Sociedad Cronopio

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APRENDIENDO A SER INSENSIBLES

Por Olga Lucía Hoyos de los Ríos*

Hace poco, en el periódico El Heraldo de Barranquilla, hablando sobre la violencia escolar, expresé que ojalá en lo sucesivo la noticia fuera el compromiso de toda la comunidad académica y de las autoridades para atender desde la prevención  las situaciones de dicha violencia. No obstante, en las últimas semanas, situaciones que saltan a luz pública, nos vuelven a hacer pensar que algo ocurre en nuestra comunidad, no porque las manifestaciones de la agresión escolar sean exclusivas de nuestra ciudad o nuestro país, pero sí porque  nos lleva a cuestionar la ausencia de acciones pertinentes, articuladas y dirigidas desde las autoridades educativas (desde los niveles nacionales) para actuar frente al problema.
¿Qué hace diferente a la violencia entre escolares de otros tipos de problemas para que no se priorice su atención?

Es importante que toda la comunidad vea que hay un problema. No es un problema de clase social, ni de la condición del colegio (público o privado), tampoco obedece a que el colegio atienda  grupos mixtos (chicos y chicas) o grupos homogéneos, que sea atendido por personal laico o  por comunidades religiosas.  Todos somos partícipes.

También es importante abandonar la tendencia a excluirnos como responsables de la  situación: «la culpa es de las directivas», «la culpa es del equipo docente»,  «la culpa es de los padres», «la culpa es de las autoridades».

Nuestros niños, adolescentes y universitarios interactúan en los distintos ámbitos de la vida social y en cada uno de ellos hay que asumir responsabilidades.

Si queremos que el clima de convivencia en los centros escolares, desde el pre–escolar hasta la universidad mejore, es imprescindible tomar conciencia de la responsabilidad que debe asumir cada uno de los ámbitos, en los que crecen y esperamos  se desarrollen sujetos sanos, física y emocionalmente.

Aunque suena repetido, la sensibilización y concienciación frente a la situación es el primer paso.  Las generaciones de adultos que fueron educados bajo la premisa «porque te quiero te pego» deberá darse permiso para entender que hay formas de educar (en todo el sentido de la palabra) en el afecto, que no suponen el maltrato en ninguna de sus formas (aquí puedo imaginar las mil reacciones «por eso estamos como estamos»). Sólo piensen por un momento en todo lo que nos ha llevado a permitir en nuestras propias vidas (de pareja, de amistad y de familia) el que se acepte implícitamente que «porque te quiero te aporreo».

Si creemos que está bien golpear, descalificar al otro porque su desempeño en las tareas no ha sido bueno, no habrá manera que podamos desarrollar una actitud de cero tolerancia ante la violencia. Sólo de esta manera será posible que con el ejemplo práctico en nuestra vida cotidiana eduquemos a nuestros hijos en valores.

Dentro de los colegios (y me refiero a la comunidad educativa en general) es importante abandonar los enfoques punitivos  que centran su atención en sujetos individuales (los más visibles: víctimas y agresores) y favorecer un clima en que los alumnos participen en la regulación de la disciplina y se trabaje constructivamente con las familias. Esto requiere el compromiso de todos: cada vez que escucho a un padre quejarse de que su hijo no respeta al profesor me pregunto ¿ve su hijo que en casa respetamos al profesor? ¿Validamos la orientación que el profesor hace a nuestro hijo?  Si esta actitud de respeto por el otro (más allá del desacuerdo que en un momento dado podamos tener frente a las acciones de otro) la asumimos todos, será más difícil que nuestros hijos irrespeten a los demás.

Señores directivas y docentes, también es necesario revisar el clima de las relaciones en el centro, no sólo entre los estudiantes, entre éstos y docentes,  sino también entre el equipo de docentes y demás personal de apoyo de la institución. Día a día la escuela ofrece el espacio  en el que interactúan no sólo los niños sino también los adultos; es el espacio en que se da la posibilidad de que el discurso vaya acompañado de la acción y emoción  que le es propia y que permita  que el niño reconstruya para sí ese modo de comportarse con otros.

Si los actores de esta sociedad podemos actuar con conciencia de nuestra responsabilidad en este proceso,  es probable que obliguemos a que las autoridades gubernamentales  se ocupen de las acciones de intervención en el nivel que les corresponde, logrando así que se puedan incluir cambios pertinentes en los marcos legales que apoyen las acciones de cara a la prevención y  sanciones cuando las situaciones lo exijan.

Todo esto porque me preguntaron ¿qué se puede hacer?

En la Universidad del Norte, un grupo de trabajo  de investigadores del Departamento de psicología llevamos más de diez años estudiando el tema de violencia escolar. A lo largo de estos años, hemos observado una mejora progresiva en la disposición para atender el problema. Sin embargo los centros educativos siguen siendo reactivos.

Hoy día el problema no es que no sepamos lo que está ocurriendo. Autoridades nacionales, departamentales, distritales, municipales, directivas de colegios, docentes y padres de familia conocemos los problemas, los medios de comunicación nos lo han hecho saber, pero seguimos sin comprometernos con las  acciones pertinentes que nos permitan construir soluciones  que demanda la situación.

Seguimos pensando que a los chicos hay que ponerles controles y olvidamos que debemos ejemplificarles las formas adecuadas de acción e invitarles a hacer parte de las soluciones.

Queremos encontrar formas rápidas (hay que mostrar resultados) y esperamos que el tratamiento uniforme a las distintas situaciones den resultado.

Queremos seguir defendiendo la imagen del centro escolar y entonces nos cuesta reconocer abiertamente el problema y comprometernos de la misma manera con las soluciones.

Las consecuencias para los (voy a atreverme a decir) más directamente implicados son graves, no nos damos cuenta que nuestros niños y jóvenes aprenden y sacan conclusiones de las acciones que ven  en los adultos responsables de su comunidad educativa ¿qué aprenden con esta actitud? A disimular —no llamar las cosas por su nombre—  aprenden  a ignorar el problema y con ello el dolor de quiénes lo padecen de primera mano —aprenden a ser insensibles— y seguimos entonces enviando con la acción disimulada el mensaje contundente «esto no es tan grave, hay que sobrevivir como se pueda».

Tal vez tenemos que seguir aprendiendo algunas cosas de los que nos llevan ventaja y en los que la autoridades gubernamentales lideran las  acciones de intervención a todos los niveles.

Los casos de alarma ya se han presentado,  el eco en los medios de comunicación lo hemos notado.  Con alguna participación nacional (Colciencias y con el respaldo de las universidad) los  investigadores hemos podido realizar estudios de incidencia. Sin embargo, aún no llegamos al nivel de concienciación nacional, aún seguimos viendo acciones anecdóticas para la atención a los actores, y para la implementación de estrategias para mejorar el clima escolar. De manera menos frecuente  logramos actuar más allá del colegio y llegar a la comunidad.

Es difícil resignarse a la idea de que en la atención a este problema seguiremos los tiempos que el nivel de desarrollo social de una país permite para atender los problemas de bienestar psicológico y social que requieren sus habitantes. Dentro de nuestro país sigue siendo difícil aceptar que nuestra región  reaccione más lentamente que otras del país para atender los problemas que nos ocupan.
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* Olga Lucía Hoyos de los Ríos es Doctor en Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, España. Magíster en Proyectos de Desarrollo Social de la Universidad del Norte y Maitrise de sciences de l’education, Universidad de Paris XII Val de Marne Option «Developpement social». Actualmente se desempeña en el cargo de Directora del Departamento de Psicología y Docente de la Universidad del Norte. Adscrita al Grupo de Investigación en Desarrollo Humano de esta Universidad, en la línea de Investigación Desarrollo Humano y Calidad de Vida en el tema del Maltrato entre Iguales por Abuso de Poder y Exclusión Social. Posee una amplia trayectoria de trabajo en esta problemática, apoyando investigaciones en otros países como España, realizando y dirigiendo sus propias investigaciones en Colombia. Creando alianzas de trabajo con grupos de investigación internacionales, vinculada a redes nacionales que apoyan la sana convivencia en las escuelas. Ha participado en diferentes congresos, encuentros, simposios y seminarios nacionales (Barranquilla, Bogotá y Calí) e internacionales (Alemania, Buenos Aires, España, México) sobre el tema del Maltrato entre Iguales por abuso de poder o Bullying.

2 COMENTARIOS

  1. Si bien es cierto que cada día ya sean los medios de comunicación, los docentes o porque toco en casa ver y afrontar la violencia entre pares,sabemos que hay un problema.
    La pregunta que no deja debe de quedarse sin respuesta es.. Que papel juego yo en todo esto? Pareciera que todo lo que sucede en nuestro alrededor es culpa de alguien y por supuesto NO SOY YO… Hay que ahondar en el titulo de este articulo Aprendiendo a ser insensibles… si me ocurre a mi o a uno de los míos..Es un PROBLEMA… y hasta se exijo solución, pero si ocurre a un desconocido.. Se ahogan en un vaso de agua.
    La insensibilidad y el no asumir individualmente nuestros compromisos, y consecuencias de nuestras actuaciones hacen que se refleje en toda la sociedad. Y nuestros hijos no son sino el espejo de ello.
    Excelente articulo

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