Por Alma Guadalupe Corona Pérez*
Esto es para ti, Gilberto mi hermano querido que
estuviste presente en esa época y me mostraste
algo que vale la pena para mí y mi hija:
Tener un ideal.
La segunda mitad del siglo XX ha sido diferente en todo el mundo, en múltiples sentidos, México no podría ser la excepción. La tecnología despegó en una suerte de loca carrera ascendente marcando todos los ámbitos de la vida, para bien pero también para mal. La ciencia en todas sus áreas, por su parte, no ha dejado de obtener logros a partir de los 50, lo mismo ha sucedido con la tecnología y con las ideas.
El arte no ha quedado a la vera del camino y todo el tiempo ha evolucionado al mismo ritmo que el resto de las diversas esferas humanas, sus propias características son las primeras en acusar los cambios ya que es el primero en ir a la vanguardia. Lo pictórico, lo cinematográfico, lo musical y lo literario así lo demuestran, en este último rubro es posible constatarlo con escritores que han marcado huella desde el territorio iberoamericano, muestra fehaciente de esto es la rica y variada gama integrada por el llamado Boom Latinoamericano vinculado en cierta medida con dos momentos historiográficos de gran relevancia: la guerra fría y la revolución cubana. La literatura también se vio amparada por la amplia oferta que significó la fundación de jóvenes editoriales dispuestas a difundir a los nuevos escritores.
Las propuestas literarias frescas consiguieron llamar la atención hacia el continente americano no sólo por el manejo de las técnicas literarias aromadas por las tierras y tradiciones propias que abrevaron de lo europeo, es decir, los discursos literarios extranjeros se sumaron al empleo de un discurso auténticamente regional así, el número de escritores jóvenes invadieron el mundo editorial mundial.
Otro aspecto que se dejó sentir, sobre todo en la década de los 60, fue una efervescencia político–social fuerte y decidida, este aspecto se relacionó con lo que podemos considerar como la música de protesta. El mundo estaba cambiando y había decidido romper un largo silencio de conformidad e indiferencia. Por diversos confines se hablaba de la música de protesta, el Premio Nobel de Literatura 2016, el norteamericano Bob Dylan cantaba en su disco The Freewheelin que: «How many ears must one man have , before he can hear people cry?» [1] (Dylan, 1963). Joan Báez se dejaba sentir y daba su voz a jóvenes que permanecían con una actitud inconforme, frente al sistema, además de musicalizar el inolvidable Canto XII de Pablo Neruda contenido en su libro Canto General (2005):
Sube a nacer conmigo, hermano
Dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado
No volverás del fondo de las rocas
No volverás del tiempo subterráneo
No volverá tu voz endurecida
No volverán tus ojos taladrados
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta (2005: 37)
Joan Manuel Serrat empezaba a escribir y cantar desde España con su peculiar sentido del humor e ironía aunados a su incondicional defensa del catalán, de la democracia y la libertad, con «Mediterráneo» del álbum homónimo (1971), instituyó el himno liberador de miles de españoles que hasta la fecha la siguen entonando en las manifestaciones por La gran vía junto con la incomparable «Para la libertad» musicalizada por el propio Serrat, incluida en el álbum Miguel Hernández (1972) con los versos de «El herido II» del alicantino Miguel Hernández Gilabert: «Para la libertad sangro, lucho y pervivo». (2010: 76). Serrat, el furico [2] inconforme, contestatario, irreverente y excepcional escritor de canciones que se han quedado en la memoria de muchos ha sido reconocido como Doctor Honoris Causa por distintas instituciones de educación superior en el mundo y Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024. En sus años mozos es casi seguro que habría rechazado tal distinción, sobre todo cuando en septiembre de 1975 fue declarado non grato y desterrado oficialmente de España, con orden de búsqueda y captura por parte de Francisco Franco, destierro motivado por denunciar la represión instrumentada por el Generalísimo quien murió el 20 de noviembre de 1975, escasos dos meses después del exilio que Joan Manuel determinó vivir en México. Su regreso a Cataluña fue posible hasta agosto de 1976, su recibimiento fue de verdadero héroe.
Luis Eduardo Aute hacía lo propio inundando de nuevas formas de nombrar al amor cerca del oído de los jóvenes que no se atrevían a nada por temor a las represalias implementadas por Franco: «Espérate un segundo, espera un poco, a ver si lo que escucho es lo que oigo. Tal vez esté soñando que estoy loco». En la canción dedicada a la legendaria Marisol, «La vida al pasar» de Aute y recuperada en el álbum Alas y balas (2003).
Mercedes Sosa, Chabuca Granda, Atahualpa Yupanki también estaban presentes sosteniendo el pendón de la liberación ideológica, hay noches que parecen eternas y el despertar fue en extremo, lento. Y Facundo Cabral, irónico no calló hasta que una bala lo amordazó, en el disco No soy de aquí, ni soy de allá (1972), afirmó: «Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo». Todos ellos desde el continente americano hablaron de inconformidad y rebeldía mientras Horacio Guaraní se preguntaba en «Si se calla el cantor» algo estremecedor: «Y qué ha de ser de la vida si el que canta no levanta su voz en las tribunas por el que sufre y por el que no hay ninguna razón que le condene andar sin manta». Canción que sólo fue editada en un disco sencillo en 1972 aunque se cantó por primera vez en 1969, posteriormente se hicieron otras versiones, sobresale la interpretada por Mercedes Sosa y posteriormente por Camilo Sesto.
Massiel ganaría el prestigiado Festival de Eurovisión en 1968 con una canción considerada igualmente de protesta titulada «La, la, la», un año antes ya había hecho famosa una elocuente letra de Luis Eduardo Aute: «Voy buscando libertad y no quieren oír, es una necesidad para poder vivir, la libertad, la libertad, derecho de la humanidad es más fácil encontrar rosas en el mar». Canción incluida por Aute en su álbum Diálogos de Rodrigo y Gimena, en 1967, simultáneamente grabada también por Massiel.
La militancia fue una moneda de cuño más libre, ser militante fue mucho más que un símbolo glam: andar con el cabello largo, de mezclilla —la tela de los ferrocarrileros— y morral, fue el apellido de una posición política frente al capitalismo y el mundo entero. Ser militante significó ser y hacer, fue tomar una posición frente a la vida para re–encontrarse y manifestarse, muchísimo más allá de si esto era o no correcto, en esos momentos alzar la voz fue reafirmarse y por lo tanto era más que acorde, fue sentirse y estar vivo dentro de una sociedad adulta castrante que no veía con agrado la actitud, la forma de vestir y hasta de peinarse de sus propios hijos.
Pocos padres de familia simpatizaban con estas formas diferentes de expresión empapadas de inconformidad. Evidentemente la sociedad joven de edad y espíritu estaba viva, palpitaba y necesitaba ser, decir y hacer frente al totalitarismo y ataduras impuestas por un rancio capitalismo que estrangulaba las voces disidentes cada vez más poderosas, organizadas y fuertes.
Qué importaba si fuera la preocupación de unos jóvenes o de unos adultos, simplemente manifestarse fue y era indispensable, absolutamente necesario. El Partido Comunista Mexicano tuvo la capacidad para responder y ser la casa de todos los náufragos del asfalto que requerían de respuestas congruentes frente a un sistema asfixiante y absurdo, frente a las instituciones anquilosadas que no eran adultas, eran más bien viejas, recalcitrantes y anacrónicas.
Los marginados e incomprendidos eran desde los jóvenes de cabello largo hasta los campesinos, los ancianos, lo eran también las mujeres de todas las edades y condiciones sociales, aun las niñas ‘bien’, las niñas popis que andaban buscando emociones fuertes que encontrarían su cauce en el amor libre, el peace and love, el LSD y la marihuana, eran ellas buscando jugar y experimentar con la vida antes de hacerse adultas.
La celebérrima ‘píldora’ ejercía de espanta cigüeñas, rondaba insistente, como mosquito molesto por las cabezas de los jóvenes, invitando a vivir intensamente el presente que ya del futuro siempre terminaría encargándose la familia. Una película dirigida por Fielder Cook en 1968 dejaba remolona su mensaje: Prudencia y la píldora nunca obtuvo un premio de la Academia, pero sí logró llevar a las multitudes de espectadores a las salas cinematográficas, mucho más por morbo que por trabajo de campo.
Los 60 fue una década de increíbles y memorables momentos que marcarían a las nuevas generaciones en más de un sentido, no sólo el Partido Comunista Mexicano estaba en auge, el sindicalismo empezaba a expresar muchas de las más sentidas e indispensables demandas laborales, expresaban ideales colectivos traducidos en logros memorables, la libre reunión marcó a grandes núcleos que luchaban por sus justas demandas.
México tendría a su Avándaro, Festival de Rock y Ruedas como fue anunciado para el 11 y 12 de septiembre de 1971 con un costo de sólo $25.00. Ese mítico, histórico y lluvioso fin de semana durante el cual muchas familias no supieron que sus hijos bailaban a ritmo de rock, más felices que niños con juguete nuevo, por esos rumbos ya andaba Alex Lora con su inseparable grito de guerra: «¡Qué viva el rock and roll!!!» Libres del miedo sembrado en el 68, dispuestos a vivir de una vez y para siempre de una manera nueva e inédita, esos jóvenes empezaron a escribir sus nombres en un libro que dejó profundas huellas, esas que poco a poco se quedaron impresas en el increíble lodo acumulado por la lluvia de esos dos días. Esos muchachos nos enseñaron muchísimo más que los libros de texto gratuitos mexicanos que por supuesto sí tenían el contenido de lo que hoy penosamente carecen en este siglo XXI.
Hay que suspirar: Los límites estaban por marcarse definitivamente pese a que ese pasado parezca hoy un sueño tan lejano e ideal.
Antes, el doloroso 2 de octubre de 1968 se escribiría con lágrimas, impotencia y muerte el estribillo de la protesta. Tan sólo diez días después de esa sangrienta noche se inauguraban los Juegos Olímpicos en México y los niños poblanos participaban en el Distrito Federal, en esa ceremonia, con la tabla de mosaicos en movimiento llamada «Ritmo y color» con la música de The Beatles.
París con sus propios movimientos sociales dejaría su peculiar lección escrita para una Europa ávida de novedades, una de esas novedades tendría firma de mujer: el feminismo. La minifalda llegaría para no volver a irse. Hombres y mujeres, seres humanos en general emprendían cambios notorios, congruentes con un apellido paterno y materno: libertad y poder de decisión.
Tantos elementos y otros más sirvieron de telón de fondo a un escritor poseedor de una tesitura comprometida, militante y profundamente humana: don José Revueltas (1914–1976) quien, casi como escribiendo su epitafio señaló en una entrevista otorgada a Margarita García Flores, publicada en el extinto diario Excélsior, el 16 de abril de 1972, titulada: José Revueltas: entre lúcidos y atormentados y que señala : «Y tal vez a la postre eso vaya a ser lo que resulte, en cuanto la obra esté terminada o la de yo por cancelada y decida ya no volver a escribir novela o me muera y ya no pueda escribirla. Es prematuro hablar de eso, pero mi inclinación sería ésa y esto le recomendaría a la persona que de casualidad esté recopilando mi obra, que la recopile bajo el nombre de Los días terrenales».
Esos días terrenales en los que junto con su camarada Badillo, en medio de la más lacerante oscuridad o en las noches de estrellas, compartía prisión en San Juan de Ulúa, con la voz de este compinche como única compañera porque en muchas ocasiones ni su rostro podía ver. Días y noches enteros preso, por el delito de pensar y sentir, por alzar la voz y participar deseoso de vivir en una sociedad diferente, incluyente y tolerante. Fueron varias las cárceles que Revueltas conocería, incluyendo la cárcel del sistema del que nunca podría salir.
Todo este contexto es el marco dentro del cual vivió Revueltas y entregó su amplia obra distribuida en narrativa, obra teórica, escritos políticos y obra varia.
Revueltas describe y crea personajes castigados, dolorosamente conscientes de las limitaciones impuestas, surcados por las marcas taladradas por el sistema, marcas que alcanzan, inexorablemente, a sus protagonistas mujeres que ríen por fuera pero que en su interior van afanosamente a la caza de un lugar para expresar su propia inconformidad y dolor frente a la invisibilidad, el vituperio, la marginación y el desdén.
Esto es lo que sucede con las protagonistas de El apando (1969), mujeres vejadas, maltratadas, ridiculizadas, golpeadas y reducidas, algunas de ellas, se ven incluso minimizadas a una condición viva pero animal, las nominadas «monas» sádicas y despiadadas representan a un sector de la sociedad revueltiana que, por su posición laboral, se burlan y abusan de todas las mujeres que acuden a visitar a sus presos, las monas son las celadoras que preparan los sucios y amarillentos guantes para hurgar irrespetuosamente a Meche, a la Chata y a todas las mujeres para evitar que introduzcan droga a los apandados.
En posición ginecológica esperan, haciendo a un lado pudor y vergüenza, construyendo un discurso que, desde la voz del narrador, se va convirtiendo en un discurso femenino desde las palabras masculinas. El castigo, la vejación y el ejercicio del poder llevaron a Revueltas a inspeccionar el mundo femenino y él mismo se dejó sentir como un creador sensible no sólo al dolor humano, especialmente vulnerable y vulnerado al dolor femenino.
Podría llegar a pensarse que Revueltas no fue ‘generoso’ con las damas, que su propia militancia le había alejado de las mujeres —además de sus preferencias sexuales jamás ocultadas—, sin embargo, y por ese mismo compromiso social establecido desde el estatuto literario, siempre colocó palabras de amor en los labios femeninos, aun de amor contrariado o triste, impotente y muy pocas veces vencedor. Las mujeres de Revueltas son intensas, fuertes y contestatarias, incluso la madre del Carajo con toda su sumisión impuesta socialmente por su condición materna, llega a tener el poder en sus manos porque ¿qué cosa puede no perdonar una madre a fin de cuentas?
La mamá del Carajo no podía ser la excepción y no podía dejar de considerar en llevar al Apando un poco de confort a su hijo imperfecto, no sólo físicamente, —le falta un ojo, arrastra un pie—, imperfecto, contrahecho por fuera y por dentro por ser un delincuente, un ser doblemente marginado en el México de los sesentas. Dentro de la trama subyace un eje conductor: el poder depositado en las manos de las mujeres que introducen la droga a los presos.
Las mujeres, como cajas de Pandora, como féretros vivos llevan en su interior una porción de muerte envuelta engañosamente, se violenta así el propio cuerpo femenino, la parte del organismo que albergó vida se vulnera y violenta dos veces, una ante los ojos de todos los apandados, otra por el cinismo y cobardía del Carajo capaz de denunciar a su propia madre hacia el final de la nouvelle.
La madre del Carajo da a luz dos veces: una al hijo, otra al paquete de droga que Meche y la Chata le piden se coloque a manera de tampón y que debe entregar a los apandados. Pero no alcanza a ser una madre tradicional y abnegada, es una figura materna trastocada, vulnerable pero resentida y dotada de cierta fuerza, la fuerza que le da jugar el rol de madre en el discurso de José Revueltas, la siguiente cita así lo corrobora: «La culpa no es de nadien, más que mía, por haberte tenido» (1969: 17). Posteriormente agrega, de manera reiterativa, dolorosa y contundente, en voz del narrador: «(…) la palabra nadien se había clavado, insólita, singular, como si fuese la suma de un número infinito de significaciones. Nadien, este plural triste. De nadie es la culpa, del destino, de la vida, de la pinche suerte, de nadien. Por haberte tenido» (1969:17).
Es una figura materna que no se repetirá en ninguna otra de sus novelas y que será difícil encontrar en otro autor, además de resaltar el juego de voces polifónico que una y otra vez irrumpirá: «La rabia de tener ahora aquí a El Carajo encerrado junto a ellos en la misma celda, junto a Polonio y Albino y el deseo agudo, imperioso, suplicante, de que se muriera y dejara por fin de rodar en el mundo con ese cuerpo envilecido. La madre también lo deseaba con igual fuerza, con la misma ansiedad, se veía. Muérete, muérete, muérete» (17), la madre bordada por Revueltas trastoca los paradigmas maternos tradicionales difundidos e impuestos por la publicidad y el poder anquilosante.
Meche y la Chata serán otras dos figuras femeninas paradigmáticas porque representan el lado sensual y sexual de esta historia, aunque dotadas de una buena dosis de fatalismo y dolor. El especialista en Revueltas, Francisco Ramírez Santacruz afirma que: «Lo cierto es que Revueltas trata a la mujer como si sólo fuese voz y viceversa» (2006: 84), pero también señala que: «Hay que partir del supuesto de que la palabra ‘voz’ significa en nuestro autor mucho más que la acepción común. A veces sustituye a otros vocablos como ‘persona’, ‘sentimiento’, ‘ser’ o ‘hacer’» (83); y Ramírez Santacruz abunda: «La narración termina por convertirse en una aventura sonora» (61).
Los marcadores que nos permitirán seguir pormenorizadamente a los personajes femeninos de la narrativa de José Revueltas, serán sus propias voces que toman cuerpo en el discurso construido desde una voz masculina. ¿Estaremos frente a un claro caso de apropiación del discurso femenino por parte de un narrador masculino?, interrogante por abordar posteriormente.
En una siguiente entrega, la segunda parte, queda por analizar lo sucedido cuando El apando se convirtió en filme bajo la batuta de Felipe Cazals en 1976, con el guion del propio José Revueltas y de otro José, el recientemente desaparecido José Agustín, de la mano de Manuel Ojeda, María Rojo, Delia Casanova, Salvador Sánchez, Ana Ofelia Murguía, Luz Cortázar y José Carlos Ruíz en la piel de El Carajo, entre otros.
La versatilidad de Revueltas es una de sus más importantes características, esa suerte de desdoblamiento que imprime en la arquitectura de su discurso es notable no sólo por convertirse en uno de sus sellos, lo más importante es también porque se erige en una de las piezas del rompecabezas de una época convulsa e inclasificable dentro de una sociedad temerosa, de doble moral, sumida en un control inquisitorial, persecutorio, timorato e incapaz de promover cambios efectivos y acordes con las demandas sociales expresadas por lo bajo.
NOTAS
[1] «¿Cuántos oídos debe tener un hombre antes de que pueda escuchar a la gente llorar?, Fragmento de la canción La respuesta está en el viento. La traducción es mía.
[2] De chico fue su mote, tomado de su abuelo a quien apodaban «el furo», en su memoria Serrat escribió «El carrusel del furo» contenida en el álbum Para piel de manzana (1975).
REFERENCIAS
-Hernández, Miguel (1939): El hombre acecha. Edición requisada por la dictadura y nunca publicada. Para este trabajo se empleó Obra completa de Miguel Hernández (2010): Tomo I. Madrid, Espasa Libros.
-Neruda, Pablo (2005): Canto General. Colección Letras Hispánicas. Madrid, Cátedra.
-Ramírez Santacruz, Francisco (2006): El Apando de José Revueltas: una poética de la libertad. México. Universidad Nacional Autónoma de México.
-Revueltas, José (1969): El apando. México, Era
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* Alma Guadalupe Corona Pérez es Doctora en Literatura Hispanoamericana. Becaria CONACYT. Maestra en Literatura Mexicana. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Diplomada en Estética Contemporánea. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Perfil PRODEP. Miembro del Padrón de Investigadores BUAP. Profesora Investigadora Tiempo Completo Titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Coordinadora del Área de Literatura en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica. Líder del Cuerpo Académico Consolidado «Márgenes al canon literario hispanoamericano». Autora del libro El manuscrito de doña Joana de Irazoki editado por Fomento editorial BUAP y el Instituto Poblano de las Mujeres del Gobierno del Estado de Puebla. Coordinadora del libro Configuraciones y reconfiguraciones de lo femenino en las artes editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP. Co-editora del libro Informe del Recuerdo: reflexiones críticas sobre la narrativa y poesía de Mario Benedetti Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP y la Facultad de Humanidades de la UAMEX. Co-editora del libro Historia, ficción e ideología. Una relectura de Mario Vargas Llosa. Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP/ Facultad de Humanidades de la UAEMEX. Co-editora del libro Ensayos críticos sobre literatura femenina. Miradas al margen. Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP. Co-editora del libro Representaciones de las mujeres en la literatura y el arte. Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP. Con artículos de investigación sobre análisis literario y la relación entre la literatura y el cine publicados en libros y revistas indexadas y ponente en congresos internacionales y nacionales. Sus Líneas de investigación son: 1.- Teoría y vanguardia literaria, 2.-Literatura novohispana, 3.-Discursos híbridos en los siglos XIX, XX y XX. 4.-Intertextualidad literaria, cine y música.