Periodismo Cronopio

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Camaleon

UN CAMALEÓN A LO LEGAL

Por Carlos Cortés Martínez*

En las calles bogotanas, encontramos a uno de los siete millones de colombianos que, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, viven de la informalidad. George Ricardo, o el Camaleón, como hemos decidido llamarlo, se gana la vida a punta del rebusque diario.

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Un hombre humilde, bien presentado, y con cara de perdido está parado en frente al puente de la Calle 45 con Carrera 30 en Bogotá. Mira para todo lado, se acerca temerosamente a una pareja y pregunta, en tono mexicano: «Ustedes disculpen, ¿me falta mucho para llegar a la Universidad de los Andes?»

El muchacho se ríe. Saca la billetera, escarba, busca el billete con la cara de Jorge Eliécer Gaitán. Mientras lo hace, le dice al supuesto mexicano que la Universidad de los Andes queda hacia los cerros. Señala entonces esas dos montañas ubicadas en la parte oriental. El supuesto extranjero recibe la plata y con una sonrisa da las gracias. Ahora camina hacia el norte de la ciudad. Para él, la pareja se convirtió en un par de clientes más. Para los novios, un experto del disfraz, con convicción, los acabó de timar.

A veces, se hace pasar por mexicano. El órale, el mande usted y el pues, son expresiones que desde hace dos años usa a diario. Otras veces se disfraza de peruano; pero en sus palabras, la malicia indígena de su verdadero país es fácil de reconocer: «Así es como me levanto la rama. Los colombianos por las buenas somos una machera, pero por las malas somos unos desgraciados», afirma mientras describe su trabajo.
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Fotografía tomada por Carlos Cortés Martínez con su teléfono celular

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Hay que decir que su representación es impecable: suda, unos pasos antes se ha rociado agua y ahora su respiración es agitada. Miente, sí sabe leer español. Pero el engaño le sirve para cambiar sus maltrechas gafas de pasta por unas doradas que, según él, enfocan mejor las palabras. Y su vestido de corbata lo acompaña con un Blackberry. Pura fachada. Del aparato, sólo tiene la carcasa.

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El frasquito rociador se lo regalaron en una peluquería, las gafas le sirven a cualquiera, el celular es sólo una cáscara y el reloj se lo encontró tirado sobre una acera. «¡Pero ese sí sirve!», sostiene entre carcajadas.

El camaleón en escena es una persona seria. Su pelo negro y sus ojos oscuros le dan un toque de elegancia. Pero los dientes lo delatan: en la parte inferior, faltan algunos. Los que sobreviven en su raíz son opacos, y el resto parecen teñidos por un amarillo quemado. Fuera del escenario, los exhibe sin pena, casi con orgullo. Mientras lo miro, pienso que ellos descubren la cara oculta y amable del personaje que se esconde detrás de su acto.
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Su capacidad para sacar provecho de las peores desgracias es admirable. Dice que la primera vez que se le ocurrió «el retaque» palabra con la que describe su trabajo estaba esperando el bus. No tenía completo lo del pasaje. Se llenó de valor, paró el ejecutivo y le pidió al conductor que lo llevara. Dice que el hombre le tiró las monedas por la cara y que entonces las personas del paradero empezaron a darle plata.

Propios y extraños han sido víctimas de su teatro. Cuenta que cerca al aeropuerto encontró su mejor cliente: un verdadero extranjero. Todo estaba fríamente calculado: con una Minora había roto uno de los bolsillos del portafolio y le dijo que era un recién llegado, que lo habían robado, que no tenía ni billetera, ni dólares, ni pasaporte. Entretanto, no paraba de mirar su maletín, aterrado. «Yo monté toda la hazaña y le eché el cuento completo. El man me dio como ciento sesenta mil pesos. Cogí el primer taxi y los que se pisan. En una vuelta, me hice casi lo del trabajo de tres días».

¿Y quién no le va a creer a un señor de más de cincuenta años? ¿quién va a pensar que este hombre vestido de paño y bien peinado es un maestro del engaño? ¿quién va a ser tan mala persona para negarle unos centavos?

Así como su nacionalidad, su nombre también se camufla. A veces se llama Richard. Otras, se hace llamar Jorge. Seguro que si hubiera hecho evidente su contradicción, habría dicho que entre amigos le dicen George Ricardo.

Cuenta que una vez alguien lo reconoció; seguramente se sintió engañado y le mandó a la policía. «El mono sí se me hacía familiar…», reconoce con una pizca de descaro. Dice que lo subieron a la patrulla y lo llevaron a la estación. Que lo requisaron, que estaba limpio; que lo único que había raro era un cortauñas. «Eso sí, ¡hay que andar bien presentado!» Cuenta que le dijo al oficial la verdad, «que así me levanto la liguita: buscando, retacando, pero a lo bien, a lo legal». Asegura, que no le levantaron ningún cargo.

Su oficio, según él, no tiene nada de malo. Afirma que es cristiano. Entonces, asume la actitud de un actor a punto de ejecutar su mejor acto. Saca pecho, mira para el frente y cita de memoria el evangelio según San Mateo: «Capítulo séptimo, versículo siete y ocho: Pidan y Dios les dará; busquen y encontrarán; llamen a la puerta y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra…». Sostiene que no le roba nada a nadie y que los pesos que le ofrecen, se los dan por pura voluntad. Enfatiza que todo lo hace «a lo legal». Sentado en las butacas, perplejo ante una escena que contiene la complejidad del sarcasmo y la simpleza de la realidad, el público no sabe cómo reaccionar.
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Su escenario es la calle: de la cuarenta y cinco hasta la cien; entre la Carrera Séptima y la Avenida Treinta. A los buses, no se sube. No vaya a ser que se encuentre a un amigo o familiar. «Mis hijos y mi madre están sanos. Mi señora sí sabe. Yo le he dicho que ‘retaque’, pero ella no es capaz».

Se pone de pie, me da la mano y se va. Quisiera volverlo ver, invitarle otro café, saber cómo le va. Me gustaría escuchar las mil y una historias más que la necesidad lo ha llevado a inventar, para que su cabeza no figure en las estadísticas como un desempleado más.
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* Carlos Cortés Martínez tiene experiencia en periodismo escrito, radial y televisivo. Obtuvo su diploma como periodista de la Universidad Javeriana de Bogotá y actualmente cursa tercer semestre de maestría en literatura, en la Universidad de Missouri-Columbia. Ha trabajado en diferentes universidades en Colombia como profesor de escritura y lectura, y actualmente se desempeña como instructor de español como segunda lengua. Ha participado como jurado del Concurso Nacional de Cuento de RCN -Ministerio de Educación, así como en varios concursos de ensayos a nivel universitario. Tiene un rango muy variado de intereses, entre los que se destaca la música, el cine, la escritura, la lectura, los deportes, la política y, particularmente, las crónicas periodísticas.

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