Sociedad Cronopio

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Mestizaje

PALABRA CLAVE: MESTIZAJE

Por Vivette García*

El género filosófico-literario que se ha ocupado durante más de medio siglo de desempacar los contenidos físicos, idiosincrásicos y psicológicos de «el mexicano» tiene nuevos interlocutores. No me refiero a ensayistas contemporáneos como Heriberto Yépez (La increíble hazaña de ser mexicano) o César Cansino (El excepcionalismo mexicano), quienes primero se deslindan del ejercicio analítico que produce fórmulas esencialistas para luego descargar sobre el lector ráfagas de significante: el mexicano, «dominador y/o dominado» (Yépez); el mexicano, incapaz de vivir en democracia pero deseoso de conseguirlo (Cansino). A este juego de las potencialidades en la caracterización de la identidad mexicana se han sumado, desde sus límpidos laboratorios en los institutos nacionales de salud, los investigadores biomédicos. Si antes fue condenado por la intelectualidad, ahora el mexicano es condenado por la ciencia: es un obeso y un diabético en potencia. Al igual que su temperamento político, también este carácter «se nos sugiere» es el resultado del encontronazo de la conquista. La palabra clave es mestizaje.

La tesis sobre el surgimiento del mestizo mexicano, sujeto emblemático que corporeiza las virtudes y las maldades de la mezcla biológica y cultural, se escudriña bajo la lente de la propensión y la resistencia a las enfermedades. La lente no es nueva (ya en el siglo XVIII el jesuita Francisco Xavier Clavigero había descrito la complexión de los mexicanos como «sana y robusta» excepto en presencia de epidemias, «de las cuales son ellos las principales víctimas») pero sí más poderosa. Cuando la hipótesis sobre la susceptibilidad a las enfermedades converge con el mito fundador de la nación mexicana, el genoma de los mexicanos se vuelve no sólo un repositorio histórico, sino también un expediente epidemiológico.

Con herramientas bioinformáticas los investigadores buscan en el genoma de las «poblaciones mestizas mexicanas» factores de riesgo a padecer enfermedades como la obesidad y la diabetes, que son características de los países en «transición epidemiológica». Según la Organización Mundial de la Salud, México ocupa el segundo lugar en sobrepeso y obesidad en general y el primero en obesidad infantil; siete de cada diez mexicanos padecen obesidad, una de las causas principales de diabetes e hipertensión. La alta incidencia de estos padecimientos se explica, en un movimiento que quizás Canguilhem calificaría de normativo, como uno de los legados del mestizaje. Según un estudio realizado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición (INCMN), la «susceptibilidad genética» que tiene la población mexicana al desarrollo de obesidad y diabetes está relacionada con su componente amerindio; la variante R230C del gen ABCA1 parece ser «exclusiva de los mexicanos mestizos», lo que les confiere un alto riesgo de padecer diabetes de inicio temprano y obesidad. Así como el mestizaje es fuente de variabilidad, es también fuente de patología.

La traducción de hallazgos como éste en una política de salud pública es aún muy precaria, pero la idea del mestizaje como fuente de patología se infiltró de modo singular en las celebraciones del Bicentenario (200 años de la Independencia y 100 de la Revolución mexicana). Una serie de anuncios patrocinados por el gobierno federal y estampados con el logo del Bicentenario tapizó durante el año 2010 la parte superior de los puestos de revistas en el centro histórico de la Ciudad de México. «La obesidad puede producir diabetes. La diabetes se puede prevenir y controlar», decía un anuncio sobre la Avenida Juárez. En el puesto de revistas contiguo, otro leía: «Yo, México. ¡Una aventura histórica nunca antes vista!». En la siguiente esquina, bajo el título «Cumbre del Bicentenario», se invitaba al público a demostraciones gastronómicas de recetas tradicionales saludables y a conferencias y talleres con médicos y especialistas en nutrición. No es casualidad que la campaña de salud contra la obesidad y la diabetes estuviera sincronizada con la conmemoración de dos procesos generadores de identidad nacional, pues a decir de las estadísticas (y los flamantes análisis genómicos), los mexicanos somos además de mestizos y, probablemente a causa de ello, obesos. La sutileza aquí, en términos de estrategia identitaria, es que se buscaba celebrar la identidad mestiza al tiempo que se giraba una alerta sobre sus consecuencias adversas. Se nos invitaba a presenciar un espectáculo de iluminación, video y efectos especiales en el Zócalo capitalino no sin antes hacernos la recomendación de vigilar nuestro peso. Vigilar y celebrar: el eslogan (posible) del Bicentenario.

Nos encontramos con que hoy, la pregunta por la identidad nacional pasa por la pregunta sobre los efectos biomédicos del mestizaje. Y este tránsito despliega una peculiar trayectoria biopolítica. Al identificarse la obesidad como la norma estadística de la población mexicana, la localización de esta patología en el «genoma mestizo» se vuelve un asunto de estado. Mediante las técnicas más avanzadas de secuenciación, genotipado y análisis estadístico, se identifican variantes genéticas «exclusivas» de los mestizos mexicanos. Así, las causas de la enfermedad establecidas genómicamente sufren una suerte de patrimonialización. La variante R230C del gen ABCA1 entra, por así decirlo, en el régimen patrimonial de la nación bajo el entendido de que es el resultado de nuestra particular historia nacional; es una prueba científica de lo que somos y nos distingue de los otros (los científicos nos indican que la variante R230C no se ha encontrado en ninguna de las poblaciones africana, europea, china y sudasiática previamente estudiadas). Al mismo tiempo, y por tratarse de una identidad diagnosticada en el marco de la epidemiología, el estado hace uso del único dispositivo de control que tiene a su alcance.

«No heredes la diabetes», reza la campaña que exhorta a los compatriotas a disciplinar su cuerpo, a reconocer en su condición mestiza la predisposición a la enfermedad y al mismo tiempo a hacerse cargo de neutralizarla. Pero ¿no es este corpus disciplinario un reforzamiento de que el mexicano promedio es, para usar las palabras del más reciente anuncio radiofónico del Instituto Mexicano del Seguro Social, «gordito, pachoncito»? Quizás, como dijo una investigadora del Instituto Nacional de Medicina Genómica, «es inevitable que, aún sin proponérnoslo, estemos influyendo con ese tipo de proyectos en la identidad de los mexicanos».
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*Vivette García Deister es Doctora en filosofía de la ciencia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido profesora en filosofía e historia de la biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM y ha realizado estancias de investigación en el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia de Berlín y en el Departamento de Filosofía de la Universidad de California en Davis. Actualmente se desempeña como investigadora asociada en antropología social en la Universidad de Manchester, Inglaterra. Investiga las maneras en que las ciencias genómicas impactan las concepciones de raza, identidad y nación en México. Sus publicaciones abarcan las áreas de filosofía, historia, antropología y estudios sociales de la ciencia.

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