Sociedad Cronopio

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RECONSTRUYENDO A AMÉRICA LATINA

Por: Juan Pablo Convers*

¿Qué es América Latina? Es una pregunta difícil de contestar, pero pongámonos en esa tarea y juguemos un poco antes de llegar a conclusiones. El término América Latina o Latinoamérica es un concepto ambiguo frente al que no existe un consenso definitivo.

Por tanto, se encuentra sujeto a una constante redefinición y depende, en todo caso, del punto de vista y propósito de quién lo utilice. No debe ser confundido con los términos Iberoamérica e Hispanoamérica.

La llamada Iberoamérica –rebosante de música flamenca, vallenatos y melodías andinas– abarca unidades políticas de habla española y portuguesa, centrándose exclusivamente en la relación del continente con la Península Ibérica (antiguas colonias de España y Portugal) y por lógica comprende un total de 20 países. Por su parte, Hispanoamérica se refiere a los 19 Estados de habla española, es decir, las antiguas colonias de España en América. Hecha esta aclaración, existen dos diferentes definiciones o referentes que dan cuenta de la región latinoamericana.

En busca de un concepto

Latinoamérica, tierra de contrastes sociales, mestizaje, mezcla entre lo premoderno y moderno, es un vasto territorio que incluye las antiguas colonias de España, Francia y Portugal. Territorios de geografía agreste y complicada, localizados al sur de los Estados Unidos en cuyo territorio se habla mayoritariamente una lengua romance como el castellano. Abarca todo territorio de América cuya lengua oficial sea una lengua románica.

Se extiende a regiones de la zona más septentrional del continente como las provincias de Quebec (única región de Norteamérica en donde el francés es la lengua mayoritaria), Nuevo Brunswick y la ciudad de Ottawa en Canadá. También abarca Louisiana y Nuevo México en EE.UU. Aunque técnicamente el estado de Nuevo México no contempla una lengua oficial, la constitución del estado de 1912 reconoce en su texto el uso del inglés y el español (dada la masiva inmigración de sus vecinos del Sur) y el gobierno estatal, mediante leyes federales, se ha encargado de proteger y promover su uso. El caso de Lousiana es similar, pues aunque no se reconoce oficialmente lengua alguna, suele ser considerado como un estado trilingüe, en donde confluyen, en orden de hablantes, el inglés, el francés y el español.

Son regiones apartadas de lo que conocemos como América Latina. Y es bueno considerar lo siguiente: presentan condiciones históricas, culturales, políticas y económicas diferentes y aún opuestas a la tradición latinoamericana, por las particularidades de los países que las contienen.

Esto, sumado a que los ciudadanos de estas regiones, no se reconocen a sí mismos como latinoamericanos, ni los territorios poseen la autonomía ni la voluntad política de incluirse e integrarse por ejemplo a Colombia, Venezuela o Perú –aunque en el caso de Quebec existan intereses secesioncitas– cuestión por la que, para muchos analistas, resultan incompatibles con la caracterización de América Latina. Es pues una acepción que desborda el concepto.

Un vasto territorio

Partiendo entonces del primer significado, como el más enfocado, América Latina hace referencia a los 20 países y 7  dependencias que conforman el mapa político de la vasta porción geográfica que abarca desde la frontera sur de los Estados Unidos hasta el extremo sur del referido continente.
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Entre los países independientes se encuentran: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.

Entre las dependencias se cuentan: Clipperton (Francia), Guadalupe (Francia), Guayana Francesa (Francia), Martinica (Francia), Puerto Rico (EE. UU.), San Bartolomé (Francia) y Saint-Martin (Francia).

Se excluyen así de esta amplia región, apelando al sentido estricto del término,  los países y territorios de: Antigua y Barbuda, Las Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Guyana, Jamaica, Surinam, Trinidad y Tobago; los territorios británicos de ultramar (Anguila, Bermudas, Islas Malvinas, Islas Turcas y Caicos, Islas Vírgenes, Islas Caimán, Islas Georgias del Sur, Islas Sándwich del Sur y Montserrat); los territorios dependientes de Países Bajos (Antillas Holandesas o Neerlandesas y Aruba); las Islas Vírgenes Estadounidenses; el territorio autónomo de Groenlandia (sujeto a Dinamarca); y los países insulares independientes –que conforman parte de la cadena de las Antillas Menores del Caribe– de Granada, San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves y Santa Lucía.

De manera que de las 27 unidades políticas que conforman el subsistema del Caribe, sólo 9 (3 países y 6 dependencias) pertenecen a Latinoamérica. De ahí que para referirse e incluir a todos los territorios al sur de EE.UU. se hable comúnmente de América Latina y El Caribe.

Problemas para definir América Latina

Cabe pues recordar que las definiciones establecidas sobre el continente americano, se sustentaron en la pugna geopolítica protagonizada por los imperios y grandes potencias que durante siglos se disputaron la primacía y control sobre sus territorios. Como bien lo expresa la historia: el acto de nombrar es parte integral del proyecto de dominar.

Los primeros tropiezos para definir a la región tuvieron lugar durante los años posteriores al llamado “descubrimiento” en donde finalmente, hacia el año de 1507, se popularizó a tal punto el nombre del florentino Américo Vesputio, que el antes desconocido continente terminó por adoptar su nombre –olvidando el de Colón– como una manera simbólica de cuestionar la primacía de España sobre aquellos territorios, en un principio conocidos como las Indias Occidentales.

Algunos antecedentes históricos para tener en cuenta

La aparición sucesiva de nuevas potencias europeas –primero Portugal, luego el Reino Unido, Francia y Holanda– en el escenario internacional, marcó el inicio del decaimiento de España. Asimismo, significó la intensificación de la disputa por el dominio del continente americano.

Por otro lado, la independencia de los Estados Unidos (1776) y su acelerado desarrollo como república marcó una nueva etapa de redefinición regional. Encauzado desde sus inicios en el proceso de revolución industrial e impulsado por una sociedad estable y cohesionada, el joven país rápidamente se enriqueció adquiriendo poder económico y militar, factores que respaldaron una fuerte y activa voluntad política de jugar un rol importante en la escena mundial. Estados Unidos estaba dispuesto a asumir un control regional local desafiando el poder de los imperios de Europa. Con un ya casi extinto imperio portugués y una España cada vez más rezagada,  se consolidó, entre 1810 y 1830, el proceso independentista de la mayoría de las principales colonias iberoamericanas, dando lugar al nacimiento de las principales repúblicas americanas independientes.

Este período significó la oportunidad perfecta para la emergente potencia del Norte de hacer explícitos sus intereses expansionistas y llevar a cabo su “Destino Manifiesto” expresado claramente en su nombre: Estados Unidos de América. Se hace evidente su interés de una “América para los americanos” (para los estadounidenses). Con esta idea establecida en 1823 por el presidente estadounidense James Monroe, no sólo se declaró la preeminencia del país sobre el continente en contraposición con los intereses británicos, franceses, holandeses, españoles y (en menor medida) portugueses, sino que también significó una división conceptual y rebosante de identidad que partió esta gigantesca masa terrestre en dos: La “América estadounidense” (EE.UU.) y la “América para los americanos”, o la “otra América”, aquella que se afirmaba destinada a estar bajo el completo y exclusivo manto de influencia de la naciente potencia septentrional.

Esta nueva dialéctica no caló del todo bien en las recién nacidas repúblicas quienes miraban con recelo a su poderoso vecino, al que veían más como un rival que como un aliado. Ante esta nueva amenaza, y presionados aún por la Santa Alianza, se hacía cada vez más isoslayable la necesidad de generar un bloque sólido que agrupara a tan variadas y disímiles naciones bajo un denominador común, capaz de oponer resistencia a la adversa configuración de poder existente.
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Pese a que todos los intentos de unión fracasaron, entre los pensadores de estos países, se acuñó el nombre –que, aunque forzada y artificiosamente, los agrupara a todos bajo una misma denominación– de “América Latina”. Sin embargo esta nueva definición excluyente y lastimera de “la otra América” no fue precisamente una obra exclusiva de aquellos sobre quienes habría de recaer. Su establecimiento se insertó y fue producto, una vez más, de la pugna geopolítica de las grandes potencias.

Desde Francia hasta el presente

Entonces en los círculos intelectuales franceses construyeron la plataforma y sentaron las bases sobre las que se edificaría la noción de ser latinoamericano. El concepto fue introducido en 1856 en una conferencia dictada por el filósofo chileno Francisco Bilbao y retomado ese mismo año por el escritor y poeta colombiano José María Torres Caicedo.

Tal acepción fue entonces apoyada por Napoleón III. El último monarca francés, en medio de la invasión francesa a México, buscaba acentuar la influencia gala en la región; excluir la anglosajona y aminorar el legado cultural español. Quería impedir así la restauración del régimen ibérico sobre sus antiguas colonias y propiciar culturalmente el fortalecimiento de sus pretensiones imperialistas que poco llegaron a materializarse. A partir de entonces y con mayor fuerza durante el siglo XX, el término fue consolidándose en éstos países que, pese a las marcadas diferencias existentes entre ellos, se valieron de este denominador común como una forma de autodefinirse y autodeterminarse ante las pretensiones de dominación que ahora se manifestaban en el cada vez más poderoso e influyente Estados Unidos de América.

Como bien lo expresa Enrique Yepes, académico y doctor en literatura hispanoamericana, en su texto ‘América Latina: Un concepto difuso y en constante revisión’: “el nombre de América Latina fue creado, pues, por una historia de invasiones, imposiciones y oposiciones. Igualmente, las regiones que ese nombre designa tienen una historia de lucha por autodefinirse, ya que su pasado, presente y futuro han estado determinados por una mentalidad foránea, básicamente de origen europeo y, en el último siglo, norteamericano”.

Es por esto, por la historia y carácter de su composición, que la utilización técnica del término Latinoamérica presenta las siguientes imprecisiones que lo convierten en un término ambiguo, difuso e impreciso.

América Latina: la difusa… la incomprendida

Miremos algunos ejemplos. Países donde existe una considerable población indígena como Guatemala, Bolivia, México y Perú no se adecuan totalmente a la descripción de naciones “latinas” por lo que, siendo estrictos, quedarían excluidas de la categorización. En ese sentido, el 9 de agosto de 2007, “Día de los Pueblos Indígenas del Mundo”, la UNICEF publicó datos estadísticos sobre censos de población y estudios etnográficos con respecto a los grupos indígenas latinoamericanos llevados a cabo por diversos organismos del área. Se determinó, entre otras cosas, que el 10% de la población total de la región pertenece a alguna etnia autóctona, representada en unos casi 40 millones de indígenas identificados en la zona. Según las cifras del organismo, Bolivia y Guatemala son los países con mayor población autóctona, 62 y 42 por ciento de su población respectivamente, siendo Bolivia el único país donde los indígenas son mayoría. Por su parte, Perú y México son los países con mayor número de indígenas en América Latina contando con 8.5 millones, el primero, y 6.1 millones, el segundo.

Más aún, tampoco resulta enteramente inapropiada la denominación de “latinos” para los países que presentan una numerosa población descendiente de africanos y asiáticos cuyos rasgos culturales y tradiciones han ejercido una fuerte influencia. Por tanto,  los países con población predominantemente afro-descendiente o mulata –producto del gigantesco tráfico de esclavos africanos al continente durante el periodo colonial– son Haití, Cuba y República Dominicana; y, en menor proporción, se cuentan Brasil, Colombia, Belice, Guatemala, Costa Rica, Ecuador, Honduras, Perú, Puerto Rico, Venezuela y Bolivia.

América Latina recibió a su vez inmigraciones minoritarias provenientes del Medio y el Lejano Oriente que hoy conforman importantes comunidades en algunos países de la región. Del Lejano Oriente llegaron principalmente habitantes de Japón, Filipinas, Corea, China, Laos y Taiwán, siendo la comunidad china en el Perú, la más importante. Del Medio Oriente se asentaron inmigrantes provenientes de Turquía, Israel, Líbano, Siria y los Territorios Palestinos. Se destacan, por su número, las comunidades palestinas de Brasil, Argentina y Chile, albergando éste último la colonia más importante de palestinos fuera del mundo árabe (alrededor de medio millón de personas).

Ahora bien, la gran mayoría de países caribeños se exceptúan de la denominación por constituirse en antiguas colonias británicas y holandesas. Por ser consecuentemente anglófonas en su mayoría, aún compartiendo en muchos casos rasgos comunes y voluntad de inclusión e integración en el colectivo regional.

También es oportuno considerar que las seis dependencias francesas presentes en América Latina, no poseen autonomía externa. Dado que se han encontrado por siglos bajo el dominio francés (casi sin interrupción desde el siglo XVII), sus instituciones, costumbres, tradiciones e idiosincrasia son casi netamente europeas siendo su autorreconocimiento del conjunto latinoamericano prácticamente nulo.

Por todo lo anterior, el término América Latina, en sentido estricto, se encuentra descontextualizado de la situación regional actual y no describe su realidad de forma precisa. Aunque  el nombre no debe ser eliminado ni modificado como muchos proponen –por cuanto se ha convertido en un referente común, no sólo regional sino mundial–, sí debe recomponerse su compresión y significado.

Una nueva propuesta

A diferencia de la rigidez propia de la definición tradicional expuesta y desarrollada al inicio de este escrito, se propone la comprensión de América Latina como un concepto dinámico. En este contexto, más que basarse en criterios exclusivamente lingüísticos, históricos y coloniales, la designación de un territorio como latinoamericano ha de depender de la voluntad política del Estado y el autorreconocimiento de los ciudadanos.

Esto ha de ser a partir de  rasgos comunes y procesos de desarrollo compartidos que manifiesten actitudes directas de inclusión e integración regional. Es cada vez más una actitud, una conciencia activa, que una realidad inherente, rígida e inmodificable.

Así, por ejemplo, bajo este criterio, “estados jóvenes” como Surinam y Guyana (ex Guyana Holandesa), miembros de la recientemente creada comunidad política y económica de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), podrían ser considerados más latinoamericanos que los territorios franceses que en sentido estricto la componen.

Lo mismo podría decirse de países caribeños como Dominica, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda, miembros plenos y activos del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas / Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) a partir de enero de 2008, abril de 2009 y junio del mismo año, respectivamente.

De manera que el espectro de América Latina debe reevaluarse y acoplarse a la realidad actual, aquella en la que los países se encuentran en una posición de maniobrabilidad y autonomía para definir su política interna y externa mucho mayor que la que tenían hace algunas décadas.

Es el caso de los “nuevos estados caribeños” que se hallan cada vez más desvinculados de las potencias extranjeras de las que dependían, apartándose de los intereses e imposiciones externas a que estaban sujetos. Éstos han venido estableciendo autónomamente vínculos acordes con su situación geográfica y su posición geopolítica, participando cada vez más activamente de las cuestiones regionales de forma independiente.

En conclusión, el carácter de latinoamericano viene dado a partir de las siguientes características: Representa una actitud, una conciencia activa, más que cualidades inherentes, esenciales e inmodificables, pues los criterios históricos, coloniales y lingüísticos resultan, no sólo insuficientes, sino imprecisos frente al contexto regional presente. Dicha actitud se manifiesta en la voluntad política del Estado y de sus ciudadanos a partir rasgos comunes y procesos de desarrollo compartidos que manifiestan una disposición directa de inclusión e integración regional.

Por último, deseo considerar que los territorios latinoamericanos cuentan con la autonomía política necesaria para materializar sus proyectos en el terreno internacional, utilizando una  política externa seria y contundente, capaz de encauzar la materialización de tal voluntad.
América Latina… un vasto territorio, una enorme expansión geográfica difícil de definir.
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*Juan Pablo Convers es estudiante de noveno semestre de Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana.

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