CICATRICES DE GUERRA
Por Universidad de la Amazonia.
RELATO EXTENSO
Los hechos narrados a continuación corresponden a una historia de la vida real, quizás no tan fuerte como otros hechos similares ocurridos en el territorio del Caquetá, territorio marcado por la violencia. Tenía aproximadamente 10 años de edad cuando por primera vez sentí en carne propia la terrible angustia de luchar por mi vida y por la vida de los que se encontraban conmigo, era una niña que sólo pensaba en jugar y en qué comería después de divertirme un rato.
No me caracterizaba por ser una persona del campo, pues mi residencia era en el pueblo, visitaba en periodos vacacionales a mi tía quien vive en la vereda la Carbona, a 45 minutos de Florencia. Eran tiempos difíciles para el Caquetá, pues los enfrentamientos entre el ejército y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) eran constantes, pero claro, yo desconocía todo esto. Recuerdo que empezaba diciembre, época navideña en donde esperas que todo sea alegría: Me desperté muy temprano el 2 de diciembre de 2008 en casa de mi tía y la curiosidad me picó, pues el puente que había cerca a la casa parecía estar invadido o en pausa pues los camiones y carros particulares no andaban, solo estaban allí a la expectativa de algo y fui corriendo a despertar a mi primo para contarle.
Transcurrido un tiempo la curiosidad era mayor, pues una gran cantidad de soldados entraron a la casa de mi tía pidiéndole el favor de que resguardara a la mayoría de gente que había sobre el puente esperando que abrieran vía, pues la guerrilla había avisado que en cualquier momento abriría fuego contra ellos y no responderían por nadie. Muchas personas que estaban esperando escucharon el mensaje y este fue el detonador para la angustia y preocupación más grande. Tengo muy presente las palabras de una madre que le pedía a mi tía guardar sus niños en casa de ella, yo realmente estaba muy confundida, tenía miedo, no sabía qué hacer.
Vi fijamente a mi primo y parecía que no era una cuestión nueva para él, le pregunté: ¿qué estaba pasando? y me dijo «vamos para dentro, tenemos que escondernos». En ese instante se escucha los casquillos de las balas que caían en el pavimento, un frío recorrió todo mi cuerpo, nuestro refugio eran los colchones de las camas. La casa de mi tía estaba llena de gente que nunca había visto. Acostados en el piso, escuchábamos como desde afuera la gente que no había logrado buscar un escondite gritaba desesperadamente, jamás había estado tan angustiada.
Apretaba fuerte, muy fuerte, la mano de mi primo. Recuerdo haber llorado y decirle que lo quería mucho, que quería ver a mi mamá. Sus palabras fueron «no se preocupe, vamos a estar bien». Fue casi media hora de horror, parecía que uno de los grupos había desistido…
El ejército tocaba a la puerta avisando que ya no había peligro, todos allí adentro teníamos algo en común, ni en una iglesia y eso que no frecuentaba mucho la capilla del pueblo y ni allá hubo tantas súplicas y agradecimientos sinceros para Dios. En ese momento se sintió paz, la gente empezó a salir a buscar a sus familiares. Gracias a la misericordia de Dios no hubo víctimas fatales.
Después de un rato ya tomábamos café, escuchando los relatos de las otras personas: Un señor mulero en su afán de esconderse decidió meterse en la alberca y respirar por medio de la manguera con que la llenábamos, una madre en su angustia había olvidado a su bebé en el bus en que venía viajando, nos dijo que un soldado muy valiente había ido por él y así muchas historias pasaron ese día, realmente corrimos todos con suerte, no todos viven para contarlo.
Anyi Daniela Araujo Madrigal
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
MI NIÑEZ, TIROTEOS Y MUERTES
Mi nombre es Johan Alexis Castañeda Samboni y he sido afectado directamente por la violencia absurda que ha transcurrido en nuestro país por más de 50 años.
Los hechos que marcaron mi vida y lo más valioso para una persona como lo es la niñez, estuvo bajo la presencia de muertes y balazos, en hechos que ocurrieron en el año 2001. Era un niño inocente, curioso y fue así como conocí la verdadera razón de los sucesos tenebrosos que pasaron mis familiares y por supuesto yo: tenía aproximadamente 6 años y vivía en el Barrio el Cunduy de Florencia, Caquetá.
Cerca de mi hogar existió un lugar llamado Estadero Los Lagos, era muy concurrido tanto por personas pertenecientes al grupo de las FARC como los popularmente llamados PARACOS, mi ruta hacía la escuela me obligaba a pasar por este lugar y fue así que me llevé unas malas impresiones al ver como en toda la mitad de la vía estaban tirados cuerpos de personas.
Logré saber que estas muertes eran producto de enfrentamiento entre las FARC y los PARACOS, fui testigo de varios enfrentamientos: Las noches tranquilas pasaron a ser noches de temor cuando al escuchar disparos, mis padres y yo corríamos bajo la cama hasta que se acabaran los disparos. Al otro día, en mi ruta hacía la escuela, encontrábamos junto con algunos compañeritos cuerpos tirados en la carretera y, por más ingenuos que fuéramos en esa época, sabíamos que eran consecuencia de los disparos de la noche o madrugada anterior.
Así transcurrió por algunos años, hasta que una pequeña tranquilidad ocurrió cuando por motivos desconocidos ese lugar terminó, pero sólo fue una pequeña tranquilidad porque como una cadena de terror, luego siguieron otros acontecimientos en los cuales las noches de miedo eran iguales o peores.
Sucedió una noche, muy tranquila, recuerdo que estaba dormido y mi mamá en medio de la angustia me despertó y me dijo que no hiciera ruido, que me metiera debajo de la cama. Esa madrugada en medio de la angustia y el miedo escuchaba el ruido de las balas y los gritos de hombres que pasaban por un lado de la casa, sentía que tumbaban la puerta, imaginaba que en algún momento entrarían y nos matarían, pero era solo imaginación mía, no éramos el objetivo de ellos, el objetivo de ellos estaba a unos cuantos metros y ese lugar era la cárcel, donde ellos pretendían sacar por medio de la violencia a sus compañeros, ya fueran de la guerrilla o fueran paramilitares.
Este suceso ocurrió más veces y cada vez sentía menor miedo en relación a la primera vez que ocurrió y era simplemente porque ya me estaba acostumbrando a vivir en medio de muertes y balas.
Esta es mi historia, una niñez llena de miedo, muerte y tiroteos. Al final logré concluir que esos actos de violencia generaban más violencia, miedos y muertes a la sociedad y que lo único que nos hacían saber era que violaban los ideales de sus grupos.
Johan Alexis Castañeda Samboni
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
LAS LÁGRIMAS DE MI PADRE
Esta es la historia de mis padres (Luis Alfonso y Ana), casados desde 1994, sin ninguna educación superior, juntos, muy jóvenes y con mi madre embarazada vieron como única solución lo que mas sabían hacer: vender ropa (comerciantes). Con una responsabilidad de una familia por quien responder, mi padre buscó un negocio que rentar en Florencia y así vender la poca mercancía que le regalaron para que empezaran su vida de comerciante.
Como todo comienzo es difícil y con lo poco que vendían, alcanzaba para los gastos básicos. Ante la situación económica decreciente, mi padre se vio obligado a desplazarse temporalmente a veredas del Caquetá, ofreciendo su mercancía sin ningún ánimo de hacer daño a nadie, sino de vender estos artículos y sacar un beneficio de ellos; pero eso no era lo que pensaban los comandantes de los frentes guerrilleros de esas veredas en aquellos tiempos, ya que a todo visitante lo tildaban de «sapo» o sea quien daba información social, económica y demás de la respectiva vereda y mi padre no iban a ser la excepción.
Cuando mi padre llegó a la vereda Bolivia, una señora gentilmente lo hospedó y al descargar sus cosas personales y varias tulas de mercancía, el grupo revolucionario de las FARC, equivocadamente, lo digo, porque fue confundido por otra persona con casi exactamente los rasgos de él, citaron a mi padre en algún lugar del bosque amazónico al cual fue guiado con los ojos vendados y al momento que llegó al lugar fue encerrado en un cuarto oscuro por varias horas, hasta que llegase el comandante de aquel frente.
Llegó el comandante y comenzó a entrevistarlo: ¿Cómo se llama?¿a qué se dedica?¿por qué y cómo llegó a la vereda? E infinidades de preguntas, las cuales mi padre acertiva e inocentemente respondía y no le quedó opción al comandante que abofetearlo y golpearlo intensamente y ni siquiera durante el día le ofrecieron las respectivas comidas.
Así fue el amargo día de mi padre, del cual resultó muy golpeado, pero sonriente porque sabía que al siguiente día lo soltarían y efectivamente así fue. Vendado nuevamente y guiado fue dejado en la vereda, luego, al momento de irse a recoger sus cosas y mercancías, desde lejos vio como regaban gasolina a su mercancía y le prendían fuego. Mi joven padre con lágrimas, sentado en la mitad de la calle, no podía creer que esto le estaba sucediendo ya que tenía una mujer embarazada a punto de dar a luz y no tenía como responder ante esta responsabilidad.
La población rural, impotente ante la situación, no hizo más que levantarlo, consolarlo, ofrecerle un plato de comida y entre la misma población recoger para el pasaje de vuelta para Florencia ya que mi padre carecía de dinero. Cuando llegó a Florencia, brutalmente golpeado, a abrazar a mi madre, inconsolablemente decía «no quiero vivir más», y llorando le contaba lo sucedido pidiendo perdón por no tener cómo responderle a esa criatura. Juntos de acuerdo, mi padre y mi madre, no tuvieron mas solución que empeñar los anillos de casados ante la situación adversa que pasaban. Aquella bebé nacida, fue quien le devolvió literalmente la vida y las ganas de vivir.
Mucho tiempo después y con la poca mercancía fiada que pudieron recaudar después de lo sucedido, mi familia (papá, mamá y hermana muy pequeña) fueron a las ferias del Paujil en busca de, obviamente, vender la mercancía. Mi padre inexperto en estos trajines, construyó una caseta de madera y empezó a exhibir la ropa con la ayuda de mi madre.
La feria se ubicaba en el parque central y se hospedaron cerca al parque, todo iba bien; los días pasaban y la feria estaba buena económicamente y mis padres estaban felices porque vendían lo inesperado y además se sentían acompañados porque tenían amigos de infancia que estaban por el mismo camino de comerciantes. Aquellos comerciantes de la feria sabían y estaban pendientes de lo que podría suceder respecto al conflicto armado de Colombia.
Una noche, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) cumplieron con su objetivo de atentar contra la estación de policía que se encontraba muy cerca de las ferias. Por consiguiente, empezaron cortando la luz o energía del pueblo, la gente gritaba, ya sabían qué les podría esperar. A los pocos minutos empezaban a explotar las bombas y destruían todo lo que estuviera cerca.
Los comerciantes de la feria quedaron en medio de la balacera; mi familia sin saber qué hacer y en shock solo pudieron agacharse con las manos en la cabeza y tirarse a las cunetas a la espera de que pasara todo el enfrentamiento. Esta posibilidad de negocio pasó de ser una felicidad por ir bien económicamente en la feria, a la tristeza, ya que en efecto todo quedó destruido, las casetas caídas, las mercancías perforadas por la trayectoria de las balas, y lo peor, amigos de infancia de mis padres abatidos inocentemente, ya que no tenían nada que ver en aquel enfrentamiento. Mi padre entristecido se dirigió a mi madre con voz quebrantada y le dijo: «gracias a Dios no nos sucedió nada, pero nuevamente tuvimos pérdidas (económicamente)».
Como forma de trabajo, mi padre siempre se ha ido a varias partes del Caquetá a construir su caseta de madera y por consiguiente exhibir la mercancía. En otra ocasión se dirigió hasta la vereda la «18», ya que allí no había mucha competencia, o sea muchos comerciantes, quienes no se atrevían a entrar a esta vereda, como lo hizo mi padre ante la necesidad de procurarse algunos ingresos para sostener a su familia.
Cuando mi padre se estableció en la vereda, llegó la guerrilla con una lista que contenía nombres de personas que debían ser asesinadas: Absolutamente todos los habitantes de la vereda se formaron en fila, para así llamar a aquellos que aparecían en la lista para luego ser ejecutados. Mi padre confundido ante la situación, respiró profundo y pudo calmarse, él no aparecía en la lista, ya que el lo único que hacía era trabajar como comerciante. Sin embargo, le quitaron todo el dinero producto de su trabajo en esta vereda y otras, pero esta vez le marcó algo en la vida a él, pues decidió nunca volver a veredas ya que entendió que es muy peligroso y no volvería a poner en riesgo su vida.
Desde hace dos años a la actual fecha, se escuchaba el tema de que las petroleras iban a entrar a extraer la materia prima del Caquetá. Las inconformidades de la población, y desde luego también de las FARC, no cesaban. Por parte de la petrolera ya venían en caravana y se dirigían por alguna vía del Caquetá, pero no sabían la sorpresa que les esperaba: las FARC los aguardaban en aquella vía muy bien camuflados con sus respectivos uniformes para asesinarlos.
Mis padres se dirigían a Cartagena del Chairá, (domicilio de mi familia) casualmente, ellos iban un poco detrás de la caravana de la petrolera sin tener la menor idea de lo que iba a suceder: en una parte solitaria de la vía, las FARC cumplieron con el objetivo, quemaron los camiones y autos, arrodillaban a aquellos que pertenecían a la petrolera y luego los asesinaban; mis padres como iban detrás de la caravana, ¡estaban de último! y pensaron que ellos formaban parte de la petrolera y desde luego los arrodillaron con las manos en la cabeza, rogaban que no fueran a ejecutarlos, ya que verdaderamente estaban equivocados. No sé cómo, pero escucharon su lamento y les dieron a los de las FARC la oportunidad de demostrarlo.
Afortunadamente mis padres venían de Bogotá comprando mercancía al por mayor para revender, así fue como mostraron facturas, tulas de mercancía y fotos del negocio que se encontraba en Cartagena del Chairá como garantía de que no pertenecían al grupo contra el que querían atentar. Ellos comprendieron que así era, que no pertenecían a aquel grupo, sin embargo sí dañaron el carro, o elementos fundamentales del mismo, dejándolo inmovilizado. Un gran porcentaje del carro fue destruido.
Puedo concluir que mi familia sí ha sido afectada por el conflicto armado, pero no de una manera bárbara a diferencia de otros. Ni mi familia, ni sus ascendentes ni descendientes, fueron afectados de aquellas forma, pero sí de forma económica y material, ya que toda mi familia es baja de recursos y nos quitaban el poco dinero que se conseguía y de otro lado, los proveedores no aceptaban excusas y por consiguiente nos amenazaban. He escuchado muchas veces que han amenazado a mi padre.
Hace 8 años nos domiciliamos en Cartagena del Chaira, tenemos el negocio de venta de ropa y he llegado a saber que mi padre ha sido citado a pagar las llamadas «vacunas» por el negocio y un pequeño ganado. Allá, desde luego se escuchan muchas historias de personas cercanas a nosotros que han sido asesinadas pero ya por meterse en el negocio de la coca.
Allá también hay muchos desmovilizados de Peñas Coloradas y con algunos de sus hijos estudié en mi escuela primaria.
El conflicto armado ha generado muchos daños económicos, sociales, políticos y culturales. Por ejemplo los desplazamientos forzados, los cuales afectan seriamente a los que los padecen y tardan muchos años en recuperar la normalidad, como también la violación del derecho a la libertad por la práctica de los secuestros.
Esta es mi historia y sueño que nunca, nunca, estas historias vuelvan a repetirse en el Caquetá.
Diego Mauricio Criollo Asitimbay
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
COLOMBIA, UN TERRITORIO MARLBORO
Transcurrían los finales de la década de los 80. Estábamos pasando por una temporada de violencia sin precedentes en nuestro país del Sagrado Corazón, como lo llamábamos jocosamente todos los miembros de la familia y algunos amigos del alma (de los que ya pocos quedan). Cada semana sentíamos el estruendo de las bombas, fueran cerca o si nos enterábamos por las noticias, eran el pan comer de todo el tiempo desde hacía más de un año, tiempo de guerra entre el Cartel de Medellín, el Gobierno Nacional y el Cartel de Cali.
Me encontraba en la oficina de la empresa donde trabajaba en una reunión a eso de las 7:00 am, la cual quedaba en la Av 68 con Calle 13 de la ciudad de Bogotá, cuando sentimos que el edificio se estremeció con un ruido ensordecedor, algunos quedamos con un zumbido en los oídos. El pánico se apoderó de la mayoría de los asistentes a la reunión, todos querían salir al mismo tiempo por la pequeña puerta de la sala donde nos encontrábamos, el edificio dejó de moverse y la calma empezó a retornar.
Al momento, nos enteramos de lo que había sucedido, había explotado un bus bomba con más de 100 kilos de dinamita en el edificio del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), el cual se ubicaba entre las calles 17 y 18 con Cra 29 en el sector de Paloquemao de la ciudad, el golpe más fuerte perpetrado por el Cartel de Medellín contra el Gobierno de nuestro país luego de la toma del Palacio de Justicia en 1985.
La cantidad de víctimas, heridos, la destrucción de más de 6 cuadras a la redonda hacía ver lo sucedido como en las películas sobre la Segunda Guerra Mundial, era una zona totalmente devastada por causa del narcoterrorismo, de una guerra sin cuartel declarada por un Narcotraficante, a quien poco le importaba si la gente como cualquiera de nosotros era víctima de su locura infernal.
Así vivimos una década con una cantidad de sucesos imborrables en la memoria de nuestro país, en la ciudad, jamás piensa uno que la violencia lo va a tocar, a excepción de los delitos comunes que suceden en ellas, o los más graves como un secuestro o asesinato, los cuales eran manejados por las estadísticas gubernamentales como si fueran cosas del diario vivir.
Esta década dejó huellas imborrables en las personas que vivimos de cerca la mayoría de sucesos como la tragedia de Armero, la toma del Palacio de Justicia, la grave inundación de Arauca, estos durante el gobierno del presidente Belisario Betancur, oriundo de Amagá (Antioquia) y a quien endilgo hoy día el peor gobierno del siglo pasado para nuestra nación, no me explico como nunca se hizo un bañito para que le mejorara la suerte y de paso la del país, que tanto sufrió con sus malas decisiones.
Luego viene, a finales de esa década (años 1988 y 1989), una pesadilla peor que la que se vivía con los grupos guerrilleros, la guerra del Narcotráfico y el gobierno. Esta guerra dejó una huella en mi vida, por lo que sucedió con la bomba del DAS y la bomba del Centro Comercial 93, tiempo de terrorismo que se ensañó contra la población civil, la cual veía como el estado era incapaz de someter a los varones de la droga, como el aparato militar, policial y de inteligencia del gobierno eran permeados por estos delincuentes, la corrupción corría desaforada a todos los niveles del estado. En conclusión, estábamos a la merced de la Ley del más fuerte.
A mediados del año 1989 se me presentó la oportunidad de cambiar de trabajo, para lo cual me trasladé a la ciudad de Mariquita (Tolima) donde quedaba la planta embotelladora de Coca Cola. Allí se me asignó la zona más caliente en todo el sentido de la palabra (zona ganadera, con presencia paramilitar y narcotráfico), mejor dicho todos los ingredientes necesarios para conformar lo que llamé desde esa época «El territorio Marlboro».
Comencé mis labores en la ciudad de la Dorada (Departamento de Caldas), uno de los puertos de mayor importancia en otrora época sobre el rio Magdalena, anquilosado por el paso de los años, hundido en una adormilada agonía, causada por el desarrollo vial y el bajo caudal del rio grande de la Magdalena, pareciera como si hubiera renacido Macondo a comienzos de los años 90.
Mi cargo era el de supervisor de Ventas y eventos en la regional más grande del territorio de la planta de Coca Cola. Comenzaba a las cinco de la mañana y nunca tuve hora de salida. Normalmente era entre las 7:00 p.m. y, a veces en su gran mayoría, 1:00 a.m., 2:00 a.m. o 3:00 a.m.; el trabajo era algo agotador, aunque lo disfrutaba.
Dentro del territorio que me correspondía estaban varias Inspecciones de Policía del departamento de Cundinamarca (Bilbao de Teherán, Patevaca), estas dos gobernadas por los paramilitares, el corregimiento de San Miguel (Antioquia) sede del comando de los Paramilitares de la región; como se podía ver me tocaba un territorio que abarcaba parte de los departamentos de Caldas, Cundinamarca y Antioquia.
Luego de conocer el territorio, empezó el verdadero viacrucis que duró los cinco años de mi trabajo con esa empresa, del cual salí ileso y contando el cuento varias veces. Los sucesos fueron innumerables: para comenzar, una noche a eso de las 9:30 p.m. llegó al sitio donde me encontraba el conductor-vendedor de la ruta que llamábamos la trocha y que cubría las poblaciones de Norcasia, Florencia, Guarinocito (Caldas), San Miguel (Antioquia), Patevaca, Teherán (Cundinamarca). Llegó más asustado que una cucaracha en recreo de gallinero, me dijo: «jefe, necesito que se vaya inmediatamente para Morro Colorado (Vereda camino a Patevaca), nos van a quemar el camión los paramilitares». Le dije «cálmese Jairo y cuénteme que sucedió».
Jairo y su ayudante habían salido desde las 4:00 a.m. a su ruta habitual de esa zona. Me contó que de regreso los estrelló la chiva que hace la ruta a Patevaca y que así no tuvieran la culpa, les tocaba arreglar la misma o sino les quemaban el camión. Como era mi responsabilidad, arranqué en la camioneta Luv 2300 que tenía asignada por la empresa y llegué al sitio a eso de las 10:30 p.m. En el lugar estaban unos 15 paramilitares armados hasta los dientes al mando de Miguel. Se me acercaron apuntándome, pues a esa hora estaba prohibido el tránsito de cualquier vehículo sin autorización de ellos.
En Patevaca estaba el comando del frente paramilitar que controlaba esa parte de Cundinamarca incluyendo los municipios de Yacopí y Caparrapí y al ver los logos de la empresa se calmaron y llamaron al comandante Miguel avisándole que había llegado el jefe de Coca Cola. De inmediato empecé las negociaciones con él, no sin antes solicitarle dejaran ir a Jairo y su ayudante, pues estaban no solo cansados sino paniquiados por la situación.
Miguel llamó al comandante principal alias El Águila quien se encontraba en Patevaca y éste le dio la orden que dejara ir a los muchachos del camión, pero que yo debía ir hasta Patevaca a organizar todo con él. Viajé pues, hasta Patevaca donde encontré hasta el bobo del pueblo armado con una ametralladora M60, me escoltaron hasta donde se encontraba el Águila quien departía jocosamente con dos sardinas no mayores de 17 años y unas botellas de Aguardiente.
No puedo decir que estaba tranquilo, mi nerviosismo era grande pero no lo podía demostrar aunque ganas no me faltaban de orinarme. Me invitó a sentarme en su mesa y sirvió aguardiente para los dos, me dijo cómo vamos a arreglar lo de la chiva y viéndome en tan inmejorable posición, me comprometí a que llevaran la chiva al taller que quisieran y le arreglaran los daños (algunos que no fueron causados por el accidente) y que la empresa se encargaba de cancelar todo (como negarme a tan amable solicitud).
Ya cuadrado el tema, el comandante no permitió que me devolviera para La Dorada. Me dijo «usted me cayó bien y es mi invitado esta noche», fue así como terminé tomando aguardiente hasta las cinco de la mañana, cuando el Águila se quedó dormido de la borrachera en la mesa y yo pude volar libremente hasta la Dorada.
Meses después de este primer encuentro con los paramilitares, me fui a reemplazar a mi compañero que manejaba la zona de Puerto Boyacá (Boyacá) y, como rezaba una valla de 12m x 4m ubicada en el Km 2 antes de llegar a ese municipio, «Bienvenidos a la Capital antisubversiva de Colombia», en plena carretera hacia la costa atlántica, a la vista de todo el mundo, que con gran asombro uno se preguntaba: ¿el gobierno permite esto?
En este municipio estaba la presencia militar con el batallón Bárbula, el comando de la Policía Nacional y todo era normal, la riqueza de esta región es incalculable: zona petrolera, ganadera, cementeras como Nare y Rio Claro, con acceso fluvial, buenas vías, aeropuerto, mejor dicho, con toda la presencia estatal. Apenas llegué me abordaron unos señores quienes me preguntaron a qué iba, si me demoraba, obra, vida y milagros; cuando me estaban increpando, llegó mi compañero Juan Guillermo Pérez Londoño, un gordo bonachón, quien les dijo que yo iba a reemplazarlo durante las vacaciones. Lo anterior bastó para que se fueran los susodichos y me retiré con el gordo (todo un personaje en la región) con rumbo al apartamento que nos tenía la empresa en la sede de esa ciudad.
Ya en mi rutina de trabajo en Puerto Boyacá, conocí al comandante de las AUC del Magdalena Medio, Henry Pérez, quien era hijo de uno de los fundadores del mismo Henry de Jesús Pérez, que junto con Pablo Guarín, ex representante a la Cámara por el departamento de Boyacá, fueron los verdaderos creadores de las AUC. Henry Pérez estuvo al frente de este ejército paramilitar durante muchos años, fue protector de Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha (alias El mexicano), dos funestos delincuentes que enrojecieron las calles de las principales ciudades del país y eran los amos y señores de esta región.
A raíz de las ganas de poder, comenzó una guerra interna por el mando de las AUC del Magdalena Medio y se recrudeció la violencia en toda la región; estando nuevamente en mi sede de la Dorada, el comandante de ese grupo era hermano medio de Henry Pérez, el famoso Carefilo, un sanguinario comandante que andaba con su escolta personal Alias Gordillo, quienes se paseaban como Pedro por su casa en la Dorada ante la mirada indiferente de todas las autoridades (en la Dorada estaba el distrito de Policía, pasando el puente del Magdalena está la Base Aérea German Olano, la más grande del país con presencia no inferior a los 3000 efectivos para esta época.
Era una ciudad dentro del municipio de Puerto Salgar (tenía escuela, colegio, iglesia, supermercado, discoteca, polideportivos, etc.) y a 30 minutos en la ciudad de Honda estaba el Batallón Patriotas; mejor dicho, se suponía que mejor cuidados no podíamos estar.
La realidad de lo anterior estaba muy lejos, Carefilo y su combo hacían lo que se les venía en gana, cobraban la vacuna a todos los comerciantes, ganaderos, pequeños finqueros, hasta los dueños de las chazas de dulces tenían que cotizarles. Si llegaban a una discoteca y les gustaba la niña que estaba acompañada del novio, no tenían reparo en sacar su pistola delante de todos los asistentes y abusar de ella. Nadie podía hacer nada o era asesinado a sangre fría, ocurrió varias veces.
Con la guerra por el poder y el abuso por parte de estos delincuentes y sin ninguna medida por parte de las autoridades, los únicos que podían arreglar esto eran ellos mismos. Fue así como una noche estando con mi jefe de ventas Agustín, tomábamos una cerveza bien helada en un sitio esquinero al Colegio Departamental Isnaldo; eran como las 9:00 p.m. cuando arribó el famoso Carefilo con su combo y se sentaron contra la pared dos mesas atrás de la nuestra.
Le manifesté a mi jefe que era hora de irnos ya que se había calentado el negocio, no terminábamos la cerveza para irnos cuando llegó un pelado de no más de 13 años en una bicicleta, la puso contra el andén y se bajó en dirección del baño del negocio. Cuando nos dimos cuenta, fue que sacó una pistola y encendió a plomo a Carefilo y sus dos secuaces, muriéndose Carefilo, pudo sacar su pistola y disparó dos veces, nosotros alcanzamos a correr hacia la camioneta, cuando vimos a una señora que vendía perros como se desplomaba, la alcanzaron los tiros de Carefilo. Esa noche murió este macabro personaje junto con uno de sus escoltas, el otro, Gordillo, quedó gravemente herido y la Sra. de los perros fue víctima inocente esa noche.
Luego me enteré que la orden de la muerte de Carefilo la dio su hermano Henry Pérez, para esa época lo único que sabía del Caquetá era que en ese departamento se manejaban grandes cultivos de coca y era la despensa de los narcotraficantes del país. De guerrilla poco se hablaba en el interior del país. La masacre dentro de las AUC no paró, a Henry Pérez lo asesinaron, lo sucedió un exmilitar quien no duró más de año y medio y fue descuartizado y desmembrado regando sus partes en diferentes puntos de la vía La Dorada – Medellín – Puerto Boyacá.
El abuso por parte de este grupo fue incomparable: violaciones, desplazamiento, asesinatos, desapariciones, masacres (entre ellas una famosa realizada a la entrada de Puerto Triunfo, Antioquia, a miembros de la Fiscalía General de la Nación). Todos los que habitábamos esta región convivíamos con el miedo, el horror y la zozobra cada día. Hoy analizo y me doy cuenta que aprendimos a vivir bajo el yugo del miedo, la indiferencia, la indolencia, ya todo nos parecía normal, vi cómo se desangraba el país y me sentí impotente frente a todo lo que pasó a mi alrededor.
Vi también cómo el estado se bajó los pantalones frente a estos desalmados y macabros delincuentes. Concluyo que todo ha sucedido y seguirá sucediendo alimentado por una insaciable corrupción sentada en las altas esferas de nuestro gobierno.
Pedro José Orozco Cruz
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
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La columna Cicatrices de Guerra Cronopio recoge relatos de jóvenes sobrevivientes del conflicto armado colombiano, estudiantes de la Universidad de la Amazonia y de lideresas del movimiento de víctimas, construidos desde el Semillero Inti Wayra, la Oficina de Paz y la Cátedra de Sociología Jurídica de la misma universidad. Estos relatos aparecerán en el libro «Huellas de una historia, voces que no se olvidan».