Cronopio inesperado

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ESCORIA O UN DONJUÁN CON IMPOTENCIA

Por Reinaldo Spitaletta*

En el primer párrafo de la novela Escoria, de Isaac Bashevis Singer, al lector le tocará aprovisionarse de paisajes, circunstancias y personajes históricos que, desde el principio, le podrán dar cierta información sobre un período del discurrir de Europa, en particular del imperio zarista ruso y de Polonia, sometida por aquel. Para eso, y otras cosas más, es la literatura: para saber. El primer nombre que aparece es el del protagonista (todavía el lector no lo sabe) llamado Max Barabander, que, como se irá descubriendo, ha llegado de la muy lejana Argentina a encontrarse con su pasado de altibajos en calles y barrios de Varsovia.

Barabander está leyendo un periódico en yiddish con las mismas noticias que ya había visto en los diarios de Nueva York y de Londres, y que al lector avisado lo situarán en las manecillas de un tiempo de perturbaciones, conectado con antesalas de guerras, con emigraciones y con los desventurados pogromos contra los judíos en Rusia. Claro, porque en ese primer párrafo se menciona, por ejemplo, solo con el apellido, a Vladimir Purishkevich, político de extrema derecha, antisemita, miembro de las temidas Centurias Negras y participante en la conspiración que daría más tarde con la muerte del monje Rasputín. Por ahí, el lector se va ubicando en el tiempo.

Después, en el mismo primer párrafo, se dice de las colonias judías de Palestina que atraviesan por una sequía y de inmediato se nombra a un tal barón Hirsch y las colonias judías en Argentina. En efecto, se trata de quien, en una labor repobladora, estableció en las pampas y otros territorios, a inmigrantes judíos rusos, con un criterio de negocio mezclado con filantropía. Asimismo, el lector se topa con el káiser Guillermo y sus beligerantes amenazas (lo dicho, preparativos de guerra); con los Balcanes convertidos en un polvorín y también con los preliminares de un congreso de sionistas. El primer párrafo se cierra (recordar que esto lo está viendo Barabander en un periódico polaco escrito en yiddish) con la noticia sobre una campesina egipcia que dio a luz a seis bebés, todos muertos.

Escoria es una novela que, sin decirlo, tiene como trasfondo el movimiento de trata de blancas desde Polonia hacia Argentina desde principios del siglo XX y prolongado hasta los años 30, con una organización criminal, la Zwi Migdal, que estableció su infierno lucrativo en Buenos Aires y Rosario, con una presencia significativa de burdeles y de muchachas engañadas, traficadas, en Avellaneda y otros lugares. Max Barabander —se deduce al fin de cuentas— podría hacer parte de esta nefanda organización delictiva, que, como se sabe, fue puesta en aprietos hasta dar con muchos de sus «socios» en la cárcel gracias a las denuncias de una víctima: Raquel Liberman, La polaquita.

Desde el principio nos vamos enterando no solo de la procedencia de Barabander, sino de cómo disfruta las lecturas de periódicos escritos en yiddish, en particular las noticias locales, como la historia de un zapatero que se ganó con un billete de lotería 75.000 rublos, pero no pudo cobrarlos porque ya había usado ese billete como papel higiénico. Sabemos su edad, 47 años, que no los aparenta, cómo es su físico, su calvicie incipiente y sobre una ausencia muy triste: la muerte de su hijo Arturo, a los 17 años. Nos enteramos, así con sutileza, de que el tipo está metido en negocios sucios, de los que se ha ido retirando, y que está casado, en Buenos Aires, con Rochelle.

Rochelle, que nunca aparece en la novela, solo de modo indirecto, se quedó sin ganas de nada, incluido el sexo, tras la muerte de su hijo; y esa situación impulsa a Max a buscar mujeres. Muy importante saber con exactitud que la novela se sitúa a principios del transformador y agitado siglo XX, con la presencia en Varsovia de tranvías eléctricos, la vista de algunos automóviles, la injerencia médica en el tratamiento de enfermedades venéreas y «otros males masculinos», según avisos de periódicos. Hay todavía ecos de la revolución rusa de 1905, y del ejercicio hipnótico de Rasputín sobre el zar, la zarina y las damas de la corte. Y, de pronto, en esa manera del retorno, de la vuelta a otros días, Max siente, rememora y reconoce los olores de su ciudad.

Hospedado en el Hotel Bristol, este hombre que no era un judío a cabalidad, no creía en el Pentateuco y no estaba muy convencido de los rituales propios de esa religión, tiene los pies bien asentados en la tierra. Era un pragmático al que la religión, a fin de cuentas, le servía según las oportunidades. Y de pronto, se nos revela en una línea que Max, el gran seductor, el buscador de damas, el perseguidor de mujeres, era impotente. Y eso cuenta para el resto de la novela, que transcurre con la maestría narrativa de Bashevis Singer, aunque la historia decae por tramos y, me parece, se prolonga sin necesidad. Solo la magia de la narración prodigiosa del escritor polaco–estadounidense, ganador del Nobel en 1978, nos mantiene atentos hasta el final de una novela que pudo ser más corta. O más larga, si hubiera tomado por otros caminos el destino del protagonista.

Llegar muchos años después a su país, a su Varsovia, con la intención, además, de ir a un pueblo cercano (Roszkow) y visitar a sus parientes, unos vivos, muertos los otros, es una suerte de reencuentro de alguien que llegó como una especie de donjuán decadente con los lugares de la memoria. Max vuelve a respirar en los bajos fondos, en los antros de estafadores y ladrones, en prostíbulos tristes, en calles de juegos de azar y busconas. Sabe de un tal Shmuel Smetena y se encuentra con una mujer que le pregunta qué se come en Argentina. «Puede que Argentina exporte carne de vaca pero también importa carne humana», declara Shmuel en una mesa de bar.

En Escoria hay un paseo por antiguas calles y callejones. Se advierten las dotes del presunto «tumbalocas» que es Max, cuando seduce a la hija de un rabino, a Tsirele, a quien promete en matrimonio. Un hombre con dinero, que lo puede repartir a cuatro manos, se está buscando por lugares oscuros, por bares y cantinas, por las sesiones espiritistas de la médium Theresa, por encontrarse otra vez en una ciudad que poco reconoce, por tener aventuras de cama, por seducir a una sirvienta que aún es muchacha, a Basha, la pelirroja, a quien promete llevarse a Argentina e intenta violar en su cuarto de hotel.

Esta novela, que tiene aspectos deslumbrantes, como tener, por ejemplo, la presencia de múltiples calles, con sus nombres, con sus olores y sabores, con sus habitantes que parecen siempre en sigilo, es también un recorrido por la ritualidad judía, por las tretas de hampones, por las mañas de falsificadores de documentos, por la comida kosher. Se puede encontrar el lector con un Capítulo de Maldiciones bíblicas y con la capacidad de seducción, insistente, imparable, de Max.

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Es una obra con diálogos de gran factura, reveladores y que ayudan no solo a crear atmósferas y ambientes, sino a caracterizar los personajes. Con un tiempo narrativo lineal, sin pretensiones técnicas, con una manera sugestiva, mejor dicho, hipnótica, de contar historias, Escoria transcurre en medio de las peripecias de conquistador de Max. Apela a las mentiras, a la generosidad para gastar el dinero, a la capacidad para la seducción con las palabras más que con su presencia.

Hay personajes enigmáticos y atrayentes, como Meyer el ciego, que le dice a Max, cuando este le cuenta que ha venido a ver la Varsovia de los viejos tiempos: «La vieja Varsovia ya no existe. Está muerta, enterrada. Hace tiempo cada uno tenía su propio territorio. Ahora aquí viene lo peor de lo peor. Nadie conoce a nadie. Uno dice negro y el otro dice blanco, y empieza la pelea. Luego los cogen y los meten en un furgón como a perros. En mis tiempos, el comisario Voynov bebía aguardiente con nosotros…».

Escoria muestra una vieja ciudad como Varsovia llena de judíos asquenazíes, con cabellos rizados, barbas y patillas al vuelo, los hombres; a judías con pelucas o rapadas; todos hablan yiddish, comen bagels, celebran el Sabbath y las otras fiestas y ceremonias de su credo. Max va y viene, con sus ganas siempre de acostarse con alguna dama, o damisela, con su aparente descreimiento, con su cartera gorda… El final de esta novela inquietante y muy bien narrada tiene trazas de folletín, o, desde otra perspectiva, de vodevil. Al fin y al cabo, el lector podría pensar que la esencia de la obra está en desarrollar una premisa, que Bashevis Singer desarrolla con su manera feliz y precisa de narrar: «Rochelle era una mujer desecha, y Max, el gran seductor, era impotente». Escoria puede ser una tragedia en la que también hay mucho de que reír.

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* Reinaldo Spitaletta. Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Es columnista de El Espectador, colaborador de El Mundo, director de la revista Huellas de Ciudad y coproductor del programa Medellín Anverso y Reverso, de Radio Bolivariana. Galardonado con premios y menciones especiales de periodismo en opinión, investigación y entrevista. En 2008, el Observatorio de Medios de la Universidad del Rosario lo declaró como «el mejor columnista crítico de Colombia». Conferencista, cronista, editor y orientador de talleres literarios. Coordinador de la Tertulia Literaria de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín y el Centro de Historia de Bello. Coordinador desde 2010 de seminarios de literatura en Comfenalco-Casa Barrientos.

Ha publicado más de veinte libros, entre otros, los siguientes: Domingo, Historias para antes del fin del mundo (coautor Memo Ánjel, 1988), Reportajes a la literatura colombiana (coautor Mario Escobar Velásquez, 1991), Café del Sur (coautor Memo Ánjel, 1994), Vida puta puta vida (reportajes, coautor Mario Escobar Velásquez, 1996), El último puerto de la tía Verania (novela, 1999), Estas 33 cosas (relatos, 2008), El último día de Gardel y otras muertes (cuentos, 2010), El sol negro de papá (novela, 2011) Barrio que fuiste y serás (crónica literaria, 2011), Tierra de desterrados (gran reportaje, coautor Mary Correa, 2011), Oficios y Oficiantes (Relatos, 2013), Viajando con los clásicos (coautor Memo Ánjel, 2014), Escritores en la jarra (ensayos literarios, 2015), Las plumas de Gardel y otras tanguerías (crónicas, 2015), Historias inesperadas (crónicas, 2015), Macabros misterios y otros ensayos (ensayos, 2016), Tango sol, tango luna (crónicas, 2016), Sustantiva Palabra (ensayos literarios, 2017), Balada de un viejo adolescente (novela, 2017) y Tiovivo de tenis y bluyín (2017).

En 2012, la Universidad de Antioquia y sus Egresados, lo incluyeron en el libro «Espíritus Libres», como un representante de la libertad y de la coherencia de pensamiento y acción.

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