Periodismo Cronopio

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Que esta noche no me esperen en la casa

QUE ESTA NOCHE NO ME ESPEREN EN LA CASA

Por Laura Galindo M.*

En la sala de espera olía a pan. A pan caliente, del barato, del que venden en las panaderías de las esquinas. Nunca supe con exactitud de dónde venía el olor, en la única cafetería que vi al entrar venden lattes, expressos y chais en leche de almendras. No venden el pan que se moja en el chocolate.

8:15am

Es fácil reconocer a quienes vamos para cirugía. Los lunes en el Hospital San Ignacio siempre opera ortopedia así que las muletas, yesos, bastones y caminadores delatan a los pacientes. Todos llegamos temprano, todos sin desayunar, todos con un acompañante, y todos con cara de resignación.

A mi lado está don Jesús, es obrero de construcción hace más de 25 años y un ladrillo le fracturó el dedo índice de la mano izquierda. El día del accidente lo atendieron de urgencias en el puesto de salud de Madrid Cundinamarca, lo entablillaron y lo mandaron con una bolsa de Ibuprofenos y los huesos rotos a esperar por un especialista. De eso hace ya tres meses. Entre citas, exámenes, filas en el Sisbén, remisiones y más filas, el dedo de don Jesús comenzó a curarse solo, los huesos se pegaron como pudieron haciendo más mal que bien, y el cirujano va a refracturárselo para poderlo arreglar.

Por la puerta de vaivén que separa enfermos ansiosos de enfermos sedados, sale una mujer de bata corta, rosada y con bolsillos al frente como la de mi profesora de kinder. Habla fuerte, con voz colocada y potente. Tal vez podría haber sido cantante, pero no, es enfermera.

—El proceso es muy sencillo. Una vez el paciente ingrese a cirugía, solo se permitirán visitas cuando esté en recuperación. Les estoy entregando un formato que deben diligenciar, al respaldo hay unas indicaciones. Léanlas con cuidado. Quienes tienen cirugía programada para después de las 4:00 p.m. Seguramente pasarán la noche aquí, así que avisen para que no los esperen en la casa. ¿Alguna pregunta?

La esposa de don Jesús quiere saber si puede hablar con el médico. Alguien pregunta cuánto dura la cirugía y la voz de la enfermera se pierde entre murmullos que se superponen unos con otros. Recibo el formato y leo: «dibuje una X sobre la extremidad en la que le será practicada la intervención». Obedezco. La hago grande y la retiño varias veces. Me aterra que el cirujano se confunda.
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10: 35am

El olor a pan ha vuelto. A pan caliente y esponjoso, del que empapa la bolsa cuando hace mucho frío y se aplasta cuando se muerde. Han pasado más de dos horas y por la puerta de vaivén sólo han entrado dos personas, un cojo con un bastón y una mujer en silla de ruedas.

Desde Ibagué, llegó el ingeniero más solo del mundo. Viene por un trasplante de cadera y su única compañía es la empleada de su casa, a quien tuvo que pagarle horas extras y viáticos de viaje. En una esquina, sentado en el piso, hay un muchacho con el computador sobre las rodillas y un brazo en cabestrillo, la pantalla no me deja ver bien, pero sospecho que me gusta un poco.

La empleada del ingeniero se llama Emilce, nunca había salido de Ibagué y se va a quedar donde una comadre que vive hacia el sur mientras el ingeniero está en el hospital. La comadre le dijo que cogiera Transmilenio y que, al llegar a la estación, caminara hasta el semáforo, girara a la derecha dos cuadras y la izquierda otras dos, que ahí, al lado de la remontadora de zapatos, era la casa. Emilce repite las instrucciones como quien repite las tablas de multiplicar, pero no se acuerda cuál estación, cuál semáforo ni cuál remontadora de zapatos.

12:50pm

Ya no huele a pan, huele a almuerzo, a algo cocido, pastoso, sepia. A esas comidas que se hacen todas en la misma olla y se sirven en comedores para más de cincuenta personas.

Hay huesos que se curan solos y hay huesos desagradecidos que se mueven al romperse y necesitan que un cirujano los fije, los clave y los atornille como a los muebles desechables que compramos los solteros. Hay otros aún peores, que no contentos con eso, deciden hacerse pedacitos, como esos rompecabezas de mil piezas que se arman en navidad. Se llaman fracturas conminuta. Tengo dos.

«Reducción abierta de epífisis separada de tibia y peroné con fijación interna, placa y tornillos de osteosíntesis». Está escrito por toda mi historia clínica. Son palabras de médicos para hablar de que tengo un tobillo roto y me lo van a arreglar con el inventario completo de una ferretería.
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2:10pm

No huele a nada. Está todo tan limpio y tan desinfectado, tan pulcro, que no tiene olor. Es un sin olor permanente, que se inhala y llega hasta los pulmones. Ya no huele a pan, pero por lo menos, ya no huele a almuerzo.

—Se quita los lentes, los aretes y cualquier otra joya que tenga —dice la enfermera al tiempo que me alcanza una bata azul.

—¿Los piercings también?

—Sí, todos.

Tengo cuatro y están en las orejas. En realidad no soy mujer de tatuajes ni extravagancias, pero tal vez por algún tipo de compensación tardía, he decidido hacerme una pequeña concesión. No sé como se sueltan, sé que tienen dos esferas que cierran las puntas, pero no se si debo girarlas, halarlas o torcerlas. El ingeniero y don Jesús cruzaron la puerta de vaivén conmigo, los dos presumen ya la bata azul y una «X» dibujada con marcador.

—¿Laura? Mucho gusto, soy tu cirujana residente. El reporte de anestesiología dice que vas a tener anestesia general, voy a pedir que te pongan una por bloqueo de nervio periférico también, para que estés más tranquila. Dura doce horas.

Una pelirroja despampanante me estira la mano. Usa gafas, combinadas intencionalmente con el pelo, uniforme gris y tenis verdes. No puedo evitar sentir lástima por mi ego femenino, que embutido en una bata enorme que me hace ver aún más pálida, sin gafas, sin aretes y con el pelo a duras pena limpio, sobrevive por pura costumbre.

¡Click!, algo traquea en mi piercing y logro sacarlo, lo junto con los otros tres y pido que se los entreguen a mi mamá.

—Estoy lista —le anuncio a la enfermera y arrastrando las muletas, camino hacia el quirófano.

4:35pm

Huele a algo. A algo médico, quirúrgico. A algo frío que me llega a la garganta con cada respiración y que parece tragarse a su paso todo lo que hay entre la nariz y el estómago.

«Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre», decía Adriano es sus memorias. Nunca lo leí completo, me llegó en un mal momento y no pasé de las primeras páginas, sin embargo, hoy me siento como Adriano. Como un Adriano sin gafas, vulnerable y ciego que entrecierra los ojos intentando enfocar las siluetas de su alrededor.
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—Laura, vas a sentir un punzón en el brazo y la enfermera va a contar de diez a uno. ¿Estas nerviosa?

—No —miento.

(Diez…)

— Eres pianista. A mi me gusta la música.

— A mi no tanto.

(Nueve…)

Sevorane, creo que así se llama el gas que estoy inhalando. Alguna vez escuché a mi amiga la cardióloga decir que luego de un día entero en el quirófano era muy fácil salir drogado por el Sevorane.

(Ocho…)

—Bueno, ¿y qué diferencia hay entre Beethoven y Mozart?

(Siete…)

—Uno era un genio y el otro un tipo que trabajaba muy duro y se quedó sordo.

(Seis…)

—Eso es mejor, ¿no? Los genios no tienen tan buenas historias para contar.

(Cinco…)

El olor a pan de la sala de espera parece haber vuelto. Huele a pan caliente. Al pan de las onces de cinco de la tarde que se toman en mi casa.

(Cuatro…)

—Sé lo que haces, me distraes mientras me quedo dormida. Dije que no estoy nerviosa.

(Tres…)

—¿Y eso es malo?

(Dos…)

—No, pero debe ser muy aburrido tener que hacer lo mismo con pacientes que no tienen nada que contar. Hoy tuviste suerte, yo soy muy interesante.

(Uno…)
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* Laura Galindo Morales es pianista bogotana de la, graduada de la Pontificia Universidad Javeriana, Periodista de la Universidad de los Andes. Radicada en Medellín. En el año 2008 fue seleccionada por la Pontificia Universidad Javeriana como ganadora del concurso Jóvenes Músicos Javerianos en modalidad solista y en el año 2010 en modalidad de grupo de cámara con un formato de piano y voz. Se ha presentado en diferentes salas de concierto entre las que se destacan la sala Teresa Cuervo Borda del Museo Nacional, el auditorio Pablo VI de la Universidad Javeriana, la sala Otto de Greiff, la sala de conciertos de la Biblioteca Nacional, el auditorio Fundadores de la universidad Eafit y la Cámara de Comercio, estos dos últimos en Medellín. Entre los años 2008 y 2011 se desempeñó como docente en la universidad Javeriana y durante el año 2012 lo hizo en la universidad EAFIT de Medellín. Actualmente forma parte del grupo de investigación perteneciente a la línea de interpretación en la misma universidad y ejerce como investigadora junior. Desde el año 2012 y bajo el nombre de Laura Galindo M. escribe el blog «El que se queja sus males aleja» para la casa Editorial El Tiempo, tratando temas actuales y cotidianos con un dejo de sarcasmo y humor. Twitter: @LauraGalindoM

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