SAN EUFONIO RASPAO
Por Luis G. Bejarano*
Para nadie era un secreto que muchos pueblos de la costa, a pesar de su lento desarrollo, se burlaban de sus penurias gozando al máximo con cualquier excusa. Siempre había un motivo para parrandear, al tiempo que se vaciaban las reservas de ron y aguardiente en el pueblo, siendo necesario importarlos de la capital. La alcaldía del municipio de Saona del Mar, haciendo uso de sus facultades pseudo democráticas había decretado, con el beneplácito del concejo, un cambio drástico en la jornada de trabajo semanal. Un lunes por la tarde el alcalde Barrera–Hurtado, al reunirse informalmente en la plaza principal con sus séquitos y algunos curiosos, justificaba las nuevas resoluciones.
—Somos adoradores eternos de la felicidad; y el jolgorio es sólo un escalón para lograrla. Nuestro espíritu dicharachero está siempre dispuesto a la celebración, con bombos y platillos, de cualquier evento por más simple que sea… Ah, y la música es una celebración de la vida y eso no lo podemos olvidar. Queremos celebrar nuestra naturaleza festiva y que se nos identifique como una región alegre, y a fin de justificar dicha conducta, muy complacidos decimos que todo el que trabaja tiene el sagrado derecho a divertirse… Por esta razón hemos acordado reducir la jornada semanal de trabajo en este municipio de lunes a jueves. También hemos determinado que se elija un nuevo santo para las fiestas patronales que se avecinan y se incluyan en el calendario tradicional de feriados los viernes de casino y los sábados de tómbolas bailables. Con el fin de atraer mayor turismo de otros pueblos y eventualmente de la capital, nuestro programa de fiestas incluirá reinados diferentes, como el del guineo y el de la melcocha, que se promocionarán en las guías turísticas nacionales. También vendrán noticieros de televisión interesados en difundir reportajes y videos de nuestras festividades, y hasta los gringos vendrán a impulsar nuestra economía gastando sus dólares en todas nuestras atracciones para ellos tercermundistas, pero inigualables.
El alcalde proseguía enfatizando los beneficios económicos que inundarían a la región, tan necesitada de un impulso económico. Sin embargo, no tardaron las críticas desde los corregimientos vecinos, quienes antojados de envidia llamaban a la gente de Saona del Mar murgueros, culebreros, coheteros y en otras palabras zánganos. La respuesta a quienes se oponían a este nuevo tipo de progreso pre–industrializante no se hizo esperar y el alcalde los llamó envidiosos, flojos e incapaces de organizar un sancocho bailable. En una reunión posterior con sus copartidarios en una cantina local, el alcalde Barrera Hurtado revelaba —entre tragos y el espeso humo de su cigarro— algunos de los pormenores para adelantar con éxito la programación de los eventos festivos.
—Debido a la gran demanda de feriados vamos a tener que recurrir al Santoral del almanaque Bristol para buscar un santo. Sí, ya casi se nos queda el cielo sin santos. No nos parece justa la decisión del Vaticano de eliminar a tantos santos del Santoral, porque la gente es fiel a sus tradiciones y tener nuestro propio santo patrón es dejar un legado de nuestra cultura para las generaciones por venir —expresaba alborozado el alcalde.
Estas palabras no tardaron en llegar a los oídos de Eufonio Tolomés, un joven vendedor ambulante que arrastraba un bloque de hielo comprado en la cantina del pueblo. Limitado por su ingenuidad congénita había salido cojeando a la calle en medio de las muecas de quienes lo tropezaban intencionalmente. Al llegar sin aliento a su destartalado rancho de la playa despertó la siesta de su madre con una nueva inquietud.
—¿Qué se necesita para ser santo? —le preguntó inocentemente.
—No cualquiera puede ser santo… y lo peor de todo es que hay que estar muerto primero y esperar muchos años hasta que el papa lo canonice, pero ¿a qué viene eso? —cuestionó la vieja sorprendida.
—Es que están buscando un santo para el pueblo y yo quiero ser el santo patrón de Saona del Mar —replicó tartamudeando Eufonio. Para Eufonio Tolomés todo parecía más fácil que para su madre y después de mostrarle una estampa de San Martín de Porres, comenzó a pensar que si un empleado de un convento se había santificado barriendo, a él también lo canonizarían por su pobreza y por refrescar con sabores multicolores de hielo raspao’ la sed de todo un pueblo resignado al fogaje tropical.
Al indagársele si con la falta de un santo patrón disminuirían los eventos festivos, el alcalde respondió:
—Por el contrario, se van a triplicar como la población. Nuestra gente es muy ingeniosa y a falta de santos empezarán a inventar cosas. Por ejemplo, a un yerbatero ya se le ocurrió celebrar un festival regional de astrología y quiromancia, lo que resultará un verdadero éxito económico por la masiva participación de los pueblos vecinos, y todos aquellos que nos han criticado no resistirán la tentación de escudriñar su futuro. Ahora mismo me acaban de decir que unos muchachos lanzaron la iniciativa de institucionalizar el festival del piropo como la gran atracción después de las patronales, que están casi cerca de la navidad.
De acuerdo con las estadísticas sociológicas recogidas por un periodista del diario local se escenificaron en sólo un año 840 bailes durante los distintos festivales, carnavales, reinados, galleras y tómbolas. En otras palabras, 70 mensuales, y 2,3 diarios, sin olvidar el astronómico número de bebés que se engendraron entre platanales, cumbias y merengues. Cada fiesta estuvo amenizada por conjuntos locales y regionales que tocaron vallenatos y música antillana para alagar a Changó, prendiéndole fuego al espíritu de un pueblo que encontraba su salvación terrenal en una forma dramáticamente lúdica de vivir. Sin embargo, Saona del Mar no pudo nunca tener su nuevo santo patrón porque un día encontraron el cadáver de Eufonio Tolomés, después de que saltara al vacío desde el techo de la iglesia y se rompiera con estrépito la frente. El alcalde prefirió exaltar a la mujer, nombrando a una patrona inexistente en el Santoral, Santa Laudia, después de fijar su atención en un huérfano carrito de madera que acababan de traer a la alcaldía: el «Raspaos la Laudia».
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*Luis G. Bejarano. Profesor colombiano, titular de español y educación de lenguas modernas en la Universidad de Valdosta State en Georgia, Estados Unidos. Recibió su maestría en lingüística de la Universidad de Georgia, y su doctorado en literatura en la Universidad de Oklahoma. Sus publicaciones incluyen un libro de literatura comparada del modernismo hispanoamericano y el simbolismo francés, y artículos sobre literatura latinoamericana del siglo XX y el siglo de oro español. Asimismo, ha publicado estudios comparados sobre educación de lenguas extranjeras en Estados Unidos y España. Sus intereses también incluyen la escritura de cuentos y poemas, así como el dibujo, la pintura y la escultura. Correp-e: lgbejara@valdosta.edu