EL FUTURO YA LLEGÓ
Por Maru Ludueña*
La brutal indiferencia con que se clausuró la discusión en ámbitos parlamentarios sobre la modificación del Código Civil para habilitar el matrimonio a parejas de cualquier sexo deja sin protección a niños que nacen y crecen en familias con dos mamás o dos papás. Una realidad cotidiana que pelea por su reconocimiento, pero que no espera. Estas familias que ignoró el Congreso no son futuro sino un presente real y concreto.
Van en el auto. Los dedos de Paula tiemblan contra el frasquito de plástico. Ahí viaja el semen de un amigo que acaba de donar sus gametos. El tipo tiene tres hijas, no espera de ese acto más que ayudar a sus amigas, Paula y Ana, desde la genética. Nada que se parezca a ejercer la paternidad. «Hay que mantener la temperatura adecuada», advierte Ana al volante. Sabe de qué habla, es bioquímica. Suben las escaleras del penthouse en el barrio de Flores, directo al dormitorio. Paula agarra la jeringa y cuando va a depositarla ahí donde se debe para desatar un maratón al óvulo de Ana, el contenido sale disparado. Hace falta otro día, otra vez, el frasquito en el auto. Cuando llegan a casa, Ana dice: «Amor, vos pedí las empanadas, yo me ocupo. Hace años que manejo jeringas en el laburo». Ocho años después, Paula y Ana cuentan a otras mujeres: así concibieron a su hijo P.
Es un sábado al mediodía. El penthouse con quincho y terraza, hogar de Paula, Ana y P., recibe a madres lesbianas y retoños deseados entre dos mujeres. Las anfitrionas dicen que el último día de la Madre, P. se quejó. Ese domingo bostezó, frunció su nariz de principito, dijo: «¡Uf!, me hicieron trabajar el doble», y entregó dos tarjetas hechas en la escuela con dibujos de «Feliz Día». Mamá Paula y Mamá Ana. Así las llama y las dibuja P., una de cada mano. De un lado Paula —flaca, alta, rulos— del otro Ana —flaca, alta, pelo lacio—.
Suena el timbre y el autor de esos dibujos —un niño de cabellos castaños y ojos ámbar, gorro con visera, remera de superhéroe— empuña una espada de plástico y corre a la puerta. Llega su amigo Tato, ojos dulces. Detrás de Tato, su familia. Mamá Roma con Tinchi —el hermanito menor— en brazos y Triana. Además de la edad, P. y Tato comparten su amor por egipcios y piratas, entre asados. Los chicos se conocieron hace dos años, cuando empezaron estos encuentros. Tato iba al jardín. Una tarde de esa época, miró expectante a Roma y a Triana. Avisó:
—No voy a decir en el jardín que tengo dos mamás porque se van a burlar.
—¿Quién se va a burlar? Decí lo que quieras, hijo —espetaron ellas.
—No sé. Hay chicos que tienen sólo una mamá. Otros sólo papá.
—Tato, hay otras familias como las nuestras.
—¿De verdad, mami? ¿Las conocen?
—Sí, mi amor, hay una familia con mellis de un año, otra de una nena de un añito, otra de una nena de cinco. Bebés que nacieron hace poco.
—¿Todos hijos sólo con mamás?
—Sí, con dos mamás.
—¿El día que fuimos a una casa con terraza los chicos eran todos de dos mamás?
—Sí.
—¡Vamos! Quiero jugar con ellos.
Tato se hizo amigo de P. Tato y su familia son «celebrities» en la web. Roma —treinta y seis años, hace diez con Triana— cuenta sus avatares en «Mamis por dos», uno de los tantos blogs que crecen como sitios de encuentro y visibilización. Su historia se convirtió en el libro del mismo nombre (Dunken), escrito por una amiga y psicóloga —Romina Reinaudo— que tomó nota de sus testimonios.
«Nos reunimos una o dos veces por mes con otras madres lesbianas con hijos. Es importante que se conozcan, jueguen, vean que hay otras familias como la nuestra», dice Roma. «Que sepan que no están solos en el mundo con esa particularidad», agrega Ana, la mamá de P. Esa particularidad acumula anécdotas.
Salita de cinco. Un día, P informa a un amigo: «Hoy me busca mi mamá». En la puerta del jardín aparece mamá Paula, ella no lo va a buscar casi nunca porque es docente. A la salida, el amigo ve a Paula recibiendo a P. «¿No me dijiste que venía tu mamá?» «Claro, lo que no te dije es cuál de mis dos mamás venía», se ríe P.
Dos años después: van en el auto P. y mamá Ana, un compañerito de grado y su padre. El compañero sugiere: «Te cambio a mi papá por una de tus mamás». P. no contesta. En su casa, serio, advierte: «Lo del cambio no va a poder ser. No podría elegir con cuál de las dos quedarme».
¿Cuántos son los hijos e hijas que crecen en familias con madres o padres del mismo sexo? Nadie los ha contado, es un dato. «Creemos que en la provincia de Buenos Aires son entre 5 mil y 7 mil chicas y chicos», dice Karina Duranti, abogada. Karina integra Familias Homoparentales Argentinas (FHoA). «Los hijos más grandes tienen entre 12 y 14 años. Los primeros fueron concebidos en los noventa, al difundirse los bancos de semen. En cambio, en la mayoría de las familias compuestas por varones, provienen de la adopción de uno de los progenitores —dice. Pero de esto casi no se habla».
La suerte de los «gaybies»
En los Estados Unidos, hace rato que rubricaron el fenómeno: Gayby Boom. Al «gayby boom» lo impulsan los gaybies, nacidos en uniones de lesbianas o gays. El Instituto Williams, que promueve pensamiento crítico sobre orientación sexual en la Escuela de Leyes de la Universidad de California, estima que de las 594.391 personas identificadas como parte de la comunidad Glttbi, el 20 por ciento cría hijos menores de 18 años. Diez millones de personas en el mundo tienen al menos una madre lesbiana, un padre gay o bisexual o transgénero, estima ‘Children of Lesbians and Gays Everywhere’ (Colage) y deduce que hay millones de chicos en familias de Glttbi. Pero sólo un puñado de países reconoce los derechos de estos niños a tener padres y madres, los que aceptan el matrimonio para todos: Canadá (reconoce los derechos de niños con dos madres y un padre), Holanda, Bélgica, España, Suecia, Noruega, Sudáfrica y seis estados de Estados Unidos.
La suerte de las argentinas los argentinitos que este sábado van a comerse un rico asado en una terraza del barrio de Flores se debatió por primera vez en el Congreso. La suerte jurídica de P., Tato, Tinchi y de tantos niños y familias depende, en gran medida, de cómo se posicionen los legisladores frente a los proyectos presentados por Vilma Ibarra y Silvia Augsburger para modificar el Código Civil y habilitar el matrimonio sin limitación de sexos.
«La mitad de los derechos civiles de las niñas y niños que viven en familias con padres del mismo sexo están vulnerados. De cambiarse la ley de Matrimonio, no genera ni crea nuevas familias: las familias ya existen. Lo único que hace la ley es regularizar los derechos de esas hijas e hijos», dice María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), junto con la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), una de las impulsoras del proyecto. En estos días, abogados de la Falgbt presentarán un recurso de amparo por los derechos de una hija de siete años de madres lesbianas, a fin de que goce de todos los derechos: posibilidad de compartir con ambas madres obra social, pensión y herencia.
«No es decente que el Estado deba preguntar a una pareja a nombre de quién debe anotar a un hijo o hija adoptado, porque no se permite la coadopción. O destinarlo a la indignidad de ser el hijo clandestino de sus padres o madres. Señoras diputadas, señores diputados: al no haber Derecho, no hay decencia», dijo César Cigliutti la semana pasada frente a los legisladores.
La historia de Ana y Marcela, y de Sofía —dos años—, es un catálogo de algunas indecencias. Tras cinco inseminaciones y un embarazo trunco, nació Sofi. «Sólo pude tomarme el día del parto. Mi familia es otro tema difícil, no lo termina de aceptar», dice Marcela. Cuando decidieron que Sofía fuera a un jardín maternal, hablaron con la directora, describiendo a su familia. Cuando decidieron bautizar a Sofía, también se lo explicaron al cura. «En la casa de Dios no se discrimina», respondió el sacerdote y dibujó la señal de la cruz en la frente de la beba.
La vulnerabilidad asomó en imprevistos. Un domingo, nueve de la noche. Sofi tiene seis meses y vuelven a casa en auto. Alguien cruza el semáforo en rojo, las choca. Ana tiene que contar qué pasó a la policía, ir a la comisaría. Un médico carga a Sofi en la ambulancia. Marcela quiere acompañarla, pero debe bajarse: no es la madre legal. «Estábamos en shock y nuestra hija no tenía derecho a ir con una de sus madres al hospital, es un estado de vulnerabilidad total», dice Ana. Tiempo después ella debió operarse en la clínica Mater Dei. «Por las dudas, dejé un papel con mi última voluntad: que Sofi viviera con Marcela». Ese testamento de Ana expresaba de puño y letra el peor fantasma. Si a la madre biológica le pasa algo, que la hija o el hijo crezca con su otra madre depende de la buena o mala onda de los abuelos «legales». Al no haber padre, la tutela pasa a la familia materna. En algunos casos, la misma que se opuso a la pareja o no aceptó de buen talante que dos mujeres criaran a una niña. Ana salió bien de la operación. En la clínica, Marcela la pasó mal. «No me daban los informes de mi pareja, ni podía quedarme. El único interlocutor para el Mater Dei era el padre de Ana», cuenta Marcela.
Ana y Marcela están separadas. «Veo a mi hija tres veces por semana, sábados y domingos. Seguir el vínculo depende de la voluntad de Ana. Si el día de mañana a ella se le ocurre irse, no puedo hacer nada», explica Marcela. «Mientras las familias homoparentales no accedan a la ley de matrimonio, no hay legislación respecto de sus hijos. Son inscriptos como hijos de madres solteras. Quedan expuestos, entre otras cosas, a un juicio de filiación. La madre no gestante no tiene derechos», dice Duranti. Y acto seguido enumera. En el parto, la presencia de la no gestante depende de su relación con el médico. En general, no puede darle su obra social, ni legar bienes al hijo. Si él se enferma, no puede faltar al trabajo. En la escuela necesita firmar una autorización para retirarlo. Tras una separación, una puede negarle a la otra el derecho a ver a su hija. Y la otra puede negarse a pasarle alimentos. No tienen acceso a la Justicia. «Ante la eventualidad de que le pase algo, debe recurrir a un escribano que haga una tutela testamentaria. Es un paliativo, pero nunca está la seguridad de que se respete a la otra madre. Menos si hay oposición».
Lo dijo Barack Obama el Día de la Familia: «Si los niños son criados por ambos padres, abuelos, una pareja del mismo sexo o alguien que lo cuide con amor, le permitirá lograr grandes cosas». En octubre hubo una marcha al Capitolio pidiendo al presidente que cumpliera su promesa de no discriminarlos. Al final, el censo 2010 estadounidense no incluirá el conteo de uniones del mismo sexo, como se había anunciado. El ‘coming out’ demográfico de las familias estadounidenses Glttbi deberá esperar hasta el 2020. El ‘coming out’ cultural es más veloz. En el camino recorrido asoma una obra vasta cuyo eje son estas familias y su foco, los hijos. Entre los más resonantes está el documental catalán ‘Homo Baby Boom’, de la «Associació de Famílies Lesbianes i Gais, y Queer Spawn». Ambos de Anna Boluda, registran lo cotidiano, recorren escuelas y festivales con el lema: «Que no lo dude nadie: es el amor el que crea una familia».
El amor crea y cría
En este asado no hay mujeres confinadas a preparar ensaladas. Hay unas que aprontan la picada, un par enciende el fuego, otra no tiene la menor idea de cómo se prepara la rúcula, otra dotada de paciencia pasa filtro solar a los niñitos. Cuatro familias y ocho madres comparten en vivo muchos interrogantes de maternar. Están Ana y Paula, Roma y Triana, Marcela y Ana, Paloma y Alma. Participan de la Federación Argentina de Familias Homoparentales Integradas Argentinas (FHoIAr), a la que se sumaron familias de Uruguay y Chile. «No tenemos recetas». Se hicieron amigas en estos encuentros.
—¿Recurrieron a un donante conocido? —se asombra con acento mexicano Paloma, ante el caso de Paula y Ana. Paloma vive en la Argentina porque Alma, con quien tiene una hijita que aprende a caminar —Emilia—, fue trasladada a Buenos Aires como ejecutiva de una multinacional.
—No me arrepiento —dice Paula. Somos claras con P. El sabe quién donó la semilla y no asocia donante con paternidad.
—Antes de conocer a Alma en México, yo pensaba en tener una hija con dos mamás y dos papás gays. Uno de mis amigos había aceptado. Al conocer a Alma, cambié. «Si le pones un papá, yo quedo afuera», planteó.
Al día siguiente a su paso por la ley de Convivencia —equivalente a la Unión Civil—, Paloma y Alma tuvieron que decidir entre los dos únicos donantes disponibles ese día. «Era el semen de un abuelito diabético o el de un chaval de 18 años, delgado y de tez clara. Fuimos por el del chaval. Todos los días Alma me acariciaba la panza: ‘Por favor bebé, sal a tu mamá’, decía». Emilia tiene los ojos enormes y celestes de Paloma, la misma cara.
—Emi nació prematura. Esa fue nuestra primera experiencia en el mundo como dos mamás —cuenta Alma, elegante y discreta, mientras los niñitos dan cuenta de los primeros choripanes.
—Fue un parto complicado. Casi me quitan el útero. Estaba muy mal y Emi en terapia intensiva. A Alma no la dejaban entrar a verla. Fue un escándalo. El jefe del servicio dio una orden para que le permitieran entrar. Si tú te discriminas, ellos te discriminan —asegura Paloma—. Venir acá fue pelear que en la empresa donde trabaja Alma nos reconozcan como familia. Y lo logramos. Aunque en la Argentina el Ministerio de Relaciones Exteriores no nos reconoce, porque la Unión Civil no es nacional.
—Nosotras tenemos la Unión Civil. Con los hijos es un engaña–pichanga —dice Ana.
—Vinimos por el trabajo de Alma. En una relación heterosexual, la esposa tiene la visa. Yo no, soy turista. La peleamos, hemos logrado mucho. Nos mudamos de país como familia. Y estamos acá, con ustedes. Nos sentimos en casa.
Maternidad lesbiana, experiencia abierta
Vericuetos legales, tácticas, métodos, consejos. Con la experiencia forjada, el grupo Lesmadres armó un cuadernillo con el ABC para mujeres que aman a mujeres y desean un hijo. «Maternidades lésbicas. Algunas preguntas básicas» está libre de copyright en la web. «Reunimos información, experiencias y puntos de vista propios, lo que hubiéramos deseado tener al emprender este camino. Nos surge la necesidad de tener información sobre las tecnologías reproductivas y aspectos legales, pero también la palabra de otras y el pensar juntas sobre ciertos temores que a veces se convierten en obstáculos», dicen las autoras. Lo dedican a sus hijas e hijos: Ana, Juan, Juan, Ludmi, Luna, Simón y Túpac.
El cuadernillo plantea preguntas y respuestas, algo más extensas que éstas. ¿Qué pasa si no hay padre? Ser madre o padre no es un hecho biológico sino un hecho social, un proyecto vital originado en el deseo y el compromiso. ¿Puede afectar a nuestros hijos tener dos madres lesbianas? Sí, por supuesto, de la misma manera que afecta tener padres y madres heterosexuales, judíos, inmigrantes, analfabetos. ¿Cómo es una inseminación con un donante anónimo? Sólo se pueden solicitar características generales como color de ojos, de pelo, contextura física y no hay diversidad étnica. ¿Qué se tiene en cuenta para una inseminación con donante conocido? La madre no gestante no tiene reconocimiento legal y su situación podría ser aun más precaria. ¿Qué tenemos que tener en cuenta para adoptar? No es posible la adopción conjunta.
También incluye un listado de ventajas y desventajas —respetables, discutibles— de los diferentes métodos para embarazarse. ¿Qué queremos para el futuro? El reconocimiento pleno de los derechos de nuestros niños, así como el de todos los niños en el marco de la Convención Internacional de los Derechos de los Niños y de la Ley Nacional Nº 26.061, el reconocimiento de nuestros derechos como lesbianas, el respeto por las diversidades y una sociedad más justa para todos sin violencias y sin exclusiones. En la CHA también funcionan grupos de contención y orientación, donde familias homoparentales intercambian experiencias sobre el abordaje en colegios, clubes y centros de salud.
¿Qué pasa si no hay padre?
Una de las preguntas del cuadernillo de Lesmadres es la liana a la que se aferran los trogloditas. Cientos de investigaciones observaron a niños en familias homoparentales. Todas con la misma conclusión. En palabras de la Academia Americana de Pediatría (AAP): «Los hijos de padres homosexuales tienen las mismas ventajas y expectativas de salud, adaptación y desarrollo que los de heterosexuales». La AAP también dice que los niños que nacen o son adoptados por familias homoparentales merecen la seguridad de dos padres o madres legalmente reconocidos.
«Hoy los hijos de estas familias sufren la discriminación al no reconocerse sus derechos. El tema de la maternidad y la paternidad de diversidad sexual es el último mito del discurso reaccionario. Hace años que los estudios afirman que las identidades de género no son transmisibles vía familiar sino el fruto de algo mucho más complejo», dice Flavio Rapisardi, coordinador del Foro de Diversidad Sexual de Inadi y del Área Queer de la UBA. Este foro del Inadi viene trabajando con Lesmadres y otras organizaciones en una publicación sobre maternidades lésbicas.
Cuando no hay papá, no hay recetas de cómo llamar a dos mamás. Sofi llama mamá a Ana y mamu a Marce. Otras niñas y niños dicen mame a la no gestante, o madrina. Romina Reinaudo es licenciada en Psicología. Algunos de sus pacientes integran familias homoparentales. «En un primer momento, la pareja busca el modo de hacerse nombrar: madre, mamu, madrina, con relación al hijo, para entregarle como don a su niño la forma de nombrarlas. Con los años, cada uno decide cómo hacerlo».
Triana corta la carne, cuenta: «Un día, Tato iba al jardín y me preguntó si yo no me enojaba si me llamaba ‘madrina’; le dije que me llamara como quisiera. Siempre le transmitimos que lo más importante es poder elegir. Le explicamos que no tiene papá, fue muy deseado, nadie lo abandonó. (…) El nos va llevando naturalmente. Este año pidió que fuéramos a la escuela, cursa primer grado, y le explicáramos a la directora que él no tiene papá, que tiene dos mamás y que es feliz», dice Roma. Triana se moría de nervios. «La maestra y la directora me dijeron: ‘¿Así que vos sos la famosa Triana’». Se ríe al recordar. «Nuestros padres, hermanos y amigos saben, apoyan, acompañan. Pero nunca me había tocado afrontar algo institucional. Dijimos: tenemos una familia diferente. La directora sonrió: ‘Acá hay muchas familias diferentes’. Fue un alivio. Al día siguiente de la reunión, Tato se largó a leer».
¿Tiene algo de diferente crecer con dos mamás? «Un sujeto nace y hay otro que lo espera, que lo deseó, que lo preexiste. El bebé se aloja en ese universo simbólico que le crearon y a lo largo de su vida irá buscando su lugar propio. Silvia Bleichmar nos decía: ‘La función materna, paterna, implican modos de relación con el niño’. No están definidas por el cuerpo real anatómico sino por los modos erógenos que toma este encuentro», dice Reinaudo.
Todas las familias son
Homoparental, pluriparental, monoparental. «Occidente no puede pensar sólo en familias tradicionales. Ellas mismas, en sus diferentes modalidades, están descubriendo cuáles son sus particularidades y sus diferencias. Lo que se sostiene en todas es la diferencia generacional, la función de sostén emocional y la de terceridad, también conocidas como funciones materna y paterna. En parejas heterosexuales también cambiaron las funciones y roles. La familia es producto de la cultura, no de la biología», dice Eva Rotenberg, psicoanalista, directora de la Escuela para Padres y compiladora del libro Homoparentalidades (Lugar Editorial). Según Rotenberg, «hay una fantasía a desmitificar: mujeres que atravesaron tantos prejuicios pueden idealizar haber deseado tanto a su hijo y creer que será más amado. Un hijo real tiene distintas problemáticas. Que sea muy amado no significa que no vaya a tener conflictos. Y cómo se resuelvan los conflictos no tiene que ver con ser o no del mismo sexo sino con los recursos internos de esos padres o madres. La parentalidad es algo muy complejo, siempre incluye ciertas dificultades», dice la coordinadora de homoparentalidades.net.
En La familia en desorden, Elisabeth Roudinesco despejó la duda. Si alguien creía que la familia estaba en retirada por las transformaciones sociales y sexuales, se equivocó. Acá está: deconstruida y reconstruida, reinventada. Roudinesco ve a la familia contemporánea más horizontal, un espacio de nuevas configuraciones, nuevas formas de subjetivación y de estructuración. Su libro tiene un final feliz, aunque ese final dependa más de lo político y lo social que de una teoría: «La familia parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la tribalización orgánica de la sociedad mundializada».
El sol tiñe la terraza de esta tribu con una luz caramelo. Entre mates y postres, las madres discuten lo mismo cada año: el sentido de marchar o no con sus hijos el Día del Orgullo.
—No me siento del todo representada llevando a mis hijos.
—Los medios visualizan el carnaval, pero no la vida cotidiana gay. Mucho del planteo de Harvey Milk se perdió en la juerga, una pena.
—Nuestra Marcha del Orgullo es la cotidiana. Blanquear en la escuela, en el pediatra, pelear con la obra social que nos reconoció. Las nuevas generaciones lo vivirán más relajadas, ¿no?
Las familias lesbianas de las integrantes de Lesmadres sí decidieron ir a la Marcha del Orgullo. Lo hicieron adelante, con sus hijos e hijas y una bandera tan grande como orgullosa. Además de batir records, la fiesta este año contó con nuevos invitados. «Marchamos por el reconocimiento político, social, cultural y legal de los derechos de nuestros niños, de nuestras familias y de nosotras como lesbianas. En un contexto en el que nuestras necesidades son ignoradas o imaginadas como futuro, la visibilidad es más importante que nunca. Nuestros hijos ya están aquí». No iban caracterizados, pero sí en sus propias carrozas, o en la panza. Entre la multitud colorida, alegre, danzante, sus mamás los empujaron por las calles desde la Plaza de Mayo hasta el Congreso. En sus cochecitos con las banderas del arco iris, esos bebés eran mucho más que un símbolo.
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* Maru Ludueña vive en la ciudad de Buenos Aires. Es periodista y colabora con la revista dominical La Nación, la publicación Hecho en Buenos Aires y el suplemento Las Doce del diario Página/12. Ha escrito libros para madres y bebés. Recibió becas de perfeccionamiento de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez, de investigación periodística de la Fundación Avinam y un Premio Pléyade al Mejor Equipo de Investigación en 1998. Este artículo fue publicado en el periódico Página 12 de Argentina (www.pagina12.com.ar)