LA SUPERACIÓN DE LA NEGACIÓN DE LA ATROCIDAD EN COLOMBIA
Por Michael Reed Hurtado*
«En momentos de guerra y posguerra, sociedades enteras entran en procesos de negación masiva con consecuencias terribles, especialmente para las víctimas y los supervivientes, quienes se encuentran literalmente dislocados del tiempo histórico». (Stanley Cohen.) Ellos tienen la certeza de que algo pasó y que les pasó a ellos, pero nadie parece querer recordarlo o reconocerlo. Las explicaciones son múltiples, perfectamente simples y peligrosamente interiorizadas: lo que pasó, pasó; es mejor volver a iniciar; hay que dar vuelta a la página; el pasado es incómodo, complicado o inconveniente; los rencores no llevan a ningún lado; a mí no me pasó nada; lo que les pasó, les pasó por algo; es mejor olvidarlo… Las expresiones son abundantes. Lo rescatable es que la tendencia humana, si nadie se preocupa, tiende a la negación.
El estado de negación es más que un proceso pasivo de olvido. Se trata del producto de un proceso sicológico complejo, tanto de corte individual como social. Es un estado extendido que todos hemos interiorizado (en diferentes grados). Una de sus manifestaciones más simples, pero más regulares, es el trámite interno que damos a las noticias de muertes masivas o de un gran sufrimiento humano: las vemos, somos conscientes (un rato) y (salvo que se trate de nuestro quehacer) en minutos las hemos cortado de nuestro proceso mental.
La negación implica el desenvolvimiento de un proceso consciente, con ramificaciones individuales y colectivas. En el ámbito personal, se trata de un proceso de selección y percepción, durante el cual decidimos darnos cuenta de algo o bien decidimos no hacerlo. Es una especie de «sin querer, queriendo» o de «es mejor no saberlo»; el problema es que ya lo sabemos. En el ámbito colectivo, es un proceso que genera amnesia social; opera a través de mecanismos de olvido por medio de los cuales una sociedad entera se desprende del registro de su pasado indeseable y termina por justificar ciertas acciones u omisiones de la sociedad o del Estado. La negación puede ser el resultado de un proceso organizado, oficial consciente o de un desplazamiento cultural que ocurre cuando la información desaparece —cuando el conocimiento incómodo es reprimido.
Stanley Cohen ha abordado de manera exhaustiva el estado de negación y su relación con el reconocimiento de las atrocidades y el sufrimiento humano en contextos políticos complejos. (Stanley Cohen, States of Denial. Knowing about Atrocities and Suffering, Polity Press, 2001.) Cohen procuró una caracterización de la negación basada en cinco dimensiones que son de utilidad para ilustrar las complejidades que esconde el proceso de negación. Por considerarlas ajustadas y porque facilitan una lectura de los procesos sociales y políticos que se experimentan en el caso colombiano, se exponen a continuación.
En primer lugar, se propone una clasificación de la negación a partir de su contenido: negación literal, negación interpretativa y negación implicatoria. La negación literal es «la aseveración de que algo no ocurrió o que no es cierto». Se trata de una negación fáctica; el hecho o el conocimiento del hecho se desmiente. Frente a la negación interpretativa, los hechos no se niegan, pero se les otorga un significado distinto al que es aparente. En esos casos no se niega lo que pasó, sino que se le da otro nombre o se reclasifican los hechos bajo una categoría distinta. Por ejemplo, no se habla de «limpieza étnica» sino de «intercambio de población». La negación interpretativa es campo propicio para el uso de eufemismos y lenguaje técnico–administrativo propio de las rutinas.
En la negación implicatoria no se niegan ni los hechos ni su interpretación convencional. Lo que está en juego son los efectos o implicaciones (políticas, morales, sicológicas, etcétera) que convencionalmente se derivan. Esa categoría de negación niega directamente el significado y las implicaciones de ciertos hechos. Por ejemplo, no se niega la existencia de las violaciones masivas de mujeres en Bosnia, pero se niegan las implicaciones sicosociales para esa sociedad y la necesidad imperativa de actuar. Al ilustrar esas tres modalidades, concluye Cohen que, para llevar a cabo el proceso de negación, los seres humanos y las sociedades utilizan cognición, emoción, moralidad y acción; es decir, la negación no es un proceso inconsciente.
En segundo lugar, Cohen determina que la negación puede ser un proceso personal, oficial o cultural. En el caso de la negación oficial, el autor destaca que se trata de un proceso colectivo y organizado, bajo el cual el Estado imposibilita o genera peligro alrededor del reconocimiento de realidades pasadas o presentes. La negación oficial también puede darse por vías más sutiles, sobre todo una vez que la negación hace parte de la fachada ideológica del Estado. En esos casos, las condiciones sociales que dieron lugar a las atrocidades se unen con técnicas oficiales para negar las realidades y generan un círculo vicioso de autolegitimación.
De otra parte, la negación cultural refiere procesos que se nutren de lo personal y de lo público (u oficialmente construido). Son procesos de negación muy comunes, en los cuales las sociedades arriban a unos consensos no formalizados sobre lo que se puede y se debe recordar y reconocer. Este tipo de negación puede ser iniciada por el Estado y, posteriormente, puede adquirir vida propia. Los medios de comunicación entran a jugar un rol particularmente importante en esos procesos. Una vez se ha construido un lenguaje apropiado para evitar ciertos temas (o para no pensar en lo impensable), los medios masivos de comunicación hacen lo suyo, sosteniendo lenguaje, imágenes y mitos preestablecidos. Ese tipo de negación, si no es combatida, puede afectar la capacidad de las sociedades para identificar la falsedad de ciertos discursos oficiales.
En tercer lugar, Cohen distingue entre procesos de negación histórica y contemporánea. La negación histórica involucra los elementos de memoria, olvido y represión. La negación histórica puede ser fruto de procesos altamente organizados, del paso del tiempo y de la porosidad del conocimiento colectivo. También puede ser el resultado de un elemento cultural que se alinea para esconder verdades históricas indecorosas. La negación contemporánea, además de incluir procesos complejos de contradicción sobre el presente (negación literal, interpretativa o implicatoria), incluye el inevitable filtro de percepción frente al creciente acervo de información que nos hostiga. Por razones netamente prácticas tenemos que bloquear cierto tipo de información. Subraya Cohen que la relación entre el presente y el pasado debe ser vista en un continuo. Los eufemismos y mitos actuales sirven para reacomodar el pasado; similarmente, la reinterpretación del pasado sirve para ilustrar el presente.
La cuarta dimensión del proceso de negación involucra lo que Cohen denomina el triángulo de la atrocidad, compuesto por: las víctimas, a quienes se les hacen las cosas; los perpetradores, quienes cometen las atrocidades; y los observadores o espectadores (‘bystanders’), quienes ven y saben lo que está pasando. Destaca Cohen que estos no son roles estables y que, a través del ciclo de violencia, una persona puede desempeñar más de uno de esos roles. Para Cohen, frente al proceso de negación, cada persona y grupo de personas (de acuerdo a su identidad colectiva) experimentará la negación de una manera distinta, según su desempeño en el triángulo de la atrocidad. Además recalca que el grupo de los observadores es el de mayor tamaño y, por lo general, se trata de personas relativamente pasivas, más preocupadas por hacer la vida que por hacer historia. De tal forma, el interés o desinterés de los observadores por superar el estado de negación es determinante en el proceso de reconocimiento.
Y, finalmente, Cohen resalta una dimensión espacial, tanto física como simbólica. Bajo esa mirada, propone que la cercanía de la persona a las atrocidades, a las víctimas o a un espacio, determinará el grado de negación y el deseo de superar ese estado. Esta es una categoría, relativamente intuitiva, que se explica por la existencia de lazos personales o colectivos frente a ciertos eventos, o un mayor o menor nivel de interés frente a ciertos eventos o circunstancias.
La revisión somera de estas cinco categorías ofrece elementos para examinar el estado de negación en el cual se encuentra la sociedad colombiana. Acudiendo a las noticias cotidianas o a los actos gubernamentales publicitados, es fácil identificar procesos arraigados de negación involucrando sus dimensiones literales, interpretativas e implicatorias; procesos personales, oficiales y culturales, tanto sobre situaciones históricas como contemporáneas. Estos procesos son los obstáculos más destacados de un proceso de transición que tenga sentido culturalmente y, además, marcan los derroteros que debe perseguir la aplicación de la justicia transicional en Colombia.
El estado de negación se profundiza en Colombia como resultado del paso del tiempo y de los múltiples mensajes mediáticos que nos asaltan en el presente, incluyendo las noticias faranduleras, las emisiones publicitarias, la última novela de televisión o el ‘reality’ de turno. En este contexto, la negación de la atrocidad se facilita por la abundancia de mensajes y los saltos informativos constantes. El reconocimiento de la atrocidad pasa a un segundo plano, presa del hastío y del escepticismo del público.
Desde hace treinta años (por tomar un período de tiempo considerable) y, particularmente, durante los últimos siete u ocho años, la sociedad colombiana ha estado expuesta a operaciones de negación de la realidad y de las atrocidades sufridas por miles de colombianos. La sociedad está sumida en un largo proceso de resignificación de la violencia que vivió y vive el país; el efecto es profundo y cada vez más interiorizado.
Si no se encara el proceso de negación, viviremos la paz al mejor estilo orwelliano: «La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza».
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* Michael Reed Hurtado es director del Centro Internacional para la Justicia Transicional en Colombia y profesor de la Universidad Externado de Colombia.
El trasegar por las historias de las victimas evidencia que esta negación de la que el autor habla es lo que más atenta contra su dignidad. El hecho de sentir que a la gente no le importa su dolor, ancla en ellos su trauma e impide su real recuperación.
Otro problema que surge es el olvido de los errores (Horrores?) politiqueros, negación y olvido que se evidencian en cada elección local o nacional.. pero eso es harina de otro costal.