UNA CIUDAD PUEDE SER UNA PATRIA
Por Alfredo Pérez Alencart*
Amigos de Salamanca, gentes de nuestra América grande que no es ningún recuerdo o ensoñación, sino más bien pálpito cotidiano en el corazón de los que dejaron atrás su suelo primero; conciudadanos todos; quisiera que sepan y sientan que una ciudad puede ser una patria: Salamanca no es lugar para el dolor del transterrado, aunque también consuela. Salamanca tampoco es una ciudad cualquiera para quienes hablamos el castellano con acentos preñados de trópico y de cumbres andinas, de costas caribeñas y de pampas y de valles regados por caudalosos ríos.
Salamanca es, de hecho, una patria iberoamericana que todos reconocemos como tal. Aquí nuestra extranjería se diluye, porque Iberoamérica es noticia local, semana tras semana, un año y otro más de religación genuina, voces y portavoces que llegan a los recintos universitarios o a la Sala de Palabra del Ayuntamiento de Salamanca, como los 15 poetas hermanos que acaban de regresar a Bolivia, Ecuador, República Dominicana, Venezuela, Perú, Colombia, México o Brasil, tras participar en el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos, este año dedicado a Miguel de Unamuno para conmemorar el 75 aniversario de su fallecimiento.
Me estoy refiriendo, claro está, al cordón umbilical de la cultura, al vínculo espiritual que no se ha roto a lo largo de cinco siglos. No abundaré en la Historia común, por muchos conocida: la Universidad de Salamanca sirviendo de modelo para la creación de los primeros centros académicos, Lima y México en sitial preferente; Francisco de Vitoria con su alegato en favor de los indígenas de América; Unamuno escribiendo en periódicos argentinos para alcanzar nombradía, y además de lograr unos ingresos extras con los que alimentar las muchas bocas de su hogar; miles de estudiantes latinoamericanos que aquí hicieron sus estudios de licenciatura o doctorado…
Pero también traigo a esta Plaza Mayor la memoria de las múltiples migraciones; no solo las más recientes, en buena parte protagonizadas por vosotros, de allí para aquí, sino aquellas otras de antaño, cuando de aquí para allí se fueron tantos salmantinos buscando escapar del estrangulamiento económico y de las míseras condiciones de vida, especialmente en los pueblos de la provincia. En 1905 repercutió por España la noticia de que un pueblo al completo, el salmantino pueblo de Boada, quería emigrar a la Argentina.
Recordemos un párrafo de aquella carta dirigida al presidente argentino: «…los que suscriben, Médico y Secretarios del Ayuntamiento y Juzgado Municipal de este pueblo del Reino de España, madre común de los habitantes de ambas naciones, tienen el atrevimiento y la honra de dirigirse a V.E. rogándole indique a ese gobierno si puede admitir un pueblo entero o la mayor parte de él con todas sus clases sociales, como son labradores, carpinteros, herreros, albañiles, médico, boticario, zapatero, etc… y en caso afirmativo, nos conteste con las condiciones y ventajas que pueda proporcionarnos…».
La severa crisis económica que hoy abate los cimientos de España está motivando retornos de buen número de paisanos, que se marchan con cierto desgarro por tener que dejar esta Ciudad-Patria, aunque ahora sus países estén mucho mejor que cuando salieron, y por tanto sea previsible que consigan los trabajos que otrora escaseaban. Y es en este tiempo cuando una nueva ola migratoria de salmantinos está dejando su capital y su provincia, algunos cientos con destino a tierras americanas. Debemos pregonar lo mucho que aquí nos acogieron. Debemos abrirles las puertas, otra vez y siempre, porque españoles y latinoamericanos estamos unidos por un pasado y un futuro común, unas generaciones por aquí y otras por allí.
Yo mismo soy fruto de esas migraciones. Mi abuelo Alfredo Pérez, por el hambre de entonces, emigró desde las montañas de Asturias hasta la Amazonía peruana. Antes, su padre, mi bisabuelo, había sido emigrante en Cuba. Mi padre Alfredo es peruano-español; mi hijo José Alfredo es español-peruano-boliviano. Vamos sumando patrias y mestizajes, porque quien les habla también acopia en la sangre una apreciable dosis de brasileñidad, por el apellido Alencar del abuelo Pedro, emigrante desde el seco nordeste brasileño a la húmeda Amazonía peruana.
Gentes de Latinoamérica y de Salamanca, amigos aquí congregados, sepan que yo también hice la travesía, y aunque lo hice por motivos culturales, sé lo que se siente cuando faltan los eslabones fundamentales para la existencia cabal del ser humano: la familia, los sabores autóctonos, los amigos de la infancia, el paisaje y el horizonte afín, la música que percute muy dentro del alma, las fiestas más esperadas, como la que hoy nos convoca en este recinto, la Plaza más bella de España.
Ahora bien, sepan que siento a esta ciudad como mi Patria, como lo fue del vasco de Salamanca, don Miguel de Unamuno, o del conquense Fray Luis de León. Yo ‘descubrí’ España un 12 de octubre, pero del año 1985. Llegué a Barajas a las siete de la mañana de un Día de la Hispanidad. No fue una coincidencia, pues el viaje estaba patrocinado por la embajada de España en Lima y era para españoles residentes en Perú, o para sus hijos y nietos. Al anochecer del día siguiente ‘descubrí’ Salamanca: a lo lejos se veía una inmensa luciérnaga de piedra, irradiando la meseta, mientras en el autobús yo silabeaba los versos memorables de Fray Luis, aquellos que en 1577 dedicara a Francisco de Salinas, catedrático de Música de la Universidad de Salamanca: «El aire se serena/ y viste de hermosura y luz no usada,/ Salinas, cuando suena/ la música extremada,/ por vuestra sabia mano gobernada./ A cuyo son divino/ mi alma, que en olvido está sumida,/ torna a cobrar el tino/ y memoria perdida,/ de su origen primera esclarecida…».
Uno ya ‘conocía’ Salamanca sin haberla pisado siquiera. Estaba entrañada en mí algunos años antes de pisar sus empedradas calles. Tenía 23 años y sólo unos cuantos billetes en el bolsillo. Lo poco o lo regular que he hecho hasta ahora se lo debo a Salamanca.
Amigos y convecinos, a mí Salamanca me dio una hermosa mujer llegada de Bolivia, un hijo que acaba de empezar los estudios de Derecho y un modesto piso en el barrio de Tejares, muy cerca al molino donde literariamente nació Lázaro de Tormes. Soy un privilegiado, lo sé, y más por la comunión con Cristo que aquí sellé y por los numerosos amigos salmantinos que he hecho a lo largo de mis cerca de 27 años en suelo charro. Por eso termino diciéndoles que ninguno de vosotros se deje abatir por circunstancias adversas, pues esta Ciudad-Patria sabrá ofrecerles la mejor de las acogidas.
Durante el desfile y por el resto de vuestros días salmantinos, tengan a la Piedra en la lengua y a nuestra América en el corazón. Así, transformando la nostalgia en Fiesta, remarquemos nuestra identidad mestiza, nuestra vigilia sin ocaso y nuestros melódicos acentos. Mostremos los ritmos alegres que siempre logran vendar nuestras heridas.
Pero no olvidemos nunca que una ciudad puede ser una patria. Y ante tal hecho cabe terminar diciendo que esta Salamanca de ámbar, esta luciérnaga de piedra, es y será nuestra Ciudad-Patria, la ciudad donde nunca nos sentiremos extranjeros y sí muy orgullosos de ser latinoamericanos de la capital del Tormes.
Gracias, gracias, gracias…
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* Alfredo Pérez Alencart es poeta peruano-español, profesor de la Universidad de Salamanca y Miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Internacional de Poesía «Medalla Vicente Gerbasi» (Venezuela, 2009) y el Premio de Poesía «Jorge Guillén» (España, 2012). Su poesía se ha traducido a veinte idiomas: portugués, alemán, inglés, ruso, coreano, filipino, francés, croata, búlgaro, japonés, rumano, entre otros.
El presente texto es el Manifiesto del Día de la Hispanidad, como apertura del IX Desfile de la Hispanidad organizado por la asociación Aihispan dentro de la programación de Salamanca Latina. Plaza Mayor de Salamanca, 12 de octubre de 2012.