Sociedad Cronopio

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SANTA FE «FOOTBALL» CLUB

Por Andrés Garavito*

Por allá por el año 1950 el panorama futbolístico colombiano era casi una Babel por el arribo de jugadores extranjeros, de entre los cuales cabe destacar a los que llegaron de Inglaterra. Arribaron ellos, en primer lugar, al Independiente Santa Fe, pero con intentos de réplica por parte de otros equipos del rentado que, no obstante, jamás vieron llegar a los súbditos de la reina, por razones nunca del todo esclarecidas.

Las mismas, sin embargo, fueron sorprendentemente coincidentes con la huida de Bogotá de Neil Franklin, jugador que volvió a Europa apenas unas pocas semanas después de su llegada al país sin avisar a las atónitas directivas cardenales, que por mucho tiempo no dieron crédito al sonoro portazo que habían recibido en las narices, y que aparentemente retumbó incluso en la mismísima Londres.

Franklin, talentoso defensor, nacido en 1922, y quien venía de tener una dilatada carrera en el Stoke City, en el cual había debutado en 1939, y el cual abandonaría luego de disputas con las directivas. Esto en razón de un contrato pétreo que lo ligaba al equipo, impidiéndole barajar otras opciones en el fútbol ingles, tal y como era su deseo en ese momento.

La coyuntura, y una oferta económica que contemplaba emolumentos por valores equivalentes a 2000 libras esterlinas de contrato, así como un salario de 120 libras semanales —cifras astronómicas que en ese momento difícilmente hubieran podido ser igualadas por equipo alguno en su país— hicieron que el ingles, 27 veces internacional con su selección (había sido titular en la totalidad de los partidos disputados por la selección inglesa con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial), arribara al país en compañía de su compatriota y compañero de camerinos en el Stoke City, el delantero George Mountford.

Poco antes había renunciado a una segura titularidad en el equipo inglés, que con falsas ínfulas de invencible se aprestaba a disputar el próximo mundial, a jugarse en Brasil el verano de aquel 1950.

Del equipo cuyos colores defenderían, Franklin y Mountford solo sabían que usaba una caricatura de la camiseta del Arsenal, y del país que sería su residencia solo sabían —quizás por boca del barman del pub londinense de su predilección— que sus pobladores hablaban una jerga similar al español, calzaban alpargatas, mantenían luchas constantes para alejar a los cocodrilos que confianzudamente orinaban día a día en sus solares, y que cual si fuera poco, practicaban las incomprensibles y enfermizas costumbres del baño diario y la higiene oral.

Después de tales advertencias del cantinero, y sin estar muy seguros aún de si su destino era Colombia o Bolivia —o si en su defecto se trataba de una misma nación centroamericana—, se arriesgaron a desembarcar en el aeropuerto de Techo en una lluviosa y oscura tarde bogotana de mayo de 1950, para reforzar a un Santa Fe que para aquellas alturas del campeonato colombiano de ese año afrontaba una crisis futbolística, que para nada era consecuente con su flamante pasado reciente. El mismo que le había permitido coronarse primer campeón colombiano en 1948, hecho que llevó a que los medios de la época lo catalogaran como uno de los grandes del fútbol nacional.

Así las cosas, las directivas cardenales buscaron amainar los vientos de crisis que azotaban el equipo con la ayuda del talento importado de las islas británicas. Con esto anhelaban también asestar un contundente golpe —no solo futbolístico sino también publicitario— a Millonarios, que en su calidad de compañero de patio era ya para entonces su más enconado rival, y que recién estrenaba su flamante camada de jugadores argentinos encabezada por Di Stefano, Rossi y Pedernera.

Entre carteles publicitarios en los que las nuevas contrataciones proclamaban a la cerveza Bavaria como una cerveza «tan buena como las mejores de la Gran Bretaña», y una serie de buenas actuaciones en sus primeros partidos se cimentó un fugaz romance entre el par de ingleses y un país embebido por la posibilidad de ver en sus campos un mundial de fútbol paralelo con la rutilante presencia de figuras internacionales de tal nivel.

El interés por el desempeño de los jugadores trascendió el ámbito interno a tal punto que el London Express, para entonces notorio diario de la capital británica, desplazó a una corresponsal, Edelin Weber, con el exclusivo propósito de informar a su país sobre las actuaciones de Franklin y Mountford en suelo colombiano.

En este ambiente se empezaron a desatar en Inglaterra temores sobre la desbandada masiva de futbolistas, cada vez más descontentos en su relación con sus clubes, que por entonces tenían frente a sus deportistas una actitud poco menos que leonina. En Colombia el mismo Santa Fe y otros equipos daban por descontada la llegada de la mayoría de jugadores y cuerpo técnico que habían actuado para la selección inglesa, recientemente victima de un estruendoso fracaso en el mundial de Brasil.

Estos temores fueron ampliamente alimentados por los medios europeos que comenzaron a contemplar preocupados, mientras la FIFA miraba de reojo, como el fútbol colombiano podía terminar siendo una válvula de escape para aquellos futbolistas europeos que cada vez mas contestatarios empezaban a alzar sus voces contra la situación, la cual llegaron incluso a tildar de esclavización. No en vano, en una de sus ediciones del mes de julio de 1950 el periódico France Soir alertaba sobre el riesgo que amenazaba a las ligas europeas, y particularmente a la inglesa, cada vez más inermes frente a los coqueteos de los advenedizos, y sorprendentemente pudientes, directivos colombianos.

Bajo este panorama, el entrenador inglés en la cita ecuménica, Winterbotton, a su arribo de tierras suramericanas, confirmó a la prensa inglesa que tenía adelantados contactos para dirigir en el fútbol colombiano, y concretamente en el Independiente Santa Fe. El Tiempo hizo eco de la noticia, cuando un 18 de julio —y no un 28 de diciembre— abrió su sección sobre el equipo cardenal con un contundente «Será contratado entrenador Winterbotton, que dirigió al equipo inglés en Río».

No obstante, volviendo con Franklin, debe decirse que la luna de miel duró lo que duran dos peces de hielo en un ‘whisky on the rocks’, y un buen día del mes de julio de 1950, este se escabulló de la ciudad, pese sus aceptables actuaciones en los seis partidos que alcanzó a disputar. Las mismas que para aquel momento lo tenían como puntero, para la posición de defensa izquierdo, en las votaciones que adelantaban por aquella época los medios escritos del país para elegir al mejor del campeonato en cada puesto.

Las circunstancias de la huida jamás fueron aclaradas, y las conjeturas sobre el paradero de Franklin, quien viajó en primera instancia a Nueva York usando el por entonces famoso y popular servicio «El Colombiano» de Avianca, adquirieron cariz de telenovela,  con seguimiento diario en la prensa nacional.

En la «capital del mundo», de camino a Londres, y en cable enviado a las directivas cardenales, notificó a éstas que su salida del país obedeció al avanzado estado de embarazo que para aquel entonces presentaba su esposa. La señora Franklin al parecer no se sentía en nada honrada de tener un vástago nacido en estas tierras insalubres y pobladas de hombrecillos de corta estatura, situación que habría obligado a la familia a partir, en forma intempestiva de vuelta a casa, eso si, únicamente mientras el parto se llevaba a cabo.

Las cosas, no obstante, se volvieron aún más confusas cuando los Franklin arribaron a territorio británico, y el buen Neil solicitó que le remitieran sus enseres personales, desde Bogotá a su casa en Stoke. Sin embargo continuó afirmando que su retorno a Inglaterra se debió a un «súbito impulso» e insistió en un pronto retorno al país.

Durante varios días se continuó especulando con la situación de un Franklin que, cansado del acoso de los periodistas quienes día a día lo inquirían con preguntas sobre su retorno a tierras colombianas, se sumió en un mutismo absoluto del que solo salía para espetar ante la prensa y los curiosos un repetitivo «No tengo nada que decir», dando a entender después —por intermedio de terceros—, que volvería a Colombia una vez solucionara problemas familiares.

Franklin, quien nunca oficializó su renuncia al equipo cardenal, —planteando siempre ilusorias fechas de retorno, que se corrían de mes en mes— jamás volvería al país y las causas de su efímero paso por el fútbol colombiano, fueron para siempre un completo enigma.

Igual acontecería después con los otros «Bogotá Bandits» —etiquetados de tal forma en su país por el hecho de haber emigrado a un fútbol ilegal—, su compañero Mountford, o el puntero izquierdo, ex Manchester United, Charles Mitten, quien reforzaría al Santa Fe poco después.

Se barajaron en la época mil hipótesis para justificar la partida: Una esposa poco conforme con un país lejano y ‘uncomfortable’, incumplimiento de lo prometido por parte de los directivos colombianos, falta de condiciones de trabajo en un fútbol incipiente y según ellos ‘chaotic’, o simple falta de entendimiento con sus pares argentinos en el equipo, tanto en lo personal como en lo táctico.

El caso es que con la despedida de Franklin —y sin estar aún claro si existió en ello una relación directa, o simple casualidad— se cerró en forma abrupta el éxodo de jugadores ingleses al país. Fue así que Billy Higgins, Roy Paul y Jack Hardley, figurones en el fútbol de la isla, y quienes por aquellos días vinieron a cerrar su contrato con Millonarios, volvieron a su país después de exigir, como si expresamente clamaran por un NO por respuesta, sumas astronómicas de dinero.

Ashton y Cole, mundialistas en Brasil, y que ya habían sido confirmados por el Santa Fe, con escuetos cables desde su país, descartaron finalmente el pase que tanto entusiasmo les generaba apenas un par de semanas antes. Adicionalmente, lo de mister Winterbotton, que apenas unos pocos días antes parecía consumado, no quedó en nada diferente de tinta regada sobre las páginas de los periódicos.

El arreglo entre la Dimayor y la Adefutbol, forzado por la FIFA en el famoso Pacto de Lima, con el que poco después se selló la disputa existente y se regularizó la importación de jugadores foráneos al país, constituyó la palada de tierra que dio definitiva sepultura a la efímera migración inglesa a Colombia.

Para Franklin el regreso a Inglaterra estuvo muy lejos de ser auspicioso. La frialdad de la hinchada de su club de origen, y de un país que en general lo veía como un traidor, así como un veto velado por parte de la asociación de fútbol inglesa, no le permitieron volver a pisar jamás una cancha de la primera división, siendo transferido meses después de su retorno, y previo cumplimiento de una suspensión impuesta en razón de su renuencia a disputar el mundial de 1950, al modesto Hull City. Allí apenas se logró divisar en el jugador una pálida sombra de aquel que hasta abril de 1950, menos de un mes antes de su viaje a Colombia, era un inamovible de la selección inglesa, y sobre quien pareciese se hubiese cernido en el trópico una rara especie de malsana enfermedad espiritual que jamás le permitió retomar su nivel.

Calcadas historias vivieron Mitten y Mountford, quienes estigmatizados en su país salieron del mundo del fútbol por la puerta de atrás, sin retomar jamás el nivel que les permitió ser tentados por la Premier League de la época: el campeonato colombiano.

Franklin, quien por obvias razones nunca volvería a vestir la camiseta nacional, permaneció hasta 1957, año en que se retiró de la actividad, refundido en clubes de divisiones menores del fútbol ingles. Después de seguir una carrera de perfil más bien bajo como director técnico, falleció en el año 1996. Las directivas de Santa Fe, por su parte, aún siguen esperando el telegrama con la confirmación de su muy cacareado retorno.
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* Andrés Garavito es abogado y escritor aficionado. Coautor del libro «El Bestiario del Balón. El lado B del fútbol colombiano». Actualmente es columnista de opinión de la revista Semana en su versión on-line.

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