Sociedad Cronopio

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Shut up

SHUT UP CHICO, QUE TE VUELVES NOXIOUS

Por María Catalina Rincón-Chavarro*

WTW?

«The Brief and Wondrous Life of Oscar Wao» de Junot Díaz, debería ser leída en las lenguas en las que está escrita: inglés y spanglish. Porque el spanglish, contrario a lo que se cree, no es un síntoma de pereza o de ignorancia, sino que refleja la complejidad lingüística del bilingüismo y requiere, por parte del lector ideal de la novela de Díaz, conocimientos del inglés, del español y, por qué no, del spanglish…

«¡Callad sacrílega! ¡¿Qué decís?! ¡Ese bodrio no es un idioma! ¡Ese engendro no es más que una amenaza al español castizo de Cervantes y Borges! ¡¿O debo decir castellano por precisión histórica?! ¡Sólo recordad que eso que mal llamáis spanglish, en nuestra lengua pura, que debemos preservar de tal modo sobre la ceguera e ignorancia de la plebe inculta, se escribe espanglish y los Real padres le han definido como una ‘modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los Estados Unidos, en la que se mezclan, deformándolos, elementos léxicos y gramaticales del español y del inglés’. ¿Os queda claro? ¡De-for-mán-do-los!»

Pero, pequeño, el spanglish, englishñol, espanglés o como guste llamarlo, es una lengua viva. Sí, sí, ya sé lo que me va a decir: que no hay gramática que lo apruebe, que no hay formalidad que lo sustente, que es mejor recibir una acusación por narcoterrorismo que por anglicismo (la gente es acusada de eso, como si fuera un crimen), que eso no es español. Pero le digo, le insisto, le aterco: el spanglish es una lengua viva porque la gente la habla, la entiende, la escribe, porque tiene una lógica estructural, porque es un fenómeno que no se puede ocultar con el dedo. Más bien, le recomiendo que si no lo sabe, lo aprenda. Bueno, bueno, si no le gusta por inculto, naco o mañé y se le va a caer la corona aprendiéndolo, por lo menos entiéndalo y respételo como fenómeno, porque eso de ir por el mundo (de la capital al diccionario, del diccionario al pueblo y del pueblo a la capital) hablando mal y quejándose de lo que no tiene la más santa idea es, en sus términos, de muy mal gusto, y en mis términos, una muestra olímpica de ignorancia letrada.

WTH?

Una explicación lingüística completa de lo que se trata el spanglish —sin celebrarlo y sin denigrarlo— la encontré en un libro de texto que enseña a escribir el español a estudiantes, cuya primera lengua oral y escrita es principalmente el inglés o el inglés con alguna intervención —familiar generalmente— del español, quienes no han desarrollado mucho la parte escrita de éste (heritage speakers o hablantes de herencia, se los denomina a estos últimos). En Conversaciones escritas, Kim Potowski explica cuatro fenómenos lingüísticos de los que se compone el spanglish: codeswitching o cambio de códigos, borrowings o préstamos, extentions o extensiones y calques o calcos. Codeswitching es cuando se cambia de una lengua a otra en la misma conversación: «Quiero leer ese libro porque Pedrito me dijo que el autor is well educated, you know?» El codeswitching sigue algunas constantes, indicando que el spanglish no es una cosa azarosa y sin sentido: no cambia en medio de una palabra, no cambia cuando la estructura de las dos lenguas es diferente —lo que implica que quien habla spanglish conoce las dos lenguas— y no cambia entre el sujeto y su verbo, así no nos vamos a encontrar con un: «Juan está bailanding». Borrowings es cuando se toman palabras del inglés y se las «españoliza»: «voy a tomar un breic, a revisar féisbuc, a escribir una de mis frases célebres en tuíter». Extentions es cuando una palabra ya existente en español toma el significado de su homónima en inglés: «aplicó a Harvard y no lo aceptaron». Y el calque es la importación de una frase del inglés al español: «te voy a llamar para atrás» «Santos y Uribe están corriendo para presidente».

WTF?

Como dije, en su explicación Potowski ni celebra ni denigra al spanglish o a los spanglish speakers. Ella hace parte de una sana corriente de pensamiento que se propone entender este fenómeno y respetar a las personas que lo hablan, no solo porque son una minoría acá en los Estados Unidos, sino también porque su carácter marginal los lleva a no sentirse cómodos hablando español en sus clases de lengua. Sin embargo, para ella es importante que las personas aprendan el español estándar para que lo manejen en las situaciones adecuadas, pero no se opone al uso del spanglish por su inevitabilidad. En esa onda respetuosa, me encontré con el mexicano Ilan Stavans quien es más bien celebrador y defensor del spanglish —al punto de traducir el primer capítulo de la primera parte de El Quijote al spanglish porque alguien sugirió que éste no sería un idioma hasta que tuviera su Quijote. Stavans, provocador del establecimiento hegemónico de la identidad hispana como una cosa homogénea, no solo asegura que el spanglish puede llegar algún día a ser una lengua por la fuerza que ha tomado, sino que además lo ve como un fenómeno cultural continental, no solo lingüístico ni exclusivo de los Estados Unidos y, por lo tanto, contenedor de muchísimas variaciones de acuerdo con el lugar, la población que lo hable y la clase social a la que ésta pertenezca. Así, no es lo mismo el spanglish de los dominicanos en New Jersey que el de los mexicanos en Los Ángeles o el de los colombianos en Los Andes o el de los argentinos en Buenos Aires. El spanglish para Potowski y para Stavans es el resultado natural del encuentro de dos lenguas que conviven constantemente, así como lo fue en algún momento el español, proveniente del latín y el árabe.

ROTFL!

De forma paralela a la fuerza que ha tomado el spanglish, ha crecido la inquina que le tienen. Así, además de toparme con el purismo de siempre que no ve con buenos ojos el uso y abuso del spanglish, me encontré con el cubano Roberto González Echevarría, profesor emérito de Yale, quien, no sorpresivamente, lo denigra en defensa del purismo del español en un textillo elitista y prejuiciado sobre el fenómeno. Asegura que el spanglish es un atentado contra su lengua madre, que generalmente lo hablan los pobres inmigrantes en los Estados Unidos porque no conocen del todo ni el español ni el inglés, y que algunos que sí conocen las dos lenguas lo usan para darse algo de prestigio. Se percibe en el cubano una preocupación de clase y de hegemonía, además de su inscripción en la incansable tradición de ideales modernistas latinoamericanos. De clase porque relaciona a los spanglish speakers con la pobreza, la inmigración y la ignorancia (estereotipo que tomó gran fuerza aún entre quienes no son ni puristas ni elitistas: si no habla bien ni español ni inglés, si vive en Estados Unidos pero es pobre, gordito, bajito y morenito, fijo fijo, habla espanglish ¡ala!). De hegemonía, en el sentido gramsciniano, porque atacando el uso que hacen algunas personas que no «necesitan» recurrir al spanglish porque no son ignorantes (en los que tienen formación universitaria allá y acá, pudientes y cultos y que, contrario a los plebeyos, no son ni bajitos, ni gorditos, ni morenitos, sino arios y puros como la lengua, ¡caray!), implícitamente critica ese proceder como una suerte de aceptación de su inferioridad. Y deja bien claro que el español no es una lengua de la que deban sentir vergüenza, porque es la lengua de Cervantes y Borges —no la de la familia o la de la calle porque parece que esa coloquial tampoco es español para el cubano. Sin embargo, en su argumento, Echevarría hace una salvedad. Si para él ese tipo de spanglish «culto» (rótulo que yo le doy) es problemático porque quienes lo hablan se avergüenzan de su idioma materno, deja de serlo cuando de carencias idiomáticas se trata. Es decir, si la palabra no existe en español, bienvenido sea el terminacho en inglés. Así, está muy bien la incorporación al español de bíper, facebook, internet, Ipad y cuanta palabra, especialmente de verborrea tecnológica, carente de traducción.

LMFAO!    

La posición excluyente y clasista del cubano se entiende mejor si reconocemos la tradición en la que, tal vez más por entrenamiento o acostumbramiento que por convicción o conciencia de ello, se inscribe: la que cree construir una identidad continental (o nacional, todo depende del uso que se le dé) a partir de su oposición ideológica con los Estados Unidos. Construcción que se inicia por allá a finales del siglo XIX con la profesionalización del intelectual a quien (sin plata porque se quedó sin aristocracia y exiliado porque se quedó sin patria o sin esa que él todavía no había construido en oposición al imperio) le toca bregar a ver cómo hace para legitimarse y autorizarse como tal. Así, el naciente letrado que, por muy intelectual que fuera, no carecía de malicia indígena, toma la exitosa fórmula dicotómica de sus padres, esa que en su momento sinonimizaba a Europa, a los Estados Unidos y a la ciudad con la civilización, y al terruño, a la naturaleza y al campo con la barbarie, y la transforma en un nuevo grito de autonomía: espiritualidad (la América Hispana) y materialismo (la América Anglo). Y para convertirse en el guía espiritual de esa invasión materialista caótica, en el dador de sentido en medio del sinsentido, debe impartir sus ideas claramente, con un español correcto, puro, con uno gramaticalmente impecable porque eso sí, el espíritu habla español y la claridad la imparten las reglas y no los usos (y de eso él sí que escarmienta con sus padres letrados quienes libraron una lucha fallida por imponer un español americano en sus tierras criollas contra el que les imponía la academia de la lengua peninsular). Obviamente, y demás de todo, al intelectual le toca enseñarle al pueblo el español correcto, el de su esfera, la del poder, porque él no puede, no debe, no quiere, teme, ser pueblo, hablar como el pueblo, mucho menos escribir como el pueblo —aunque escriba en un espacio bien popular: el periódico.

Espiritualidad y materialismo. Con esa nueva dicotomía con la que abrimos el siglo XX latinoamericano se refuerzan unas: lo oral y lo escrito, lo culto y lo popular; se resignifican otras: civilización y barbarie, patria o muerte; y se perpetúa una muy nociva: el español correcto y el que no lo es, equiparada muchas veces, aunque no siempre, en otra: el español escrito y el oral.

LOL!

En esa última dicotomía se mueve Potowski cuando es permisiva con el spanglish hablado pero no con el escrito. En esta dicotomía se mueve Stavans cuando traduce su Quijote, porque sabe el poder de lo escrito, que no es más que el poder de la oficialidad. En esta dicotomía se mueve Echevarría cuando implícitamente se erige como el intelectual que, a través de lo escrito y de la reafirmación de lo escrito (Cervantes, Borges) como la lengua que debe ser, alecciona al pueblo pasivo. En esta dicotomía se mueven los miles de latinos spanglish speakers que necesitan aprender el español gramaticalmente correcto. Y en esta dicotomía nos movemos muchos profesores de español en los Estados Unidos cuando luchamos en contra de nosotros mismos al tratar de evitar el inevitable spanglish en nuestras clases para que los chicos aprendan el español «correcto». O cuando procuramos, en nuestro rol de estudiantes ejemplares de doctorado, escribir los papers sin anglicismos, citando correctamente según las normas MLA para papers en español y no confundirlas con las que se siguen para los que se escriben en inglés. O cuando no aceptamos que hablamos spanglish, unos en mayor o menor medida que otros. O cuando creemos que nuestro spanglish, el de los que no vivimos en la frontera y hemos ido a la universidad, es uno culto y elevado, no uno naco y mal hablado, porque constituye un parto de la inteligencia en tanto que conocemos los dos idiomas que mezclamos. Así, «nosotros» no decimos troca sino camioneta, no decimos yonque sino chatarrería, pero sí que decimos papers a los ensayos académicos, facultad al profesorado, borde a la frontera, o constructo a la construcción social. Me pregunto, ¿no es también un parto de la inteligencia y de la experiencia, de la identidad y de la voluntad, cuando los estigmatizados por su condición social o cultural como ignorantes o pobres, como menos al fin y al cabo, logran comunicarse tanto o mejor que los que prescriben reglas gramaticales a diestra y siniestra?

IMHO

Stavans nos recuerda que la lengua para sobrevivir se transforma. Ya no hablamos ni escribimos como Cervantes y eso en lo que él hablaba y escribía, tan diferente a lo que usamos hoy en día, era español. Un rótulo que designa algo que está cambiando constantemente, pero sobre todo, algo que nos ayuda a comunicarnos. Así, no sabemos si eso que designamos como spanglish actualmente es una ampliación más de lo que en el futuro seguiremos llamando español (español estadounidense en algo diferente al español argentino, al mexicano) o es el inicio de una nueva lengua que, como desde ya parece revelar, será un espacio de jerarquizaciones, elitizaciones, luchas de poder, reglas ciegas, purismos, imposiciones, cánones, etc. No sabemos, pero podemos entender, por la contingencia que el lenguaje en el spanglish demuestra, que quienes lo usan no son entes pasivos, que están en una lucha constante por su identidad, que pueden producir un habla tan rica como cualquier slang del mundo, y una escritura tan eficiente como la del mismo Stavans, como la de Junot Díaz, o la de muchos poetas que se autodenominan chicanos, que no solo están cambiando el tan puro y virginal español, sino también el inglés, en un movimiento similar al del cambio que sufre el español peninsular cuando entra en contacto con el Nuevo Mundo. Pero creo que sobre todo, podemos entender que la gramática, cualquiera que ésta sea, debería ser usada como una herramienta para mejorar la comunicación oral y escrita y no como un medio de subyugación o exclusión de los que hay que someter a sus reglas. Si bien la gramática contiene una característica descriptiva y otra prescriptiva, puede lograr un equilibrio que en la actualidad no tiene porque se le da una importancia inmerecida a esta última. Y cuando esto pasa, que es las más de las veces, la gramática opera en nosotros como la política: como una cosa ineficiente y ajena a la realidad, pero que está ahí, invencible y jerárquica; los gramáticos operan como políticos: en oportunistas de la palabra y el estatus; y nosotros, en vez de entender que tanto los unos como los otros están a nuestro servicio y no al contrario, porque ellos prescriben más de lo que describen y excluyen más de lo que incluyen, bajamos la cabeza como borregos, los endiosamos, pensamos que su jerga inmamable es de genios —y no, no lo es— y seguimos abordando nuestra experiencia de vida y de nación como una dicotomía y no como rizoma, simple y fluido.
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* María Catalina Rincón-Chavarro es literata de la Universidad Nacional de Colombia. Master en Spanish Literature de Tulane University. Candidata a PhD en la misma universidad. Enseña español y escribe en su blog reflexiones culturales no académicas: https://losotrosnosotrosylodeallado.blogspot.com

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