buen evento, su audio resultaba insuficiente para que sus temas, spots y saludos se escucharan con claridad.
Era evidente que a todos los aspirantes a sonideros nos pasaba de frente el alcance que esta manifestación de cultura popular tendría en la actualidad. A finales de la década de los años ochenta del siglo pasado, comienzan a transformarse en micro empresas, dejan de lado su visión local y viajan al interior de la República y al extranjero, para lo cual adquieren equipos de audio e iluminación más sofisticados. En los noventas aparecen las estructuras «italianas» y las luces inteligentes, los acetatos dejan su lugar a los discos compactos y éstos ahora lo han cedido a los archivos en formato MP3.
El sonidero de ayer es el micro empresario exitoso de hoy, y cada vez son más cercanos (desde su peculiar forma de ser) a rock stars con sus seguidores, imitadores, enemigos, aduladores y enamoradas. El sonido del barrio es ahora una marca registrada, que deja ganancias y genera empleos. Las pequeñas camionetas han sido reemplazadas por trailers y los chalanes se han transformado (como hemos mencionado) en staffs técnicos.
Para muchas personas los bailes populares, y entre ellos los bailes sonideros, son una muestra de mal gusto, y tal vez desde su óptica tengan la razón, pero si nos remontamos a los orígenes del movimiento sonidero, resulta importante saber que fue una forma de resistencia ante la exclusión social. Hace más de cuarenta años en las calles de la colonia Morelos, un hombre portaba en un pequeño diablo un par de bocinas, un estéreo, cables, focos y una caja con discos de treinta y tres revoluciones. En la Casa Blanca las mesas ya estaban llenas de invitados (y colados) que degustaban el pollo con mole y arroz blanco con elote, las botellas de licor comenzaban a vaciarse mientras los focos se instalaban y el patio se transformaba en una pista de baile, la gente se ponía a bailar mientras los jóvenes aprovechaban el momento para echar novio en los lavaderos, los acordes de la Sonora Matancera, el danzón, el cha-cha-cha, el mambo, la cumbia colombiana y, ya entrada la noche, los boleros tropicales de Orlando Contreras ponían a bailar a los invitados. Lo anterior pudo suceder con algunas variantes, pero en todo caso nos sirve para imaginar cómo fueron los primeros bailes del que, hoy por hoy, es el sonido más conocido en México y, por qué no, del mundo. Claro, hablamos del Sonido La Changa.
Las calles al ser transformadas en pista de baile, ofrecieron a una parte importante de la juventud un espacio en el cual recrearse, ya que al no ser personas con altos ingresos económicos estaban vetados de las lujosas discotecas. Poco a poco los sonidos se van diversificando y, además de programar géneros tropicales, ponen música disco, high energy, techno, gruperas, quebraditas y rock; con esto sus seguidores aumentan. Como siempre sucede, no todo se hace por amor al arte y fue necesario comenzar a cobrar para poder ingresar a los bailes. Las calles se llenan de lonas que resultan insuficientes y siempre hay portazo (o lonazo), se recurre a la venta de bebidas espirituosas, para recuperar la inversión, y el alcohol produce estragos en los bailadores, las broncas aparecen de forma constante y comienzan a sumarse las primeras bajas, las calles y las vecindades dejan de ser discotecas y los bailes se hacen en la periferia de la ciudad. Los campos de fútbol, llanos, lotes baldíos, escuelas, balnearios y antiguas fábricas se transforman en salones de baile.
Al abandonar las calles, los sonidos dejan de operar con pérdida y son capaces de obtener ganancias que les permitieron adquirir equipos más sofisticados. Ahora es cada vez más difícil ver un baile sonidero en las calles del Distrito Federal, por esa razón los festejos de los Mercados de la Merced, Jamaica y Tepito resultan de gran trascendencia.
Regresemos al baile de los Mercados de Tepito. Pues resultó muy interesante que no hubiese presencia de cuerpos policíacos para salvaguardar el evento, solamente un par de patrullas pasaban de cuando en vez, de forma muy tímida. Como siempre sucede en ese día, el comercio de Tepito se transforma en un carnaval en el cual hacer público lo prohibido es lo común, una forma de decirle al mundo «aquí estoy, soy libre y hazme el favor de no estarme chingando». Entendiendo lo anterior, no resulta extraño que encontremos a parejas de novios que pasan de la manita sudada a las caricias prohibidas en cuestión de segundos, o al bravo que, so pretexto de encontrarse alcoholizado, baila con dos homosexuales que confunde con hermosas mujeres que están muertas de deseo por él, o al santurrón de la cuadra orinado a media calle, a la vista de todos los concurrentes, con varios litros de cerveza en las venas. Tepito es (aunque duela) una zona de tolerancia, ese día pululan los puestos de cervezas, de venta de marihuana, activo y cocaína, por esa razón los asistentes de todas las edades encuentran en el Barrio Bravo un lugar propicio para darle rienda suelta a sus deseos más recónditos, como mencionamos líneas arriba. Es un carnaval, y muchos de los presentes actúan como si fuesen los protagonistas de una historia que durará mientras la música estremezca sus cuerpos.
Hay una vinculación entre la voz y los temas musicales en los eventos sonideros. O, dicho de otra forma, los eternos, largos, repetitivos, incoherentes y fastidiosos saludos. Partiendo del principio de que «Tepito es salsa y lo demás cumbia», no es casual que todos los equipos de sonido seleccionen para sus intervenciones canciones etiquetadas como «temas tepiteños», por ejemplo «Pa’ Puerto Rico» de Ray Pérez y los Dementes, «Tu sufrirás» de Fruko y sus Tesos, «Juanito Alimaña» de Héctor Lavoe, «Desde el fondo de mi corazón» de Hildemaro, «Te están buscando» de Willie Colón y Rubén Blades y cualquiera de la Sonora Matancera. Estas melodías por sí mismas resultan agradables para escuchar y bailar, pero cuando es acompañada por la voz de un sonidero experimentado, el bailador siente una gran diferencia. Escuché «Vive como vivo yo» de la Sonora Matancera con el Sonido Súper Celoso y me gustó a secas; minutos después la volví a escuchar con el Sonido La Changa, y todo fue distinto. Más allá de las vistosas coreografías de los homosexuales y el aroma a marihuana, tabaco y activo, la voz era la que indudablemente hacía la diferencia, los saludos se sienten distinto e incluso no resultan molestos. Con la magia de la voz de los sonideros se pueden recordar mejores épocas y casi se siente que las lágrimas comienzan a caer. Esta nostalgia hace comprensible que decenas de personas se arremolinen frente a la cabina de audio e improvisen cañas de pescar de las cuales cuelgan con pinzas de tendedero sus cartulinas con los saludos, otras se montan en lo hombros de alguien y muestran enormes pancartas con las palabras que desean escuchar; los saludos son, además, una forma de inmortalidad. Ahora que se venden videos de los bailes y los discos en varios volúmenes, es una forma de mostrar que de verdad se estuvo en determinado evento.
No está muy lejano el día (aunque no sería raro que esto ya suceda) en que los saludos se envíen vía mensaje de texto a un número 22033, o a una cuenta de Twitter, o a un muro de Facebook. Con los saludos sonideros que se intercalan en las canciones, se recuerdan a los familiares y amigos que se han adelantado en el camino, a aquellos que, ya sea por distancia o por otras cuestiones, resulta difícil verlos; y, claro, a la persona amada que ya no está a nuestro lado. La voz de los sonideros tiene ese don, no por algo son unos magos con el micrófono.
El baile de los mercados de Tepito, año tras año, toma dimensiones más grotescas. La creciente ola de violencia y la neurosis propia de vivir en una enorme cuidad, aunado al consumo desmedido de alcohol, la inhalación de vapores tóxicos, el consumo de marihuana y cocaína, comienzan a mermar su ambiente festivo. Hasta hace unos años, antes de que iniciara el baile en Tepito, había eventos deportivos (torneos de fútbol, exposiciones de lucha libre, muestras de boxeo), comidas y misas. Ahora sólo las últimas sobreviven, pero no sería raro que en pocos años también desaparezcan.
Tepito es una de las cunas del movimiento sonidero (la otra es el Peñón de los Baños), y dos de sus mejores exponentes lo dejaron en claro en este 53 aniversario. Tanto La Changa como el Sonido Pancho acapararon la atención de las personas que se dieron cita en sus calles. Cuando era niño me preguntaban por qué quería ser sonidero, en esos años era indudable que mi anhelo era tener el mejor equipo y hacerme millonario, pero tal vez ahora comprendo que mi principal objetivo era hacer soñar a las personas, en este instante me queda muy claro.
A mi lado una mujer escucha, embelesada, una canción de la Sonora Matancera, cierra los ojos y comienza a bailar sola, quizá recuerda cuando era joven y escuchaba ese tema con el muchacho que se transformó en el amor de su vida y que, muy probablemente, se le adelantó en el camino. La mujer viste ropas humildes y baila suavemente, ante la mirada vidriosa de una veintena de jóvenes, que no saben que están siendo testigos de una forma sutil de seguir unido a la persona que se ama.
El carnaval tepiteño deja atrás la festividad, los primeros conatos de bronca se hacen presentes, gracias a esas impertinencias, la cuna del movimiento sonidero puede quedar vetada para realizar futuros bailes. La festividad espanta a muchos de los vecinos, que ni siquiera salen a bailar. En la noche tendrán que salir a barrer la basura, a incorporar agua mezclada con pino a los chapoteaderos de orines y mierda. Al día siguiente los puesteros harán un balance de las pérdidas que obtuvieron por un baile al que ni siquiera acudieron.
Algunos de los presentes se levantaran con los dientes flojos, los ojos morados, sin sus carteras, sin sus celulares, con cruda moral, en una cama de algún hospital o en una banqueta. Pero eso será mañana, ahora el aroma a marihuana se mezcla con el activo y una mala imitación de la fragancia Carolina Herrera para caballero. La voz de Ramón Rojo rebota en mis oídos, el carnaval comienza a extinguirse ante mis ciegos ojos, comienzo a caminar antes de que el destronamiento ceda su paso a la paliza final.
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* Pedro Humberto Sánchez Pérez (Ciudad de México, 1977) es licenciado en Ciencia Política de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Es periodista freelace y escritor autodidacta. Ha escrito cuentos y crónicas que reflejen la forma de ser y pensar de la ciudad de México, en especial del barrio de Tepito, de donde es originario. Tiene una novela y un libro de cuentos prontos a ser publicados. Algunos cuentos suyos pueden leerse en: https://www.palabrasmalditas.net/portada/infierno/920-historias-de-locura-ordinaria/891-a-la-salida.html
El buen Peter tiene bien claro que desea… y eso es escribir, siempre desde que lo conozco como amigo y colega ha estado presente. He tenido el privilegio de conocer su obra y ella deja ver y traslada a esos lugares o situaciones que sólo a través de una lectura y el talento de un buen narrador como él podemos vivir.
Felicitaciones amigo.
Tengo el honor de conocer a Pedrito y como siempre, nos llena de historias que nos recuerdan el placer de estar vivos, vagando por esta Ciudad de México.