Literatura Cronopio

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LA NOCHE PÚRPURA

Por Eufrasio Guzman*

1.  LA SANGRE DE LA NOCHE

La sangre púrpura que corre por mis venas lleva la atención, la embriaguez, la luminosidad, la incandescencia, la curiosidad, el ansia de conocer, el placer y el sosiego; porta la aurora y el atardecer, la noche los une a todos y permite su tejido en esta labor de búsqueda de lo bueno, lo verdadero, lo bello.
Por la noche conozco el día, por el estruendo el silencio, por el grito el canto, en la diferencia de la voz abrupta la melodía, por el hielo la llama, esa brasa helada de agua que dura quema. En la noche siento ese delta de fuerza que me inunda y me recorre, mi sangre, la vida, esta pasión de ser a cada instante otro destello, la mirada compartida.

En la sangre tejemos y se inscriben estas ansias de aspiración al infinito y las estrellas. En la sangre y en el cuerpo se realiza la maravilla, la magia; por ella sabemos de las variaciones de la luz , la unidad en la respiración de animal, vegetal y hombre, el calor solar que agita y mantiene esta fracción, la vibración y la intensidad que denominamos el cuerpo.

Mi cuerpo en la noche y el día, mi carne, esta iridiscencia, esta opacidad impenetrable, este misterio.  Mi cuerpo, el sol en medio de un pedernal erosionado. Mi cicatriz, mi sangre y mi piel acostumbradas al yugo del amor, la obediencia y el arrojo. En la noche encendida los advierto. Mi cuerpo, esta masa flexible, elástica, rodante, un líquido pasar y permanecer en la vigilia del horizonte, en la plenitud de la vivencia, en la melancolía y la nostalgia de lo ido.

Mi primera casa, mi volcánico deseo, mi sangre, esa agua espesa y oscura que nos circula y gobierna.  Ella ahí, la noche como una luna eclipsada, cobalto, horizonte ardido.  La noche, mi alma y el fluir de esa sustancia púrpura e intensa de mi posesión más transparente.  Unidad, pluralidad, fiesta, el arca en este interior, batalla de que solo disuelve la muerte. La certeza de saberla, mi alma en la noche, mi participación, mi indecible, mi todo, mi nada, por un instante parte y dirección de mi vehículo terrestre.

Mi cuerpo y la noche, mi mejor lugar, escondite, observatorio, represa, arroyo, trozo de naturaleza, centella, alba presentida, luz interior, incandescencia. La noche me gobierna y dirige hacia la arborescencia. Noche de todas las dedicaciones. Densidad, fuente de las precisiones. Paradoja de las paradojas: que en el río interior que desemboca en el pecho sean acarreados la piedra de la intransigencia y la alta nube, la ladera de mi ascendencia sobre el oscuro animal que también me fascina y me atormenta.

Marchamos de la leche a la ceniza y el claro centro de pedernal de la oscuridad nos ilumina.  Salta del fogón la brizna ardida y recorre la suave oscuridad de una desconocida fruta de muerte, curare, centella, liebre y gato reunidos en el murciélago que absorbe la sangre de la noche. Recordamos el amor desvanecido, esa mujer que es ya del pasado, el amigo perdido y un propósito o tal vez una meta en la cual claudicamos.

Sombras de los párpados, el ojo oscuro, el registro del desatino y el gozo, la señal de la pasión, este galope del caballo en el alma, ida la luz, cuando las presencias oscilan con la misma marea de lo que se mira, escapa, siempre comienza y nunca acaba.

La sangre es como la noche, la tengo y se fuga en el vivir. La poseo y no la siento o se excita para mostrar mi alma plasmada en el firmamento, haciéndose visible, quedando como un oleaje de sombras que se deshace en la mano que falta, el cuerpo de esa ausencia, la oscura mancha, sólo una palabra o el mínimo gesto, en ocasiones sólo un ligero recuerdo.

La sangre me espanta y mis dos tazas han sido de ella: he nacido en un río púrpura, en el vientre ya oía el llamado de las vecinas a mi madre a mirar los cadáveres pasar debajo del puente del río.

Mercurio de la noche, me pesas y te escapas entre los dedos, te tengo y no te tengo, partes cuando tu densa textura se me asienta. Por eso en ocasiones, sin discusión interior, sin argumentos, prefiero la aurora.

Noche, mi alma, la cual no termina de entrar en la luz matinal, te escapas y aquí me quedo, seguro de tu regreso.  Vibra como una torre de energía escarlata, cobre arenado, aluvión, granada abierta.  Triángulo de mi elemental sapiencia: te espero, me esperas, nos encontramos; aquí está mi corazón, allá tu cuerpo, allí empieza la escalera, arriba el sol y el cielo.  Mi alma, la noche.  Fiesta en el acantilado, mar encabritado y lluvia desde el interior de la tierra.

2. EL COMBATE

Todos combatimos la noche con el fuego, eso nos hace iguales; nos diferencia la aprestación, la destreza, la dedicación y la claridad en la relación con la fuente de toda luminosidad, todo calor y toda iridiscencia. También nos diferencia y nos une el modo como pensamos ese fuego. Estamos los que pensamos como luz y están los que piensan como poder de aniquilación, infringimiento del padecimiento y la muerte.

Están los de la voz de la secta, el dogma y el compinchaje que no dicen conocimiento en la amistad o en el vivir la diferencia, ofrecen: Volvamos nuevamente a los martirios, a la tea encendida con la brea de la envidia, de la destrucción y la muerte.

Frente a esa densidad oscura damos la medida, la intensidad de la luz y su presencia en nuestros corazones como capacidad para la defensa y voluptuosidad en la exploración. La voz del disminuido por la enfermedad y la falta de fuerza sólo critica o ensalza, percibe astucia donde hay movimiento y no explora. Esa precaria voz siempre ha dicho: Preparemos con sangre enemiga y fuego propio el reino del futuro. Y mientras tanto la pobre carne huyendo en remolinos.

Pero también, no lo olvidaremos jamás, al parecer ni con la muerte, el fuego es vivido como ardimiento de la piel, deseo de salud, sensación de vacío y plenitud, necesidad inextinguible de un nuevo comienzo, aquí, ahora, ya, cada mañana y también cuando las telas de la densa distancia y la muerte nos alejan.

En la noche buscamos la cercanía, la eliminación de la separación, nos acercamos al potro interior, acariciamos el cervatillo, la alondra, el camello, crece este gusano larva, pasión, remordimiento, fuente del ala interior que se despliega desde el fondo del pecho. Los animales crecen en nuestro interior como símbolos de elaboración de esta multiplicidad que contenemos. Nombres de los participantes en esta inefable fiesta, batalla, carnaval, vigilia, multitudinaria presencia. En la noche se evidencia, se hace sueño, evocación, nostalgia, presencia, galope del loco corazón buscando su par alado y el espacio más luminoso y evidente.

De la noche la luz que obtengo, el silencio desde el cual se me hace audible el bullicio, la algarabía de la vegetación y el agua. De la noche ascendemos a la mejor claridad, la palabra precisa, inolvidable, exacta; en la cama, con la almohada, la mano y el cuerpo amigo: ese rayo de lo vivido, el verbo exacto, la palabra curativa de la soledad, la distancia, el aislamiento y la muerte. Por eso la noche se puede volver una palabra, una frase, un recuerdo, una evocación que resume la sabiduría de la especie, su meditación cósmica y certera: una de las niñas que amo dice: «La mejor forma de llegar al cielo es dormirse en clase de Geografía».

En medio de arrecifes, bahías, golfos y ensenadas vamos penetrando en ese mar oscuro indefinible, la nocturna gruta nos invita para que entremos en la inmensidad que nos contiene, posee y dirige para que también la cabalguemos y así domesticar sus voraces llamas, sus fuerzas presentidas ahora aliento de la voz, designio mío, palabra en la noche, registro y maravilla del alba.

Misterio de que cuando digo noche solo hay una, la mía, la tuya, la de todos y corriendo la catarata de la memoria inunda la lengua, la boca y la necesidad de decir el viento, la piedra, el agua y el día.  Parece un oscuro animal, un felino arrebato, un insecto, pero al mirar con cuidado descubrimos una multitud, esta pluralidad en la cual un niño inquieto hace de punto de cruce, receptor, mediador, portero y guía, él dice: «Pasa».  Todo a su alrededor acontece: la ira, la tensión, el esperar y el asistir a la fuerza exaltada exigiendo su prueba. Siempre este bestiario interior iniciando su fiesta.

En la noche es el niño milenario quien combate con las densas telas de basalto y pedernal sangrante, con los primeros rayos de luz en la aurora asciende a los cielos; ángel le dicen porque al despuntar el alba toda la sangre arremolinada en el combate de la noche es cosa del pasado, y de los omoplatos salen las alas y la lengua cantarina de su cuello, para ascender a los cielos y hacer de la luz su canto.
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* Eufrasio Guzman es Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana, profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia desde 1981. Se ha desempeñado en varios cargos administrativos; desde enero de 2009 ocupa el cargo de Director del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Escritor, investigador de la literatura y la poesía, ha sido además ensayista y profesor de Filosofía. Su tema de escritura y de trabajo intelectual ha sido el conocimiento del ser humano como portador de una naturaleza que lo hace ser en el contexto de una cultura concreta. Ha realizado investigaciones sobre este tema de la distinción naturaleza–cultura así como sobre las obras del poeta cubano José Lezama Lima y sobre el escritor antioqueño Fernando Vallejo. Ha escrito ensayos sobre algunos de los poetas colombianos contemporáneos y sobre temas de antropología y etología humana. El presente texto hace parte de su libro «Poesía y Mito poético y otros ensayos».

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