Literatura Cronopio

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CIUDAD ABIERTA

Por Adán Echeverría*

HOY QUE LA VIDA ME HA PUESTO LA PLUMA SOBRE EL OJO
pienso y distingo
a los huracanes que surgen del Atlántico
a esas caracolas que forman las puntas del diamante
y van trepando tierra dentro.
Voy con mis manos de relámpago
para nacer desde el oleaje como Venus,
o quedar ciego en la corteza de los árboles
perdido en el laberinto de los versos
(bajo, subo, precipito,
y sedimento en cada hoja)
como un presentimiento.

Y esto lo pienso mientras mis manos aletean
en el nerviosismo de una guerra que se inclina
sobre los hombros.
Me sitúo en las aceras de Wall Street
y miro las pantallas.
La caída de las bolsas de valores alrededor del planeta
nos reúne en este punto, ciegos por el humo del tabaco,
a tientas por los callejones.
Miro los relojes detenidos
en las alas abiertas de las aves que circulan cabizbajas
entre los tejados, edificios, chimeneas, ventanas, fuentes, parques,
blancas las plumas y las nubes negras por el pensamiento,
es el huracán armado del silencio.

Tal vez fue la felicidad  o sólo ha sido el tiempo,
o esta sobredosis de miedo que corre en los parajes.
Acaso el aletazo que no quiere extinguirse
y silencioso
relampaguea al horizonte.
El cielo de unicornios embravecidos
acercándose en las noches de tormenta,
tantas inundaciones y ni un solo transeúnte con la corbata adormecida.
Ah  mis manos de relámpago,
mis manos que tiemblan
y me dictan cuando voy quedando ciego.
Porque los mercados caen,
los edificios desmoronan,
y uno observa y mira y puede distinguir
que del grito último en que nos hemos anclado
somos la partícula suspendida en el aire
cayendo a través de las ventanas,
flotando entre la lluvia.
Pienso en los electrones,
en el sabor de tu lengua,
en la axila blanca, blanquísima,
de la niña que estuvo conmigo anoche,
y al volver el rostro sobre las manecillas del reloj
toda ella y sus pedazos de blancura
cayeron con los edificios.
Porque no estamos solos como cada noche,
porque todo nos ha reunido en este punto
en la mirada del ojo que siempre precipita.
Pienso en el brillo del silencio
que me remonta a la selva,
en el brillo que surge cuando abres la boca.
Pienso en el hueco del niño que no conoció a su padre,
aquel brilloso padre tragado por la niebla.
La misma niebla que nos va dejando ciegos,
uno frente al otro sin poder pronunciar los apellidos.

ES TAN LARGA LA CALLE Y AL FINAL EL DISCO ROJO
¿qué del disco rojo refugiándose en la lluvia?
La voluntad de los carros sobre la carpeta,
la niña de la capa roja, el odio de los truenos,
la falda corta subiendo hasta los moretones,
raspaduras de vidrio, los ojos cerraditos,
y el agua del grito escalando ventanas.
Es tan larga la calle y la lluvia en todos los semáforos
¿qué de la lluvia y su tanta sorna parpadeando?
El disco rojo balancea,
la calle se ha quebrado entre los motores,
la niña seca sus trenzas con la capa de tan solo treinta pesos,
sus manos pequeñitas
revolotean por los costados cuando la sumergen en el callejón.
Los edificios vigilan cada centímetro de la ciudad,
atrapan gritos que las palomas empollan sobre las cornisas.
Unos niños mudan sus dientes entre la basura
mientras perros olisquean los rincones de la niña abierta
toda moradita y empapada,
tiritando de frío en el olor de la violencia
que se guarda   como el miedo bajo su piel
y esta infante lluvia va picándole las pecas.

DENTRO DE LA PANZA DE DIOS
existen lágrimas cuyo rastro habré de seguir por la plaza de armas.
Acá en el zócalo, en los portales y los callejones,
me doy cuenta que somos el charco
atrapando la luz que asoma en la ciudad
El horizonte es tan azul, luminoso pájar,
apenas se vislumbra.

Cada punta de sol es una bruja
que se divierte sube y baja por los tejados
y no hay más cornisas donde pueda violentarse
para esas turbonadas que la depositan en el pavimento.
En los espacios oscuros
las brujas crecen a puños el hambre bajo los puentes
y todas ríen de ser maravillosas.
Sobre las plazas de armas,
donde las brujas fueron quemadas, traspasadas, escupidas y quemadas
estoy detenido, abotargado, rodeado por el humo de cigarros
que dibujan mi nombre sobre las paredes humedecidas cada noche por orines
hasta formar el charco que somos en esta ciudad abierta
donde la luz de cada bruja
apenas parpadea.
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* Adán Echeverría nació en Mérida, Yucatán (1975). Escribe poesía y cuento. Es Biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Integrante del Centro Yucateco de Escritores, A.C. Ha publicado los poemarios «El ropero del suicida» (Editorial Dante, 2002), «Delirios de hombre ave» (Ediciones de la UADY, 2004) y «Xenankó» (Ediciones Zur-PACMYC, 2005), y el libro de cuentos «Fuga de memorias» (Ayuntamiento de Mérida, 2006). Participa en los libros colectivos «Litoral del relámpago: imágenes y ficciones» (Ediciones Zur, 2003), «Venturas, nubes y estridencias» (ICY-INJUVY, 2003), «Los mejores poemas mexicanos. Edición 2005» (Fundación para las letras mexicanas y Joaquín Mortiz-Editorial Planeta, 2005). Los presentes poemas hacen parte del poemario «Ciudad abierta».

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