LA SOMBRA DE URIBE
Por Andrés Páramo Izquierdo*
Sobre el proceso electoral de este año se cierne, casi inevitable, la sombra del presidente Álvaro Uribe Vélez. Tanto es así, que el Consejo Nacional Electoral (CNE) tuvo que recordar a los medios y a los candidatos el artículo 188 de la Constitución Política, para que se prohibiera usar su nombre dentro de las campañas.
Uribe, durante ocho años seguidos, reformó la manera de hacer política. Tomando un país que salía de un proceso fallido con las FARC, en donde la gente tenía la idea de que el Estado no existía, Uribe inventó fórmulas de gobierno para hacer retornar la legitimidad. Fórmulas que van desde los hechos y las acciones hasta lo discursivo y simbólico.
El mejoramiento de la seguridad en las carreteras, los duros golpes contra las FARC y su aminoramiento tanto militar como político, el proceso de Justicia y Paz con las AUC, los consejos comunitarios, y con ellos, el acercamiento de un presidente a los problemas de las personas más alejadas del país, entre otros muchos.
Los elementos discursivos son muchos también: el tono beligerante para referirse a las FARC, su capacidad de recordar cifras, fechas y nombres a la hora de rendir cuentas al país o a sus opositores, la oratoria, elocuente como la de un caudillo.
La parapolítica que rodeó a sus partidos, el debate de los falsos positivos, los problemas de la firma del TLC con Estados Unidos, debido a la baja seguridad para trabajadores y sindicalistas, el desfalco de Agro Ingreso Seguro fueron algunos problemas.
De esta manera es como Uribe replanteó toda una forma de emprender políticas públicas. Una vía casi paternalista sumada a su presencia en los medios y en la vida real, añadida con el importante fortalecimiento de la seguridad (aspecto que en las sociedades actuales se presenta como la primera preocupación).
Todo lo anterior implicó para la sociedad colombiana un cambio en su percepción de la figura del presidente. En los gobiernos pasados existía siempre una tendencia de impopularidad conforme el tiempo pasaba. Entraba a gobernar y de forma paulatina su popularidad bajaba hasta que casi todos estaban en contra de él.
Uribe, en cambio, se convirtió en una imagen, en una versión simbólica de él mismo y de su gobierno. La sociedad colombiana, por esta razón, se dividió en dos y se polarizó completamente. Pocas veces podía verse a una persona que viera a Uribe desde los hechos y no desde sí mismo o su presencia. El país se dividió entre uribistas (la mayoría, que le aprueba todo) y anti–uribistas (una minoría organizada, crítica, pero igual, cegada por el simbolismo, que le desaprueba todo).
Lo anterior se vio reflejado en las elecciones de 2006. Uribe como presidente–candidato, actuando dentro de un marco legal legítimo, se postuló por segunda vez. El fenómeno político fue tan grande que las votaciones se dividieron en dos candidatos: Uribe y su contendor más fuerte Carlos Gaviria, quien contó con 2.7 millones de votos en 2006 y consiguió la votación más alta de la izquierda en la historia de Colombia.
Cabe una pregunta ¿Esto se dio por el creciente movimiento izquierdista latinoamericano? ¿por la fe de los colombianos en el Polo Democrático Alternativo —PDA— y su programa de reunir a las fuerzas izquierdistas colombianas? Yo pensaría (y este punto de vista es bastante personal) que si bien el PDA tiene un caudal político fuerte, este abrumador número de votos se desata de la consecuencia natural del presidente–candidato: es el reflejo de la parte de los colombianos que están en contra de él.
Este voto (no en todos los casos, pero sí, en muchos) es el denominado «estratégico». En otras palabras: muchos no votaban por «Carlos Gaviria presidente», votaban por «Uribe no presidente». Éste es el espejo que se pone en frente de Uribe y que refleja, no sólo su poderío a nivel electoral, sino que crea una realidad no del todo cierta: la de un candidato de oposición poderoso y la edificación sólida de la izquierda en Colombia (esto se dice sin desconocer los triunfos y el caudal electoral real del PDA).
Con las nuevas elecciones de 2010 y, valga decirlo, con un periodo más encima, Uribe vuelve a generar estas disparidades de la realidad política. En primera instancia, hubo siempre en los colombianos la incertidumbre de si Uribe se lanzaría nuevamente a la presidencia. Esta puja fue al Congreso en forma de firmas y a la Corte Constitucional en forma de referendo. Esto menguó la capacidad de campaña real por parte de los demás candidatos. Mientras Uribe gobernaba esperando el fallo, los candidatos de oposición se concentraron en hacerle campaña a la Corte para tumbar el referendo, mientras que los de coalición no lanzaron sus candidaturas de forma seria hasta no tener claro si el presidente se lanzaría o no. Esta trama política hizo que nadie pensara su voto de forma consciente hasta que la Corte no definiera, por derecho, el asunto político. Mantener en vilo a la población, creó un escenario de incertidumbre que poco favorece a la democracia por elección.
La Corte, en una decisión acertada, que aplica normas simples a las que no se les puede torcer el cuello con interpretaciones más allá de su texto, declaró inexequible la reforma a la Constitución y con esto extrajo (pero sólo de presencia física) a Álvaro Uribe Vélez de las elecciones.
Sin embargo él está. No sólo en mente de los electores sino de los candidatos. ¿Qué quedó después de toda esta incertidumbre generada por el propio Uribe y sus copartidarios?
Primero la reacción de los medios. Con titulares como «El fin de una era» (https://www.semana.com/noticias-nacion/fin/135599.aspx) alusivo al poderío político de Uribe, «Arranca la campaña: el escenario político pos referendo» (https://www.lasillavacia.com/historia/7325) y el nuevo panorama que se desata con la vacante del Presidente, o «Alfiles Uribistas» (https://www.semana.com/noticias-actividad-politica/juegan-alfiles-uribistas-ajedrez-politico/135353.aspx), dan claras muestras de su influencia en las nuevas elecciones.
Pero más que esto, es la forma en como los candidatos abordan y aprovechan el sentimiento uribista de los electores. Es el ejercicio de estrategia electoral de apelar a su capacidad para ser iguales a Uribe. Para esto no se necesita realizar una investigación exhaustiva, basta con ver los lemas de campaña. Andrés Felipe Arias «el del presidente» quien hace, más clara que nadie, la alusión a continuar (casi como una réplica o como una versión duplicada) con el mismo programa de Uribe. Juan Manuel Santos «Porque retroceder no es una opción», candidato del partido de la U (el partido del Presidente, fenómeno no existente en la historia reciente de Colombia) quien habla de mantener la política de seguridad democrática tal como el Presidente y él la desarrollaron.
Están también aquellos que se inspiran en Uribe y prometen un gobierno como el de él, mejorando algunos detalles: Germán Vargas Lleras «Mejor es posible» o Noemí Sanín «Ganas tú, gana Colombia» que es el único título de candidato uribista no alusivo al presidente de forma expresa o tácita, pero que en sus frecuentes apariciones en televisión y radio, como candidata, sí usa la figura del presidente para crear un punto y llegar hasta su propia campaña.
Una fuerza tan arrolladora como ésta es inédita en el espectro electoral colombiano. Incluso en el pasado, la figura del Presidente saliente era usada como «anti–campaña» que hundía a los candidatos de su propio partido (como le sucedió a Horacio Serpa en las presidenciales de 1998).
¿Qué queda entonces? Así las cosas y como van (en pleno triunfo parlamentario del «uribismo») queda una calidad electoral muy débil. Por más bueno o malo que haya sido el presidente saliente —tema que no es de discusión en este artículo— y por más natural que sea querer mantener o cambiar su forma de gobierno, el descomunal y bien entendido fenómeno Uribe hace que las elecciones se vuelvan pálidos reflejos de lo que realmente son: unos candidatos despersonalizados sin muchas propuestas novedosas de fondo (sobretodo para este país) y con unos electores que no saben definirse de acuerdo a parámetros más allá de la imagen creada por el Presidente.
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* Andrés Páramo Izquierdo es abogado de la Universidad de los Andes con énfasis en derecho constitucional, políticas públicas y derecho probatorio. Ha participado en el consejo editorial del periódico independiente «Periódico Cantaleta» y participó activamente en el periódico «Al Derecho».
Andrés me gustó tu artículo. Tienes una visión clara del proceso electoral del país y las implicaciones que puede traer «la sombra del presidente» para el futuro mandatario.
Un artículo oportuno, con un análisis objetivo que invita a la reflección para las elecciones de mayo