Sociedad Cronopio

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LAS REDES: DEL ESPECTÁCULO A LA REALIDAD

Por Mateus de Sá Barreto Barros*

Al hablar de Redes se instaura, por lo menos a priori, una doble comprensión de ese fenómeno. Se puede pensar en una sociedad en red que utiliza esos instrumentos como herramienta para grandes transacciones financieras internacionales, reuniones con personas de la misma empresa en diversos países, conferencias, etc. Esta Red está relacionada con fluidez, posibilitando la convergencia de momentos, siendo al mismo tiempo concentrada y administrada por grupos selectos de la sociedad, reducidos, por tanto,  a un número muy pequeño de empresas y de personas de esas mismas empresas.

Otra comprensión al respecto se refiere a otro uso de esa técnica (Red), al menos como la conocemos actualmente. En este segundo caso, no menos importante, grupos sociales procuran el establecimiento de cierta conectividad, extensión de relaciones, con objetivos diversos, ya sean: grupos de estudios virtuales, con el propósito de dar continuidad a lo que fue discutido en un momento determinado, o también como extensión del grupo de estudio presencial en la proyección de una determinada disciplina; como forma de articulación política y social de los movimientos y grupos sociales.

Centraremos nuestra discusión en la primera idea, la cual será considerada desde otras dos categorías orientadoras: la Red como fábula y perversidad. Sin embargo, será necesario, antes de profundizar en estas categorías, analizar la relación entre sociedad y naturaleza, mediada por la técnica. Esa relación nos ayuda a comprender, de alguna manera, las elecciones utilizadas por determinadas sociedades en un momento dado y el proceso de jerarquización de las técnicas, a partir de un claro interés político.

NATURALEZA Y TÉCNICA
«Se sabe además que la principal forma de relación entre el hombre y la naturaleza, o mejor, entre el hombre y el medio, es dada por la técnica. Las técnicas son un conjunto de medios instrumentales y sociales con los cuales el hombre realiza su vida, produce y, al mismo tiempo crea espacio».
(Milton Santos. A Natureza do Espaço, 2008).

Hay una cierta dificultad para distinguir sociedad y naturaleza. Esta tentativa llevó al encasillamiento de determinadas sociedades en el ámbito de naturaleza, por no constatar, de alguna manera, una lengua propia, religión, o sistema político complejo, entre otros factores. Por ello fueron denominadas de primitivas, bárbaras, marginales, siendo esta la representación actual de esa categoría. Se cambia el nombre, sin embargo el sentido empleado es el mismo y, en cierta medida, por los mismos motivos.

De manera inequívoca, esas denominaciones peyorativas han hecho parte de un contenido ideológico dominante. Una y otra vez este sistema ideológico se manifiesta, a través de las políticas y líneas de créditos de las organizaciones internacionales y nacionales, además de investigaciones que alimentan un determinismo, tanto biológico como geográfico. Es común ver, por ejemplo, resultados de investigaciones que señalan que los Kenianos son buenos atletas corredores de fondo, debido a la formación geográfica de su lugar de origen; en tanto los blancos estadounidenses son más adaptables a los deportes acuáticos. Estas afirmaciones se plantean de inmediato antes de la realización de cualquier observación; esto es, están revestidas de y por contenidos ideológicos que remontan a Aristóteles y a filósofos como Montesquieu, pensador político francés (1689-1755) y Buffon, naturalista francés (1707-1788).

Edvânia Torres (Recortes de paisagens na cidade do Recife: uma abordagem geográfica. Recife, 2007) hace un inventario histórico de la geografía en cuanto disciplina. Ésta nace con métodos interdisciplinarios y con la responsabilidad de instaurar un diálogo entre las ciencias naturales y las humanidades. Ese diálogo sólo sería posible considerando la relación del hombre con la naturaleza. La cuestión, no obstante, no es oponer o contraponer dos disciplinas (Geografía e Historia), que poseen métodos completamente diferentes y no sería viable, ni oportuno, establecer una oposición, una vez que las dos posibilitan diálogos importantes. Sin embargo, esos diálogos requieren de cautelas en el abordaje, como lo aconseja la autora.

De alguna manera, la profesora Edvânia Torres propone cierta cautela en el análisis, tanto histórico como geográfico, de las relaciones entre sociedad y naturaleza. Respecto a la historia, la profesora afirma: «Situada en la historia, la naturaleza pasa a asumir el carácter de evolución, esto es ‘la naturaleza en marcha, inscrita en una historia natural’, donde la historia sería el orden de un proceso. Esta transición de la idea de naturaleza para la de historia, puede ser interpretada como la incapacidad de aprehender su totalidad, sus manifestaciones en las diversas escalas de la vida, al mismo tiempo que se puede inferir que se trata en  ese esfuerzo de una transferencia del des- ocultamiento de la naturaleza para un devenir, algo que está por hacerse posible» (Ibid, p. 42).

La Geografía, a su vez, teniendo como su objeto e interés, basado en las intersecciones con las ciencias naturales y sociales, se desarrolló en gran medida, «en tanto reacción a esa idea de cultura e historia como separación entre hombre y naturaleza» (p. 45). Con todo, la Geografía —en su total complejidad (comprometiendo dos campos científicos aparentemente distintos)— no puede ser considerada, de modo alguno,  como una disciplina única y homogénea, los «estudios de la Geografía» comprenden «desde el determinismo natural, pasando por las teorías del medio, hasta la geografía de la percepción» (p. 45).

Es en esta perspectiva que la profesora Edvânia Tôrres propone, para el análisis de objeto geográficos (paisaje o espacio, por ejemplo), el combate de, como mínimo, dos poco interesantes contrapuntos, que serían:

a) «el determinismo natural o darwinismo social, que considera la naturaleza como función simbólica»; y
b) el «sociologismo» dominante en sus diversas variantes teóricas de pensamiento, exaltando la relevancia sistemática del medio ambiente natural para la sociedad en cuanto campo de acción para el sistema social constituido.

Esas dos tendencias extremas, aunque parezcan tan distintas, son complementarias, pues corresponden al peso de una ideología dominante, presentando como características centrales, la idea de historia en tanto motor social. Eso quiere decir, ante la primera perspectiva (darwinismo social), que las sociedades tienen influencia del clima y del medio natural en su formación, estando limitadas, sujetas a las leyes que rigen la naturaleza. Esto se comprueba por el hecho de que esas sociedades no desarrollaron técnicas suficientes para el dominio de la naturaleza, perdieron el motor inicial de la historia y compiten de manera desigual en la carrera hacia el desarrollo, quedando relegadas al abastecimiento de materia prima.

El segundo, el «sociologismo», a su vez, propone la superación completa de la cultura sobre la naturaleza, no reconociendo relación alguna entre las dos, más allá de los factores que tienen correlación, lo que presupone que una «humanidad» sólo es posible a través de la superación de la naturaleza por la cultura.

Ambos están, de algún modo, relacionados con el evolucionismo social y el imaginario cristiano. Al menos en su principio, pero los líderes de las religiones cristianas no tienen poder suficiente, tampoco propuesta alguna, para revertir este cuadro.

Durante todo proceso histórico, el hombre creó técnicas de acuerdo con sus necesidades, con los materiales disponibles, pero tales técnicas deberían estar de acuerdo con los principios morales de una determinada sociedad. Los instrumentos (técnicas) materiales eran, así como son, regidos por ciertos instrumentos (técnicas o normas) sociales. La técnica material desarrollada por una determinada sociedad, en un espacio determinado, puede decir mucho sobre esa sociedad: las elecciones que hicieron, las relaciones sociales establecidas, división social y territorial del trabajo, así como su destino.

Los vestigios históricos, con relación a sociedades no occidentales, en el sentido de haber explotado sus recursos naturales al máximo, provocando una vasta deforestación y la extinción de determinadas especies, pueden parecer, de alguna manera, como pretextos racistas y suenan como insultos a los primeros pueblos que habitaron esos espacios, como si fuesen malos administradores de la tierra y, por eso mismo, podrían ser explotados. Los movimientos ambientalistas a su vez, o su supuesta existencia, se revisten de un romanticismo exacerbado cuando se trata de los habitantes del pasado, sin tener, por tanto, alguna idea apriorística de las técnicas utilizadas por dichas sociedades, ni de sus relaciones con la naturaleza. El conocimiento o descubrimiento de esas relaciones, da cierta o total apertura para saber del contingente poblacional, las técnicas, tanto de adaptación como de producción —los intereses políticos de determinada sociedad y sus procesos religiosos.

Castells considera de manera vehemente que «la habilidad o inhabilidad de las sociedades en el dominio de la tecnología y, especialmente, de aquellas tecnologías que son estratégicamente decisivas en cada período histórico» —dice el autor— «traza su destino al punto que podemos decir que, aunque no determine la evolución histórica y la formación social, la tecnología (o su falta) incorpora la capacidad de transformación de las sociedades» —insiste— «así como los usos que las sociedades, siempre en proceso conflictivo, deciden dar a su potencial tecnológico».

Para validar su hipótesis, Castells inició una comparación tecnológica entre Europa y China, de un período notoriamente largo, que va del año 200 a.C. a 1842 d.C.. Es innegable la trayectoria de crecimiento de China durante su historia. Pero hay determinadas cuestiones planteadas por el autor que dejan dudas. Cuál era el mundo del siglo XIV? Castells se refiere a Europa, una parte de África y de Asia? Tal afirmación es cuestionable en la medida en que, en el siglo XIV, los polinesios habían completado su triangulo marítimo, relativo a las islas del Pacífico —las islas de Pascua, Hawái y Nueva Zelandia— utilizando grandes embarcaciones, técnicas de localización, una precisión y un planeamiento de gran complejidad. La cuestión es saber si la técnica siempre estuvo a la espera de ser producida, o si es producida de acuerdo con las necesidades.

Milton Santos, a su vez, para defender su concepción en relación al hecho, utiliza sabiamente las palabras de Gourou, cuando éste afirma que lo importante es analizar la eficacia de la técnica, o sea, el control de un gran número de hombres sobre una gran extensión y durante largo tiempo —afirma Gourou— «(…)y la eficacia paisajista que permite medir el valor explicativo de las técnicas de sociales de control, un criterio del mismo orden se aplicará a las técnicas de producción consideradas según su potencia de acción sobre los paisajes». Toda sociedad, por pequeña que haya sido, utilizó tanto técnicas sociales de control, normas de convivencia [técnicas de las relaciones entre los hombres, técnicas de organización del paisaje, considerando la distribución en el espacio] como técnicas de producción (técnicas de explotación de la naturaleza, de subsistencia y de la materia).

De esta manera, las sociedades no occidentales, y las mismas sociedades occidentales, no pueden ser analizadas de acuerdo con los parámetros de desarrollo consensuados en el presente —que poseen su sentido técnico de control de una población en un espacio extenso— hasta porque no siempre esos fueron parámetros comparativos y no siempre hubo una imposición de determinados parámetros. Para Milton Santos, esa disputa tecnológica incesante se inicia apenas en el siglo XIX. Lo que significa decir que eran otras las técnicas de control, en el caso específico de ese momento histórico, en occidente, lo que era determinante para una comparación de lo que sería considerado eficacia, era el control de la propiedad de las colonias, dominio del mercado financiero internacional que estaba directamente relacionado con la producción y consumo de determinados productos (como azúcar, tabaco, café, etc.).

Aunque hubiese, en aquel período, sociedades como Gran Bretaña, que poseían un cierto montaje tecnológico, eso no influenciaba el mercado y las relaciones comerciales, porque la difusión de técnicas no se da de manera uniforme, homogénea, ni posee los mismos usos. Lo que significa que, en primer lugar, apenas hay una difusión de determinados objetos a partir de un interés político presente. Que fue lo que ocurrió con Europa en el siglo XIX, su regreso de las Américas hacía necesario el surgimiento de un sistema que mantuviese y reconfigurase su centralidad.

Cada sociedad desarrolló técnicas a partir de sus necesidades, considerando su eficacia en el paisaje y en un determinado período histórico. Lo contrario, la producción de necesidades para desarrollar técnicas es una característica peculiar del presente, cuya difusión no se realiza en la mayor parte del territorio global; y cuando ocurre, no se da de manera homogénea. Sin embargo, la producción de necesidades, y consecuentemente la producción de escasez, se da de acuerdo a las relaciones entre sociedad y naturaleza. Por más que haya un desprecio en relación a la segunda, o se la tenga como motor de la producción para el desarrollo, eso no deja de representar, de algún modo, una relación entre ambas.

Desde una perspectiva marxista, se observa que, al transformar la naturaleza, el hombre se transforma y produce una segunda naturaleza. Milton Santos, a su vez, piensa que esa idea necesita ser revisada, una vez que la técnica sólo tiene sentido en un determinado medio y, por ello, hace parte de la naturaleza y, en consecuencia, sería una primera naturaleza. En efecto, esa idea puede, quizá, incentivar el ideal de progreso (discurso único), ya que la naturaleza transformada en técnica sería naturaleza y, por tanto, ella no tendría razón de existir en su estado natural. Sin embargo, no fue en esta perspectiva que Milton Santos trabajó tal idea. Muy probablemente quería mostrar la existencia de esa relación y de esa identificación, percepción que, desde hace mucho, los geógrafos vienen trabajando, topándose con los «sociologismos».

En el trabajo de Castells, podemos percibir la presencia de ese ideal, cuando habla sobre la relación entre la sociedad y la naturaleza, a lo largo de la historia. En un primer momento, de acuerdo con el autor, los códigos de la vida social, teniendo como fundamento las raíces biológicas, los códigos y sistemas de organización social, se establecían en la lucha por la sobrevivencia, en un contexto en el que la naturaleza dominaba la cultura.

En un segundo momento —considerado a partir de la Era Moderna, referenciado por dos grandes momentos, la Revolución Industrial y el Triunfo de la Razón— aún presencia la dominación de la naturaleza por la cultura. Sin embargo, cuando se instaura la sociedad del trabajo es que la «Humanidad encontró tanto su liberación de las fuerzas naturales como la sumisión a los propios abismos de opresión y explotación». Según el autor, estamos entrando en una nueva fase, en la que se puede referir la cultura como cultura, habiendo suplantado la Naturaleza por completo, o preservándola artificialmente. La historia se inicia después de milenios de batalla pre–histórica con la naturaleza.

Es la primera vez, en toda la historia de la Humanidad, que se podrá vivir en un mundo predominantemente social, con un nivel de conocimiento y organización social que posibilitará tal hecho. «Pero ese no es necesariamente un momento animador» —advierte Castells— «porque finalmente, solos en nuestro mundo de humanos, habremos de mirar en los espejos de la realidad histórica. Y quizá no nos guste la imagen reflejada».

La comprensión que tiene el autor en relación a la sociedad y a la naturaleza, representa el mismo ideal de dominación colonial, ubicando en condición pre–histórica o pre-humana, aquellas sociedades que poseen un gran territorio forestal y, con ello, técnicas de producción, consideradas como inferiores. En este sentido, el autor trata de la técnica, principalmente en lo concerniente a las técnicas informacionales y electrónicas, desde el punto vista hegemónico. Intentaremos abordar un poco más este asunto.

TÉCNICA HEGEMÓNICA

Ante esos factores es común oír que la única posibilidad de desarrollar o poseer la mínima capacidad económica de competir con los países desarrollados es entrar en la «era de la globalización». Entiéndase, competir económicamente por proveer y crear medios y técnicas que interesen, de alguna manera, a los países que «abrieron» sus fronteras comerciales.

Milton Santos, al analizar el fenómeno de la globalización, percibe que no hay sólo una, sino dos globalizaciones: la globalización como fábula, y la globalización como perversidad. Se puede afirmar que la globalización en sí no es algo reciente, relativo a las últimas décadas del siglo XX. Ya que, si consideramos que, cuando se estableció un comercio trasatlántico, la instauración de una fuerza de trabajo (esclavo o por contrato), la producción de necesidades, aunque en menor escala, para el consumo y la creación; o también la importación de tecnología para la producción de azúcar y cacao, entre otros, además del tránsito genético de especies animales, vegetales, microorganismos, etc., ya podría caracterizarse de globalización, o al menos el primer paso de ella, tal como hoy es ampliada.

No se está diciendo que la globalización en su fase actual es la misma. Se diferencia crucialmente cuando se trata de la producción tecnológica y la creación de nuevas necesidades. Pero puede igualarse cuando se trata de la división territorial del trabajo y las técnicas opresivas utilizadas para el control, no sólo de un capital excedente, sino de un excedente poblacional. Digamos, de ese modo, que existen dos sociedades en Red, o dos Redes para una misma sociedad. Las dos Redes se benefician, de uno u otro modo, del capital, sin embargo se diferencian en la forma del tratamiento y del contenido, pudiéndose comparar a lo que Milton Santos denomina como ‘fábula y perversidad’. Y, en cierto sentido, no se diferencian tanto respecto al concepto, como en su unidad. O sea, no se puede hablar de globalización sin mencionar las Redes de comercio, de créditos, informacionales, etc. Ni se pueden tratar esas Redes (fábula y perversidad) como si fueran absolutamente diferentes. De cierto modo, están unidas y funcionan de manera articulada. En los ítems a seguir trataremos un poco más sobre esas dos Redes.

RED COMO FÁBULA
La Red en su momento actual, ya sea considerándola en relación a su aspecto material (articulando una familia de técnicas), como social (la división territorial y social del trabajo), se presenta, con un cierto entusiasmo, como una solución. O sea, ella constituye un instrumento de transformación para un nuevo momento en la historia de la humanidad, o mejor, una no–historia.

La convergencia de los momentos y la construcción arquitectónica dan a los lugares la identidad de un no–lugar, pues se presentan y se representan sobretodo como silencio, por no representar, en absoluto, ninguna forma culturalmente reconocida en determinado lugar. Poseen como idea central, la posibilidad de que los actores sociales influencien, de manera decisiva, las decisiones que se tomen en cada sociedad representada por un Estado.

La Red se apropia, en este sentido, de lo que Milton Santos llamó como medio técnico–científico–informacional con objetivos políticos claros. No hay cómo analizar una técnica, o una familia de técnicas, sin tener en cuenta la política, como lo mencionamos. Eso demanda ante todo, en índices cuantitativos de una idea de desarrollo. Si no consideramos las técnicas (de adaptación y de producción) a lo largo de la historia, como un propósito político-ideológico, hay una amplia posibilidad de que nos estemos instrumentalizando como materiales absolutamente ideológicos, sin ningún resquicio de cientificidad.

Según Castells, la sociedad globalizada promovió una acentuación de las desigualdades, no resumiéndose sólo a una bipolaridad referente a Norte y Sur, sino que están presentes en todos los lugares, debido al dinamismo característico de este sistema. Este dinamismo puede caracterizar, identificar como obsoleto, no pertinente, un determinado lugar. En esta perspectiva, se puede afirmar que este sistema en Red no es de manera alguna global, sino internacional y «no hay más propiamente redes; sus soportes son puntos». Cada empresa multinacional o internacional posee sus propias redes de flujo, siendo su matriz, el punto inicial de esa Red.

Esas Redes tienen la capacidad de controlar, de manera directa o indirecta, una familia de técnicas. No es por el hecho de inventarse una determinada técnica que las demás dejarán de existir. No hay, en este sentido, una superposición de una tecnología informacional en relación a la mecánica, sino la suma de esos dos factores, además de la tecnología de las telecomunicaciones, de la electrónica, etc. Por tanto, lo que representa una prioridad es la inversión en equipos cada vez más nuevos,  que a su vez se vuelven hegemónicos, imponiendo así, una supremacía ante las demás empresas que no acompañaron la «evolución» tecnológica.

Esta unicidad de la técnica, concebida como una gran transformación tecnológica, es comparada por Castells, al advenimiento de la técnica de la escritura, desarrollada alrededor del 700 a.C. (Castells se refiere a la escritura occidental, lo que no quiere decir, de modo alguno, que otras sociedades no desarrollaran técnicas de escritura, antes incluso de los griegos. No sólo en regiones como China y Oriente Medio, sino en otras sociedades no occidentales). Con todo, esta unicidad de la técnica consigue integrar varios modos de comunicación interactiva, a ejemplo de la escritura, de la oralidad y del sistema audiovisual. «El espíritu humano reúne sus dimensiones en una nueva interacción entre los dos lados del cerebro, máquinas y contextos sociales.»

La fábula no para por aquí. Esas Redes, o mejor, sus principales autores, tienden a transformar sus espacios de flujos, en un espacio homogéneo que tiene en cuenta los deseos de una élite internacional. La homogeneidad está presente en los hoteles que ofrecen los mismos servicios, una misma disposición de los cuartos, incluso el color, para dejar a sus clientes más cómodos. Las salas VIPs en los aeropuertos, a su vez, procuran evitar la fatiga, el estrés y el contacto con los millares de pasajeros, mientras éstos esperan por sus vuelos. Además de estas, hay actividades deportivas, socializadoras entre esas élites (tenis, golf y jogging), incluyendo hasta sus ropas que procuran combinar siempre el lado ejecutivo y deportivo.

Tal vez lo máximo del espectáculo sea la estructura arquitectónica de los espacios de flujos que tienden a ser uniformes. Esta uniformidad retira de escena cualquier aspecto cultural que conecte la estructura arquitectónica a lo local donde está construida. Lanza, así, una idea de no pertenencia, o la idea de pertenecer a todos los lugares, a una aldea global, ampliamente conectada y representante de una población multirracial, multicultural, pós-industrial, pós-moderna. Representa todo eso, al tiempo que no representa nada, ninguna población específica, ninguna localidad y, por ello, ninguna historia. Es el fin de la historia para determinados autores. O apenas su inicio. Mientras esa «arquitectura cuyas formas tan puras, tan diáfanas, que no pretenden decir nada. Y al no decir nada, compran la experiencia con la soledad del espacio de flujos. Su mensaje es el silencio».

Sería interesante, antes de cualquier cosa, percibir que ese espacio de fluidez y desregulación que las nuevas técnicas promueven, sólo es posible por medio de la normatización y, sobre todo, por la producción de capital fijo, o sea, rigidez. Pues las ciudades, y principalmente la gran ciudad, tiende a instaurar no sólo un ritmo de trabajo, movilidad y ocio semejantes, sino también el propio paisaje.

En tanto la homogeneidad —respecto a los sistemas de transportes, Red hotelera, centros de compras, rascacielos, etc.— no presenta una distribución igualitaria, y mucho menos homogénea entre los territorios.

Consideremos entonces lo que Milton Santos llama de rugosidad. La rugosidad es el medio ambiente construido que determina, a su vez, una determinada técnica, o el conjunto de ellas en un determinado momento histórico. Este medio ambiente construido es un patrimonio, una vez que obtiene cierta importancia en la localización de los eventos actuales. Lo más interesante, con todo, es que «la actual repartición territorial del trabajo reposa sobre las divisiones territoriales de trabajo anteriores. Y la división social del trabajo» —afirma el autor— «no puede ser esclarecida sin la explicación de la división territorial del trabajo, que depende de las formas geográficas heredadas».

Así, podríamos afirmar que el hecho de que haya la posibilidad de unir las técnicas y producir nuevas, no quiere decir, que las técnicas de adaptación, principalmente de control y regulación del trabajo, dejen de existir. Por el contrario, esas técnicas son redistribuidas en el nuevo espacio constituido. De este modo, la arquitectura y estructuración de una Red global, intentando deshacerse de cualquier trayectoria histórica y de un lugar propio de la cultura, propugna re-establecer, fuertemente, las relaciones sociales heredadas, de otras formas geográficas. El silenciamiento de las Redes no está en sus estructuras arquitectónicas, sino en lo que está dentro de ellas y en las relaciones que tejen con el exterior. Esto es lo no dicho, o mejor, lo escondido. Y es en esa frontera entre nuevas técnicas de producción y antiguas técnicas de adaptación que se teje la Red perversa.

LA RED COMO PERVERSIDAD

Como ya mencionamos, aunque procuremos distinguir las dos Redes, ellas funcionan de manera articulada, basadas en un contrato social, muchas veces no explícito e que, de alguna manera, escapan a la capacidad creativa e imaginativa del lector. Se puede decir que esa Red es la representación materializada de la división territorial y social internacional del trabajo. Su instrumento principal es el levantamiento cartográfico de los recursos disponibles en el planeta. Estos, a su vez, benefician, de uno u otro modo, al capital global o, si prefieren, internacional.

Esta división, tanto territorial como social, no corresponde a lo que ciertos entusiastas acostumbran proclamar, casi con exaltación, como muerte de la ideología, como representando un nuevo período. Es, ciertamente, la (re)producción de una ideología dominante, que corresponde a lo que Milton Santos llama tiranía del dinero o adoración fetichizante del dinero en su estado puro.

Entre los factores constitutivos de la globalización, en su carácter perverso actual, se encuentra la forma como la información es ofrecida a la humanidad y la emergencia del dinero en estado puro como motor de la vida económica y social. Son dos violencias centrales, fundamentos del sistema ideológico que justifican las acciones hegemónicas y llevan al imperio de las fabulaciones, a percepciones fragmentadas y al discurso único del mundo, base de los nuevos totalitarismos —esto es, de los globalitarismos— a que estamos asistiendo (Milton Santos. Por uma outra Globalização. p. 38).

A este factor, el dinero en su estado puro, se suman las técnicas de la información, que son utilizadas por un número reducido de actores (globales, nacionales e locales) en función de sus objetivos. De acuerdo con Milton Santos, la apropiación de esas técnicas utilizadas en nombre de un objetivo, profundiza la creación de las desigualdades, una vez que la información, en cuanto medio y fin es manipulada. En este sentido, la información se presenta como ideología. «Estamos ante un nuevo ‘encantamiento del mundo’, en el cual el discurso y la retórica son el principio y el fin.»

Es importante resaltar que son muchos los miedos de retornar a un sistema totalitario. Con todo, la globalización no deja de ser un totalitarismo, pudiendo identificarse como globalitarismo, por Milton Santos. Pero ese no es el único totalitarismo vigente. Lefevre nos muestra que la ciudad preexiste a la industrialización, pero no deja de pertenecer a una idea, aún en germen, de una urbanización basada en tres niveles distintos, que serían:

a) el urbanismo de los hombres de buena voluntad, generalmente ligados al humanismo clásico y liberal;
b)el urbanismo de los administradores ligados al sector público, basándose, ya en una ciencia, ya en investigaciones multi e interdisciplinarias; y por último,
c) el urbanismo de los promotores de venta.

Estos, en la concepción del autor, no venden más una vivienda o un inmueble, sino urbanismo. Fue con el objetivo de promover una urbanización en Vietnam, que los EUA, promovieron la guerra. La tentativa, de hecho, era promover el desarrollo en la región, lo que humanizaría la sociedad, como argumentó Wolf. (Ver Milton Santos. Por uma outra Globalização. LEFEBVRE, Henry. O direito a cidade. São Paulo: Centauro, 2001. WOLF, Ericke. Europa y La Gente sin Historia. México: Fondo de Cultura Económica, 1997).

No obstante, no es sólo la información la que aparece como principal actor de la tiranía. Se piensa que no podría hablarse de una acción aislada de un gran actor. Al contrario, hay una acción conjunta, meticulosamente calculada, pero que puede actuar de modos diferentes, dependiendo de los momentos históricos particulares de un determinado lugar. Ahora se intentarán elucidar dos cuestiones desencadenadas en esa Red perversa, que serían:

a) la humanidad excedente; y
b) la política de «tolerancia cero» made in USA, más exactamente de Nueva York, por intermedio e interés del entonces alcalde Giuliane.

En este contexto, Davis hace una crítica importante no sólo a lo que se (re)conoce como economía informal, sino principalmente a lo que origina la formación de esa economía. Expone también sus consecuencias, no sólo en una localidad aislada, sino en una Red, sobre todo, económica de esos factores y correlatos.

No es por acaso que la incorporación forzada de los campesinados de subsistencia de Asia y África al mercado mundial, a finales del siglo XIX, causó la muerte de millones de personas, cuya principal causa fue el hambre, sumándose a la desapropiación de tierras y condiciones mínimas de sobrevivencia de millares de personas. América Latina, a partir de la década de 1980, viene experimentando un recrudecimiento exponencial con relación a los índices del trabajo informal, llegando a tener dos quintos de la población, empleando cerca de 57% de la fuerza de trabajo. Para Davis, una paridad entre la marginalidad urbana y la ocupacional. Considerando que el trabajo informal no trae ninguna seguridad, ni cobertura por las leyes laborales y seguridad social, la gran mayoría de los marginales está radicalmente desamparada por la economía internacional.

Existe una resistencia por parte de los organismos internacionales en aceptar la conclusión obvia de que el crecimiento de la informalidad es una explosión de desempleo activo, y no la respuesta al desempleo, como lo vienen pregonando esos organismos. Es el caso del Banco Mundial que, además de investigaciones financiadas por él mismo, viene propagando la idea de que el sector informal es el «deus ex machina del tercer mundo urbano». Es importante recordar aún, que la definición propia de lo que es considerado empleo informal «es ausencia del poder de negociación, de regulación, de derechos y contratos formales».

La ausencia del poder de intercambio puede ser común para los millares de trabajadores en todo el mundo. Tener este poder, con relación al empleador y al Estado —respecto a la reglamentación de una determinada profesión, a la mejoría de las condiciones de trabajo (la reducción de la jornada de trabajo), y a los mismos trabajadores públicos— se reduce a una acumulación de profesiones, o mejor, de sus representantes. Y lo que agrava aún más la situación de los trabajadores informales es el hecho de que ellos no pertenezcan a una clase trabajadora, por lo menos, no explícitamente. La clase puede aparecer ante determinadas situaciones, bajo una determinada condición que se refleje en la colectividad.

El hecho de que la mayoría de esos trabajadores sean «favelados» pobres, los coloca en una estructura, una clase económica semejante. Sin embargo los intereses de cada trabajador en particular, aunque desarrolle la misma actividad, son otros, o los mismos. Lo que acaba formando territorialismos en un mismo espacio, provocando una cierta disputa y, consecuentemente, la institucionalización de normas en un determinado espacio.

La disputa no es entre trabajadores que desarrollan una misma actividad, sino entre todos los prestadores de servicios y vendedores, en especial entre aquellos que pueden ofrecer una mayor cantidad de servicios o productos. Ese espacio de disputa y competencia, es institucionalizado por las relaciones y técnicas de sociabilidad en los sectores informales de la economía. Tal economía, a su vez, «se volvió tan intensa que recuerda la famosa analogía de Darwin sobre la lucha ecológica en la naturaleza tropical» —afirma Davis— y «el espacio para nuevos integrantes sólo se abre con la disminución de la capacidad de renta per cápita y/o con la intensificación del trabajo, a pesar de la caída del lucro marginal.»

Mike Davis continua su crítica, ilustrando el modelo de desarrollo simple (bootstrap – que se promueve a sí mismo sin auxilio externo) ideologizado por Hernando de Soto, afirmando que el modelo es popular porque su receta es muy simple: «quiten del camino al Estado (y los sindicatos del sector informal), adicionen microcrédito para microempresarios y título de posesión de tierra para invasores, después dejen al mercado seguir su curso para producir la transubstanciación de la pobreza en capital (el optimismo inspirado en De Soto, en su versión más absurda, llevó a algunos burócratas de instituciones de fomento a redefinir las favelas como ‘sistemas de gerenciamiento estratégico de baja renta’. (Mike Davis. Planeta Favela. São Paulo: Boitempo, 2006. P. 179-80. Ver también DAVIS, Mike. Holocaustos Coloniais: Clima, Fome e Imperialismo na Formação do Terceiro Mundo. Rio de Janeiro: Record, 2001).

Esta evolución de las estructuras de empleo informal es lo que el autor denomina involución urbana. No se puede afirmar, ante estas condiciones, que la estructuración de trabajo informal será considerada una involución urbana. Se puede decir que es un proceso en cadena, Red, que descalifica el trabajo agrícola y los municipios más alejados de la capital. Descalifica también las personas, dentro de una jerarquización de «humanidades». Pero eso se da por medio de intereses económicos claros, bajo un acuerdo tácito ante la división territorial y social del trabajo.

Se está hablando, por tanto, de una  «Red invisible de explotación» —como la llama Davis—  que tiene participación diversa, dependiendo del territorio donde se encuentra. Esta Red de explotación es denominada por el autor de «museo vivo de la explotación humana», por combinar formas (técnicas) de explotación primitiva» en un mundo globalizado.

Así, a partir del trabajo de Davis, podemos, de forma ilustrativa, delinear, describir, el mapa de la división territorial mundial del trabajo: trabajo infantil esclavo en Varanasi, Uttar Paradesck (India), un total de 200 mil niños con menos de 14 años, tejen tapetes y bordan saris —los niños o familias enteras son vendidas por préstamos mínimos o pagos en dinero para contratistas o empleadores textiles. Mientras los niños hacen el trabajo esclavo, sus padres trabajan como riquixá (jaladores de carretas), caracterizados como poco más que humanos, uno de los mayores emblemas de la degradación de la mano de obra en Asia, ganan alrededor de un dólar por día, pedaleando un promedio de 60 kilómetros.

En la India, en la periferia de Chennai (Madras), debido a la completa ausencia de demanda para el trabajo formal e informal, hubo una inmovilización de sus habitantes por el hecho de no poder vender su fuerza de trabajo. En consecuencia, pasaron a vender sus órganos para trasplantes, haciéndose conocido ese lugar como «haciendas de riñones». Esas haciendas beneficiaban sobre todo a los extranjeros, en especial de Malásia.

Las favelas o barrios de invasión de El Cairo, Egipto, también se convirtieron en grandes proveedoras de órganos, principalmente para árabes ricos del Golfo Pérsico. A pesar de que otros países del Oriente Medio los poseen en centros de trasplante, son pocos los que presentan un gran contingente de pobres dispuestos a vender sus órganos.

Además, se agrega la explotación de niños y mujeres, principalmente en el sector doméstico, sin contar con los tráficos de seres humanos, en su mayoría mujeres pobres de todo el llamado tercer mundo. Hay niños brasileros que trabajan en el sector informal como vendedores ambulantes de los más diversos productos, «flanelinhas», limpiando parabrisas de los carros, haciendo malabares; o están en el sector informal ilegal del tráfico de drogas.

Podemos citar también los trabajadores rurales de la zona cañera pernambucana, que trabajan en un duro sistema de trabajo, prácticamente esclavo, ganando en promedio tres reales (R$3,00) por cada tonelada de caña cortada y cogida. Está también la mano de obra nordestina, en São Paulo, en la construcción civil, servicios generales, sector informal, e incluso en el sector del azúcar y del alcohol paulistano; mano de obra nordestina esclava en el Sur de Pará, en la zona de expansión de soya. Esos productos, al exportarse, compiten internacionalmente con plantations  de todo el mundo, el diferencial de precio es el reflejo, ante todo, de las condiciones de trabajo establecidas en esos lugares.

Debido a la cognosociabilidad del planeta, los actores mundiales pueden planear sus actividades de acuerdo con la disponibilidad de recursos en los territorios. Este mismo modelo es seguido por los actores nacionales, principales empresas, utilizando recursos, sobre todo científicos para planear sus actividades en el año. Como ejemplo, están las plantaciones de caña y de naranja en Bauru (São Paulo), que utilizan el radar meteorológico de la universidad para planear mejor sus actividades, de acuerdo con sus objetivos.

La utilización de los recursos estratégicos se da, de muchas maneras, inclusive por el financiamiento de dictaduras, como el caso de la dictadura de Mobuto, en la República Democrática del Congo (antiguo Zaire), sostenida por Washington, por el FMI y Banco Mundial. Mobuto utilizó los recursos minerales del país como garantía de grandes cuantías de dinero, concebidas por esos organismos internacionales, aún sabiendo que esos préstamos irían directamente a cuentas particulares del dictador en paraísos fiscales. El FMI y un equipo financiero del Ministerio de Hacienda dejaron rodar los intereses, obligando a los congoleses del común a pagar las deudas con intereses. Esto hizo que el servicio público fuese totalmente diezmado, siendo despedidas 250 mil personas, sin ninguna indemnización.

Hay, en esta perspectiva, una gran paradoja en relación a la penalización en el sistema neoliberal. De acuerdo con Wacquant, ese sistema «pretende remediar con un ‘más Estado’ policial y penitenciario el ‘menos Estado’ económico y social que es la propia causa de la escalada generalizada de la inseguridad objetiva y subjetiva (…)». Ese ‘más Estado’ policial, inventado y propagado por los Estados Unidos es llamado por el autor «Globalización de la Tolerancia Cero».

Esa Red de represión, sólo relegada a su dimensión criminal, tiene en las Américas y en gran parte del mundo, relaciones materiales seculares de control de los miserables por la fuerza, característica de los muchos años de esclavitud y de luchas por la tierra, reforzada por las dictaduras. Esta violencia «se apoya en una concepción jerárquica y paternalista de la ciudadanía» – afirma el autor – «fundada en la oposición cultural entre fieras y doctores, los ‘salvajes’ y los ‘cultos’, que tiende a asimilar marginales, trabajadores y criminales, de modo que el mantenimiento del orden de clase y el orden público, se confunden.»

La Red opresiva tiende a funcionar, al menos parcialmente, sobre las clases económicas populares, sobre todo los que viven en barrios de invasión. Pues hay una tendencia a relacionar actividades económicas informales como si fuesen una actividad marginal, promoviendo un cierto control sobre tales actividades y sobre la movilidad de esas clases en el espacio urbano. Se sabe que existe también un control opresivo en el espacio rural, sin embargo esa opresión ocurre de manera más directa, sin la presencia de instituciones del gobierno; el conflicto es directo con los propietarios de tierra.

Esto no se concretiza por completo, ya que no se consigue demostrar de forma precisa, que la opresión, el control sobre la movilidad de las clases populares, no disminuye, en ningún sentido, la criminalidad. Lo que lleva a la población en general a creer que los derechos humanos son un instrumento de defensa del «bandido», lo que le imposibilita visualizar su función en relación a la defensa de esas clases, a la autoridad abusiva de la policía en sus operaciones de rutina.

Esas dos Redes, tanto como fábula cuanto como perversidad, se conectan y se reestructuran en los territorios, de acuerdo con sus intereses, pues de un modo u otro, terminan produciendo capital, sea como dinero puro, inversiones en tierras y tecnologías, sea en la producción de un «excedente humano» que puede actuar de acuerdo con los que detentan el capital.

No obstante, a pesar de que los territorios están inmersos en el sistema como un todo, no quiere decir que hay una participación directa en la movilidad del capital. Por cierto, esa movilidad, representada por la concentración de las actividades económicas a nivel internacional, se reduce a tres lugares específicos: Nueva York, Londres y Tokio. Esas tres capitales mundiales concentran más de la mitad de las transacciones y acciones; en tanto los cuarenta y siete países menos avanzados movilizan un monto de 0,3% de todo el comercio mundial.

Ya en 1997, las 477 personas más ricas del mundo poseían una riqueza equivalente a la renta anual de 50% de la población mundial, concentraban 86% de los gastos, en tanto los 20% más pobres eran responsables por 1,3%. Sin tener en cuenta que en ese mismo año, un billón de personas se encontraba en tal estado de privación, que se les imposibilitaba incluso la satisfacción de sus necesidades más básicas.

En medio siglo, hubo tres definiciones precisas de lo que sería la pobreza: pobreza incluida, marginalidad y pobreza estructural. La primera era vista como un accidente natural o social, sin percibir sus cuestiones materiales en el proceso histórico. Por eso, las soluciones estaban asociadas a las cuestiones privadas, asistencialistas. La segunda fue identificada como una enfermedad de la civilización, en el momento exacto de la difusión del consumo y de la obligatoriedad de la reserva de dinero. Este concepto coincide con la difusión y el consecuente éxito de la idea de subdesarrollo y de las teorías que se empeñaron en combatirlo. Los pobres, entonces, pasaron a ser llamados marginales. Y por último, el tercer concepto, la pobreza estructural, se denomina así por dejar de existir en un local específico y pasar a ser global. Se considera un resultado del proceso, de un proceso tenido como natural.

GLOBAL DESIGUALDAD
El presente artículo pretendió mostrar, en cierta medida, que las sociedades no occidentales, emprendieron técnicas y utilizaron sus recursos naturales de acuerdo con sus intereses, sobre todo políticos. Al analizar el proceso histórico occidental, se percibe, de cierto modo, que las categorías institucionalizadas han correspondido en gran medida, a los intereses políticos e ideológicos de las instituciones coloniales. La difusión de la globalización, su sesgo «moderno», las técnicas y parámetros jerárquicos políticamente escogidos, tuvieron como objetivo único, el establecimiento y concentración del poder. Poder este, ejercido por determinadas sociedades, o mejor, por los actores internacionales presentes en esas sociedades.

El análisis histórico de la globalización, de una «Red global», nos remonta, ampliamente, a la historia del capitalismo —la formación del mercado transatlántico, el establecimiento de la lógica colonial— aunque sea tratado como una novedad, referida a la última década del siglo XX. Considerar la globalización desde un punto de vista histórico, permite visualizar la permanencia, en el tiempo y en el espacio, de las técnicas de adaptación, sobre todo las relaciones de trabajo —que no dejan de ser una forma de control— aunque las técnicas de producción se diferencien en género, número y grado.

Sin embargo, el fenómeno de la globalización se da de manera diferenciada. Esto quiere decir, posee una distribución desigual de las técnicas de producción, además de la reducida participación económica en el escenario mundial, por parte de los países «subdesarrollados», lo que no significa que la globalización no esté presente.

Ella se presenta por medio de una Red, a la que denominamos «Red como perversidad», que clasifica las poblaciones de dichos países «subdesarrollados», como recursos naturales al servicio de los actores internacionales. Cuando no se le tiene como recurso estratégico, ocioso, o como excedente humano mismo —como se vio anteriormente— aunque esté inmerso en el mercado informal de productos o servicios.

Es posible percibir, así, la producción de nuevas tecnologías fetichizantes y su categorización en cuanto técnica hegemónica. Hegemónicas pues son las técnicas de adaptación que reposan, casi inalteradamente en el tiempo y en el espacio. Diferenciándose apenas, obviamente, respecto de los contextos compartidos, aunque la lógica (urbanística) sea la misma. Mientras la producción da noticia y la propagación de la idea de la globalización en cuanto fábula, inhibe de manera decisiva, en la construcción de nuevos caminos y en la deconstrucción del discurso único, los totalitarismos, como mencionó Milton Santos.
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* Mateus de Sá Barreto Barros es Magíster en Desarrollo y Medio Ambiente, del ‘Programa de Desenvolvimento e Meio Ambiente’, Universidade Federal de Pernambuco (PRODEMA/UFPE), Brasil. Miembro del Grupo Nexus: Sociedade & Natureza, UFPE. Red UPB y UFPE, convenio Marco de Cooperación Internacional (2008-2013) entre éstas Universidades.

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