PROYECTILES II
Por Alexis García Ahumada*
Ver primera parte pulsando aquí.
La luz es lo que menos ocupa «espacio» en el universo, pero la oscuridad, eso lo ocupa todo.
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El crimen es una sonrisa.
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Aparecemos en el mundo como una cosa incompleta y abierta a las posibilidades que otorga la creación por medio del trabajo. Si no nos creáramos a nosotros continuamente la melancolía nos destruiría. No tenemos certeza de que nuestros actos estén guiados por la verdad o que sean buenos, metafísicamente hablando, pero no tenemos sino dos opciones, actuar o quedarnos quietos. Quienes se mueven son los que le dan forma al mundo, aquellos que pintan cuadros, graban películas, escriben libros o ponen a volar naves espaciales. El ser humano es un ser con consciencia de sus propios actos pero si vive sumergido en esa consciencia entonces entra en su corazón la melancolía del nihilismo; sabe que nada impedirá su muerte y el hecho de que será borrado de la memoria de sus seres queridos. Los monumentos funerarios son obras edificadas para que el viento los borre.
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Lo que nos define ante los otros son nuestros actos, ante nosotros mismos nuestra interioridad. No somos lo que se piensa de nosotros y no somos lo que nosotros pensamos de nosotros mismos; somos esa fisura que existe entre lo que los demás ven y lo que nosotros vemos de nosotros mismos. Somos una herida en el tiempo, el espacio, en el ser, en la totalidad de las cosas que son. Somos dioses caídos en desgracia. Conocemos el horror y el amor en todas sus posibilidades, pero cada ser humano solo explora una de esas posibilidades así que solo en el conjunto de experiencias es que comprendemos un poco más allá de lo que podríamos con nuestra limitada capacidad individual.
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Somos hijos desamparados, desheredados, nos fue entregada la duda, la melancolía de una cultura que llegaba a su cumbre para cerrar sus ojos y vivir muerta de ahora en adelante.
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¿Quién está realmente dispuesto a reírse de sí mismo sin vacilaciones?
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El ser humano crea para olvidar el sinsentido de su existencia.
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Todo puede ser conocido, o nada puede ser conocido, pero si digo que nada puede ser conocido, entonces estoy conociendo que nada puede ser conocido y por lo tanto conozco algo y si puedo conocer algo ¿qué me impide conocerlo todo?
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El crimen es sagrado en la medida en que nos da la posibilidad de vivir aquello que de otra manera no sería posible.
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Las pasiones bajas son las que permiten que la moral del hombre suba.
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Porque no existe nada sobre lo que la humanidad se pueda sostener, es que ella ha escogido la creación como su forma de ser, su estar en el mundo, la actividad del hombre es la negación del universo, porque el universo no es nada para el hombre. Una montaña no da sentido al obrar humano, un animal puede vivir en una montaña y de ser necesario se retirará de ella cuando no halle alimento, pero el hombre vive la montaña y para poder vivirla debe negarla.
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Cuentan que un hombre quiso saber el secreto sobre la vida de los hombres y para ello se dio a la tarea de capturar a Sileno. Este al momento de su captura rehusó responder a la pregunta, pero ante la molesta insistencia de su interlocutor y captor, le respondió que la vida del hombre era breve y mejor le sería morir pronto.
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Condenado el hombre al horror, la esperanza de felicidad que es la mujer amada se trastoca en llanto ante su pérdida. Es desgarrador no tener un soporte sobre el cual el alma pueda reposar tranquila, pero más desgarrador saber que esa alma ha nacido de la nada y del dolor que conlleva saber la nada. El ser tuvo que forjarse a fuego no solo la memoria, sino la imaginación.
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En la Genealogía de la moral, la sangre y los gritos hijos del dolor no están puestos equívocamente, la historia de la humanidad ha sido la historia de las violaciones, guerras, masacres, asesinatos, fratricidios, incestos, torturas, etc. El humano es el animal sanguinario, ningún otro está tan deseoso de la sangre de sus congéneres; quiere violar y matar, y aunque las leyes y el poder del Estado pretendan refrenarlo, siempre hay quien deja escapar de su jaula esa jauría de lobos que tienen sed de sangre y que beberán aunque la vida se les vaya en ello.
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Si realmente existió un matriarcado como lo afirman Graves y otros autores, o si siempre ha habido un predominio masculino, lo único cierto es que en ambos casos, la violencia ha reinado y el horror que esta produce se ha pretendido controlar a través de la razón, pero cuando se ha creído que los barrotes de la razón son los suficientemente fuertes para retenerla para siempre, la violencia se escapa y los hombres la descubren luego de que ha dado una gran risotada de placer ante el cadáver de su sangrante presa.
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Todo es vanidad.
Todo es banalidad.
La lira tuerce los gemidos y gritos en dulces canciones.
Vomitar en los calzones de la muerte.
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Tantos temores tiene el hombre que se construye castillos en el aire, en los que habita intranquilamente, sabiendo que en cualquier momento serán derribados por los ogros del tiempo, por la muerte.
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Pareciera que la insignificancia del hombre es evidente a todos los ojos humanos y el enaltecimiento es solo consecuencia del miedo a aceptar que el hombre sea solo un cómico que se marcha de la escena para nunca volver.
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Hoy no existe la objetividad, existe la eficacia del conocimiento. De sobra se sabe que no hay objetividad, pero se descubren después de años de laboriosa investigación que hay conocimientos que permiten al hombre poner a esta porción de universo que le correspondió a su servicio. La ciencia es la suma de descubrimientos que permiten al hombre entender a sí mismo y hacer una obra útil a un propósito inútil. Todo obrar humano está pensado al futuro, hay quienes gastan toda su vida en una gran obra que será vivida por otros.
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El ser humano parece desconfiar siempre, pero cae fácilmente en el engaño, el mundo le engaña, sus sentidos le engañan y el mismo se engaña de buena voluntad. La mentira está en todas partes, la contradicción es evidente hasta para el más obtuso de los animales humanos, y aun así seguimos en las «tinieblas».
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Se ha querido hacer entender que la mentira es un mal, que hay una metafísica que nos impele desde nuestra ética a correr el velo de la realidad y abandonar el mundo de mentiras por más doloroso que resulte ese adiós. Sócrates y Jesús son dos de esos mártires de la verdad: Sócrates muere defendiendo el oráculo que había dicho de él que era el hombre más sabio y Jesús muere defendiendo la verdad de ser hijo de Dios. ¿Si Jesús hubiese alucinado o el demonio le hubiese engañado haciéndole creer que era el hijo de Dios?, ¿si el daimón de Sócrates hubiese sido un taimado burlándose de su mártir?
¿Cómo discutir con un hombre que se considera a sí mismo el más sabio, y peor aún, con uno que se cree el hijo de Dios? Con estos hombres la batalla por la verdad está perdida antes de empezarla, pues ellos son los portadores de la verdad, incluso no cabría dudar que se considerasen a sí mismos como la verdad. Pero no se puede negar que en su crítica de lo que hasta ese momento se había considerado verdad estaba la búsqueda de la verdad, Sócrates y Jesús son mentirosos, pero a despecho de ellos mismos. Dos hombres que en un momento de su vida pudieron ver que todo aquello en lo que habían creído era un engaño, y como un infante que descubre que no puede tener todo lo que desea entra en llanto y culpa al mundo de gran crueldad, pero el mundo es el mundo, y en él no falta la sospecha de una fuerza invisible y secreta que nos hace sufrir para su gusto.
La certidumbre es dolorosa, por ello mismo se construyen mentiras, pero también se construyen mentiras o ficciones por entretenimiento, porque la verdad desnuda de todo ropa y artificio es aburrida y fea, además es inútil, el ser humano necesita construir ficciones para entender el mundo, el conocimiento es limitado porque el hombre es limitado, no puede abarcar con su mirada ni siquiera el horizonte y pretende conocer las entrañas del universo. Necesita de las ficciones para poder caminar, sin ese suelo se irá al vacío lleno el pecho de miedo y los ojos bañados en lágrimas.
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La desnudez y debilidad del hombre le hacen sufrir, pero a esto debe sumar sus anhelos, no hay especie más pretenciosa que el hombre, se ha puesto como hijo de Dios y moldeado a este a su semejanza. ¡En el infinito universo un insignificante cúmulo de partículas se nombra hijo de Dios y centro de la creación! ¡Cuánta soberbia para un animal al que cualquier cosa lo mata y hace sufrir!
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Es tan vana la vida, pasa ligera y como un cómico en la escena al haberse ido nadie lo recuerda.
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Las estrellas no miran al hombre pero él se emborracha con su luz observando extasiado esos campos suaves, fríos y solitarios.
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El lenguaje delirante de Bataille obedece a que su filosofía misma es un delirio.
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El libro es aquella gota que se destila de litros de licor impuro.
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En la noche el desvarío se hace más abrumador porque todo ha perdido su brillo y resulta tan irreal la ciencia como la magia. La noche es la muerte y la muerte borra todo, igual que lo hace la noche. Nos perdemos en la noche, regresamos a ella como quien vuelve al hogar, somos olvidados como el payaso que se ha ido de la escena. La noche y la muerte son una misma cosa. No podemos dejar de ver con angustia aquello que nos desaparece. Podemos enfrentar la muerte o huir de ella, pero no vencerla. El que vive en el riesgo a aprendido a sacarle el éxtasis a la muerte, pero no por ello ha dejado de temerle, todo lo contrario, ha hecho de su temor el motor de su existencia.
Las naturalezas que buscan su perdición son comunes a todas las comunidades humanas. No existe una sola que no tenga su femme fatale o su donjuán. El erotismo atraviesa el carácter humano. La mitología retrata esos personajes que solo pueden vivir en la disipación, ya sean dioses, como Dioniso, o mortales que se hacen proverbiales por sus actos. Algo de arquetípico tienen los caracteres humanos.
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Delirar en medio del miedo, el asco y el ansia de lo eterno, eso es como danzar sobre el abismo y cantar un poema con los pies, es vivir entregado al fluir de la sangre y al desborde de los nervios.
La poesía es la flor de los días, la abertura de los pensamientos y las sensaciones, la caída de la gota de agua en el silencio de un bosque.
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Tendría que ser uno muy inocente o estúpido para negar la crueldad de las relaciones humanas, el gusto por lo macabro, la destrucción del otro y la propia. Nietzsche dijo en la Genealogía de la moral que la conciencia se había creado, en el mundo griego, como una manera de darle espectáculo a los dioses. Ellos se divertían con la mala consciencia de sus criaturas. Pero es que la mala consciencia también divierte a la comunidad, a los seres que hacen parte de una sociedad. Los delitos ajenos atraen la atención humana como la miel a las abejas. Criminales en potencia, los seres humanos se ven reflejados en las acciones de aquellos que si se atreven a contravenir la ley. Las grandes pasiones, los crímenes, la búsqueda del poder, los asesinatos por celos, todo eso fascina igual que aterra los espectadores del teatro como de la vida real.
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Dios es como una letrina en medio del desierto del Sahara, completamente inútil, puede que exista, como existe la letrina en el desierto, pero así como cualquier persona puede cagar o mear en el punto que le plazca del Sahara, convirtiendo en una tontería inútil la existencia de la letrina, así mismo es Dios en la existencia humana, algo que no sirve para nada porque lo que hace él, lo puede hacer el ser humano sin su ayuda.
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El gran silencio es esta falta de conocimiento, la certidumbre de no tener certidumbres.
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Fuego he venido a echar a la tierra, y que más quiero si la veo arder.
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Destruí a los predicadores de la moral. Son siempre seres falsos e hipócritas.
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Los pensamientos en mi cabeza son como asesinos que me acuchillan a traición.
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¿No existirán otras formas de pensamiento en otros lugares del Universo?
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Estoy lo suficientemente cuerdo como para saber que estoy loco.
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El problema no es que hoy no tengamos un soporte moral para existir, nunca lo hemos tenido, el problema es que no podemos creer que tal soporte exista. Antaño se creía en cualquier moral porque así se evita el vértigo del vacío, hoy tenemos el vértigo y despreciamos cualquier moral que pretenda sostenernos sobre el vacío.
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* Alexis García Ahumada tiene estudios de comunicación audiovisual en la Universidad de Medellín. Ha publicado el libro «Las raíces de la Nada». Publica en un blog, arbolstelarblog.wordpress.com. En su canal de YouTube, «Árbol Etelar», habla sobre temas de filosofía, literatura y mitología. Es editor de la revista digital tipo fanzine, Rizomas. Participa como tallerista de artes en el parque biblioteca San Cristóbal (Medellín).