SERRAT, ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA
Por Ana Cristina Restrepo*
«¿Ana? Te habla Joan Manuel».
Durante más de una semana adopté la actitud de una fanática impenitente: todos los días, a las ocho de la mañana en punto, llamaba al empresario que traería a Joan Manuel Serrat a Medellín, para solicitarle una entrevista con el cantante.
Como suele suceder en estos casos, no me pasó al teléfono. El día de la llegada de Serrat me dejó un mensaje con su secretaria: solo habría una entrevista, y sería para el medio local más influyente, el periódico El Colombiano.
Así funciona el mercado del espectáculo. Un programa radial de una emisora cultural, como el de Página en Blanco, dedicado a una audiencia selectiva y no masiva, no merecía la presencia de un personaje de la talla de Serrat. No tenía ni el público ni la marca comercial.
Recordé con nostalgia la primera vez que entrevisté al músico catalán, quince años atrás, cuando trabajaba como reportera cultural de El Colombiano.
¿Cómo olvidar esa tarde? Cuando pasé a la entrevista, Joan Manuel Serrat estaba alistándose para un ensayo y disponía de media hora para hablar conmigo. En aquellos días, les estaban haciendo mantenimiento a las puertas del Teatro Metropolitano. Mientras conversábamos, alguien tocó afuera. El artista se paró para abrir, pero la bisagra o la cerradura, qué sé yo, se trabó. No abrió.
La entrevista duró más de dos horas. Pasamos la tarde «atrapados» en el camerino.
Al salir, tuve la dicha de disfrutar el ensayo con los músicos de su banda… y el precioso sonido de sus voces en catalán.
* * *
2010. A la mañana siguiente a su llegada a Medellín, y tras la rotunda negativa de una entrevista, recordé que Joan Manuel Serrat solía alojarse siempre en el mismo par de hoteles.
Por simple azar, llamé primero al Intercontinental:
Soy una periodista que va a entrevistar a Joan Manuel Serrat. Acordé con el empresario la hora, pero no estoy segura del lugar. ¿Él está alojado allá?, pregunté, confiada en lograr mi cometido.
«Sí, aquí está», me respondió una voz femenina.
Salí de inmediato para allá, vestida de sudadera. No creía que pudiera conseguir la entrevista allí mismo, pero tenía un plan…
En un pequeño bolso cargué tres cosas: un iPod, una libreta de apuntes y un lápiz. Llegué directo al Spa del hotel, y observé si Serrat estaba en la piscina o desayunando afuera.
Solo vi al encargado de la limpieza de la piscina, agitando las aguas con un cedazo.
Entré al gimnasio y me acerqué a uno de los entrenadores, con quien curioseé entre los aparatos de acondicionamiento físico. Con amabilidad, él me mostró las instalaciones y me sugirió las clases de yoga.
Veinte minutos después, mirando hacia la piscina, le pregunté: ¿Ha visto a Joan Manuel Serrat, el cantante?
«Sí, claro», contestó.
«Imagínese que lo conocí hace unos años —le comenté—. Él me llamó anoche y no me encontró; me gustaría sorprenderlo… pero si me hago anunciar en la recepción dejaría de ser una sorpresa».
Gentilmente, revisó en su computador y me dio el número de la suite. Me indicó que subiera por el ascensor de servicio y me guió hasta allá. Era casi imposible usar los ascensores sin una tarjeta de huésped para acceder a las habitaciones.
Llegué al piso y, al salir, vi la suite a mi izquierda. La puerta estaba entreabierta. Eché un vistazo y me di cuenta de que conducía a otros cuartos laterales y un pasillo al fondo.
Pasé en puntillas.
La puerta del frente, probablemente de la habitación principal, estaba casi cerrada. Apoyé el oído para tratar de escuchar algo. Silencio absoluto. Miré por la ranura de la puerta y solo vi un sillón, con lo que parecía ser una bata y unas pantuflas o zapatos cómodos.
Pensé: Dios mío, si está en el baño y sale desnudo habré perdido esta entrevista para siempre. Arranqué una hoja de mi libreta y escribí: «Joan Manuel: solo quiero hablar con usted de poesía y música para mi programa radial Página en Blanco. Su manager no quiso atender mis llamadas. Mi teléfono es […]. Ojalá sea posible. Gracias, Ana Cristina Restrepo».
A las volandas entré en la habitación. Con los latidos del corazón desbocados, alcancé a sentir el ruido del agua corriendo en la ducha o el lavamanos, y arrojé la nota sobre la cama.
Salí corriendo como una posesa hacia el ascensor.
Me fui del hotel a cumplir con otro compromiso y, sobre el medio día, mientras conducía, sonó mi teléfono celular:
«¿Ana? Te habla Joan Manuel».
Su nombre me supo a yerba: descuidé la cabrilla, las llantas del carro volaron sobre una cuneta y fui a dar sobre un lote de grama, al lado de la calle.
Hola, Joan Manuel, ¡qué gusto!, contesté con fingida naturalidad.
La cita sería cuarenta y cinco minutos después. En el camino, y con la complicidad de un amigo músico, Andrés Posada, conseguí un libro de José Manuel Arango para dárselo de regalo a mi entrevistado.
Serrat no conocía al entrañable poeta antioqueño. Le leí mi poema favorito, «Sonámbulos». Él lo releyó en voz baja (y sucedió lo imposible: ¡el poema me sonó aún más bello!).
Esa noche, Joan Manuel Serrat presentaría Hijo de la luz y de la sombra, un concierto para celebrar el centenario del nacimiento del gran Miguel Hernández, el poeta de Orihuela, quien murió en las cárceles del franquismo, en Alicante, a la edad de 31 años.
* * *
—¿Cuál es el recuerdo más remoto de la poesía en su vida?
—Las páginas que aparecían en los dietarios, en los calendarios de pared. Detrás salía una receta de cocina o un proverbio o un poema de Carolina Colorado: ese debió ser el primer contacto mío con la poesía. No fue muy selectivo pero, en fin, era muy interesante.
—¿Dónde lo pegaban en su casa?
—No, yo no tenía… Yo iba a casa de los vecinos y arrancaba la hoja porque en mi casa no había para gastos suntuosos, teníamos otra disposición económica. Los vecinos que no tenían hijos me permitían a mí asomarme a algo tan fantástico como lo es arrancar cada día la hoja del calendario sin advertir la barbaridad que estaba cometiendo.
—Y ¿cuándo descubre que usted se quiere dedicar a algo parecido a eso?
—No sé, lo primero que recuerdo haber escrito es tan espantoso… muy malo.
—¿De cuántos años? (Serrat ríe y se sonroja).
—¡Ya me afeitaba! Lo que ocurre realmente es que yo no soy un escritor de poesía. Yo lo que hago son canciones, que es otra cosa. Es otra técnica, más artesanal —sin pretender ser peyorativo—. Es algo en lo cual pesa más la persistencia. ¿No? Es amar la búsqueda del ajuste de las palabras para que se acomoden a una canción, a un formato, a una serie de cosas. El poeta no tiene esas obligaciones. Hoy en día los poetas escriben con una libertad de forma, no les reclaman ningún rigor estructural. Hay otros rigores, pero el estructural no.
—En el proceso de musicalizar poemas (Miguel Hernández, Antonio Machado), ¿por qué eligió a Hernández, aparte del aniversario?
—No hay tal «aparte». El proceso de Hijo de la Luz y de la Sombra, que estamos presentando aquí en Medellín, es el resultado de una serie de cosas que ocurrieron: es un espectáculo absolutamente monográfico en el cual el poeta tiene toda la voz y la presencia. Mi proyecto inicial pasaba por reservar, dentro de lo que iba ser el concierto del año 2010 —y le estoy hablando de dos o tres años, cuando uno prepara con tiempo lo que va a hacer—, un rincón para Miguel Hernández, conmemorando y celebrando el centenario de su nacimiento. No se iba a entender un concierto mío en el que no estuviera presente un poeta como Hernández, con el que he mantenido una relación tan íntima y tan estrecha. Y entonces yo quise escribir un par de canciones nuevas, con poemas de él, para unirlas a un puñado de las más veteranas, de las que aparecieron en el trabajo del año 72 y luego con ellas crear este rincón. Lo que ocurrió es que me puse a trabajar y me encelé, me puse a bucear en la poesía de Miguel Hernández, a engolosinarme con todo aquello y fueron saliendo cosas y cosas, y en lugar de dejarlo, persistí. Y la perseverancia me llevó a ver que había allí un trabajo nuevo, digamos una segunda entrega. Y entonces cuando noté esto, vi no solo la posibilidad de otro nuevo disco sino la posibilidad de un espectáculo monográfico de Hernández. Y le dediqué mucho tiempo y mucho esfuerzo a este proyecto que tuvo algunas dificultades, más de las previstas, pero que finalmente terminó siendo un espectáculo en el que, además, incorporé a realizadores cinematográficos para que pusieran imágenes en cada una de las canciones. Es decir, el proyecto se fue multiplicando y al final terminó en una cosa extraordinaria, que no tenía nada qué ver con lo que en un principio pensé. Por eso, cuando usted me pregunta ¿por qué Hernández y no otros?… Yo qué sé; no soy excluyente; Hernández no es el único poeta que amo, ni mucho menos, pero tampoco mi oficio es dedicarme a una competencia entre poetas para ver si musicalizo a uno u otro.
—Mi inquietud se orienta a profundizar en esa afinidad especial que usted tiene con el poeta de Orihuela…
—Hernández genera una gran simpatía en cualquiera. Mire que Hernández es un poeta sumamente desafortunado, y los infortunios provocan simpatía. Es un poeta muy musical, lo cual, si uno pretende hacer canciones, es importante.
—En este espectáculo, al ponerle imágenes a la poesía, ¿cuál fue su participación?
—Me es imposible estar en un proyecto y desprenderme de las responsabilidades; por tanto, todos los que colaboran conmigo se exponen siempre a tener a un pesado cerca. Lo que ocurre es que estoy perfectamente consciente, también, del talento de los demás y creo que es mejor siempre plantear cómo ves las cosas y dejar que los demás las desarrollen según como ellos las entienden, siempre y cuando tú tengas confianza en su talento, evidentemente. En este trabajo visual, el talento de todos los realizadores está muy a las claras y muy contrastado.
—De la obra completa de Miguel Hernández, ¿cuál es la que usted considera más representativa de su vida y la que a usted más le gusta?
—De la vida, no sé; del universo de Miguel Hernández yo diría, sin duda alguna, que Hijo de la Luz y de la Sombra: su conjunto es un tríptico muy representativo de la poesía de Hernández. No es lo más popular pero sí, seguramente, lo más representativo a mi modo de ver.
—¿Cómo es el proceso de creación de la música para un poema? ¿Prima el eco del poeta (lo que usted piensa que le hubiera gustado a Miguel Hernández) o lo que le gusta a Joan Manuel Serrat?
—Yo, en cuanto músico, prescindo absolutamente del individuo porque yo no busco ponerle música a un poeta sino hacer buenas canciones. El poeta aporta la letra y yo la música, y con esto trato de hacer buenas canciones. Si luego se produce un fenómeno de simpatía con el poeta de parte de quien escucha las canciones y eso le ayuda a buscar el libro, que es donde realmente está el poeta, pues entonces fantástico. Pero lo que yo quiero es hacer buenas canciones y escojo textos que a mi modo de ver pueden dar origen a buenas canciones, sin importarme que sean los más representativos o no del poeta. Me importa solamente el resultado de una canción, que es lo que yo hago: hacer canciones.
—Hay muchos elementos en la poesía de Hernández de carácter simbólico. ¿Usted cree que la música ayuda a hacer más claros esos símbolos que habitan el poema?
—No creo que la música ayude en este sentido. La música solo puede ayudar a hacer cantable (y de una manera muy subjetiva) un poema. Pero no más allá. El universo de Miguel Hernández es, además, muy personal; es decir, Hernández es un poeta tan interesante porque tiene un universo propio nada común al de todos los demás poetas. Por lo general, los poetas tienen universos robados. Solamente los absolutamente grandiosos e intransferibles, los que no necesariamente juntan palabras y hacen frases bellas, sino que van más allá: estos poetas tienen universos propios. Y Hernández es uno de los que posee un universo más contundentemente propio.
—Entre los poetas colombianos, ¿hay alguno para usted con un universo propio y al que tal vez le gustaría cantar alguna vez?
—Le repito que no quiero entrar en una competencia, ni la provoco; creo que hay muchos poetas y muy cantables. Me gusta, siento un gran cariño por Carranza, por el padre [Eduardo] y por la hija [Mercedes]. [José Asunción] Silva me gusta mucho también. León de Greiff me parece un poeta extraordinario. Y al que le tengo un gran amor es a [Raúl Gómez] Jattin. [Luis Carlos] El Tuerto López es otro gran poeta, muy musical, en fin…
—¿Cómo es Joan Manuel Serrat el día antes de salir a un concierto?
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