PRISIONERO DEL AGUA
Por Alexis Díaz Pimienta*
Había miedo, nadie lo confesaba pero había miedo. El miedo era evidente en la tos silenciosa de Pepe Gibara, y en esa intermitencia con que Lorenzo al Cubo encendía la linterna cada dos minutos, poniendo nerviosos a los demás, obligándolos a blasfemar, así, en voz baja. Había miedo, nadie se lo decía al otro, pero había muchísimo miedo. Por eso no se sorprendieron cuando Gustavo comenzó a quejarse y en la voz se le notaba la cercanía al llanto; Enildo Niebla permaneció en silencio, absorto en sí mismo, pero Pepe Gibara y Lorenzo al Cubo buscaron la manera de desahogar su propio temor gritándole, cállate ya, cobarde, huevón del coño de tu madre, cállate o te tiramos.
¡Oh, Santísima y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, hija del Sumo Rey y Señora de los Ángeles, Madre del Creador de todos, Reina de las misericordias, inmenso abismo de piedad!
La oscuridad, el mar, el silencio, la lejanía a todo, la cercanía a todo, ellos mismos: el miedo. De vez en cuando estiraban las piernas, las entrechocaban, y Lorenzo al Cubo encendía la linterna otra vez, sin querer, nervioso. Pero ya a estas alturas los otros solamente intentaban calmarlo, comenzaban a sisearle, sst, ssst, sssst, porque el fino haz de luz seguía sonando como una palabrota, como un grito delator en alta mar. A medida que se alejaban de la costa sus actitudes iban cambiando, apenas respiraban, temían moverse y hacer zozobrar la balsa, hablaban poco y bajo, como si temieran que hubiera alguien escuchando tras la oscura pared del aire.
No veían nada. Lorenzo había dejado, al fin, de encender la linterna y ahora los cuatro parecían ciegos. Sentían sus cuerpos, sus ropas, la balsa, el mar, pero no los veían. Como precaución —una de esas ideas brillantes tan caras a Lorenzo Lorenzo Lorenzo, el gran Lorenzo al Cubo— todos se habían vestido de negro, especial camuflaje para esta travesía de una noche sin luna. Su ropa era negra, el mar era negro, la balsa era negra, el cielo era negro, el miedo era negro; atrás la costa negra, delante el océano infinitamente negro; noche sin luna, noche negra de ciegos tanteándose en medio de la negritud, ciegos de nueva adquisición, ciegos inhábiles y torpes, brazos que reman alocadamente, piernas que chocan y golpean, linterna que se enciende otra vez sin propósito. Es el miedo. Es el quinto balsero, al que ninguno de ellos logra ver: el miedo. Pero el miedo sí ve, él es nictálope y campea por toda la balsa. Si la balsa zozobra es que el miedo se mueve, salta, cambia de sitio. Enildo lo sabe. Y para evitarlo mira al cielo, se esconde de sí mismo en las estrellas. Nunca antes hubo tantos astros ni tanto frío ni tantas ganas de borrar la memoria, de matarla, de no acordarse de nada ni de nadie. Pero es inevitable, la memoria es un don y él es su víctima. ¿Qué estarían haciendo, a esta hora, todos sus amigos y sus familiares? ¿Y, en fin, qué hora sería? ¿Cuál de sus seres queridos estaría, en este mismo instante en que él se rasca la piel de lo que debe de ser su espalda, y se apretuja más bajo su ropa negra, bajo la lona negra que lo protege del agua y del frío; cuál de sus primas, primos, amigos, amigas, antiguas novias, vecinos y vecinas de años, estaría amando, disfrutando un segundo de amor en cualquier sitio de La Habana? ¿O cuántos estarían simplemente durmiendo, soñando, descansando para incorporarse a la vida al día siguiente? ¿Qué hacía él, Enildo Niebla Freire, en una balsa en medio del océano? En todo esto pensaba, a la vez que calculaba mentalmente sus fuerzas, su capacidad de adaptación y de supervivencia. Él estaba acostumbrado a cambiar de lugar, de hogar, de vida; esta sería, en fin, una última permuta. Solo existía una verdad: se iba. La decisión fue, como se dice, de hoy para mañana: se iba. Nilka, me voy. Electra, Vladimir, Alicia Pereyo, Santos Coheira, me voy. Cuba, me voy. Adiós, Diezmero, Luyanó, San Matías, Mantilla, Párraga, Caballo Blanco, San Francisco de Paula; adiós, Mar Azul, Hotel Capri, Hotel Itabo, Hotel Habana Libre; adiós, Virgen del Camino, bares de La Habana Vieja, pilotos del Puerto, Malecón, Carretera Central, Varadero, Matanzas; adiós, Nilka, otra vez; Alicia Pereyo, otra vez; Electra, otra vez; y Enildito, mijo; adiós, mijo, me voy, papi se va, tú no lo sabes, tú no lo entiendes, pero papi se va; tú estás tranquilo, dormido en tu cunita torneada y bien vestida, con ese olor tan puro y suave, mosquitero de holán y sábanas bordadas, pero papi se va, Enildito, papi sólo ha venido a despedirse; no te preocupes dormilón, yo sí puedo mirarte mientras duermes porque los padres no hacemos mal de ojo… El sábado me voy, adiós, mijo. Y lo besó en la frente, clásico beso paternal, copiado, trasmitido, adaptado, de siglo en siglo, de libro en libro, de filme en filme; beso en la frente: frente del hijo y boca del padre: la misma boca de beber cervezas y rones y bebidas caseras; la misma boca del salbutamol y los continuos aerosoles; la misma boca de comer y de besar mujeres, siempre mujeres, Hilda, Irasema, Virgen, Nereida, Eva, Leticia, Alicia, Nilka, Electra, Yindra, cien veces Yindra, mil veces Yindra, siempre Yindra; la misma boca de besarlas en la mano, en la boca, en los senos, en la espalda, en el vientre, en los pies, en el sexo; o incluso en los codos, o incluso en las rodillas; en cualquier parte menos en la frente (en la frente es el beso a los hijos); la misma boca de gritar ¡Patria o Muerte!, ¡Seremos como el Che!, ¡Todos a la Plaza! y de cuchichear después, esto no hay quien lo arregle… no hay quien lo tumbe, pero no hay quien lo arregle; boca que ha olido a pasta Perla comprada por libreta y a Colgate regalado en los hoteles; boca que ha bebido aguardiente Bocoy a un peso la línea, alcoholifán gratuito y azuquín incobrable —la mezcla repugnante del alcohol y el agua, los minutos de espera hasta que se «asiente», el goteo del serpentín y el hedor infame del brebaje más socorrido en todo el barrio: ceremonia pedestre—; pero también Osborne y JB y Johnnie Walker regalados en los mejores hoteles; boca que besa y chiquea y enamora y grita y canta y escupe y muerde y lame y blasfema y pondera y mastica; la misma boca de Enildo Niebla (padre) sobre la frente de Enildo Niebla (hijo).
…tú nos recibas bajo tu protección y amparo a todos los que solicitamos favor, remediando poderosa las necesidades de todos los que afligidos te invocan como lo refieren las historias, y pregonan los que en todos los tiempos han implorado tu patrocinio visitando devotamente tus templos, y especialmente el Santuario en imagen de Regla, en que parece has querido ostentar más tu poder y caridad, pues en este templo, y por esta tu imagen, todos hallan su remedio y consuelo…
Por un momento Enildo pensó que Lorenzo al Cubo se había dormido, o caído al mar, o desaparecido en aquella oscuridad contagiosa; no lo sentía, no lo escuchaba decir nada.
—Lorenzo… Lorenzo —murmuró, como en una casa donde todos duermen y el que llega no quisiera despertarlos—… ¡Loren…!
La mano fría de Lorenzo le apretó la muñeca.
—¿Te dormiste, compadre? —preguntó Enildo, con el mismo tono.
—No, estoy rezando —respondió Lorenzo.
…los navegantes en las mayores tempestades invocándote como Señora de Regla se libran de tan manifiesto peligro y en las navegaciones más dilatadas y peligrosas, haciendo voto a su Santuario de Regla, logran con felicidad el puerto que desean…
—Oye, esto no es una iglesia —murmuró Gustavo.
—¿A qué distancia estamos, Loren? —dijo Enildo, moviendo la cabeza como los ciegos, de un lado hacia otro, buscando el sitio exacto donde creía que Lorenzo estaba.
Lorenzo al Cubo, con parsimonia, encendió la linterna y consultó la brújula:
—A dos millas y pico.
… los perseguidos de sus enemigos se salvan por la devoción a esta tu imagen…
—¿Estás seguro?
—Claro, compadre, yo soy Lorenzo al Cubo, ¿no? Todos rieron, sin reír, mirando cada uno las otras tres hileras de dientes en el fondo de negritud vasta.
—¿Llegaremos, Enildo? —murmuró Lorenzo luego de unos segundos, esta vez con cierto tono de preocupación y escepticismo.
… los enfermos de todas las enfermedades (hasta los deplorados ya de médicos) en esta tu casa y por ti sanan…
—Lo peor era la costa y ya pasamos —respondió Enildo.
—Hasta que llegue no voy a estar tranquilo —dijo Gustavo—; tengo una cosa aquí, en el estómago…
—Eso se llama miedo —dijo, maliciosamente, el grandulón Gibara.
—¿Tú no tienes?, ¿tú no? —gruñó Gustavo, en voz baja también, como si alguien le apretara la garganta.
Enildo: Yo no tengo tanto miedo, lo que quiero es que esto acabe, salir ya de todo esto.
Otra vez el silencio. Solo de vez en cuando cada uno emitía una pequeña señal de su presencia: Gustavo tosía, Gibara se quejaba de la rodilla herida, Enildo se sonaba la nariz o carraspeaba, Lorenzo al Cubo encendía la linterna. El silencio y el paso del tiempo, mezclados con el miedo y la inexactitud de la distancia, acrecentaban la impaciencia.
—¿A qué distancia estamos, Loren?
—A tres, o a tres y pico.
—Caballeros, yo sí tengo miedo.
…los miembros débiles o impedidos, aquí cobran fuerzas, y generalmente todos los males aquí tienen remedio, como lo publican las paredes de este templo y los milagros puestos en ellas…
—Qué miedo de qué, si ya salimos de lo peor. Oye, esta es la mejor balsa del Diezmero, la mejor del mundo, vaya… Yo lo que tengo es hambre.
—Como siempre, Pepe —sonrió Lorenzo al Cubo y volvió a encender la linterna. Alumbró sobre el suelo de la balsa, un oscuro tablado con doble forro de lona atado fuertemente a la cámara con sogas y cables. Buscó. Envueltas en linóleo iban varias libras de pan con queso—. Pero mejor esperamos a más tarde, Pepe —y siguió revisando con el haz de luz el suelo de la rústica embarcación, casi ocupado totalmente por los pomos con agua, las libras de pan con queso, latas de leche, latas de troncho, lonas y nailons para taparse, todo revuelto entre sus pies, bajo sus cuerpos.
…Venerando, ¡oh, Reina del Cielo!, esta tu imagen de regla, imploramos tu patrocinio y favor pidiéndote nos alcances de tu hijo precioso el consuelo de la buena conciencia, salud y fuerzas para servirte y venerarte…
Hicieron silencio. Durante largos minutos solo se escuchó el ruido del mar, el viento y el mar siempre.
—Caballeros, ¿no les parece mentira? —dijo Gibara—: ¡Yuma estrí, caballeros!
—Todavía, todavía —aclaró Enildo.
—¿Cómo? —soltó Gustavo— Según tú, que naciste en zurrón, todo saldrá bien, ¿no?; tú tienes buena estrella, ¿no?
…el remedio de nuestras necesidades y especialmente aquellas por las que os hacemos esta oración…
—Cállense un poco —sugirió Lorenzo. Pero a Enildo algo le había sugerido que tenía que desperezarse, que era él, precisamente, quien tenía que insuflarles fuerzas a los otros.
—¡Yo soy el balsinauta número uno! —gritó, lo más bajo que pudo, golpeando con la mano una rodilla que tenía cerca, y que resultó ser la de Pepe Gibara, precisamente la rodilla que se había herido con el diente de perro de la costa, y el negro Gibara lanzó el coño más bajo que gritara en su vida, agarrándose la rodilla y mordiéndose el labio inferior de dolor y de rabia, de ganas de darle un puñetazo a Enildo que ni siquiera se había dado cuenta, absorto en su entusiasmo.
—¿El qué? —preguntó Gustavo mientras Lorenzo se adelantaba y gritaba que el balsinauta número dos era él, y entonces Gustavo dijo, y yo soy el tres…, sin saber aún el tres qué, y Pepe Gibara, sin saber tampoco, se proclamó el cuarto balsinauta, aún dolorido, pero dejándose arrastrar por el embullo de los otros. Por ser el último de los balsinautas los demás comenzaron a burlarse. Enildo dijo que Gibara era un polizón y Lorenzo al Cubo que no tanto, no tanto, Pepe es nuestro grumete, el grumete de a bordo. Y se rieron. Por primera vez en muchas horas se rieron. Gibara más que todos. Con toda su bocaza, con su estentóreo vozarrón de oriental y de guanabacoense, se reía a todo pulmón, como en las fiestas del Diezmero, o como cuando hacía trampas en el dominó y lo descubrían. La risa de los otros no se oía, solo la de Gibara, pero los cuatro balsinautas estaban riéndose. Despedazaban el silencio. Pepe Gibara, Gustavo Enríquez, Lorenzo al Cubo, Enildo Niebla, todos reían en el preciso instante en que sintieron la explosión bajo sus cuerpos y cayeron al agua. Fue un súbito golpe, seco, sin tiempo más que para cerrar las bocas y los ojos, contener la respiración, entrar al agua cada uno por su lado y emerger a los pocos segundos braceando como locos, sin ver nada, tratando infructuosamente de asirse a la balsa que ahora era un enredijo de caucho dobladizo y endeble, maderas, sogas, lonas, cables, ¡mierda de balsa, coño…!
…esperamos, Señora, por tu intercesión conseguir lo que pedimos, aunque lo desmerecen nuestras culpas, por la eficacia de tus ruegos. Amén.
—¡Loren…!
—¡Gibar…!
—¡Enil… Loren…!
—¡Gustavo…!
—¡Coño…!
El agua entraba por las bocas, los ojos, las narices, interrumpía la respiración, las palabras, las fuerzas. Braceaban desesperados. Por suerte, Lorenzo no había soltado la linterna. La encendió bajo el agua, sacó el brazo y buscó a los otros.
—¡Se reventó, Loren! —logró gritar Enildo.
—Espe… espe… —intentó decir Lorenzo al Cubo, pero tragaba agua, agua negra y salada, fría y salada, salada y agorera.
Comenzaron a hablar todos al mismo tiempo y se confundían sus voces inconclusas con el chapotear desesperado sobre el agua. Pero fueron calmándose, solo trataban de mantenerse a flote y de mirar hacia la linterna encendida de Lorenzo.
—…¿Dónde estamos? —logró gritar Gibara.
—…Cuatro millas —gritó Lorenzo al Cubo— …o menos…
Gibara: Caballeros, se jodió esto… (tragó) …hay que virar… (sopló) …a nado… (tragó).
Lorenzo: Oye… (tragó).
Enildo: ¡Coño!…
Lorenzo: Oye… (sopló) ¡llegaremos, coño!…
Gustavo: ¡Ay, Virgencita…! (sopló).
Enildo: …¿cuatro?… (tragó).
Gibara: …hay que poder (tragó) …hay que… (sopló).
Gustavo: ¡ay, mi madre!… (tragó) … (tragó)…
Lorenzo: …despacio (tragó)… naden despacio (sopló)… no se separen… (tragó).
Gustavo: ¡Ay, Virgencita, ayúdame!
Enildo: …¡coño! (tragó)… ¡yo no puedo!
Gibara: —Lorenzo, ¡tú sí puedes, cojones!
Lorenzo: …despacio (sopló) no naden todo el tiempo…
Enildo: …tengo miedo… (sopló).
Lorenzo: …no se separen… (tragó).
Gibara: ¡Vamos, coño! (tragó, contuvo la respiración, se fue alejando).
Lorenzo: ¡Síganme!…
Ahora son cuatro sombras, cuatro fantasmas negros dentro del mar negro, asustados, bloqueados por el miedo, sin ver nada a no ser la opaca luz de la linterna en la mano derecha de Lorenzo al Cubo. Quisieran hablarse, darse ánimos, empujarse con la voz unos a otros. Ya no es el miedo aquel a si los guardacostas, a si los tiburones, a si te cogen y vas para la cárcel; ahora es un miedo real, un miedo a todo, incluso al miedo mismo. Quisieran ayudarse pero falta tiempo, falta fuerza, falta aire. Y falta la certeza de que llegarán, creer de veras que alcanzarán la costa a nado; falta zafarse el miedo, botarlo, ahogarlo, hundirlo para siempre en el océano. Nadan. Los cuatro. Sin verse casi. Viendo apenas la luz de la linterna.
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Fragmento de la novela Prisionero del agua, de Alexis Díaz Pimienta. Editorial Universidad de Antioquia, 2018.
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*Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966). Escritor y repentista. Ha publicado hasta la fecha 42 libros en varios géneros (novela, cuento, ensayo, poesía, literatura infantil y juvenil) y su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, búlgaro, finés, japonés y farsi, en revistas y antologías. Ha obtenido 7 premios internacionales de poesía y 4 de narrativa (novela y cuento), en Cuba, España y México, entre los que destacan el Premio Internacional Alba / Prensa Canaria (novela, 1998), el Premio Internacional Luis Berenguel (novela, 2005), el Premio Internacional UNAM-COLSÍN-SIGLO XXI (novela, 2014), el Premio Iberoamericano «Cortes de Cádiz» (relatos, 2014), el Premio Internacional “Casa de las Américas (literarura infantil y juvenil, 2019), el Premio Nacional «Pinos Nuevos» (relatos, 1994), el Premio Nacional Luis Rogelio Nogueras (relatos, 1991), el Premio Nacional «Hemingway» (relatos, 1989) y los premios de poesía Antonio Oliver Belmás (1994), Surcos (1996), Ciudad de las Palmas (1996), Emilio Prados (2000) y Los Odres (2008).
También ha obtenido accésits o ha sido finalista en los premios de novela Rómulo Gallego (2007), QuéLeer (2008), Hispania (2010), y en los premios de poesía Loewe (2004 y 2011), Ciudad de Melilla (2004), Casa de las Américas (2008) y Tomás Morales (2010). En 2014 obtuvo una Mención Honorífica en el Premio Internacional «Sor Juana Inés de la Cruz» (México), en el género LIJ por su obra El libro de los niños que usan gafas. Y en 2010 su novela Prisionero del agua obtuvo el importante premio Puertas de Espejo, al libro más leído en la Red Nacional de Bibliotecas de Cuba, y su ensayo Teoría de la improvisación poética obtuvo el Premio Anual de Investigación Cultural que otorga el Centro «Juan Marinello».
Obra narrativa:
• Huitzel y Quetzal (relatos, Ediciones Extramuros, Premio Luis Rogelio nogueras, La Habana, 1991)
• Los visitantes del sábado (relatos, Letras cubanas, Premio Pinos Nuevos, La Habana, 1994)
• Prisionero del agua (novela, Alba Editorial, Barcelona, 1999; Premio Internacional Alba/Prensa Canaria, 1998; Premio Nacional “Puertas de Espejo”, al libro más leído en la Red Nacional de Bibliotecas de Cuba, 2010)
• Maldita danza (novela, Alba Editorial, Barcelona, 2002; Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2004)
• Salvador Golomón (novela, Algaida, Sevilla, 2005; Premio Internacional de Novela Luis Berenguel en 2004; finalista del Ateneo de Sevilla en 2004 y finalista del Premio Rómulo Gallegos, en Venezuela, 2007)
• Batido de chocolate y otros cuentos de sabor amargo (relatos, Editorial Palabras del Candil, Guadalajara, España, 2012; y Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2012)
• El crimen perfecto de Pedrito Mendrugo (novela, Editorial Siglo XXI, México; Premio Internacional UNAM-COLSIN-SIGLO XXI en 2014)
• Intercambio de tarjetas (relatos, Premio Iberoamericano de Relatos “Cortes de Cádiz, 2014, inédito aún)
• El huracán Anónimo (novela, Amazon Independently Published, 2019)
Como repentista ha trabajado durante más de 30 años en la televisión y la radio cubanas y ha recorrido los escenarios de decenas de países, compartiendo escenarios con grandes artistas de la canción como Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Omara Portuondo, Compay Segundo, Amaury Pérez, Kiko Veneno, Javier Ruibal, Martirio y otros.
Website: www.diazpimienta.com
Blog Literario: www.cuartodemalamusica.blogspot.com
Twitter: @DiazPimienta