INCERTIDUMBRE LATINOAMERICANA
Por Luis Fernando Vargas Alzate*
En ocasiones se dificulta comprender a la exótica América Latina. Su geografía, agreste en varios tramos aunque delicada y sutil en otros, contrasta fuertemente con la belleza de sus gentes y con sus destemplados patrones políticos. Las siguientes líneas pueden dar una idea de la complejidad del entramado político de la región y podrán ser útiles para adentrarse en la discusión de si, en realidad, la contemporaneidad se ha enraizado en aciertos o en desaciertos para sus habitantes.
Actualmente, los analistas, críticos y eruditos en los temas internacionales se mantienen con altas reservas frente a lo que pueda suceder durante la próxima década en materia de política local e internacional en América Latina. Cierto es que la década de los 90 se distinguió por la radical implementación de medidas neoliberales en más del 90% de los Estados de la región, incluso en gobiernos de corte popular como los de Collor de Mello, Menem y Sánchez de Lozada. También es cierto que durante los primeros diez años del siglo XXI, la denominada izquierda fue la que se arraigó en el ámbito político de la región contrariando lo propuesto al finalizar el siglo anterior. No obstante, resulta complejo predecir lo que sucederá en los diez años posteriores, más aún si se tiene en cuenta al fenómeno venezolano —que insiste en jalonar movimientos de izquierda en América Latina— bajo la óptica de una revolución supremamente mal planificada en la actualidad.
América Latina se caracterizó en los últimos diez años por haber logrado una interesante unificación del 80% de sus Estados en función de un diálogo político que enfatizó la lucha social y la reivindicación de derechos. Ese fue el discurso que se escuchó a lo largo de la primera década del siglo XXI. Lo que llevó a que algunos Estados terminaran rezagados —políticamente hablando— y se les acusara de estar torpedeando el proceso de integración en la región. Colombia, México y Perú fueron tres repúblicas que se mantuvieron por fuera de lo que podría considerarse el arribo de la izquierda a la región.
Por lo demás, se evidenciaron muchas alianzas y acuerdos entre actores que confiaban su progreso al retorno del Leviatán y su constante intervención en la dinámica económica y un excesivo control a las actividades de sus nacionales. A su vez, dentro de la corriente socialista, hubo una segunda división, dado que Brasil se esforzó por liderar una alianza de Estados que le apostaron al progreso y al ajuste liberal para el logro de objetivos sociales de gran impacto, mientras que Venezuela se ocupó al máximo en vender la idea de un socialismo soviético para el siglo XXI, escudando dicho proyecto en las ideas bolivarianas de seguridad colectiva y asociación cooperativa de principios del siglo XIX. Lo anterior dejó un interesante balance de poder entre Brasilia y Caracas que, luego de profundas evaluaciones, dejó los buenos augurios para los aliados de Brasilia.
El desenlace de la década socialista se ha empezado a percibir en una inmensa incertidumbre, puesto que las tasas de pobreza que —según muchos— había dejado la implementación de medidas neoliberales, siguen casi intactas. Tampoco han mejorado los sistemas de seguridad social al nivel que se quiere, ni se habla de cobertura educativa del 100% en ningún país de la región. Esto se conecta con una nueva dinámica electoral en América Latina, puesto que el elector ahora está girando en favor de candidatos de centro y centro derecha.
Las últimas elecciones en Panamá dieron el aval a Ricardo Martinelli; otras más recientes en Honduras y Chile, entregaron la victoria a Porfirio Lobo y Sebastián Piñera respectivamente. El presidente Lula está teniendo problemas para dejar en Dilma Roussef la posibilidad continuista de sus políticas, ya que el fuerte sector opositor viene trazándose una estrategia para dividir a los electores simpatizantes del socialismo en la nación brasilera.
Diría, entonces, que todos estos datos sueltos de los que hablo (con los que no pretendo confundir al lector ni complicarle su lectura), obedecen a una preocupación seria en función de la certidumbre o no que se tenga frente a los cambios políticos de América Latina en los años venideros.
Década por década el mapa de la región se configura. Por períodos determinados se está de un lado y, luego, como por arte de simple aversión frente a los resultados obtenidos, se decide girar 180 grados en la toma de decisiones electorales. Como lo expresó Maquiavelo en algún momento, uno de los grandes problemas de los hombres es que «en términos generales son ingratos y volubles». Por tanto, si en América Latina se eligiera con mayor criterio, muy seguramente no tendríamos que padecer esta situación pendular que ya se ha hecho reconocida por muchos.
Empiezan, pues momentos de incertidumbre frente a lo que se aproxima. Si bien para Estados como Colombia y Perú las cosas están mucho más claras (la centro–derecha seguirá en el poder a causa del descrédito que generaron a la izquierda los grupos insurgentes que derivaron en delincuenciales), no sucede así en el resto de la región.
Por un momento resulta importante detenerse en el caso venezolano. Hubo un día en el que se planteó una revolución. Efectivamente, dicha revolución comenzó con el aval de grandes líderes de la dirigencia venezolana que se alinearon con un proyecto socialista que iría a revertir la tradición del país. No obstante, el tiempo pasó y las cosas se fueron modificando al mismo ritmo que George Orwell lo plasmó en su «Animal Farm».
Empezaron, entonces, las disidencias —no muy publicitadas, por supuesto— y fue cuando personajes de la talla de Raúl Isaías Baduel, Ismael García y Luis Miquilina decidieron hacerse a un lado al descubrir que las intenciones iniciales ya no estaban y que la lucha por controlar el poder por parte de Hugo Chávez iba a desviar la idea original de la revolución. Eso pasó. Hoy, otros más se hacen a un lado. Ya no van directamente con el proyecto José Vicente Rangel, Ramón Carrizales, Yuribí Ortega, Eugenio Vásquez Orellana y Carlos Rotondaro, entre muchos más.
El mandatario venezolano sale a recorrer plazas públicas y a señalar qué cosas se expropian y cuáles no, como si fuese un juego de monopolio quizá. Ante estas circunstancias, es claro que uno de los Estados donde mayor incertidumbre existe hoy es Venezuela. Incluso, se acaba de presentar una devaluación del Bolívar. Y es de sabiduría popular el hecho de que cuando una moneda se devalúa las cosas no marchan bien y el gran impacto, ante un Estado poco competitivo y falto de producción como es Venezuela, lo va a sentir el ciudadano promedio, no las clases altas —que todavía existen allí.
La incertidumbre sigue rondando por América Latina. No es muy claro cómo se configurará el mapa político durante la próxima década. Lo que sí debería estar muy claro en las mentes de sus habitantes es la necesidad de acercarse a la comprensión de la práctica política. Urge madurez en cada uno de los latinoamericanos que desean que su región salga a flote.
En esencia no debería importar si se habla de derecha o de izquierda. Realmente lo que debería molestarnos es notar que en el 2010 todavía existan líderes que siguen creyéndonos analfabetos políticos y continúan actuando como el Príncipe de 1513 (figura esbozada por Maquiavelo), logrando convencer al elector —como lo expresó Steve Lukas—, que la distribución asimétrica del poder, en su beneficio, es inevitable y que la tenemos que aceptar porque no hay más remedio.
__________________________
* Historiador de la Universidad Nacional de Colombia (1998), Especialista en Estudios Políticos de EAFIT (2006), Diplomado en Negocios en China (2009), columnista de la revista Letras Internacionales de la Universidad ORT de Uruguay. Investigador del Grupo en Estudios Internacionales de la Escuela de Administración de la Universidad EAFIT dedicado a temas de política exterior y relaciones internacionales en América Latina. Ha publicado con el Fondo Editorial de EAFIT en varias ocasiones y se destaca su obra sobre la Geopolítica de las Naciones Unidas durante la Guerra Fría. Actualmente es candidato a Magister en Estudios Políticos de la Universidad Pontificia Bolivariana.