Existe de todos modos pobreza en Costa Rica, sólo que al serlo en un menor grado, una amplia gama de oportunidades hay, y por lo tanto el yo quiero acaba siendo sólo una cuestión de tiempo que ni la suerte misma de la inequidad entorpece, pues posicionados como iguales los hombres en el país tico, terminan aminoradas las conductas de la desangrante corrupción, el maltrato físico y el abandono, que aun cuando todo, se suscitan también, porque sencillamente, tampoco es el país de las ranas el lugar en donde el ser humano evolucionó, y entonces así como en cualquier otra parte, también los avaros, los irresponsables y los cínicos existen, para dañar muchas veces el buen camino y en sus componendas del dinero y el amañamiento, estropear el ecosistema con turísticos proyectos como el de Tamarindo, aprovecharse del pasado pobre e ignorante de algunas regiones para así nutrir el despiadado capitalismo como en el suroccidente, y ensañarse con la venta de los mercados nacionales en el extranjero para así simplemente enriquecerse, y por inercia, hacerle zancadilla al económico progreso que el aceptable manejo del turismo, el café y el banano han conseguido. Porque como en muchas situaciones, se relativiza el desarrollo y Costa Rica ejemplar país, no consigue ser perfecto en razón del actuar de gran parte de su dirigencia.
Pero en el país tico se vive más bien que regular y es entonces un alivio no encontrar la misma desigualdad que en el Panamá de los abandonados del Colón y Bocas del Toro, ni la misma marginalidad que en la mestiza y otra Centroamérica campesina, sino en cambio, programas de sustento para los de situación frágil, y siempre, una ciudadanía que a sí misma se integra en un afortunado y único lema que más allá de la fonética, se compone de un sentido verdadero de fraternidad y solidaridad, pues Pura vida, se les escucha decir a los ticos en todo momento. Porque hay riqueza en Costa Rica, y esta vez, no la evidente y pesada opulencia de las desigualdades brasileñas, sino una equilibrada que entre las calles –a excepción de las nefastas de las poblaciones sobre-turísticas–, se manifiesta para erigir casas y edificios de pareja arquitectura y lujo, tal y como en el más igualitario Uruguay o en el más armonioso Chile, o lo que es lo mismo, tal y como en el más sensato sueño de los planeamientos urbanísticos y la repartición libre de la riqueza, que en el país del gallo pinto es una bondad y el detonante para que los ciudadanos hagan lo que a bien quieran, y ya con esa relativa máxima, permanecer en sus tradiciones, por el contrario sepultarlas, o por un inconsciente consenso, integrarlas con otras y así engrandecer un país de bellísimas mujeres, vibrantes proyectos culturales, gustosa comida y un arraigado y ejemplar cuidado por el medio ambiente.
Que como todas las cosas, se relativizan en el punto en el que la dirigencia y los grandes capitales intervienen. Pero que, como en los mejores sistemas, puede combatirse con las herramientas propias del establecimiento.
TAMARINDO SECO
Cuando en los 70 el precio del café cayó en todo el mundo, Costa Rica, país cafetero por excelencia, vio reducir sus ingresos a tal punto, que se puso en riesgo la estabilidad económica y por ese camino, la política y social. Fue lo mismo al fin y al cabo, que pasó en toda Sudamérica con la diferencia de que en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia los gobiernos taparon el hueco fiscal con los ingresos de las demás exportaciones, con la reducción de gastos, y con la esperanza de que el mercado mundial del café volviera a reactivarse, mientras que en Costa Rica el gobierno y los gremios se sentaron para encontrar una vía que los blindara de crisis futuras, encontrando después de nutridos análisis y de la escucha de las ideas del ayer, que la mejor forma era fortaleciendo la economía con otro rubro: el del turismo.
Pero no un turismo desprevenido y aleatorio sino un turismo como política de Estado que, al igual que cualquier programa gubernamental, tuviera un estudio, una preparación y una gigantesca y global ejecución en la que lo existente pudiese ser explotado de la manera más eficaz, pues tenía el país –como hoy todavía la tiene–, una espectacular geografía, fauna y flora que para muchos es única, sin precio y un todo un sueño. Y eso fue en lo que se especializó Costa Rica, poniendo al servicio de lo ecológico y lo natural toda la infraestructura y la comodidad de los más avanzados países para que por las montañas, los volcanes, las playas, las haciendas de café y de banana, se pasearan millones y millones de visitantes sin el riesgo de las heridas, las enfermedades y la inseguridad.
Se puede caminar por todo el país y, para las estadías largas, puede accederse a un excelente sistema de alquiler, un auto, una moto, un yate, una avioneta o incluso, una bicicleta, y así pasearse por los ríos en cuyas orillas se asolean cocodrilos, por los bosques de monos, ranas, serpientes y osos perezosos, por las playas de cangrejos, tortugas, ballenas y delfines, por las montañas de aves, felinos, ardillas y mapaches, en donde en todos y a todas las horas, se encuentran los animales en su natural hábitat sin que alguien los cace para alimento, vestido o exhibición, pues es verdaderamente Costa Rica el principal destino eco turístico del planeta, o lo que es lo mismo, un país en donde el turismo es sostenible, cuidadoso y bondadoso con el medio ambiente.
Pero como todo es relativo, a pesar de lograrse en el país tico un estupendo nivel de equilibrio entre los ecosistemas y los desarrollados proyectos turísticos, en ocasiones la balanza se inclina a favor del daño ambiental y acaban viéndose perjudicados los animales de la tierra, el mar y el aire; las aguas de los ríos y el océano; y el hombre mismo, tal y como pasa con detalles y generalidades en la ahora muy espectacular y al mismo tiempo muy afectada, playa Tamarindo.
Visto por encima Tamarindo es un pueblo, una playa y un centro hotelero, pero es en el fondo no tan profundo, solamente un centro turístico en el que pululan los restaurantes, los bares y los hoteles de todo tipo, existiendo en los cerca de 500 metros, edificaciones únicamente para el disfrute de los visitantes que allí desde un costosísimo anillo de diamantes hasta un exclusivo juguete encuentran; pero no para los propios ticos que en una alarmante subida de los precios, trasladarse a las veredas aledañas han debido hacer, yendo a Tamarindo sólo a trabajar, o en muchas ocasiones, sólo a pedir una vacante para trabajar, pues para excepción y desgracia, es esta población y su región completa, la más desigual y pobre de todo el país, y en cierta medida, una de las situaciones más escandalosas del mundo entero, pues así como para los turistas todo en maza –la comida, el alojamiento, la ropa, los tours, el licor–, se piensa y vender se logra, para los oriundos que ya casi ni lo son, ni el agua de los acueductos ni la pura vida, es dirigida.
Se perdió en Tamarindo mucho del sentido cultural de Costa Rica y es entonces natural que en su larga avenida de locales el visitante se sienta más fácil en cualquier otro lugar, que en el país del casado y el gallo pinto, siendo además más notorios los constantes megaproyectos hoteleros que el folclor tico, que para vergüenza del país, sólo viene a aparecer con la venta de artesanías, cocos y masajes por parte de la originaria población que tal y como lo denuncia Cuarón en su célebre película Y tu mamá también, pasó de ser la dueña y señora de las tierras, para ser la obrera y señora del servicio, porque es finalmente Tamarindo un excelente destino para que el turista lo pase fenomenal, pero también un frágil ecosistema que vaticina lo que en este moderno y turístico mundo pueden ocurrirle a las playas, a los bosques y a los pueblos, de no hacerse responsable el hombre, precisamente, del turismo de las playas y los bosques de los pueblos. Que como muchas cosas, no son suyos.
CRÓNICA RUTA CARTAGENA
Cartagena
20 de marzo de 2014
I
Son las puertas Cartagena
Las elevadas ventanas
La madera de los siglos
Las asoleadas piedras
La brisa que al calor engaña
Son los colores Cartagena
Las goteantes frutas
La playa que se cierra
Las brillantes noches
La brisa que al calor engaña
Son los muros Cartagena
Las sofocantes gotas
La blancura de los dientes
Las frías bebidas
La brisa que al calor engaña
Y son las amarillas luces Cartagena
Y el derretido helado
Y los frescos árboles
Y los años 1600
Y la arena de la brisa y la arena del mar
Y más allá es todavía todo Cartagena
Las tardes de inconfundible aleph
La sonrisa de la mujer
Las casas de la historia
La piel que todo lo resiste
La brisa que al calor engaña
II
De año en año y por los siglos de los siglos se hizo Cartagena. La hicieron los españoles, los ingleses y los colombianos cuando ya estaba hecha y maltrecha. La hizo África aun cuando no lo supo y como al Caribe, la hizo Drake y la Reina Isabel I aun cuando no quisieron que el mundo lo supiera. Se hizo a Cartagena con la explotación de la esclavitud, la extracción de las riquezas y el abuso de la Inquisición, y se hizo por lo tanto muy al pesar de los virreyes, los hidalgos y de los demás sátrapas que sólo querían hacerse a sí mismos. La hizo de piedra en piedra el hombre y en cada piedra el sudor y el dolor del látigo pintados están, la hizo de rezo en rezo la religión y en cada
casa el miedo y la culpa afloran, pero la hizo también la geografía y algunos humanistas y en cada calle y en cada suelo la belleza y el romanticismo brotan, haciéndose reñida entonces la batalla contra la avaricia, el desentendimiento, el oportunismo y la politiquería de los todos que para robar, oro en sus chamizos inventan.
III
Las películas son al medio día, a la tarde, a la noche y en la mañana hay charlas pues todo el tiempo hay algo: un corto, un baile, un concierto, algo al aire libre, algo en el teatro, quedando apenas tiempo para caminar o para sentarse bajo un árbol o bajo la nada de la brisa y el sol, o para comer y reposar en una hamaca o en la cama o en el sofá sobre la nada del todo, o para dormir como no es debido dormir en los lugares desconocidos, porque el tiempo se va en las filas para la película y avanza sobre todo cuando no debe hacerlo; cuando el sonido de Juliana [1] viendo a través de la ventana debe permanecer o cuando el cadáver debe desaparecer [2], pero en cambio se ralentiza cuando el sol pega en la cara o cuando en la pantalla lo que pasa es lo que nadie recordará.
Se hace flaco y liviano el tiempo y acaba pareciendo uno solo en donde el lunes y el martes son lo mismo que el otro lunes o que cualquier día que podría ser el inicio y el final de la realidad de que Cartagena es un viaje para ver cine y otro para caminarla y no el viaje para todo en el que no alcanzan los minutos para el cualquier cosa y el nada y el me perdí y para buscar la canción y escucharla y otra vez escucharla y experimentarla y recordarla y sentirla y otra vez escucharla y no dejar que termine cuando el beso nadie lo ve, mas todos lo imaginan [3].
El viaje debería ser entonces gordo y pesado para comer despacio y probar cosas de allá y de acá y para caminar de ida por un sendero y devolverse por otro y así seguir hasta llegar a un muro, a un cuchillo, hasta que los dedos de los pies se peguen, hasta que sea la bicicleta la opción, o el bus, incluso el bus que hace el verdadero tour, o la nada, incluso la todopoderosa nada que transporta el mundo al hombre quien viéndolo da cuenta de la morena piel y de los tropicales olores, de los loros y de las obleas, y de ese todo que es mejor contemplarlo plácida muy plácidamente en una silla o en un muro, o en lo alto y abierto, o en lo fresco y acompañado del silencio de los diálogos y del sonido de la tierra de los hombres y de la tierra de la tierra que en un viaje de cine está siempre pero no para los que se encierran con la fotogenia, o lo que es lo mismo, con esa otra espectacularidad en la que encuentran la otra gracia pero evadiendo la otra grande, trayendo entonces a colación la idiota pregunta de cuál es mejor realidad y cuál es mejor mundo y cuál fue primero y cuál está arriba y cuál esto y cuál aquello, como si en el mundo de los hombres el hombre fuera real, porque real es lo que muestra la nada: el terracota de Cartagena y lo grumoso de sus paredes, el coco Cartagena y las trenzas Cartagena, los techos Cartagena y las noches Cartagena, las vendedoras Cartagena y los turistas Cartagena de la Cartagena que eres y no eres y más allá todavía todo lo eres por los pasados y los futuros siglos y los pasados y los presentes crímenes y por la desigualdad de la eternidad que en Catalina [4] se postró para con su pelo decirle al mundo que en la Colonia nos mataron y nos robaron y nos violaron y nos hicieron pagarles y quedamos debiendo y nos dicen todavía, eres o no eres o qué eres con esas caídas tetas representativas de la tumbada civilización, y que a pesar de lo mucho levantan la ciudad, esa ciudad en la que es y son las aves la música, las estrellas el paraíso, la muralla otro de los cielos de la tierra, otro sueño de las parejas, otra aventura de los amigos y el todo de las generaciones que cachorras juegan, jóvenes se emborrachan y adultas danzan en esa noche en que el cine agotó, y que, como en Caicedo [5], debió quemarse para que quedase sólo la música y como en Praga, acompañarla con cerveza y a la final con lo que viniera y con lo que fuera; con una comida de la que no me acuerdo, con un beso del que no me acuerdo, con las drogas de las que tampoco me acuerdo, y con la brisa, con esa brisa de la anaranjada hora del mundo de la que sí me acordaré por los años de los años y por los siglos de los siglos de la Cartagena que conocí y de la que no conoceré pero que en la madera habla y en ocasiones canta y le dice al caballo del coche que aguante como el pobre aguanta el olvido y el turista las miradas y como la ciudad de afuera del muro lo hace con los monopolios y los bancos y como los jóvenes lo hacen con su ideología y en la segunda ciudad más desigual de América se divierten como lo hacen en la menos desigual o en la más porque eso ya no importa pues el espejo de Russo [6] mostró al mundo enfermo y en él somos todos todas las caras, todas las respuestas, todas las situaciones y en un minuto un legado y en el otro la pata que a la rata mata, y es esa entonces la Cartagena que maquillan como lo hacían con la capital de Zacarías [7], y en la que también son escondidos los niños, prendidas las blancas luces, lavados, trapeados y brillados los pisos, adoctrinada la gente, y el visitador (no el turista), exaltado e inflado en su infinito ego de los libros y la música y el cine y claro, el arte, o sea, la pintura a la que le dicen el arte y a las plasticidades a las que les dicen el arte y a las perradas a las que les dicen el arte y a la comida a la que le dicen el arte y al paseo al que le dicen el arte, todo el arte, su mismísimo arte, ese que obeso y costoso se tragan como pasta, como bocado de cardenal, como la mierda del Coronel [8], porque para no olvidar, es Cartagena la segunda ciudad más desigual de América: hay una extrema cantidad de intelectuales humanistas y también, una correlativa de idiotas que mientras tocaba la sinfónica pensaban en lo que dirían después de, cuando yo en cambio pensaba en el Psycho [9] que interpretaban y en una meada que tenía, y mis amigos en el sueño y en la sed, y todos en la noche y en la gente, y la gente en salir y hablar y tomar y bailar y saludar y en pararse y en sentarse y en ver y en sentir y en conocer el mundo que a los hombres coqueto por en frente se les pasa, el ferviente mundo de la húmeda noche que a las mujeres toca, el rebelde mundo de las risas y el olvido, ese mundo mismo que hecho una anécdota es el mundo del mañana y del pasado mañana, y también del día y por supuesto, de aquel día que pudo ser el inicio y el final de la realidad de que Cartagena es un viaje para ver cine y otro para caminarla pero siempre y a pesar de… la luz de la noche y la sombra del día, y en mi caso una muralla sobre la que en la tarde se camina envuelto en la completa, completica brisa que al calor engaña; y una blanca playa de homónimo nombre, de cerveza, muchísima cerveza, de un buen, un buen amigo, y de mucha, mucha sed, frente al azul y picado mar que hasta el cierre de las pupilas es mar y allá en el fundido es el cielo mismo y la mismísima vida con sus coloridos y coreográficos peces y con su transparente y liviana sal de agua en la que la mujer y el hombre vuelan, respiran, escuchan, contemplan, memorizan, sienten, giran, tocan y saltan hasta colmarse para luego por tres o cuatro o hasta cinco segundos, suspirar.
NOTAS
1 Protagonista de la canción de la película Desterrada (Diego Guerra, Colombia, 2014).
2 Suceso desencadenante en la película Matar a un hombre (Alejandro Fernández, Chile, 2014).
3 Referencia a la banda sonora de la película Her (Spike Jonze, Estados Unidos, 2013).
4 India Catalina, símbolo de la ciudad.
5 Andrés Caicedo (1951-1977), escritor que en su novela ¡Qué viva la música! (1977), pone: «…el libro miente, el cine agota, quémenlos ambos, no dejen sino música».
6 Renato Russo (1960-1996), líder de la banda brasilera Legião Urbana cuya canción Indios pone: «Mas nos deram espelhos/E vimos um mundo doente» (Pero nos dieron espejos/Y vimos un mundo enfermo).
7 Referencia al libro El otoño del patriarca (Gabriel García Márquez, 1975).
8 Referencia a la frase final del libro El coronel no tiene quien le escriba (Gabriel García Márquez, 1961).
9 La película de suspenso por excelencia (Alfred Hitchcock, Estados Unidos, 1960).
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* Ómar Javier Umaña, nacido en 1987. Es abogado de la Universidad Externado de Colombia, graduado con la Tesis «Aproximación a los Estudios de Derecho y Cine: El Hecho Cinematográfico Socio Jurídico del Cine Colombiano». Candidato a Magíster en Comunicación Audiovisual de la Pontificia Universidad Católica, Argentina. Mención Especial en el XXIV Concurso de Cuento Corto Universidad Externado de Colombia, Cuento «La vida, más cine». Autor y administrador del Blog Inmundo, blog invitado por El Espectador en la Feria del Libro de Bogotá del 2012. Fundador y director del Cine Foro «El Cineirómano» de Buenos Aires, Argentina. Comentarista y crítico de cine del folleto de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Fundador y director del foto estudio Perro Shoot.
Crudìsima y muy acertada radiografìa de Panamà,la cual tuve la oportunidad de constatar en vivo y en directo hace dos meses que la conocì;lamentablemente es la misma historia de corrupciòn y falta de humanismo que vivencian gran parte de nuestras ciudades del centro y sur Amèrica de parte de aquellos, que por desgracia han tenido la oportunidad de dirigir en forma errònea sus destinos.