EL CAFÉ
Por María Cristina Ocampo Villegas*
Al café, se le atribuyen las ideas revolucionarias que dieron como resultado el nacimiento de la república francesa, así como a movimientos literarios y artísticos. La tertulia cultural en torno al café se extendió rápidamente a Inglaterra, Estados Unidos y, desde luego, por toda América Latina.
El término «cultura del café» o «cultura cafetera» se utilizó por primera vez en 1978, en el prólogo a la segunda edición del libro «Geografía Económica de Caldas», escrito por el reconocido historiador colombiano Antonio García. Este autor, al explicar las razones por las cuales no modificó el texto original publicado en 1937, dice: «Se trata, en suma, de una obra que conserva —en sus logros y en sus defectos— el valor imponderable de testimonio vivo, ingenuo y directo sobre el antiguo Caldas y el significado de la primera investigación de campo sobre la región que fue escenario histórico de la colonización antioqueña y en la que se conformó la nueva economía, las nuevas formas sociales y la nueva cultura del café».
El término se popularizó al ser empleado en forma reiterativa tanto por políticos y gobernantes como por la propia Federación Nacional de Cafeteros. La periodista e historiadora Mariela Márquez (2000), define las características de esa cultura cafetera como: «sinónimo de honradez, de empuje, de brío, de responsabilidad y cumplimiento». Estas características, están íntimamente relacionadas con las exigencias que el cultivo impone a sus agricultores y que, en palabras de la historiadora «han forjado una raza especial, una cultura exigente, tesonera y altiva».
Lo anterior, complementa lo expresado por el historiador y economista Jesús Antonio Bejarano, quien relaciona las característica de la «cultura cafetera» con una ética particular de los migrantes antioqueños que fundaron las primeras ciudades que hoy conforman la tradicional zona cafetera o el «Eje Cafetero», como se le conoce popularmente. Bejarano señala que los primeros pobladores provenían de una sociedad en la que no se había desarrollado una clase aristocrática, enseñada a vivir de manera parasitaria del trabajo indígena, como ocurría en el resto del país. Afirma en sus estudios que «estos pobladores siempre estuvieron más inclinados al trabajo y a la búsqueda de nuevas formas de riqueza mediante el trabajo personal».
A demás de la herencia cultural aportada por los emigrantes antioqueños, la expansión del cultivo del café por el territorio nacional, ha llevado consigo la extensión y la profundización de la identidad de los cafeteros. En este sentido, la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia ha contribuido al afianzamiento de los valores, comportamientos y demás referentes culturales, mediante la utilización de la estrategia de comunicación que viene desarrollando directamente con los campesinos. Existen dos áreas de la agremiación que de inmediato llaman la atención: el Centro de investigación del Café (Cenicafé) y el programa de extensión cafetera, son los principales promotores de esa «cultura cafetera».
El papel de la Federación de Cafeteros
Desde los primeros años de la Fundación de la Federación de Cafeteros, se tuvo presente la función que cumpliría la organización que cohesionara el sentir del campesino caficultor. Pero, mucho me temo que los fundadores de la asociación no se imaginaron el impacto que sus acciones tendrían a futuro en la conformación de ese grupo cultural que en la actualidad incluye varias etnias y regiones del país.
Hay tres hipótesis que explican la creación de la Federación de Cafeteros. Aunque estas hipótesis fueron planteadas en épocas distintas y por autores con diferente ideología, no son excluyentes entre sí. Lo que queda claro, después de la revisión de los diarios de la época, es que fueron los factores históricos, políticos y sociales que se presentaron en la década de 1920 los que llevaron a la conformación de la Federación.
La primera hipótesis sobre la creación, la exponen los mismos fundadores, en distintos discursos recogidos por la Revista Cafetera, principal órgano de la Federación. Se refieren a la creación de la agremiación como la respuesta a la necesidad de unir esfuerzos para evitar la quiebra de los caficultores más pequeños. La crisis de inicios del siglo XX ya había quebrado a varios terratenientes cafeteros del centro del país y la mejor alternativa para que los minifundistas pudieran sobrevivir era trabajando con espíritu gremial.
Cuando el país se había recuperado de los efectos de la Guerra de los Mil días, apareció otro fenómeno que vino a opacar el incipiente inicio de la caficultura: la crisis económica, producto de la Primera Guerra Mundial. Entre 1914 y 1919 el comercio internacional se redujo considerablemente debido a la falta de demanda en Europa y a las complicaciones en el comercio marítimo debido a las confrontaciones. El café sufrió las consecuencias, los precios cayeron y los grandes hacendados no pudieron mantener los costos que les implicaba la mano de obra asalariada. La crisis afectó a todos los caficultores pero causó mayores estragos en las grandes haciendas. Los pequeños propietarios, que absorbían el costo salarial debido a la forma de explotación basada en la mano de obra familiar, pudieron sobrevivir a la caída de los ingresos.
La pequeña propiedad explotada por la familia, como fuente de supervivencia económica, debía preservarse ya que representaba la forma de subsistencia de un grupo importante de campesinos pobres. La pequeña propiedad, como mecanismo heredado de la colonización antioqueña a la zona del Viejo Caldas, pasó a ocupar un papel preponderante dentro de las políticas económicas y a convertirse en el elemento democratizador característico de la caficultura colombiana. Mauricio Reina en el texto «Juan Valdez: La Estrategia detrás de la marca», afirma que la crisis económica del cambio de siglo, que arruinó a varios de los grandes hacendados, consolidó «un modelo de desarrollo exportador cafetero basado en la economía campesina».
La preocupación por conservar esa forma de sustento campesino y mantener la producción cafetera nacional que permitía la exportación del grano, llevó a la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) a realizar el primer Congreso Nacional de Cafeteros el 25 de agosto de 1920. No obstante, nada concreto salió de esta primera reunión. Siete años después, en 1927, se realizó el Segundo Congreso, en el cuál se nombró una comisión para organizar el gremio y formular los primeros Estatutos de la Federación. El primer gerente de la Federación, Alfredo Cortazar Toledo, se refiere de la siguiente manera a la naturaleza de la asociación que nacía: «La organización que se proyectó por este Congreso fue integral. La Federación ‘estaría integrada por los interesados en la industria del café que desearan inscribirse’».
Como lo expuso Alfredo Cortázar Toledo en su trabajo «Breve historia de la fundación y organización de la Federación Nacional de Cafeteros 1927 y 1928», publicado a finales de los años 60, en los primeros presupuestos, correspondientes a los años 1928 y 1929 se palpan las dos grandes preocupaciones: proteger a los cafeteros, para lo cual se destina el 43%, y la promoción en el exterior con una partida del 25% del presupuesto.
Desde la misma creación de la Federación, se empieza a construir desde la comunicación una conciencia de clase y se busca reconocerle al campesino un lugar predominante dentro del desarrollo económico del país. Cortázar Toledo lo expresa de la siguiente manera: «La función más importante del año 1928 fue crear en el país la conciencia de clase. La inscripción de federados se inició con los nombres de Ospina Vásquez y Cortázar Toledo para mostrar la importancia de la agrupación. Se hizo desde Bogotá una campaña, exitosa en todo el país para que las Asambleas departamentales crearan la Secretaría de Agricultura en sus respectivas gobernaciones y crear así un vínculo entre la Federación y los Gobiernos seccionales. Ante este despertar de superación del agricultor colombiano, a la cabeza del cual se colocaba la Federación, se derrumbó la famosa Ley de Emergencia que tenía en ruina todas las labores campesinas; se tocaron las puertas de un partido o de una ideología campesina, y se abrieron las aduanas para la maquinaria y para los implementos agrícolas. En ese mismo año se planteó la defensa del café».
Evitar la explotación multinacional
La segunda hipótesis sobre la creación de la Federación la propuso el economista Absalón Machado en 1982. Machado sugirió que la Federación nace motivada por la necesidad de unión de los grandes cultivadores para enfrentar los intereses de las multinacionales que se estaban estableciendo en todo el Caribe y que buscaban la explotación masiva de los productos primarios. En su opinión: «El precio que recibían por su producto lo determinaban las casas tostadoras americanas e inglesas, que hacían grandes utilidades usando mezclas de cafés inferiores, donde el grano colombiano entraba en porcentajes reducidos; se estimaba que las ganancias eran hasta del cien por ciento. Esta situación condujo a los cafeteros a intentar sistemas de venta y propaganda del café suave colombiano en el mercado americano».
Frente a esta coyuntura los cultivadores sintieron la necesidad de agruparse para evitar que las grandes multinacionales controlaran la producción y comercialización del grano, como había sucedido con la United Fruit Company y los cultivos de banano a lo largo de Centroamérica y de algunos países de Suramérica, entre ellos Colombia.
Al leer una interesante investigación de Delio Darío Cuartas, se puede comprobar que la primera casa extranjera que se estableció en el país fue la American Coffee Corporation, subsidiaria de la Atlantic and Pacific Tea Company. Era la firma tostadora más grande de los Estados Unidos, dueña además de los supermercados A & P. Luego llegaron otras multinacionales: la WR Grace &Co., propietaria de la empresa naviera Hard and Rand Inc. y Steinwonder Corp., Stroffregen Corp.
Machado también señala como el control del transporte por parte de las multinacionales diezmaba los ingresos del caficultor mientras llenaba las arcas de los extranjeros, «por falta de flota marítima colombiana, el costo total del transporte marítimo también se queda en el exterior. Siendo una parte de los ferrocarriles, cables y buques, de compañías extranjeras, la utilidad correspondiente a esas empresas por concepto de fletes se va al exterior».
Asimismo este investigador sostuvo que la Federación fue producto de la unión de la burguesía terrateniente cafetera, vinculados al negocio de la exportación, para enfrentarse al capital extranjero que amenazaba sus intereses.
A lo anterior, se sumaba el malestar social en las zonas cafeteras, en donde los asalariados reclamaban mejores condiciones de trabajo. Los conflictos empezaron a surgir a partir de 1925 debido a que la construcción de obras públicas absorbió gran parte de los arrendatarios, peones y aparceros de la caficultura, que se desplazaron a las ciudades para ocuparse como asalariados en la construcción de infraestructura.
El corporativismo de la Casa Ospina
La tercera hipótesis la desarrolló el investigador noruego, Steinar Saether. En su tesis titulada «Café, conflicto y corporativismo: una hipótesis sobre la creación de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia en 1927».
Según el autor noruego, la fundación de la FNC es inexplicable si se buscan únicamente razones económicas o financieras. De hecho, considera que «Desde una perspectiva meramente económica parece un lujo innecesario» ya que los precios del café se incrementaron en la década del 20 y la producción aumentó en aproximadamente un millón de sacos. Saether coincide con otros autores en que la FNC era una institución muy débil en los primeros años y solo se fortaleció hasta después de 1930, cuando fue nombrado Mariano Ospina Pérez como gerente.
El autor sostiene que la Federación fue creada por iniciativa y gestión de la familia Ospina como una estrategia para hacerle contrapeso a las políticas liberales de la época que eran defendidas por los terratenientes del centro del país, ubicados en los departamentos que en ese momento mantenían la supremacía en la producción del grano: Cundinamarca, Santander y Tolima.
El principal argumento con que sustenta dicha afirmación es que 16 de los 33 delegados al II Congreso Cafetero, en el cuál se creó la Federación, estaban relacionados con los Ospina.
Además de lo anterior, Saether sostiene que las características representativas de la Federación se basaban en la encíclica Rerum Novarum de León XIII. Esta encíclica pretendía hacerle frente a la expansión comunista pero atacaba fuertemente a los terratenientes privilegiando a los minifundistas. Seather se hizo el siguiente cuestionamiento: «¿De dónde provenían estas ideas de crear una organización cuasiestatal de productores tanto pequeños como grandes de todo el país? Lo más probable, aunque difícilmente demostrable con base en los informes publicados en la misma Federación, es que se fundamentaban en las propuestas por el Papa León XIII en su Rerum Novarum en 1891, que después fueron acogidas y fomentadas por muchos conservadores tanto en Europa como en América y que llegaban a formar parte de la ideología política que a veces se llama ‘catolicismo social’ o simplemente corporativismo».
El corporativismo
Por tanto, el corporativismo, según lo define Saether, consiste en una alternativa moral que busca restablecer la armonía social y que garantiza que la política se maneje según el bien común y no a favor de los más fuertes o de una clase en particular. El corporativismo pretende que todos los individuos de una comunidad sean parte de una organización de productores que los represente y que sea legitimada por el Estado.
En términos generales, dentro de los elementos de la cultura cafetera, que la Federación de Cafeteros se ha esforzado en profundizar y extender, está el orgullo de ser propietario de un fundo cafetero, el trabajo familiar, el ahorro, el respeto por las costumbres, la honradez, el trabajo duro y siempre, la honestidad ligada a la producción de un grano de calidad exportadora.
Mis padres, aprovechando las ansias de dinero en nuestra época de adolescentes, se esforzaron por inculcarnos gran parte de esos valores que identifican a la cultura cafetera colombiana.
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* María Cristina Ocampo Villegas es Comunicadora Social egresada de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Adelanta un doctorado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Austral de Buenos Aires, Argentina. También es economista de la Universidad Santo Tomás y especialista en Periodismo Económico de la Universidad de La Sabana. El presente artículo anticipa algunas de las indagaciones realizadas en el marco de la investigación para la tesis doctoral sobre el papel de la comunicación de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia en la consolidación y extensión de la identidad de la cultura cafetera.