CON ALMA DE ACERO, CORAZÓN DE ORO Y UNA VIDA PARA DAR
Por Carolina Bedoya Maya*
Eran casi las 6 de la tarde, hora en que iniciaba su turno como enfermera en la Clínica León XIII de Medellín. Pasaba por Barrio Triste, ese sector donde se encuentra todo tipo de repuestos para carros, talleres de mecánica, venta de alucinógenos y casas antiguas que funcionan como refugio para quienes viven en la calle. Mientras caminaba vestida de blanco, miraba a los niños que estaban sobre el asfalto, descalzos y envueltos en grandes abrigos que servían para soportar el frío de la noche.
Miriam de Jesús Montoya llevaba un reloj en alguna de sus muñecas, un bolso negro que le colgaba en el brazo y un billete en la mano. Era un día cualquiera de 1973. Uno de los niños empezó a caminar detrás de ella, acercándose poco a poco. Miriam continuó con su mismo ritmo sin percibirlo, hasta que escuchó una voz que le gritaba: «¡Enfermeraaa!» Se detuvo y el menor se paró en frente para preguntarle la hora. Mientras ella observaba las manecillas del reloj, este le arrebató el billete y salió corriendo.
No sintió rabia ni ganas de correr detrás de él, tampoco comenzó a gritar o a decirle a la gente que la habían atracado. En ese momento a Miriam sólo se le cruzó una idea por la cabeza: crear un espacio donde se le brindara educación y afecto a los niños que estaban en situación de vulnerabilidad. Años después, en 1977, fundaría junto a 11 personas más la Asociación Social Popular ASOP. Y en 1998 cumplió uno de sus mayores sueños: creó la Institución Educativa de Formación para la Vida (CEVIDA), un proyecto que inició en sus primeros años de jubilación, a finales de los 80.
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Miriam es de cara delgada y cuerpo ancho. Su rasgo más característico es su nariz alargada. Siempre se pinta las cejas de color café y sus labios de rosa. Su piel blanca lleva marcadas las líneas que trae el paso del tiempo. Es de baja estatura, mide 1 metro con 50 centímetros. Lleva el pelo corto y pintado de rubio, ocultando los cabellos blancos de la vejez.
Era mediados de los años 70. Leía las historias clínicas de cada paciente para saber a qué se dedicaban. Su fin era encontrar a alguien que siguiera sus ideas de ayudar a quienes estaban cansados de tocar las puertas de la educación y el empleo sin recibir respuestas.
Se enteró que uno de sus pacientes trabajaba en un internado donde se recluían a los niños que vivían en la calle. Este le contó que en las casas donde los llevaban se cometían varios abusos, pues los mismos profesores los violaban y les imponían castigos humillantes.
Sintió lo mismo que la vez en que le arrebataron el billete de sus manos: ganas de trabajar por ellos y devolverles el sentido de una vida desde el afecto, el conocimiento, el deporte y la recreación. Miriam soñaba con eso en una época en que hablar de este tipo de educación no era tan frecuente como lo es hoy en día, donde se cuenta con modelos pedagógicos basados en el afecto, en la expresión libre del ser humano y donde hay más reflexión sobre formas alternas para educar a niños y jóvenes.
Paralelo a las situaciones de los pacientes que llegaban heridos por riñas callejeras y a quienes veía a diario durmiendo sobre las aceras, Miriam de Jesús notó la intolerancia que había en los colegios ante las dificultades de sus alumnos, siendo una de las principales razones por las que los jóvenes se integraban a los combos delincuenciales.
—Son historias de vida que a mi me derrumban. Una mamá lloraba afuera de la clínica y me decía que el niño estaba sin colegio porque lo habían echado por indisciplinado y que el papá, como castigo, lo obligaba a traer la comida de la casa. Además la señora trabajaba en un bar y cuando llegaba borracha lo maltrataba.
Y más tarde confirmó su tesis de que los profesores solo se dedicaban a rayar un tablero sin ir más allá de las cosas. Doña Miriam se casó con Luis Carlos Bedoya, un hombre robusto de piel morena, cejas tupidas y ojos oscuros. Con él tuvo cinco hijos: Marta, Alba, Jairo, Mauricio y Felipe. La mayor de ellos tuvo tres hijos y ha trabajado sola para sostenerlos.
—A mí me tocaba ir a las reuniones de padres de familia de mi nieto, porque Marta trabajaba y no le quedaba tiempo. A él no le iba bien y aparte era muy indisciplinado. El profesor me dijo que lo iban a expulsar y yo le dije que primero preguntara por qué el niño se estaba comportando mal y que hablara con él, pero me respondió que a él no le pagaban por eso, sino para coger una tiza y poner cosas en el tablero —Cuenta Miriam con un gesto de resignación.
En la película de distribución gratuita La educación prohibida, se analiza el sistema de educación que ha regido durante los últimos siglos, el cual no se adapta a las dinámicas de una sociedad que varía rápidamente. Varios pedagogos, filósofos y profesionales que se desenvuelven en el mundo de la educación afirman que los colegios solo se preocupan por los contenidos y por incentivar la competencia entre las nuevas generaciones, en vez de formar seres para la paz.
Desde un principio la mayor preocupación de Miriam ha sido entender al ser humano en su contexto familiar, social y económico para luego saber la manera adecuada en la que se le puede ayudar y, lo más importante, «es que cuando el niño recibe amor y es aceptado socialmente empieza a sentirse útil y a encaminar sus comportamientos para hacer algo ante el entorno que lo rodea o desde sus gustos y talentos», afirma ella.
Cada vez que veía morir en el hospital a niños y jóvenes por el conflicto de los barrios, Miriam se inquietaba, cuestionaba, soñaba —sueña— con la manera en que los puede guiar por el camino de la paz. Se dio cuenta desde joven que si había acceso a la educación y a un empleo digno, las personas podrían vivir honestamente, alejadas de las armas y de la delincuencia.
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Es la menor de 13 hijos. Nació en el año 1938 por el ejercicio gratuito de una partera en la vereda La Mermita, en el departamento de Caldas. Su padre murió cuando ella tenía solo 3 meses de nacida, por lo que su madre y sus hermanos tuvieron que empezar a trabajar en el campo y descuidar la parte del estudio.
Sin embargo, por ser la menor, Miriam tuvo la fortuna de jugar y de coger frutas en los árboles mientras sus hermanas cocían ropa o cocinaban.
—Recuerdo lo inteligente que ha sido desde niña. Uno le explicaba cualquier cosa y ella de inmediato la aprendía. Siempre jugaba a que era la profesora y nos enseñaba a todos —comenta su hermana María, quien le lleva seis años de edad.
A los 7 años empezó el primer grado de la primaria en la escuela de niñas de la vereda, donde aprendió a leer y a escribir. La escuela quedaba a más de una hora de distancia de su casa y su mamá no tenía plata para comprarle zapatos, por eso tuvo que abandonarla a los 6 meses.
A la edad de 14 años, su tío Carmelo, sacerdote Jesuita, la llevó al noviciado de «Las Siervas de la Madre de Dios», donde por su corta edad tuvo que ser admitida con autorización del Señor Obispo de Palmira.
—En esa época era un orgullo tener un sacerdote o alguien con un cargo religioso en la familia. Hablando con Carmelo y mis hermanas me convencí de que quería estar allá —explica Miriam.
En sus 7 años como monja continuó leyendo y escribiendo. Y a pesar de que se mantenía encerrada en el convento, las pocas salidas que tuvo para trabajar con personas en situaciones extremas de pobreza le sirvieron para darse cuenta de que había mucho qué hacer por la sociedad.
—No me bastaba con leerles o llevarles comida, sino que me preguntaba qué se podía hacer con ellos, cómo motivarlos a estudiar… Quería que tuvieran oportunidades en la vida. Hablaba con las personas y me golpeaba fuertemente cuando me decían que los niños estaban con un «agua panela» durante todo el día o que no tenían casita, ni ropita. Siempre fui inquieta ante esas problemáticas —comenta.
A sus 21 años sintió la necesidad de trabajar libremente sobre sus ideas de apoyo a las clases menos favorecidas y decidió salirse del convento.
Regresó a su casa llena de ilusiones. Después de dos años conoció a Carlos Bedoya, en la vereda lo vio por primera vez, en una casa de bareque y tapia que permanece intacta con el tiempo. Al finalizar la novena por el alma de un difunto, él se ofreció a llevarla en bestia hasta su casa, con la excusa de que el camino era largo y demasiado oscuro. Un mes después, en enero de 1962, se casaron en Aguadas, Caldas, ese pueblo de faldas empinadas que se pierde entre la niebla.
Al poco tiempo de casarse llegaron a Medellín, buscando oportunidades de trabajo. Consciente de que la vida en la ciudad no era fácil realizó un curso en el SENA que la capacitaba como auxiliar de enfermería; así, más tarde ingresó a trabajar a la Clínica León XIII. En 1972 las directivas le otorgaron la condecoración por compañerismo y lealtad a la institución.
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Hace 35 años se reunieron varias personalidades entre profesionales y líderes comunitarios, motivados por Miriam de Jesús Montoya, para trabajar por un objetivo en común: luchar por una sociedad mejor, más justa, tolerante, porque la vida para los jóvenes que deambulaban por las calles de las comunas de Medellín no era fácil. Querían mostrarles caminos diferentes por medio de actividades lúdicas, charlas y escuelas de fútbol.
Cansada de ver cómo la violencia arrasaba con la vida de jóvenes que no alcanzaban ni siquiera a ser atendidos en urgencias y de mirar a otros a los que echaban de los colegios sin darles más oportunidades, crearon la Asociación Social Popular (ASOP) el 23 de marzo de 1977.
Esas personas que siguieron el llamado de Miriam Montoya fueron el Dr. Héctor Abad Gómez, la señora Cecilia Faciolince de Abad, el Dr. Jorge Fernández Santamaría, el Dr. Gabriel Fernández Jaramillo, Amado Gómez, el Dr. Jairo Uribe Arango, Jaime Sierra García, el señor Hildebrando Granda, entre otros importantes líderes comunitarios.
—Yo me conseguía los contactos con los médicos de la clínica, los llamaba o los visitaba y hablaba con ellos. Todos de inmediato me prestaban atención y se animaban a trabajar conmigo —comenta Miriam.
En sus inicios ASOP contaba con la participación de 11 fundadores, de los cuales sólo cuatro están vivos y solo una está activa dentro de la Asociación: su fundadora y representante legal, Miriam de Jesús Montoya Orozco.
—Aprendí mucho de cada uno de ellos. Yo recibía toda su intelectualidad y ellos escuchaban y apoyaban mis inquietudes. Casi siempre las reuniones las hacíamos en la casa del doctor Abad —expresa.
Es inevitable que a Miriam no se le haga un nudo en la garganta cuando habla de este personaje, un alto defensor de los derechos humanos en Colombia y médico de la Universidad de Antioquia, asesinado el 25 de agosto de 1987.
—En las reuniones siempre nos hablaba de desprendernos de lo material y nos enfatizaba en tener un sentido de lo humano, darle importancia a la persona. Quería que la asociación creciera porque se basaba en rescatar la protección de los niños y los jóvenes, lo que reflejaba una gran calidad humana. Para él lo más importante era el respeto por la vida; sin embargo a él no se la respetaron —dice Miriam en medio del llanto. —Pero aprendí de él que la mayor recompensa es el cambio social que se obtiene con nuestras acciones. Lo considero uno de mis grandes maestros porque me enseñó que el mundo puede vivir en paz con la tranquila y sencilla receta de la tolerancia.
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Había 50 niños, de 5 a 10 años. Estaban organizados en fila, esperando el momento en que ella llegara. Era comienzo de los años ochentas cuando ASOP empezó a desarrollar labores de tipo preventivo a través del deporte y la buena utilización del tiempo libre. En el sector el Pomar, perteneciente al barrio Manrique de Medellín, los niños saludaron en coro: buenos días doña Miriam. Y ella comenzó a llorar de la alegría.
Un líder de la comuna Nororiental la había contactado porque notaba que había mucho talento deportivo en el barrio y querían formar un equipo de fútbol para ocupar a los niños que permanecían solos y en la calle la mayor parte del tiempo.
Miriam salía de su turno como enfermera y se iba para los barrios a hablar con los muchachos y a motivarlos para que formaran una pequeña escuela de fútbol.
Tras varias visitas y entrenamientos de los jóvenes deportistas, se logró llevar un equipo prejuvenil a la liga Antioqueña FEDEFÚTBOL. De este proceso se beneficiaron aproximadamente 25 niños y jóvenes en edad de alto riesgo de caer en la drogadicción o en la delincuencia. Muchos de ellos se dieron cuenta que eran grandes talentos y que el mundo les abría muchas posibilidades.
—Todo esto fue posible por la colaboración de los que componíamos la Asociación y de políticos que nos donaban balones y nos patrocinaban los uniformes de los muchachos. Cada vez que subía al barrio me daban ganas de llorar de la alegría. Siempre había más niños que se unían a jugar. ¡Qué momentos tan lindos! —dice Miriam.
Sin embargo, la violencia del narcotráfico que azotó en esa época fuertemente al país, y en especial a ciudades como Medellín, frenó el proceso que se estaba llevando en el barrio.
En el año de 1982 se trabajó con mujeres cabezas de familia de los diferentes barrios de la ciudad. ASOP instaló un centro de confecciones a terceros en el municipio de Bello donde se vinculaba a estas mujeres y se les brindaban charlas de capacitación sobre cómo educar a sus hijos desde el afecto y desde el entorno social tan complejo que predominaba en el Valle de Aburrá. Debido a las dificultades económicas y falta de recursos propios, se dio un alto a estos procesos en 1986.
En base a las experiencias obtenidas y a su vocación de servicio, Montoya Orozco continuó con su trabajo social, esta vez con una temida banda delincuencial que operaba en Bello y tenía alrededor de 80 integrantes.
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En tiempos donde el diálogo parece ser la última opción para solucionar los conflictos de la sociedad y donde se recurre a la violencia para «contrarrestarla», Miriam Montoya es fiel a su teoría de que la palabra puede devolverles a las personas el sentido de la vida sin necesidad de hacerle daño al otro.
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Gran admiración por la labor desempeñada por tan altruista persona, que ha su vez recibió el apoyo de grandes personalidades de nuestro territorio para ayudar a construir tejido social. No todo en Bello es ha mejorar, hay acciones encabezadas por personas como Doña Miriam que logran engrandecer el Ser Humano.
Felicitaciones a la periodista Y mi gran admiración para doña Miriam. Tuve la oportunidad de conocerla de cerca Y evidenciar la realidad de su corazón. Siempre al servicio de los demás bendiciones Y felicitaciones. que Dios permita llegar muy lejos con su obra.