DE SOCIEDAD
Por Iván Eusebio Aguirre Darancou*
«Si las revoluciones no se hacen con palabras,
las ideas no se implantan con decretos…
toda revolución sin pensamiento crítico,
sin libertad para contradecir al poderoso y
sin la posibilidad de sustituir pacíficamente a un gobernante por otro,
es una revolución que se derrota a sí misma.»
(Octavio Paz)
Intentar comprender la situación actual de violencia que envuelve nuestro país es difícil. Intentar asir una causa concreta y solucionarla de manera tajante, es imposible. ¿Cómo es posible que México, un país con tantas riquezas naturales y humanas, que fue líder (al menos temporalmente) de las revoluciones sociales que sacudieron al globo en aras de sociedades más justas y equitativas, que es una tierra compleja y cargada de infinidad de comunidades étnicas que aportan cada día más al patrimonio no sólo del país, sino de la humanidad, una nación que fue refugio de los exiliados del mundo; en fin, cómo es posible que estemos ahora metidos en este problema tan grande, que aún esforzándonos por comprenderlo no hallamos pies ni cabeza? ¿Cómo fue que amanecimos un día rodeados de balas y militares, de cárteles y políticos sentados lado a lado, de cañonazos y pobres sin rostro muriendo a diestra y siniestra?
Pretender solucionar el problema con sólo armas no ha funcionado hasta ahora. Un cambio de estrategia que motive a la transformación política y la destitución de nuestros líderes, es a lo que le estamos apostando ahora. Nada mejor que un cambio para respirar nuevos aires, para retornar a lo que fuimos en algún pasado idílico y fantástico, pero mejor aún para regenerar nuestra sociedad. Por un lado exigimos la destitución de líderes actuales, con todo nuestro derecho civil y democrático. Por el otro, volteamos hacia el centro del país, hacia Los Pinos, con la esperanza de que un cambio radical en sus habitantes nos mueva rumbo al camino tan anhelado del bienestar y el desarrollo. Nada más democrático y esperanzador que ese sueño de paz sea por fin alcanzado.
Pero antes de entrar en devaneos de políticos y programas de movimientos sociales y militares, de nombres y muertos, quisiera detenerme en una cuestión que considero que nos brindaría otro punto de vista un poco más amplio para poder empezar a desenredar y reconstruir nuestro país. No soy político ni espero serlo, pero sé algo de cómo funciona esto. La política no existe si no hay una polis, una sociedad que de pie a su nacimiento. Es decir, la sociedad es la base fundamental que subyace bajo cualquier esquema político, religioso, ideológico, militar y hasta social. Sin sociedad, no hay política, no hay iglesia, no hay partidos, no hay ejército (y aunque lo hubiera, no hay a quién defender o matar), no hay nada. La pregunta fundamental para comprender nuestros problemas entonces es ¿qué es nuestra sociedad? ¿qué es México?
Es importante señalar que una sociedad NO es un conjunto de leyes o reglas, como normalmente pensamos. Solemos definir a la sociedad mexicana como las personas que rigen sus vidas bajo la Constitución de 1917, o que respetan el Código Judicial, o que están de acuerdo con el Presidente de la República. Eso es un craso error, ya que al definirnos así estamos dando por sentado que las leyes existen a priori, que la sociedad fue creada a partir de las leyes y reglas, cuando en realidad sucedió todo lo contrario.
Extendiendo este concepto, podemos decir también que la sociedad no es democracia, ni que la sociedad mexicana está compuesta por, es más, ni siquiera definida por, políticos, militares o policías. De hecho, ellos son la minoría en la sociedad. Cierto, junto con los medios son una minoría aparentemente poderosa, pero debemos recordar que nunca dejan de ser eso: una minoría. Y por lo mismo, sus acciones han estado y tal vez seguirán estando fundamentadas en ese aspecto de su ser. La mayoría somos nosotros, todos nosotros.
Ahora bien, si ya sabemos que no es una sociedad, podemos empezar a pensar en qué SÍ es. En primera instancia, es bueno recordar la definición etimológica de la palabra: surge del latín societas del que a su vez se deriva socius, y la definición de esta voz es «compañero». Es decir, una sociedad es un grupo de personas que viven en un mismo espacio geográfico y temporal. Pero no sólo eso, no. Además de compartir un espacio, comparten también recursos, experiencias, conocimientos, tecnología, sentimientos, arte. Quiero detenerme aquí un momento para subrayar algo importante. Una sociedad no se define a partir sólo del espacio en el que habita, tenemos ejemplos de múltiples sociedades en todo el mundo que se esfuerzan en marcar su autonomía de otras cohabitando el mismo lugar. Una sociedad se define a partir de que está dispuesta a compartir con sus miembros lo que tiene a su alcance. El tejido social, eso que mantiene unidos a los miembros unos con los otros, se fractura cada vez que un individuo se niega a compartir con los demás lo que puede.
En este momento uno podría levantar la mano y reclamar la utopía de la propuesta, ya que nadie estaría dispuesto a compartir lo que tiene con todos los que nos rodean. Los lectores atentos habrán notado ya la ausencia de términos y referencias económicas en este escrito; pueden descansar a sabiendas que la misma no es gratuita. Así como una sociedad no se construye a partir de políticas ni políticos, tampoco se construye a partir de comerciantes ni economías. Aunque se puede compartir ese recurso económico entre sus miembros, creando así lazos sociales y fortaleciendo el tejido, no es la única, ni siquiera la más importante, de las formas en que se comparte.
Todo lo contrario.
MÉXICO AHORA
La pregunta clave que surge entonces es, ¿cómo ser un miembro activo de una sociedad en guerra? Aceptémoslo, estamos en guerra. Ya sea una guerra oficial contra el narcotráfico, o una guerra encubierta, o una guerra ideológica, o una guerra política. La manera de relacionarnos, durante los últimos años, se ha ido acercando más y más al formato de guerra, donde lo que decimos lo hacemos sólo para perjudicar al otro (políticos contra políticos: la difamación es más importante que cualquier logro) o para protegernos del ataque del otro (cerramos los vidrios de nuestros coches, ponemos rejas en nuestras casas, alarmas en cada ventana). Vivimos en un estado latente de violencia. ¿Cómo ser entonces un ciudadano activo cuando en cada esquina sentimos que vamos a ser atacados?
Con los trágicos eventos de los últimos meses, la ciudadanía regiomontana y del resto del país ha estado despertando, y busca solucionar los problemas que el gobierno y demás instituciones no han podido enmendar. Sin embargo, quiero aquí aprovechar para retomar el concepto previo de sociedad. Ser un miembro activo de una sociedad no significa sólo votar, ni hacer marchas, ni crear sociedades civiles, ni organizaciones no–gubernamentales, ni botar gobernadores y demás líderes. Recalco el uso de la palabra sólo. Es necesario que recordemos que todos esos esfuerzos, los políticos, los económicos, las marchas, los gobiernos, son elementos que surgen a posteriori en la sociedad. No son la única manera de generar ni unificar a un grupo de personas. No hay que descalificarlos, en absoluto. Pero tampoco hay que esperar que sean una solución directa, ya que su campo de acción está por encima de la sociedad y afectan elementos que ella creó para fortalecerse; no afectan a la sociedad misma.
Una vez más, ¿cómo ser un miembro activo de una sociedad en guerra? Para esto, propongo una serie de acciones sencillas, cotidianas, unificadoras. Primero que nada, para poder comprender cuál es la sociedad en la que vivimos, cómo se generó y cómo ha evolucionado, es necesario informarse, tanto de noticias actuales como de historia. Segundo, para poder superar el obstáculo económico (recordemos que la economía surge después de la sociedad, es hasta cierto punto prescindible, como el resto de instituciones), es necesario que empecemos a aceptar y pensar en las divisiones clasistas que nos separan como sociedad. Aclaro, no es necesario que hagamos una separación equitativa de bienes, sino simplemente que aceptemos que la sociedad vive una división clasista y que enfoquemos nuestras ideas con esto en mente. Al hacerlo podremos empezar a generar el tercer punto, la unidad social. Ésta debe ser creada tomando en cuenta la mayor parte de los miembros de la sociedad, no sólo los afectados por la violencia, ni los obreros, ni los policías, ni los militares, ni los políticos, ni los estudiantes. Toda la sociedad debe ser comprendida como un complejo organismo, cuyos problemas son de todos.
La unidad social surge cuando uno como individuo se reconoce como eso: un individuo en un sistema social que incluye muchos miles de otros individuos. Cuando nos demos cuenta, como miembros individuales, que nuestra vida personal depende de la existencia del resto de la sociedad, empezaremos a generar en nosotros mismos esa unidad tan necesaria para construir un tejido social fuerte y resistente ante el embate de las instituciones, la violencia o cualquier otro demonio que se nos aparezca.
Los dos últimos aspectos que propongo son la manera en que vamos a lograr generar esta sociedad fuerte para sobrellevar no sólo la situación actual de violencia, sino también los cambios políticos que se avecinan y aparecen en nuestros horizontes, cada vez más grandes y tenebrosos. Para lograr conectar con el resto de los miembros de la sociedad, es necesario que salgamos de nuestras burbujas, de nuestras zonas de confort, y empecemos a conocernos entre nosotros. Vayamos a museos, busquemos actividades organizadas por amigos o conocidos, organicemos actividades, salgamos a caminar, vayamos a conciertos, hablemos con las personas que nos rodean, sonriámosle (si somos demasiado tímidos para entablar conversación) a la persona que maneja a nuestro lado, usemos el transporte público como una manera de salirnos de nuestra burbuja automovilística (sirve que hagamos algo por el planeta de una vez, ¿no?).
No se trata sólo de andar por la ciudad, sino de realmente conectarnos con otros miembros de la sociedad. Cualquier gesto de solidaridad, cualquier ayuda, cualquier «pase usted», cualquier frustración ante el tráfico que logramos sofocar, cualquier mirada amigable en vez de sospechosa, todo esto fortalece el tejido social.
Finalmente, debemos empezar a regresar a nuestros orígenes sociales, no nacionales, debemos empezar a compartir. Para esto, basta sólo con que conversemos entre nosotros, basta sólo con que platiquemos nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros miedos. No hablar sólo de la situación política ni de candidatos, no hablar sólo de culpas, dimes y diretes, sino compartir nuestra humanidad misma. Compartir (nos), pero también compartir experiencias nuevas con nuevas personas, sacar lo más preciado que tengamos dentro de nosotros mismos y mostrarlo, anticipando poder apreciar lo más preciado de los demás. Compartir amistades, lugares que conocemos, teorías, ideas, soluciones, música, películas, amores, disgustos, compañía.
Creo, firmemente lo sé, que con estas acciones podemos empezar a regenerar nuestro país y nuestra sociedad. No basta sólo con armas y balas, ni con destituciones y cambios, ni con políticas y economías. Una sociedad se funda en sus miembros, y queda sobre nosotros esa responsabilidad. Sólo nosotros podemos regenerar nuestras relaciones y nuestra sociedad, porque sólo nosotros somos los que las creamos.
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* Iván Eusebio Aguirre Darancou nació y creció en Sonora, México. Se mudó a Monterrey para llevar a cabo sus estudios de licenciatura, graduándose con honores en el área de Letras Españolas. Inició sus estudios doctorales en Hispanic Languages and Literatures en Washington University at St Louis. Ha publicado poesía en revistas como Puño y Letra y Oficio y participado en congresos académicos en diversos estados de México, presentando investigaciones sobre poesía y novela mexicana del siglo XX, especialmente Abigael Bohórquez, Jorge Volpi y José Gorostiza.