Sociedad Cronopio

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QUERIDO HUMANO

Por Mónica Flores Correa*

Para la gente creativa, el hecho extraordinario de la pandemia ha provocado, a grandes rasgos, dos reacciones opuestas. Algunos artistas no lo consideran obstáculo para su inspiración y trabajo. Hay quienes, inclusive, han incorporado el tema del virus en sus obras. Desde ya, bien por ellos. Otros, entre quienes me encuentro, hemos quedado paralizados. O casi paralizados.

Vivo en Nueva York, epicentro de la plaga en Estados Unidos en los meses de marzo y abril de 2020. Al mes de junio, mientras escribo, se llevan contabilizadas en la ciudad 18.596 muertes por COVID-19; y hay estimaciones que ponen en más de 22.000 la cifra de víctimas. Afortunadamente, sin embargo, con un eficiente manejo de la salud pública tanto a nivel local como estatal, se ha logrado en esta área del país superar la gravedad más extrema de la crisis.

Pero en mi caso, el confinamiento, la vida alterada, como cabeza abajo, y sobre todo, la energía abismal de muerte y miedo, pusieron un cepo a la imaginación. Como si el silencio de las calles interrumpido y a la vez angustiosamente subrayado por las sirenas de las ambulancias, apagara las palabras, capturase la voz.

Pude, sí, en esos meses críticos hacer revisiones a la novela en la que trabajo desde hace tiempo. Aún estoy en eso. Y escribí frases aisladas aquí y allá, impresiones de la desolación de mi ciudad querida. Por casualidad, me enteré de un sitio en la red, Letters Live, donde los famosos acostumbran leer las cartas que han escrito otros famosos. Como excepción, por la instancia única que se atraviesa, los coordinadores de dicha página abrieron la invitación para que todo aquel que quisiese, escribiese; y muchos escribieron, incluso yo. Para todos, supongo, fue un desahogo. A mí me permitió poner las frases en orden, también los sentimientos, y me hizo pensar en quien supuestamente deseaba enviarle la carta.

Pensé así que esta plaga nos ha llevado al hueso, a la médula de nuestra humanidad. Nos ha llevado a cada uno a sentirnos un humano a secas, y nos ha empujado a agradecer por la propia vida y por la vida del prójimo. Dirigí la carta a un «Querido Humano», a alguien indeterminado y a la vez muy específico. Que es todos y cualquiera; un poco, si se quiere, en el espíritu abarcador de Walt Whitman. Compartí el texto con mis allegados y ahora lo publico en Cronopio.

A fines de mayo, la barbarie de un episodio me empujó de nuevo, nos empujó a todos, a reflexionar sobre qué significa ser «humano». Hablo del asesinato de George Floyd, un hombre negro, a manos de unos policías de Minneapolis. Como se sabe, las protestas por el crimen y la discriminación racial alcanzaron repercusión y apoyo internacional. El movimiento Black Lives Matter encontró eco y causó un sacudón en la conciencia de otros países con sus propios bagajes de racismo.

En Estados Unidos, la exhortación del escritor negro James Baldwin: «América (EEUU) tiene que curarse» del mal racial, resuena aún con intensidad parecida a cuando la dijo, hace más de medio siglo. Y si bien sería necio desestimar las transformaciones positivas ocurridas desde ese momento a este, es innegable que el racismo perdura endémico, abierto o subrepticio, resistente a ser erradicado. Un virus intestino, corrosivo y omnipresente.

Fue también Baldwin, un escritor indispensable si se quiere entender la tragedia de la comunidad afroamericana, quien, rechazando el paternalismo de un sector del progresismo liberal, exigió siempre ser reconocido, respetado como «simplemente un hombre, un americano que participa en la construcción del país». Es decir, volviendo a la idea del destinatario de la carta, un humano a secas.

En el documental «I am not your Negro» («Yo no soy su Negro»), basado en textos de Baldwin y dirigido por el haitiano Raoul Peck, se relata el encuentro del escritor y otros artistas y líderes negros con Robert Kennedy, por aquel entonces ministro de Justicia, en la primavera de 1963. En plena época de la lucha por los derechos civiles este grupo de activistas fue a solicitar que el presidente John Kennedy, hermano del ministro, acompañase a una niña negra a entrar en una escuela blanca del sur como un pronunciamiento simbólico de apoyo a la integración racial. «De esta manera —dijeron— quedara claro que cualquiera que trate de escupir a la niña, estará escupiendo a la Nación».

Robert Kennedy se negó, diciendo que era «un gesto moral sin significado».

En la tensa entrevista, la dramaturga Lorraine Hansberry, antes de levantarse y abandonar la reunión, le dijo a Kennedy que le preocupaba seriamente el estado de una civilización que, como había ocurrido en la ciudad de Birmingham, producía la fotografía de un policía blanco parado sobre el cuello de una mujer negra.

Cincuenta y siete años después, el policía blanco Chauvin asfixió con su rodilla en el cuello a George Floyd. Cincuenta y siete años después, la preocupación de Hansberry por esta civilización nuestra, por su visión o no visión del «humano», sigue válida. Igual que antes, sigue en busca de respuestas.

* * *

Nueva York Abril de 2020

Querido Humano:

Nunca hemos estado así de separados; nunca hemos estado así de agradecidos. Es una gratitud quieta, físicamente inmóvil y aún, constante. Somos como estatuas congeladas en el deseo de abrazar, de decir gracias con el cuerpo, pero no.

Entonces aplaudimos, decimos gracias y sentimos que la palabra no es suficientemente elocuente. Confiamos en los ojos. Las miradas expresan el sentimiento mejor que las palabras. Otra vez el cuerpo, uno podría decir.

«Nunca me han agradecido tanto», dice el muchacho que cruza con su bicicleta las calles desiertas llevando cajas de pizzas. «Gracias por apoyarnos», nos dice el cocinero del restaurante mexicano al que le encargamos una cena. La mutua gratitud hace este momento largo, soportable. Y son muchos aquellos que apreciamos, una verdadera multitud que nos ayuda a mantener algo parecido a la normalidad en el mundo paralelo en el que de repente despertamos. Hasta posiblemente, Humano, tú seas uno de ellos.

Y así, sin tocarnos, en la soledad de los cuerpos a distancia, en nosotros queda decantado lo esencial: la gratitud que no vence al miedo, pero que lo limita.

Un amigo dice que le resulta intolerable la idea de morir en un hospital aislado y lejos de quienes quiere. Yo no puedo imaginar mis sentimientos en esa circunstancia. Pero creo, tengo la convicción, de que si llegase el momento, habrá un desconocido compasivo, médico o enfermera, que dirá poco, que nos mirará y que en sus ojos por encima de su máscara, residirá toda la compasión que los humanos sabemos ofrecer. Eso ocurre día a día, aquí en Nueva York y en otros lugares del planeta. Dos pares de ojos enlazados en una conversación de compasión y despedida. Sin que importen sus nombres, sus historias, la edad, la raza, el género, sólo dos humanos en conversación final y silenciosa.

Imaginar, pensar ese momento, levanta una ola de gratitud que a pesar de la muerte, paradójicamente afirma la vida.

Querido Humano, cuando esta pandemia sea historia, y regresemos a nuestra mundanidad, a las desazones cotidianas, las frivolidades, las peleas pequeñas, la tentación del cinismo, confío en que como una memoria en el cuerpo, hayamos o no tenido el virus, nos quede la huella de este momento en que la gratitud se impuso. Esa memoria nos hará más dignos de estar aquí, de estar aún vivos.

Te veo en una tarde del futuro, quizás habrá llegado el tiempo de abrazarnos.

Con amor:

Mónica

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*Mónica Flores Correa es escritora. Entre sus trabajos, figuran las colecciones de cuentos Agosto (Artepoética Press, 2010) y Dos (Artepoética Press, 2013), así como el guión del documental «Burnt Oranges/Naranjos», dirigido por Silvia Malagrino, artista residente en Chicago. «Burnt Oranges» recibió el primer premio del festival ReelHeart de Toronto, Canadá, en 2005, y también los premios «Cine Golden Eagle» y «Aurora» de Estados Unidos. Con Malagrino también ha realizado otras colaboraciones para exhibiciones y filmes, ambas trabajaron en el proyecto de un libro de arte con texto de la autora. Flores Correa trabajó como periodista para publicaciones en Argentina, su país de origen. Por esta labor, obtuvo la beca Nieman para periodistas de la Universidad de Harvard. También fue corresponsal en Nueva York para diario Página 12 de Buenos Aires, en los años 90. Actualmente, enseña español y literatura en el Instituto Cervantes de Nueva York. Y escribe una novela, tentativamente titulada «Reunión». A las traducciones de carácter académico, suma ahora el cuento «Los Muertos», un favorito de ella, cumpliendo así con su devota afición por James Joyce. Satisfacción a la que se agrega haber hecho este trabajo junto con Cristóbal Williams, su marido.

 

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