TRAS BAMBALINAS
Por Pedro Madrid Urrea*
La luz cae suavemente, iluminando discretamente el espacio que ha recibido por años a un grupo de frenéticos, magníficos y extraños seres que deleitan a un público ansioso. Ahora no hay público, no hay disfraces ni maquillaje, y aquellos seres frenéticos permanecen en una pasividad y tranquilidad bastante notorias.
Hay siete mesas ubicadas en círculos que están cubiertas con papeles, cajetillas de cigarrillos, un computador y la obra de uno de los más grandes poetas del siglo XX, apiladas una encima de la otra. Mientras la manecilla del reloj se acerca a marcar el cuatro, cada actor toma su lugar, organiza el material de trabajo y se prepara para iniciar las actividades del día. Los ánimos están por las nubes, según se puede notar en sus expresiones. Las bromas y los chistes sirven como preámbulo para un trabajo complejo que requiere de gran concentración. El organizador de este ejército creativo es Luigi, quien prepara los ánimos cantando en su lengua nativa —italiano— como si fuese un gran operático. Todos ríen y hacen de las suyas para prolongar, así sea por unos minutos más, ese momento de ocio tan necesario a la hora de la creación artística.
—Hoy vamos a hablar un poquito… Dos horas —Luigi da inicio a la sesión con un comentario que causa risas, pero también sorpresa, ya que todos conocen lo que se avecina: entender la complejidad de Pound.
Comienza todo. John Fernando da inicio a los primeros párrafos, atendiendo a las objeciones y direcciones de Luigi, quien no duda en detenerlo cada vez que no se siente conforme con lo realizado. Más dramatismo, más fuerza en cada palabra y el entender que todas, aunque funcionan como un conjunto, son independientes y hay que tratarlas como tal.
—De tal modo que las vides reventaron entre mis dedos… —Lee por segunda vez John, y mientras mira a Luigi, trata de entender lo que él busca con su interpretación. El director le da vía libre para continuar, entendiendo ahora que en la fuerza de su voz está el éxito de cada idea, de cada palabra y de cada situación plasmada en el texto.
Luigi hace pausar la actividad y se adentra en un camino de divagación entre la historia, el arte y la filosofía. Su conocimiento sirve como puente para que cada uno de los que allí se encuentran, traten de entender las complejas líneas escritas por Ezra Pound, líneas llenas de referencias a personajes, momentos y lugares lejanos y antiguos: Perséfone, Zeus, Nerea… Representantes del mundo mítico de la Grecia antigua, que vuelven a la vida en este lugar, y se traen a colación durante la lectura de cada línea.
Luigi se siente a gusto. Y pese a que su fumar compulsivo lo pone inquieto, es capaz de conservar la mesura a la hora de escuchar lo que sus dirigidos tienen para decir. A veces baja la tensión con un chiste, o con un comentario salido de tono, pero así como puede divagar, retoma con la misma velocidad el hilo conductor del trabajo que se realiza. Es comprensible, es el director.
La casa de la Calle 47 permanece algo inhabitada. No hay personas impacientes haciendo fila, no hay nadie esperando a que abran los portones para disfrutar de un espectáculo único e irrepetible. No. La vieja casona permanece silenciosa, pasiva, misteriosa no solo por lo que allí ha ocurrido durante tanto tiempo, sino por su estética antigua, provincial, que nos recuerdan los cimientos y orígenes de la ciudad que habitamos. Caminar por los pasillos silenciosos, abrir los grandes y rechinantes portones de madera y parar para observar detenidamente cada cosa que compone la decoración del lugar, sugieren los referentes cuasi ideológicos y los cimientos filosóficos que no dejan morir ese espacio.
Aquellas once personas aún permanecen sentadas. Muchos silenciosos con su mirada fija en el texto y otros, sencillamente, observando a quienes tienen la palabra y quienes con su voz perturban la calma que yace en la casa.
—Troncos-de mármol-de los palazzi-en la quietud… —Diego lee en un tono enigmático, acentuando cada palabra y usado sus manos para reafirmar la intención de su lectura. Luigi lo para, le hace entender a él y a todos que debe existir una parsimonia al leer, una lentitud deliberada para resaltar los componentes de los párrafos, y así disfrutar cada palabra entendiendo que entre artículos, verbos y adjetivos se encuentra el sentido de lo escrito. Es tratar de descifrar la interpretación por medio de las pausas entre palabras.
Continúa la lectura. Diego sigue imprimiéndole su toque personal a las letras del texto, mientras todos siguen lo que él hace. Toman nota, prenden un nuevo cigarrillo, beben un sorbo de agua y clavan su mirada en la mesa, entre sus libretas de anotaciones y el fragmento del canto XVII que poco a poco va
encontrando la forma y el sentido que todos buscan.
El usual director de esta orquesta de humanos locos, Cristóbal, permanece callado, silencioso, pasivo y económico en sus palabras, pero activo en sus expresiones, observando cada lectura, cada comentario y cada expresión de sus compañeros, quienes le han ayudado a preservar ese sueño que empezó hace más de tres décadas. En ocasiones hace algunos apuntes, interrumpe y opina, pero en este momento su labor es la de un observador paciente y concentrado, quien desde afuera ve la evolución de un trabajo en el que poco interviene, pero que mucho tiene que ver.
Todos pasan la hoja y la lectura se torna de otro color. Ahora no es solo una idea de jardín, sino que el Sylva Nympharum —el busque de las ninfas— es uno de los protagonistas de esta nueva página. Ellos no pueden tomar las cosas a la ligera, ni leer por leer, pero sí tienen que tomarse todo con la calma del artesano y lograr que la magia plasmada en el papel logre trascender a las tablas, al escenario, y como siempre, al público que es en últimas el juez definitivo.
Ahora todo es más mítico. No son solo las ninfas y sus bosques, sino sus coros, los faunos, Memnón —el rey etíope en la mitología griega— y las descripciones de aguas claras, como referentes del inmenso Mediterráneo, del gran integrador de las culturas en la antigüedad.
—Y la gruta salblanca y fulgidapúrpura, fresca, lisa pórfido… —La tarde sigue avanzando y la mesa de lectura continúa reunida, todos saboreando las palabras y dibujando las referencias mitológicas y antiguas en la cabeza, como sirviendo de teletransportador hacia otros momentos y latitudes. Luigi vuelve y pausa a quien lee, y pide a Juan David —ubicado a su siniestra— que use las herramientas tecnológicas para resolver las dudas que aparecen a cada momento, o incluso, para ilustrar el punto que él trata de explicar: los «camini interrumpti», la caída del Imperio Romano de Oriente y Occidente, o el Parco dei Mostri, que por su inmensidad y su misterio hace que todos se reúnan alrededor de Juan David para presenciar las imágenes, algo increíbles, de ese Parque de Monstruos ubicado en la lejana Bomarzo en la región italiana de Lazio.
El reloj comienza a marcar el final de la tarde. Ni el sol ni el cielo hacen parte de ese espacio, por lo que les llega a todos de sorpresa el saber que en un par de horas todo cambiará. Deben terminar la sesión de lectura, deben complementar sus libretas de anotaciones con información útil para que la interpretación sea más eficiente, más impresionante y más cautivadora… Pero sobre todo, deben pararse de allí, despejarlo todo y comenzar con los preparativos de la próxima función que se avecina.
Al terminar la lectura, y ver que el reloj les sigue recordando lo poco que tienen para prepararse, deciden mancomunadamente dar por terminada la sesión. Remueven las sillas y las mesas del oscuro escenario. Recogen los ceniceros que evidencian la cantidad de cigarrillos consumidos en esas horas de trabajo. Una tras otra bajan sillas que luego ubican en las graderías, y que organizadas en forma de filas, serán ocupadas por espectadores ansiosos en muy poco tiempo.
—¿Está sonando el parlante de la derecha? —pregunta el encargado del sonido, tratando de tener su trabajo listo y no recibir sorpresas.
Cristóbal, quien durante todo el día había permanecido pasivo y en silencio parcial, se ubica en la cabina de mando general, que puesta al extremo derecho de las gradas, posee la visión preferencial de todo y de todos. Da unas pequeñas instrucciones y dice que es su último día en la cabina de luces, puesto que el compañero que está sentado en el mando es quien continuará desempeñando esa labor.
Luego de dejar las tablas vacías, los protagonistas del siguiente cuento escénico inician su transformación estética, desde el lugar oculto que adornado con sus lacas, sus filas interminables de maquillaje y vestuario, y con la compañía de afiches, peluches, libros y muñecos, se convierte en la primera estación de la creación mágica teatral.
—«Seguite, mucho gusto. Patricia Simón».
—«…que trabajaba en una firma de arquitectos y que mi tesis de arquitectura era laureada en la universidad…»
Los protagonistas de la obra que se avecina repiten una y otra vez algunas de sus líneas, mientras caminan como almas en pena moviendo sus cuerpos para activar las energías. Siguen recitando algunos diálogos, juegan entre ellos, o simplemente se acuestan para realizar ejercicios de respiración que brindará el sosiego necesario previo a la conflagración artística. El maquillaje, las pelucas, los vestuarios y los movimientos son el preludio para el momento de la verdad, el momento en que el silencio y la oscuridad den inicio al espectáculo que, desde hace más de una década, se ha convertido en una insignia de todos allí, de la casona vieja ubicada en la calle 47, en medio del bullicio tormentoso del centro de la ciudad.
Todo está listo y todos están preparados. Un segundo timbre presionado desde la oscuridad clandestina le da la señal a todos los ansiosos espectadores, que caminan por el Callejón de las Ramírez, mientras observan las máximas de quienes resultan ser los referentes del lugar, transitando en fila india hacia la oscuridad, hacia el silencio. Toman asiento y esperan pacientemente. Generan un cuchicheo al hablar que es interrumpido por un audio que retumba la sala y da inicio al espectáculo teatral, a la celebración que reafirma la inmortalidad del escritor a través de su pluma, de la inmortalidad del enemigo de Macondo que nos sigue sorprendiendo, no solo por su prematura muerte, sino por el legado magistral presente en sus textos.
Las risas y los silencios de aquellos ojos curiosos contrastan con una muestra de arte interpretativa que nos envía a la Sultana de los setenta, a la ciudad de ¡Qué viva la música!, a la salsera del pacífico.
Pasaron más de una hora y media de risas, de momentos trágicos y de tensión, de reminiscencias y recuerdos. Mientras el escenario sostenía un féretro y una cuna, y mientras las luces anunciaban el final de Los Diplomas, fue el estruendoso homenaje a la calidad artística, brindado por los espectadores, el que le dio el punto final a la noche. Una ovación prolongada, que reflejaba caras alegres y conformes, y el agradecimiento de los partícipes en escena como una positiva retaliación a lo hecho previamente por los asistentes, cerró con broche de oro la jornada.
Lentamente se desocupaban las sillas de la gradería, y de nuevo la fila india transitando por el Callejón, hasta el momento en que todo retornaba a la normalidad, a la silenciosa calma que había acompañado al lugar por muchas horas. Felicitaciones mutuas, remoción de centímetros de pintura facial, y de nuevo retomar las identidades… Ahora Diego es Diego, no el inquisidor español que dirigía los destinos del colegio; John Fernando volvía a ser el mismo y no el tajante militar que instruía sobre matemáticas. Ahora todos volvían a ser hombres, mujeres y ciudadanos normales, que se alejaban uno por uno del escondite donde las reglas del género se rompen fácilmente, y donde la identidad sexual se pone en consideración en pro de la función.
Al día siguiente de actividades, todo funcionaba de la misma manera: los cigarrillos en la mesa, las bebidas, los textos y los libros de Pound apilados como edificios, las bromas en italiano de Luigi y el humo que bailaba por todo el lugar, que ahora es abierto, iluminado, adornado con obras de arte y afiches, y que además, es vigilado por las figuras en madera de Poe y de González Ochoa.
—Reglas… Siempre conectar partículas con adjetivo, sustantivo o verbo; siempre todo aislado: sujeto-verbo-complemento; respetar la línea —Luigi daba las pautas a seguir en este nuevo día de lectura, como puntos de partida para lo que se debe y no se debe hacer. De nuevo las pausas, la repetición de las frases, la modificación de ciertos términos en aras de la musicalidad del texto, y en síntesis, que cada uno de los presentes logre interiorizar los fragmentos del texto que deben interpretar.
Los párrafos escritos, las risas, las preguntas y los referentes externos, y todo vuelve a ser como antes. Tras bambalinas y cuando la función termina, ellos vuelven y se sientan a desglosar su siguiente trabajo, allí, en la grande y vieja casona de la calle 47… La vecina solitaria y culta que ha permanecido impoluta en medio del ruido caótico y de las almas en pena que deambulan por sus alrededores.
*Esta es una crónica realizada sobre el grupo teatral “Matacandelas” de la ciudad de Medellín.
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* Pedro Madrid Urrea es un escribidor con licencia para enseñar y varias novelas sin publicar.