MIXIDAD: DIÁLOGO CON ISAAC GOLDEMBERG
Por Leonardo Senkman*
Isaac Goldemberg es escritor peruano-americano. Ha publicado cuatro novelas, dos libros de relatos, trece de poesía y tres obras de teatro. Su obra gira en torno a la identidad judía y el antisemitismo. En 2001 su novela La vida a plazos de don Jacobo Lerner fue seleccionada por el Yiddish Book Center de Estados Unidos como una de las 100 obras más importantes de la literatura judía mundial de los últimos 150 años. De esta novela Mario Vargas Llosa ha dicho que «coloca a Isaac Goldemberg como uno de los más altos exponentes de la nueva narrativa latinoamericana». Más información al final de esta entrevista.
A continuación presentamos un diálogo entre el escritor Isaac Goldemberg y el profesor Leonardo Senkman.
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Leonardo Senkman: ¿Hasta qué punto sientes que en la identidad de tu vida y obra la religion judía y la católica han tenido espacio?
Isaac Goldemberg: Por el orden de aparición de los «actores» en escena, yo fui peruano antes de ser judío. Ser peruano quería decir ser católico. Toda mi familia materna era católica, pero de un catolicismo dudoso, ya que ninguno de sus miembros iba a la iglesia. Esto pasaba en Chepén (que en idioma moche quiere decir casa o madre de arena), un pequeño pueblo del norte del Perú y en el cual viví hasta los ocho años. El recuerdo mas vívido que guardo de mi pueblo es su atmósfera ritual, esa mezcla de paganismo y catolicismo, donde la vida era una cadena de procesiones, entierros, ferias, nacimientos, fiestas carnavalescas y en donde la iglesia (que con el tiempo se convirtió en mi segunda casa) era el centro de nuestro pequeño universo. Todo eso era —y sigue siendo, si bien ya no soy católico— parte de mi identidad como peruano.
A los ocho años pasé a vivir en Lima. Allí me esperaba mi padre. Descubro que mi padre es judío y comienzo a preguntarme quién soy, qué soy. Busco espejos para reconocerme pero no los encuentro. Es necesario ser otro, me digo. Y ese otro es mi padre. Hay que ser como él: judío. Es decir, tengo que dejar de ser para ser. Sin embargo, no dejé de ser del todo porque la forma de vida de Chepén y su paisaje siguieron poblando mis recuerdos y mis sueños y me sirvieron de referente para apreciar con mayor intensidad todos aquellos paisajes que después invadieron mi imaginación como parte de mi cultura judía. Entonces el cerro de Chepén se convirtió en el monte Sinaí, la acequia que lo atraviesa en el río Jordán y el desierto que lo rodea en el desierto de la Judea bíblica. Imaginé que ser judío, como mi padre, era una forma mas de ser peruano pero sin negar mis raíces judías y que ser peruano, como mi madre, era una forma mas de ser judío, pero sin negar mis raíces peruanas. Así pasé a ser dueño de una doble identidad y con el tiempo aprendí que las identidades históricas se construyen sobre mitos y que los mitos y las identidades son cambiantes. Andando el el tiempo, encontré también una gran satisfacción en ser «el otro de mí mismo», priorizando la alteridad sobre la mismidad, lo dual sobre la unidad monolítica.
Ahora bien, yo no tengo una identidad religiosa. Lo que tengo es una identidad de pueblo, mejor dicho de pueblos, ya que me siento peruano y judío al mismo tiempo. Se trata, pues, de una identidad cultural en la cual participan tanto la religión judía como la católica. Yo crecí bajo la sombra de dos Dioses: el Dios del Pentateuco y el Dios de los Evangelios. Y aunque sabía que éste era una «figura histórica» y lo podía ver con mis propios ojos clavado en la cruz e incluso podía tocarlo con sólo alargar la mano, siempre me pareció más etéreo que el del Pentateuco; es decir, dueño de un papel menos activo y menos directo en el devenir histórico de los seres humanos. Por el contrario, el Dios del Pentateuco, cuyo nombre no podía ni debía pronunciarse, ni podía ni debía ser representado en imágenes, me parecía más corpóreo, representando un papel más activo y más decisivo en la historia del pueblo judío. Para mí el de los Evangelios era un Dios celestial y el del Pentateuco un Dios más terreno.
LS: ¿Sientes alguna afinidad con la obra de César Vallejo y José María Arguedas?
IG: Sí, yo siento una gran afinidad tanto con Vallejo como con Arguedas, a quienes leí por primera vez a los trece y quince años, respectivamente. En Vallejo —sobre todo en Trilce— percibí una sensibilidad y una experiencia muy cercanas a las mías, especialmente en aquellos poemas que hablan de su pueblo, del hogar y de su familia. Sentí en sus poemas una voz conocida, una voz que recogía ecos de mi pueblo. Una voz que confesaba no solo la angustia íntima del poeta, sino que iba mas allá, a los cauces del sentir y pensar de su raza mestiza. Asimismo, en muchos aspectos me vi reflejado en el protagonista de Los ríos profundos, ya que, como sabemos, esta novela cuenta la historia de un niño en busca de su identidad, o mejor dicho, en busca de la reconciliación de sus dos culturas, la occidental y la indígena. Es un niño que discurre en un mundo que no está definido, entre dos culturas que chocan no solo exteriormente sino en el corazón de la mayoría de los peruanos. Yo me identifico profundamente con esa visión y ese sentir del ser peruano reflejados en la obra tanto de Arguedas como de Vallejo. Es casi imposible, como peruano, no identificarse con el hablante lírico de Trilce y con el Ernesto de Los ríos profundos.
LS: En uno de tus poemas haces referencia a la palabra inaudita de tu padre y a la lengua muerta de tu madre. ¿Qué relación guarda esto con tu voz poética?
IG: Con la palabra inaudita de mi padre aludo al hecho de que él era un hombre extremadamente parco en el hablar (hasta el día de hoy no recuerdo su voz). Al mismo tiempo, la palabra de mi padre era para mí inaudita porque la oí por la primera vez recién a los ocho años de edad. Por otra parte, la lengua muerta de mi madre alude al hecho de que al dejar mi pueblo natal para irme a vivir con mi padre en Lima «pierdo la lengua peruana» y lo que me ataba a mi peruanidad. En este nivel, mi madre representa mi identidad peruana, ya que la lengua materna me une a una visión del mundo construida a lo largo del tiempo por los hablantes de esa lengua. Es decir, la lengua peruana ha construido en mi lo que podría llamarse el inconsciente del discurso. Ahora bien, en mi poesía la «madre» —no mi madre real sino la figura materna— aparece como un personaje que convoca a lo telúrico (el paisaje de mi pueblo, su historia ancestral), pero también a lo oscuro, lo uterino, aquello que permanece enterrado en el subconsciente. Entonces, la exploración de la figura materna le sirve al hablante lírico para desenterrar los restos de su historia familiar en el Perú y, por consiguiente, de su historia como peruano, que incluye esa primera experiencia religiosa a través del cristianismo.
Por otra parte, a la inversa del mundo nocturno, interno, de la madre, el mundo del padre —el del judío extranjero— se difracta en imágenes de viaje, de desplazamientos, de la inseguridad del vivir pasajero. Es recurrente en mis poemas la presencia del desierto, tanto en referencia a la madre como al padre. El desierto de la madre (el geográfico, el real, el que rodea a mi pueblo) es lo estable, la placenta materna. Y el desierto del padre (el bíblico) simboliza la errancia.
LS: La casa, el hogar, es un tema recurrente en tu poesía. ¿Qué simboliza?
IG: El primer día de mi llegada a Lima, cuando mi padre me llevó a su casa yo me sumerjí en ella pensando que mi verdadera casa no era esa sino la que había dejado atrás en mi pueblo. Por eso en mi poesía abundan las referencias a la casa, al hogar, como símbolo del conflicto en mi persona entre la permanencia y el desarraigo. Pienso que este conflicto puede apreciarse sobre todo en uno de mis poemas, el titulado originalmente «Casas», título que con el tiempo se transformó en «Diáspora». Seguramente este poema nació —sin yo saberlo— en el momento en que entré a mi nueva casa en Lima, acto que constituyó, digamos mi primer exilio, mi ingreso a un nuevo mundo, el de mi padre, completamente distinto del que había vivido hasta ese momento. He aquí el poema:
Todavía quedaban en la ciudad todas las casas.
Pero la que menos quedaba era la casa del padre.
Él dijo que guardaría su casa hasta el último día de sus días.
Más tarde, mucho tiempo más tarde,
volvía del destierro para ponerle candado.
Y el hijo, sin que fuese suya, se quedó con la llave.
Tiempo hace ya que la casa fue vendida al olvido.
Hoy el olvido tiene su llave, idéntica a la memoria del padre.
Esta será su tranca —dijo—, mi memoria.
Más tarde, mucho tiempo más tarde, mudó su casa.
Pónganla aquí —dijo—, donde estuvo la casa.
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Isaac Goldemberg (Perú, 1945), reside en Nueva York desde 1964. Ha publicado cuatro novelas, dos libros de relatos, catorce de poesía y tres obras de teatro. Sus publicaciones mas recientes son Libro de las Raíces (2014), Diálogos conmigo y mis otros (2013), La vida breve (2012), Acuérdate del escorpión (2010), Monos azules en Times Square (2008), Libro de las transformaciones (2007), Tierra de nadie (2006), La vida son los ríos (2005) y Los Cementerios Reales (2004). En el 2001 su novela La vida a plazos de don Jacobo Lerner fue seleccionada por el Yiddish Book Center de Estados Unidos como una de las 100 obras más importantes de la literatura judía mundial de los últimos 150 años. Esta novela será publicada próximamente en hebreo. En el 2001 su poemario Peruvian blues recibió el Premio PEN Club del Perú y en el 2003 su obra Golpe de gracia recibió el Premio Estival de Teatro en Venezuela. Próximamente, su novela Acuérdate del escorpión y su poemario Diálogos conmigo y mis otros serán publicados en inglés en Nueva York. Actualmente, es Profesor Distinguido de Hostos Community College de The City University of New York, donde dirige el Instituto de Escritores Latinoamericanos y la revista internacional de cultura, Hostos Review.
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* Leonardo Senkman (Argentina, 1941). Reside en Israel desde 1984. Obtuvo su doctorado en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Ha sido profesor visitante en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), la Universidade de Sao Paulo (Centro Estudos Judaicos), la Universidade Estatal do Rio de Janeiro, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad de la República (Uruguay), la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad de Chile. Ha sido becado del Social Sciences Research Council de Nueva York y del Harry Truman Research Institute. Ha publicado los siguientes libros, entre otros: La Identidad Judía en la Literatura Argentina (1983), La colonizacion judía en Argentina (1984), El Antisemitismo en Argentina (1989) y Los intelectuales mexicanos y su relación hacia el Judaísmo e Israel (2002). Actualmente es profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén y director de la revista NOAH, dedicada a la literatura latinoamericana judía.