LO PUBLICO ESTÁ HERIDO DE MUERTE
Por: Alberto Morales Gutiérrez
Está circulando un mail pavoroso. Es el listado de los parlamentarios de las dos cámaras, de hombres públicos, de políticos en uso de mal retiro, de ex gobernadores y ex alcaldes, de ex gerentes, en fin, que están o condenados ya, o investigados, o citados, o mencionados en el tema de la para-política.
Se descubre que las cuentas de Mancuso, cuando dijo que tenía controlado el parlamento, resultaron superiores a su confesión. Está ahí, en ese listado, el espectro de la corrupción, el mapa físico de la inmoralidad en la política.
Un poco para exorcizar la tristeza y la vergüenza volví a leer a Victoria Camps.
Reflexioné que con todo lo importante que es el concepto de la globalización y el hecho objetivo de que se trata además de una realidad incontrovertible, no se puede perder de vista el imperativo de la identidad. El grito de combate de los expertos en ‘marketing’, según el cual hay que pensar global y actuar local, resume sin quererlo la reflexión de Victoria Camps en torno a los temas de la ética, la política y la moral, reflexión que dota de argumentos a quienes desde la defensa de la identidad, creemos que la política tiene una segunda oportunidad sobre la tierra.
Es muy riesgosa la apuesta por una ciudadanía cosmopolita, que es “habitante del mundo”, que borra las fronteras del estado nación. El uso recurrente de frases tales como “todos nosotros”, “todo el mundo”, es una manera de enunciarnos y reconocernos de manera abstracta. Hay una realidad definida del ciudadano que tiene que ver con problemas concretos, cercanos, y es desde ellos, desde la manera como aprendemos a enfrentarlos y a solucionarlos, que es posible construir los ideales éticos de la política.
El desinterés, la ausencia del ejercicio de la ciudadanía es una expresión de la desmoralización de la sociedad. Es por ello que el desinterés ciudadano es el caldo de cultivo de la corrupción.
Victoria Camps, releyendo a José Luis Arangurem sustenta cómo la moralización de la sociedad tiene que ver con la moral pública y la moral individual. Así, estar moralizado es tener moral y estar desmoralizado es no tenerla.
Mire qué explicación tan interesante: Contrario a los animales que actúan por instinto y que tienen una vida “hecha”, en el sentido de que no puede hacer con ella nada distinto a aquello que el instinto le marca, el ser humano proyecta una vida, la elige, la puede hacer bien o mal, la puede hacer de acuerdo con un ideal moral o hacerla de una forma inmoral y puede también desmoralizarse, lo que desencadena una ausencia total de entusiasmo en esa proyección de vida.
Igual le ocurre a la vida colectiva. La desmoralización de la sociedad se inicia en la práctica de inmoralidades.
Piense usted en el impacto de un aforismo neoliberal como aquel que asume que el pobre es pobre porque se lo merece, por incapaz. La justicia para el neoliberal se inspira en la ley del más fuerte. “A cada quien según sus méritos” es el grito de combate. Cohonestar con esta premisa desconoce que las desventajas de quien es pobre no son una “conquista” sino que son involuntarias, las tiene sin merecerlas. Y son corregibles sólo con el ejercicio de una política de igualdad de oportunidades, una política que impulse la equidad.
Es inmoral también la tolerancia indiscriminada. Tolerarlo todo, dice Victoria Camps, es la forma más cómoda de sobrevivir: “mientras yo tenga lo necesario lo demás no me importa, no me importa lo que ocurra con los demás”. La corrupción se entroniza porque no hay control. Si a nadie le importa, la corrupción entonces ella se toma todos los espacios.
Es inmoral regodearse con el principio según el cual “el fin justifica los medios”. Incluso afirma de manera categórica: “Un fin ético no justifica unos medios políticos que no sean a su vez éticos”. Y también es inmoral discriminar.
Gota a gota, la inmoralidad se va incorporando a la cultura y los actos inmorales se vuelven naturales. “Todo el mundo piensa así, todo el mundo actúa así”.
Es inmoral la ausencia de valores. Se han perdido el valor y la capacidad de poner en duda las cosas, de hacerse preguntas.
La desmoralización de la sociedad no se combate desde la abstracción de educarnos para vivir en el mundo. “El ciudadano debe tener raíces en una sociedad, y como la sociedad es demasiado grande, y la sociedad grande es una sociedad anónima, atomizada, lo que hay es que intentar que la sociedad se vuelva más comunitaria y es aquí en donde adquiere toda su importancia lo local”.
Desde lo local el ciudadano se incorpora a la participación en la solución de necesidades concretas. Desde lo local el ciudadano empieza a entender el significado de lo público. Desde lo local el ciudadano configura y adquiere un entusiasmo colectivo, un entusiasmo en torno a un proyecto público.
Si ese entusiasmo aflora, aflora a su vez la moralización de la sociedad. Esperemos que enhorabuena esto suceda…