SOBRE EL AMOR QUE HABLA SOLO, DE GRAZIA DELEDDA
Por Memo Ánjel*
«Volverás a salir de tu casa en compañía
de tus sueños; y regresarás en compañía del viento».
(Grazia Deledda. El secreto del hombre solitario).
SARDOS
Cerdeña es la segunda isla más grande del Mediterráneo. En italiano se llama Sardegna, Sardigna en sardo y en español medio Sardeña. Y tiene más nombres porque por allí pasó mucha gente que se instaló en esas tierras del mar y luego salieron cuando llegaron otros. Ni san Bonifacio, que nombra el estrecho que une la isla con Córcega, pudo evitar que la sangre se mezclara, igual que las leyendas y los dichos entre los que hacían peregrinaje al Cristo, que son muchos Cristos, unos en pie y otros en ruinas. Cerdeña es una isla, pero a la vez un territorio ajeno, más campesino que urbano y por esto cargado de supersticiones y otras maneras de saberse vivos.
Los sardos, se dice, son más pequeños que los demás italianos, de mirada más dura y un cierto aire que los hace superiores como los dioses viejos. Y también son más chicos los animales, las casas y los sonidos de las palabras, lo que puede ser mentira en esto del hablar, pues por esas tierras, en la que nunca tiembla, hay canciones y poesía cuando no llueve, que es a torrentes. Esas lluvias vienen del mar, de las nubes que se juntan, del otoño y la primavera, y hasta de los ensalmos que salen de las bocas de las mujeres. Por allí, en medio de un paisaje que insinúa calma, la tormenta es un fenómeno que toca con lo físico y con las almas. O sea que hay miedo que hierve como el pollo gordo en el caldero y los huevos que se fritan. Un miedo que calla las bocas y afila la mirada.
Y como en todas partes, la literatura sarda da cuenta de todo, del vivir y de la muerte (que siempre es un irse cuando el agonizante se pone de perfil y esconde las manos), de los caminos que toman otras direcciones y las creencias que tienen sus ritos y burlas. En las palabras escritas está la memoria, la del paisaje y su naturaleza en movimiento, la de las pasiones que se enredan para bien o mal, la de los pescadores que tejen sus redes y las de los marinos viejos que miran al mar como si esa casa de rutas y de aguas, que era de ellos y sus barcos, se estuviera yendo y los mirara anclados a tierra. Pero de anclas se habla poco y sí mucho de vientos llegados del Mediterráneo para que den vueltas en el mar Tirreno. O que llegan del continente, cuando las antiguas religiones se sacuden y se sincretizan con el cristianismo. Pasa de todo en la escritura sarda, que es nueva y vieja como los mapas de los franceses y los catalanes que allí hicieron su nido. Anidaron como pájaros y de allí volaron, dejando la simiente en las mujeres de caderas cimbreantes, que es una manera de caminar. La literatura lo cuenta sin decir de dónde es este o aquel. Habla de hombres idos y mujeres deseosas, de sospechas calladas y muchas canastas donde se carga de todo, como en los adentros de la gente.
Grazia Deledda es poeta sarda y su prosa (cuentos y novelas) es poesía, encuentros con las cosas y las personas (con los actos de ellas), con las rutinas y los imprevistos, con la vida que se da y la muerte que aparece, a veces invitada. Vestir de negro no es una humillación ni un dolor constante. En ocasiones es una tentación.
DEL AMOR Y SUS CARAS
Del amor se ha dicho mucho, que incluso D-s lo ejerce. Los poetas lo han enaltecido llegando al delirio y los héroes románticos lo llevaron hasta el suicidio. Del amor hace parte la vida y también el morirse. Es una puerta de entrada y de salida, es un deseo en distintas formas; es un caminar y un retroceder, un acercarse y parar, un entrar del todo y después salir, un pedir y alcanzar, un recuerdo y a veces un olvido. Un asunto entre dos que primero se construye con miradas y luego con palabras. Los escritores se han metido de lleno en este asunto, dando cuenta de situaciones reales y fantasiosas. Don Quijote imaginó el amor perfecto en Dulcinea y por eso no se atrevió a hablarle. Madame Bovary se enamoró del amor y terminó bebiendo veneno; a Ana Karenina, el amor le pagó con un accidente de tren y a Clara Jacoby (el personaje de Isaac Bashevis Singer) con morirse sola y afiebrada. Y algo le pasó a Effi Briest (en la novela de Fontane) que fue sospechosa de amar y por eso señalada.
De hacer caso a la suerte de estos personajes, el amor es un asunto peligroso, un andar en la cuerda floja con un final inesperado. Pero también hay amores que se han racionalizado admitiendo la lejanía, como el de Eloísa por Abelardo. O que se han vivido a trozos, perdonando y al fin admitiéndolo como una costumbre, igual que dormir y despertar, comer de una sopa y compartir el plato. El amor es una palabra, una sensación, una pasión y con el tiempo una historia particular difícil de compartir. Es una propiedad privada, algo que en la distopía de 1984 anuló toda obediencia.
El amor es un vals, un acercarse y dar vueltas, un mostrarse bello siguiendo la música, un tomar de las manos y sonreír. Esto pensaban los músicos rusos y los vieneses. Oír y bailar un vals es una sensación de amor, un inicio de enamoramiento como el del bolero clásico que embellece situaciones con palabras. Pero aun así es una particularidad, como pasa con un poema que alguien le lee a otro mirándolo a los ojos. El amor existe y a la vez es imaginario, nada qué hacer.
Pero para Grazia Deledda, en El misterio del hombre solitario (una novela de amores), el amor es un conflicto, no solo entre dos sino con uno mismo. Mientras no se está con el otro, es una sensación de dicha pues se lo imagina y amplía, se lo perfecciona y desea. Es el amor de los que están lejos, no importa que baste pasar una calle (en este caso un seto) y tocar una puerta para que aparezca la persona amada. En soledad, el amor abraza y abrasa (es llama) al enamorado. Las palabras flotan, cualquier huella es un estarse queriendo. En la espera hay celos, pero se rompen cuando el otro se acerca o se lo mira acercarse sin que haya ningún encuentro. Y ese amor aumenta cuando no hay palabras entre dos. Ya, si aparecen las palabras, que son el conocimiento del otro, el amor se vuelve otra cosa. Primero una puesta de acuerdo, nos amamos, nos besamos, nos comprometemos a una vida en común. Pero las palabras quieren ir más lejos, desean saber del otro, de su pasado, de sus miedos y alegrías, de sus intimidades en un antes que no es claro del todo. Y en este punto, lo que se dice entre los enamorados, juega al escondite. Y si una parte lo suelta todo, en una prueba de amor que admita los defectos, el otro se asusta, trata de entender y al fin huye. El amor entre dos que hablan es peligroso, pone en evidencia, crea una realidad que no siempre se admite. No es como el amor de lejos, que está libre de cualquier inquisición. Grazia Deledda profundiza en esto y da con el punto donde el amor se acaba. Se acaba con las palabras, las que se dicen y las que se oyen.
TRES MUJERES
La novela se da en los espacios de un hombre y tres mujeres. Cristiano (que ha pasado ocho años en un manicomio; pero ya supuestamente está bien) y vive solo en una pequeña casa frente al mar y un pozo del que saca agua; Ghiana una campesina que vende pollos y huevos y, además, permite que la amen (quedará en embarazo de Cristiano); Sarina, una mujer de clase media que mientras se enamora de su vecino asiste la agonía de Giorgio, su marido, que se demora en morirse; y una mujer del servicio que es engañada por un fontanero. Hasta este punto, la trama parece de telenovela o, si se quiere de Comedia dell’Arte, esa representación medieval en la que Colombina, la enamorada está en la luna mientras Arlequín le jura amores eternos.
Pero el asunto no es de telenovela ni de película serie B, con caras llorosas y exceso de maquillaje. Grazia Deledda no está contando un episodio sino todo lo que rodea la historia: las soledades de las vidas comunes y corrientes (en ellas se incluye una anciana que todo lo que hace es decir dónde se alquilan casas, un médico que toda su gracia es ser gordo, un suegro que sospecha pero calla con la ilusión de un dinero), el paisaje cambiante (el mar, las lluvias) que es el que todo lo predice, la muerte que en su oficio ritual es casi un cómic, el amar animal y los miedos que se tienen dos que se aman hasta que descubren que el amor no es como lo desean. Lo están sintiendo, lo ansían y sueñan, pero las palabras lo desdibujan cuando cobran cuerpo y no son ya lo dicho sino también el contenido de las miradas y las caricias. Una mano, cuando toca, habla y al tiempo hace una lectura.
¿Es una novela trágica? No, es la de un hombre solo que sabe y desmesura lo que le pasa: que solo puede amar si está solo y, frente al otro, destruye el amor que siente. Cristiano es el pasado, la madre que huyó con otro a América, su padre obrero nunca visto, su mujer mayor que él (ya muerta), el miedo a las multitudes y eventos sociales de la ciudad, la riqueza que no le importa, el no haber querido nunca, salvo para satisfacer instintos. Un amor muy distinto al de la campesina que solo quiere que la quieran sin compromisos o, en su defecto, que él desaparezca para saber que él ya no está ahí. O al de Sarina, que no teme vivir con un enfermo y acompañarlo hasta la muerte, así sea loco, pero evitando enloquecer con él. Y la del servicio, que se da aires de sentir después de los cincuenta, así la estafen. Tres mujeres queriendo a su modo, dando cuenta (como el paisaje, como el mar, como las lluvias, como un gato que duerme, como un perro que ladra) de un hombre que no puede querer sino estando solo. Querer sin quererse.
Una novela del paisaje y los climas de Cerdeña, de un pueblo donde los almacenes se abren en verano y el mar es un espacio que no permite seguir (¿una metáfora del amor?), es la que ha escrito Grazia Deledda, la sarda premio Nobel de Literatura 1926. De ella se burlaron los críticos de su tiempo, pero ya nadie se acuerda de ellos. Esto pasa y es una bendición.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.