Sociedad Cronopio

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ROBERT KAGAN Y JOSEPH NYE JR.: DOS POSTURAS CONTRARIAS DEL PODER NORTEAMERICANO

Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*

Dos visiones opuestas y complementarias son las expuestas por los analistas Robert Kagan en su texto «Poder y debilidad» y Joseph S. Nye Jr en su libro «La paradoja del poder norteamericano». Posturas opuestas que dan cuenta de la hegemonía estadounidense en el mundo contemporáneo.
La de Kagan es la perspectiva del poder duro, militar, coercitivo y coactivo de una superpotencia en relación con el poder unificado de Europa y el resto del mundo. El viejo continente hace alarde de un poder que respeta el Derecho Internacional, el dialogo entre las naciones y que renuncia a la lógica del poder tal como la ejerció a lo largo de la creación de sus estados, situación que se revierte con el fin de la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, Estados Unidos es la antítesis de sus aliados europeos.

La postura de Nye teje un análisis detallado del poder blando de los Estados Unidos, esa capacidad de influir —sin necesidad de activar misiles y desplegar tropas— en otras latitudes; es cuando se habla de que la cultura popular norteamericana tiene alcance global y repercute con notoriedad en todo el mundo; impone estilos, tendencias y formas de proceder y pensar. El Estados Unidos de Nye es un gran coloso, un Leviatán omnipresente que posee un poder sin parangón pero que presenta paradojas y dilemas a la hora de ejercerlo.

No obstante Nye asegura que los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron un contundente llamado de atención debido a que Washington se había erigido como un centro de poder inigualable luego de la caída del Muro de Berlín, y luego de intervenciones exitosas como la realizada en Irak a principios de los 90 y después en Bosnia y Kosovo cuando nunca creyó que su territorio quedaría a merced de los terroristas. Al ser una superpotencia pecó por exceso de confianza.

Fue un llamado de atención a un país que nunca había recibido golpes contundentes en su propio suelo por parte de sus enemigos. Así no parezca, tanto las posturas de éstos dos agudos observadores se complementan y muestra la realidad aplastante del poderío norteamericano —sublime y omnipotente—que siempre está inmerso en medio de desafíos, amenazas de grupos radicales, fenómenos como la globalización, la sociedad actual de la información, grupos radicales y países emergentes.

En cuanto a poder blando, Joseph Nye Jr explica lo siguiente: «Un país puede obtener los resultados que desea en política mundial porque otros países quieran seguir su estela, admirando sus valores, emulando su ejemplo, aspirando a su nivel de prosperidad y apertura. En ese sentido, es tan importante  tener la vista puesta en la política mundial  y atraer a terceros como obligar a otros a cambiar mediante amenazas o el uso de armas militares o económicas».

Por otro lado, al estudiar la obra de Kagan se debe partir del presupuesto que tanto europeos como estadounidenses son portadores de una visión diferente sobre lo que es el poder y lo que es el orden internacional. Europa no es aquel mundo de guerras, invasiones, poderes hegemónicos que deseaban imponerse a sus vecinos tal como sucedió entre los años 1000 y 1945.

La concordia europea actual es el producto de la posguerra como contraposición a los nacionalismos de viejo cuño que la pusieron en jaque y desencadenaron en la en la Segunda Guerra Mundial; no obstante, el primer tropiezo llegó en 1914 con la irrupción de la Gran Guerra. La confrontación, las incursiones armadas en territorios vecinos y las invasiones, forjaron estados y delimitaron las fronteras europeas. Al finalizar la debacle propiciada por la ya citada Primera Guerra Mundial, el viejo continente comienza a renunciar a la «lógica de la fuerza» y bajo la tutela curiosamente de un presidente estadounidense —Woodrow Wilson— se crea la Sociedad de las Naciones cuyo fin sería evitar la confrontación a toda costa.

Europa soñaba con la instalación del paraíso en la tierra, mientras Hitler se armaba hasta los dientes y alentaba a una población teutona, humillada luego de la firma del Tratado de Versalles. Les pintaba castillos en el aire con la creación de un nuevo proyecto que arrasaría y posteriormente cubría los campos de Europa de sangre y desolación.

La Sociedad de la Naciones fue un rotundo fracaso: en ese mismo contexto agonizaría y moriría el concepto de «seguridad colectiva europea» al quedar en entredicho, debido a las invasiones e incursiones nazis en otros países.

La Segunda Guerra Mundial despojó a Europa de su matiz de gran potencia —comienza el proceso de descolonización en múltiples lugares— y le cede el trono a los Estados Unidos, hábil actor del poder duro en términos de Kagan. En la Guerra Fría, la Europa Occidental quedaría sujeta a las decisiones estadounidenses debido a la enorme amenaza soviética que se cernía en sus fronteras (cómo no recordar, por ejemplo, el temor que desató la invasión a Checoslovaquia en 1968).

Luego de la estruendosa caída del comunismo a finales de los 80, Europa no se preocuparía más por los asuntos militares y de defensa, y se dedicaría en exclusiva a forjar una férrea integración económica entre los asociados del Pacto del Carbón y el Acero que luego llegaría a la consolidación de la Unión Europea.

Ya han pasado seis décadas de los angustiosos sucesos que desencadenaron en la Segunda Guerra Mundial. Europa ya es un paraíso legalista —con una población cada vez más vieja; algunos dirán que en decadencia; actuando como potencias menores— respetuosa de las normas, que siempre busca el aval de Naciones Unidas para tomar resoluciones, que sigue a pie juntillas los acuerdos entre naciones; vela asimismo por el cumplimiento del Derecho Internacional y los protocolos.

Es un orbe pacífico que tiene como eje geopolítico a la negociación y la cooperación trasnacional. Diversos observadores europeos detallan a la potencia norteamericana como una cultura de consumo y de muerte en la que sus habitantes están armados todo el tiempo al mejor estilo de Bowling for Columbine de Michael Moore o de Clint Eastwood en su papel de «Harry El Sucio». Europa a su vez intenta usufructuar los enlaces comerciales con otros países que persigan sus mismos fines.

Sin embargo, aunque este planteamiento es válido, no considera ciertas particularidades: Inglaterra en muchas ocasiones se mantiene al margen de  lo que pasa en Europa y entre franceses y alemanes existe una notoria rivalidad por convertirse en el poder dominante en la región pese a la integración propuesta por la Unión Europea.

Bajo esa óptica, Estados Unidos sería una nación que no tiene la paciencia necesaria para utilizar los canales diplomáticos —no respetan las vías de diálogo y concertación que propone la ONU— y es dada al uso de la fuerza y la coerción para lograr sus objetivos y para proteger a sus aliados. En contravía, Estados Unidos sería un coloso omnipresente, portador de un poder descomunal propio de un mundo hobbesiano y anárquico.

El gran coloso del norte —caso curioso— es hijo de la Ilustración europea. Se podría afirmar tal como lo exponen Nye y Kagan en sus respectivos libros que los padres fundadores de la Unión Americana (Washington, Jefferson, Adams, Madison: todos grandes seguidores de la Ilustración) nunca consideraron enfrentarse a los grandes poderes europeos del siglo XVIII o la gigante Inglaterra victoriana, pero sí tenían aquellos aires de grandeza que los llevarían a alzar y entronizar una de las naciones más grandes que haya surgido en la tierra.

Ya a finales del siglo del progreso y el positivismo, Estados Unidos —pese a su carácter aislacionista—contaba con una de las flotas navales más poderosas del globo. Por eso, se podría afirmar que los padres fundadores eran prudentes mas nunca utópicos, pero siempre visionarios y vanguardistas. Por tanto, los fundadores de la Unión Americana apelaron al respeto de las normas (por el estilo de Woodrow Wilson sin caer en el idealismo), del Derecho Internacional, porque sabían que perderían de entrada con el poderío de las monarquías corruptas europeas. Ya llegaría el momento de imponerse: fueron prudentes y supieron esperar.

Luego de dos siglos largos de su fundación como nación, Estados Unidos —pese a la gran crisis económica actual que la administración Obama no ha logrado paliar— sigue siendo con creces la nación más poderosa de la tierra. Por tanto, aunque Obama proponga una postura multilateral, lo cierto es que la gran nación estadounidense siempre se torna unilateral, soberbia y coercitiva.

La coacción y la fuerza son determinantes en su accionar y son parte integral de su política exterior; inclusive operan como discurso y praxis. Lo que llevaría a suponer que tanto norteamericanos como los gobernantes del viejo mundo ya no comparten las mismas estrategias. Más aún, este tipo de análisis —en opinión de Kagan— son escasos y hacen falta en materia de relaciones internacionales.

Siguiendo lo propuesto por el autor de «Poder y debilidad», es un verdadero milagro geopolítico, económico y geoestratégico que Europa haya optado por cohesionarse en un bloque común bien conocido como la Unión Europea. Es un verdadero milagro y pese a las crisis, la economía europea ha gozado de prosperidad en las últimas décadas. Esta se puede equiparar con la estadounidense pero con ciertos agravantes: la población europea envejece con creces, mientras la demografía estadounidense se rejuvenece con el pasar de los años. La demografía es clave en materia económica y si la tendencia se mantiene, la economía estadounidense podría triplicar la europea en el 2050.

Pero Europa ha cometido un error que le ha salido caro y que le resta peso cuando se le compara con los Estados Unidos y otros poderes emergentes de Asia: no invierte en cuestiones militares, no provee a sus ejércitos de recursos económicos sólidos —no saben orientar estrategias en el campo de guerra— y en incursiones en el extranjero como las acaecidas en Irak o Afganistán, están a la merced de las directrices tomadas por el Pentágono o el Secretario de Defensa estadounidense de turno. A una nación no le basta con tener un sólido poder económico, con cohesionarse en un bloque de prósperas naciones. No han comprendido que para alzarse como sólidas potencias poseedoras de un efectivo «poder duro», si no cuenta con ejércitos bien equipados, su papel protagónico quedará relegado. Nunca serán capaces de adelantar simultáneamente dos guerras de gran envergadura tal como lo hace los Estados Unidos (aunque hay muchos críticos de este tipo de aseveraciones).

Inclusive el papel de la OTAN ha quedado en entredicho y se ha ido desdibujando: los Estados Unidos cada vez emprenden acciones en solitario luego de los ataques al World Trade Center y consideran que los europeos idean trabas legales y deliberaciones insulsas para integrar tropas en territorios donde abundan grupos terroristas y fundamentalistas donde se hace necesario intervenir. Estados Unidos se ha cansado de la pasividad europea a la hora de tomar resoluciones en el campo militar aunque tuvo aliados resueltos en Europa como sucedió con Tony Blair.

Para Estados Unidos —pese al multilateralismo actual— los países del «eje del mal» tal como los bautizó la administración de George W. Bush, deben ser derrotados a toda costa pues sus regímenes impulsan la explotación y los vejámenes contra los derechos humanos. Además, son estados fallidos y un verdadero peligro para la humanidad; tal es el caso de Irán o Corea del Norte que cuentan con peligrosos programas nucleares y de enriquecimiento de Uranio, que mal utilizados podrían desembocar en cruentas catástrofes. En cambio, Europa no detalla peligros en esos países: considera que no hay que utilizar la fuerza contra ellos. Como un adicto que va a la deriva, consideran que pueden rehabilitarse y llevar una vida de dignidad tal como sucedió con ellos luego de la Segunda Guerra Mundial.

Estados Unidos —el gran gendarme del mundo— se preocupa ahora por las amenazas externas, las armas de destrucción masiva, el terrorismo y por dar con el paradero de Osama Bin Laden al mejor estilo de las frenéticas persecuciones de comisarios y caza recompensas a los forajidos de las grandes aventuras del Oeste Americano. Europa ahora se preocupa por su economía —tal como sucedió con el rescate de la economía griega que llevaría, si no se tomaban los correctivos, a un nefasto efecto dominó en la economía europea—, el combate al crimen organizado en sus viejas callejuelas medievales, el problema de la inmigración y los conflictos étnicos en su territorio.

Cabe preguntarse: ¿Hay en el mundo alguna otra potencia que supere o que vaya a superar dentro de poco a la hegemonía norteamericana? Esa es una pregunta clave que se hace Nye a lo largo de su obra. A todos los imperios le llega su decadencia, pero en opinión del investigador estadounidense ésta aún no ha llegado. Grandes potencias y poderes emergentes como China, Japón, Rusia, India y la misma Europa no cuentan con los elementos —al menos en lo que queda de siglo y lo que respecta al futuro previsible— para imponerse y superar a los Estados Unidos.

Todos los investigadores del poder norteamericano deberían considerar las tesis de Kagan y Nye: posturas disímiles pero complementarias para comprender el papel actual de la Unión Europea y para estudiar y desentrañar la naturaleza del poderío norteamericano en estos tiempos de crisis que han llevado a que el esperanzador gobierno de Obama tenga una popularidad del 30% entre los electores, en un contexto de negativismo frente al actual liderazgo del gran coloso fundado con prudencia e ingenio por George Washinton y Thomas Jefferson.

Citando a Kagan a manera de conclusión, hay una frase contundente que llama de entrada la atención de los lectores por el poder que despliegan sus palabras: «Henry Kissinger preguntó en una ocasión a un ya envejecido Harry Truman por qué le gustaría ser recordado. Truman contestó: Nosotros derrotamos por completo a nuestros enemigos les obligamos a rendirse. Y entonces les ayudamos a recuperarse, a convertirse en democráticos y a volver a unirse a una comunidad de naciones. Una cosa así sólo podía haberla hecho Estados Unidos».
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* Juan Manuel Zuluaga Robledo es codirector de www.revistacronopio.com, periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Trabajó en los periódicos El Tiempo y Vivir en El Poblado. Es candidato a magister en Estudios Políticos de la Universidad Pontificia Bolivariana.

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