LA FAMILIA PUERTORRIQUEÑA EN LA OBRA DE ESMERALDA SANTIAGO
Por Ivonne Flores Caballero*
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UNA HISTORIA FAMILIAR
La obra de Esmeralda Santiago es la novela autobiográfica que muestra a la llamada familia nuclear formada por sus padres y hermanos, pero dirigida por una cultura de mujeres o matriarcado, principalmente por la madre, seguidas por las figuras adultas femeninas: abuela y tías. El poder de la familia está ahí, en la mujer, como centro y reflejo de la cultura nacional. Y ese poder radica precisamente en el hecho biológico de convertirse en madre, para generar autoridad y respeto ante los demás y ejercerlo a través de sus hijos e hijas, y esposo (De Beauvoir, El segundo sexo,171-252).
La escritora narra su historia familiar; la cual fue dividida entre Puerto Rico y Nueva York, y que dejó en la isla al compañero de su madre y padre de ella, para anticipar lo que sería años más adelante, la relación entre ella (como mujer) con los varones y el género masculino. La historia de la familia Santiago fragmentada es la de su país: en forma individual y a la vez colectiva, repetida y contada cientos y miles de veces; y la metáfora de su país. La relación entre Puerto Rico como una dama débil, joven y pobre quien fuera seducida por un hombre poderoso, rico y maduro —Estados Unidos—. Sin embargo, de forma paralela, ésta es también la narración de su propia vida (Santiago, El amante turco), testimonio de la unión de una joven mujer desposeída que fue seducida por un hombre mayor, un influyente realizador de cine.
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EL SÍMBOLO DE LA MADRE DENTRO DE LA CULTURA PUERTORRIQUEÑA
Puerto Rico como otras naciones (Francia y México, por ejemplo) ha creado y construido a sus grandes héroes y figuras míticas representativas [1]. Francia con su célebre cuadro Marianne y su serie de esculturas en cada ayuntamiento representando a la gran nación con los rasgos de la actriz Brigite Bardot. México con la Malinche, la Llorona, la Virgen de Guadalupe, Sor Juana Inés de la Cruz «la Décima Musa», y la soldadera en la Revolución Mexicana, han representado y simbolizado a través de la figura femenina, de diversas formas a la gran madre del pueblo, que es la «Patria» [2]. La madre en Puerto Rico, al igual que en otros países latinoamericanos, representa a la mujer idealizada, incuestionable, respetada y realizada a través de la maternidad. Es la figura que genera la unión y el movimiento en, por, y desde, la familia. Así, «la representación de la escritura femenina de Esmeralda Santiago está firmada por los textos y contextos que giran alrededor de la madre y la excesiva vinculación omnipresente con la figura maternal» (Vanessa Vilches, (Des)madres).
Ya Roland Barthes, lo decía cuando escribió su autobiografía: «un escritor es alguien que juega con el cuerpo de su madre» (Barthes, Roland Barthes). Desde su infancia en Macún, Santurce y San Juan hasta su apartamento en Brooklyn en Nueva York y su posterior vida con su amante turco Ubi, su espacio femenino está íntimamente relacionado con la madre, lo íntimo y lo interior. Pero la madre, en su escritura, es una metáfora de su patria como la mujer, de la tierra en la que nació: la representación de la matriz de lo vulnerable, lo intocable y lo indecible, que al haber sido abusada sexualmente y tomada por la fuerza por el conquistador, ha tenido en sus hijos, el resultado de identidades y otredades confusas y dispersas. La historia no ha sido fácil para esa idea de nación, porque ha sufrido la diáspora, la migración y el confinamiento, al igual que la madre de Negi [3].
Sin embargo, ese cuerpo femenino, analógica y metafóricamente, representado en la madre-nación, aún busca esa propia identidad, como lo señala Félix Jiménez: «Distraído por sus propias abstracciones, Puerto Rico todavía está buscando el cuerpo que desea y que nunca tuvo. El problema en términos puertorriqueños, siempre ha sido una metáfora, un territorio definido por la oposición».( Nancy Noguera, «Cuerpos»). En la obra de Esmeralda Santiago, haber dejado a la patria significaba el rompimiento con la madre–tierra y el pasado; y el desplazamiento de la familia, una fragmentación de su identidad. Su vinculación al seno materno y al útero como algunos otros escritores estadounidenses (Emily Dickinson, Jack London, Henry James, Sherwood Anderson, John Steinbeck y Sylvia Plath, entre otros), desempeña a la figura de la madre y el rol de ella como hija, es lo que prevalece en toda su obra; y muestra esa historia al dibujar las relaciones de poder, en su condición de subalterna y colonizada, dentro y fuera del núcleo familiar.
LAS FIGURAS ADULTAS FEMENINAS: LA ABUELA Y LAS TÍAS
La abuela y las tías representan la extensión del parentesco, que va más allá del núcleo fundamental, y que se amplía a los familiares cercanos y lejanos de la pareja unida. Son los modelos, figuras maternas por excelencia y ejemplos de vida que educan a la pequeña Negi y la forman en cuanto a lo correcto e incorrecto en su visión del mundo. Tienen autoridad sobre los hermanos menores y pretenden formar una opinión sobre los valores o antivalores sociales. Por ejemplo, antes de entrar a la adolescencia, Negi recibe los consejos que le dicen que «tenga mucho cuidado con los hombres», porque «sólo desean una cosa». Además, ella fue advertida por su madre muchas veces, de que los hombres son unos «sinvergüenzas» y que sólo «desean dar rienda suelta a sus frívolos instintos…» (Esmeralda Santiago, Cuando, 56). No obstante y contradictoriamente, las advertencias de su progenitora, la madre de Negi nunca se casó con su padre y luego en Nueva York tuvo varios novios, de los que nacieron dos de sus medios hermanos. En este ámbito de inculcación de la cultura heredada para formar lo femenino, aparece el espacio doméstico y lo cotidiano en el hogar: la cocina. Es el lugar que representa lo suculento. La parte más cálida del hogar, en donde las mujeres conviven cada día, conversan por horas, cocinan los platillos regionales, y buscan y experimentan los sabores de su patria: «Mami y las mujeres hacían pasteles. Guayaron plátanos, guineos verdes, yauiías y yuca y sazonaron la masa. Amontonaron cucharones de la mezcla en medio de hojas de plátano pasadas por el fuego del fogón y le pusieron carne sazonada al centro» (Esmeralda Santiago, Cuando, 176).
Las extensiones parentales cumplen con su función de ocupar y encontrar en un mundo femenino a la figura de la madre en más mujeres adultas, la extensión del matriarcado y la concepción de lo puertorriqueño en el útero del que salió; así lo interior refleja lo privado en lo referente al hogar, como una pertenencia de, por y para la mujer.
LA MADRE: MAMI
En toda la obra de la escritora boricua la distribución de la autoridad por la madre, entre sus distintos miembros está reconocida en dar órdenes y obedecerlas, así como la repartición del trabajo doméstico. La inculcación de valores o antivalores sociales, éticos y morales, influida por el poder y el dominio, ejercido en este caso, por la matriarca, y formando lo maternal y lo matriarcal como la influencia inminente de la madre en la estructura familiar [4]. Mami ejerce el poder y control sobre sus hijos, es decir, con su autoridad lleva y actúa sobre las relaciones familiares, como parte integradora de su existencia. Así, Negi como hija mayor, es señalada por su madre de «su obligación» de cuidar a sus hermanos más pequeños, cuando ésta sale a trabajar como costurera:
Yo no quería hacer ninguna de las cosas que Mami me
pedía que hiciera: darle la merienda a los nenes cuando
regresaran de la escuela, recordarles que tenían que
hacer sus tareas escolares, traer a Edna y a Raymond
de casa de Gloria, cambiar el agua en las habichuelas y
ponerlas a hervir a fuego lento, barrer el piso, hacer las
camas, amontonar la ropa sucia en un canasto, darle de
comer a las gallinas y a los cerdos. Delsa y Norma estaban
dispuestas a ayudar, pero casi siempre rehusaban,
especialmente cuando yo las mandaba hacer las tareas más
desagradables, como cambiarle los pañales a Raymond o restregar
el caldero de arroz. Casi todos los días, minutos antes de que
Mami llegara de su trabajo, yo corría por la casa tratando
de hacer lo que ella me había dicho que hiciera esa mañana.
Y casi todos los días recibía un regaño o un cocotazo por no
haberlo terminado todo. Tú ya estás casi señorita. Debes hacer
estas cosas sin tener que decírtelo. Es que no puedo. Eres una vaga,
eso es lo que te pasa. Te crees que todo se te va dar.
(Esmeralda Santiago, Cuando, 136).
Para la madre de Negi, su hija casi señorita ha crecido y se ha convertido en adulta con responsabilidades, lo cual marca el inevitable paso del tiempo; pero a la vez, ésta continúa siendo un infante, motivo inexpugnable para ejercer la autoridad y mantener vigente el deseo de controlar su vida. Sin embargo, cuando la mujer trabaja como asalariada, la carga recae en los hijos mayores de las familias numerosas, sobre todo, en esos años cuarenta–cincuenta–sesenta.
Uno de los mayores problemas sociales de la madre que sale a trabajar, ya sea viviendo con su esposo o separada de él y con más de un hijo, ha sido la necesidad de encontrar un apoyo para realizar las tareas cotidianas. Al estar temporalmente afuera del hogar, debido a su empleo, ésta delega la responsabilidad de cuidar a sus niños pequeños y bebés en el hijo(a) mayor, abuelas, hermanas o tías. En uno de los episodios, Esmeralda relata que con el sol tropical y las altas temperaturas, las paredes de su casa de latón se calentaron tanto que le quemaron los dedos, al ver eso, su madre aprovecha la oportunidad para reprenderla: «Eso es pa’que aprendas que nunca se toca una pared donde da el sol» (Esmeralda Santiago, Cuando, 9). Luego, cuando ella levanta una tabla que su padre le había pedido que cambiara de lugar, los moscos que habitaban en el pedazo de madera la atacan:
Mi cuerpo estaba cubierto de insectos, enjambrados
dentro de mi chaqueta y pantis, en mi cabello, en los
sobacos. Hasta que Mami los vio, no los había sentido
picar. Pero sus mordiscos formaban zanjas en mi piel
que dolían y picaban a la misma vez. Mami me levantó
y llevó a la tina de lavar ropas… Me empujaba y me
volteaba y sacudía tanto que yo no sabía qué hacer con
mi cuerpo.
(Esmeralda Santiago, Cuando, 13).
La madre en su función disciplinadora reprende a su hija por haber transgredido las reglas, su desobediencia le implica a Negi la contaminación y el castigo. En ese momento, Mami es la ley y representa al poder, el conocimiento normativo en el hogar y a la cultura puertorriqueña. Sin embargo, en las sociedades colonizadas dentro de la tradición narrativa, hay un gusto por la victimización y el castigo, heredado del catolicismo, al tratar de emular la figura del cuerpo de Jesucristo.
Nancy Noguera explica que «el cuerpo manipulado, castigado por fuerzas externas a su voluntad, objeto y blanco de las acciones del poder (maternal, patriarcal, institucional) estará presente a lo largo de la narrativa de Santiago» (Nancy Noguera, Nación,) pero también en la historia de los colonizados, quienes están en desventaja, porque su cuerpo es ejercicio del poder del dominador. Esmeralda Santiago expone de forma análoga, la relación madre–hija, como uno de los papeles más cuestionados dentro de las actuales escritoras hispanas en los Estados Unidos. La hija como subalterna y víctima de la opresión que busca perpetuar un estereotipo idealizado en un contexto de sujeción. En este sentido, la sutil violencia psicológica ejercida a través de las relaciones entre madres e hijas, y/o dentro de la familia y de las que es muy difícil hablar explícitamente, se da porque en la cultura puertorriqueña, y en general en la latinoamericana «la hija sigue siendo hija mientras permanezca con la madre, aún siendo adulta, por lo que deberá obedecer siempre». Y que se explica a través del binomio poder–obediencia como la de jefe–subalterno; es por ello que en esos países, la mujer desde muy joven, busca su «independencia» a través del matrimonio.
LA FIGURA PATERNA
Esta figura, la paterna, podía considerarse como el jefe de la familia con autoridad que cumplió con sus responsabilidades. Sin embargo, la esposa o compañera de éste, siempre lo rebasa al contradecir, inconformar [sic], cuestionar, negar y alterar desde los actos más insignificantes hasta los más decisivos de sus vidas. No obstante, el psicoanálisis determina que si el padre es ausente, no sostiene su función real. Lacan señaló que el papá amable y esposo discreto es generalmente carente, a pesar de su constante presencia: «Los que adquieren valor simbólico a partir de esta intervención son los mitos y los fantasmas con respecto a él» (Jaques Lacan, La relación).
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