Sociedad Cronopio

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Politica Mexicana

EXPRESIONES DEL DISCURSO MEDIÁTICO EN EL CONTEXTO DE LA POLÍTICA MEXICANA

Por Georgina Paulín Pérez*

Uno de los problemas cruciales de la comunicación mediática reside en los principios industriales que sustentan la estructura de los llamados medios de comunicación de masas; y simultáneamente orientan sus estrategias discursivas hacia la comercialización de todo objeto de cultura, anulando así su estatuto humano, y consecuentemente propiciando prácticas deshumanizantes.

Pero, más allá del asunto de las estrategias comunicativas, el problema de la racionalidad mercantil no sólo se circunscribe a la construcción simbólica de los medios controlados por publicistas y mercaderes, se extiende a los ámbitos de la vida cultural, social, individual; se incrusta en las instituciones de la familia, de la educación, del Estado; se manifiesta en los discursos oficiales, académicos. En fin, aunque no todo producto y proceso social están mediatizados, ni terminan en el discurso mediático, sus pretensiones globalizadoras impactan seriamente en los sentidos y significaciones de la vida humana; en la definición de las formas de imaginar la realidad, de construir un relato sobre las sociedades, de contribuir a la educación emocional y política de los públicos.

Esta voracidad mediática rediseña y transforma las «imágenes públicas de sentimiento que sólo pueden suministrar el rito, el mito y el arte» (Geertz, 1997), en nuevas imágenes con las que ahora se modela el mundo de lo efímero. No sólo el opuesto sino lo contradictorio al mundo arquetípico que hace posible la continuidad del pensar «(que sistematiza nuestras reacciones emocionales en actitudes con distintos tonos emotivos y […] que confiere cierto sentido a las pasiones del individuo. En otras palabras: por obra de nuestro pensamiento y emoción tenemos no sólo sentimientos sino una vida de sentimientos» (Geertz, 1997), que en el contexto mediático se transmuta en una vida novelada, donde los sentimientos, pensamientos, obras, acciones, etc., se fabrican por serie y se venden mercantilmente. De hecho, en ese espacio todo se escenifica; ahí, el papel público de mujeres y hombres, e igualmente las imágenes correspondientes, se convierten en mercancía altamente redituable.

Así pues, la finalidad del presente texto es descubrir algunas «verdades» que se ocultan en expresiones del discurso mediático en el contexto de la política mexicana. Por supuesto, no se soslaya la necesidad de reconocer que uno de los problemas que se plantea en términos de las manifestaciones comunicativas mediáticas (masificada/desmasificada), tiene que ver con lo esencial de esos fenómenos, lo que lleva a considerar cuestiones tales como: ¿cuáles son sus rasgos particulares?; ¿qué fines y metas se persiguen?; ¿cuál es el complejo simbólico desde donde se representa el mundo, y se le da sentido a la vida?; entre otros interrogantes.

Estas preguntas, que han ido orientando una investigación más amplia, permiten ahora ordenar la información de este texto en: 1) referencias sobre el tema de la comunicación mediática (masificada/desmasificada), a la luz de las cuales poder contextualizar 2) ensayos de lectura sobre «expresiones» de discursos y «escenificaciones» (mediáticas) de la «política mexicana». Sin embargo, es importante subrayar que no se trata de una relación exhaustiva, ni conceptual, tampoco empírica, y mucho menos de un análisis político sólo de un reconocimiento de imágenes que en lo personal estimulan reacciones encontradas: desde la angustia por el sometimiento y control de la «realidad mediática», hasta la esperanza de un ideal que de antemano se nos presenta inalcanzable; y de la misma manera evocan experiencias subjetivas que llevan a contextos discursivos diferentes. Pero, más allá de esos objetivos, el interés por comprender problemas humanos (en el espacio de la globalización) se orienta también a la denuncia de las amenazas que entrañan los mitos de «la modernización redentora» y del «desarrollo» (productividad/competitividad) como nuevo «universal humano».
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LA COMUNICACIÓN GLOBALIZADA (MASIFICADA/DESMASIFICADA)

En ese tenor de propósitos, es importante aludir a momentos históricos que fertilizaron el ambiente para la comunicación globalizada. De hecho, después de la experiencia generada por el conflicto de la Primera Guerra Mundial se refuerza la convicción por parte de sociólogos, politólogos, historiadores —sobre todo estadounidenses— de la necesidad del control estatal de las masas; y, de la misma manera, se nutre la creencia sobre el valor estratégico de la propaganda como medio de «educación popular» para, en todo caso, mantener «la moral», estimular el «idealismo democrático» (P. Thomas Moon, 1925), fomentar «la solidaridad social», fabricar «el consentimiento de las masas» (Lippman & Lasswell, 1927), entre otras pretensiones.

De hecho, el contexto de posguerra resultó un espacio fértil para la función de los medios de difusión masiva en la construcción nacional de la naciente sociedad estadounidense. Como consecuencia, en el ámbito de la producción cultural, se generó la confrontación entre el ideal europeo de alta cultura, y el modelo estadounidense de cultura masiva y masificada; esta última propiciada por medios de alta tecnología, que en su dinámica de difusión masiva representan y promueven prácticas modernas de imposición y dominación hegemónicas que se nutren de la racionalidad industrial y se materializan en la circulación mercantil de toda producción simbólica.

Luego, los medios masivos de comunicación, al constituirse en el cimiento simbólico de una sociedad, se erigen como depositarios y formadores de cultura: en otras palabras, establecen un complejo sistema de comunicación y representación del mundo que, vinculado con la dinámica de la industria, configuran una realidad (mediática susceptible de ser consumida por los individuos de la sociedad) para afirmar y nutrir la ideología empresarial de las clases dominantes.

De los múltiples problemas originados, condicionados o consecuentes por las prácticas globalizantes de empresas multinacionales, resaltan los derivados de las características particulares de tales empresas; pues, en virtud de que su administración se sujeta a un modo de gestión centralizado en un mercado mundial, sus acciones, disposiciones y decisiones obedecen a su propio interés mercantil. De suerte que el poder de estas empresas trasciende los límites de su país de origen, y también el ámbito económico, pues se extiende propiamente a los espacios político, ideológico y psicológico.

De esta manera, las multinacionales no sólo atentan contra la soberanía política de los países de origen e igualmente contra los intereses de las naciones receptoras, sino además afectan el imaginario colectivo, influyendo asimismo en el inconsciente individual.

A todo esto, precisa añadir que entre los sujetos o actores que han contribuido con la elaboración de esta ideología, así como también en la validación de esa racionalidad, destacan los grandes grupos de comunicación, en virtud de la penetración de los modelos de comunicación empresarial en el conjunto de las instituciones sociales y también por su visión instrumental de la cultura.

En ese contexto, desde las últimas décadas del siglo XX se vive, experimenta y propicia, un complejo sistema de comunicación y de representación del mundo, promovido por los llamados medios de comunicación de masas, y más recientemente denominados «medios de comunicación desmasificados» (Toffler, 2000).
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De hecho, la base principal de representación de los medios masificados y desmasificados, no procede precisamente de fuentes primarias; por el contrario, resulta de una mezcla de imágenes sometida a los ritmos de la industria de los medios, para uniformar y estandarizar modos diversos de vida, bajo la hegemonía de un macrosistema tecno–económico, que promueve, condiciona y fortalece un tipo de comunicación carente de sentido social de la realidad político–social.

LA COMUNICACIÓN MASIFICADA

El enfoque histórico de Alvin Toffler (2000) plantea el desarrollo de la humanidad dividido en tres etapas (Olas); cada una de ellas sugiere una «revolución» científico/tecnológica en los modos de satisfacer las necesidades sociales y, específicamente, en las estrategias de explotación de los recursos naturales y humanos. Así, la «primera ola» se refiere al feudalismo; la «segunda ola» al desarrollo industrial; y la «tercera ola» nos muestra, en términos especulativos, la era de la informática. En esta última etapa, Toffler señala que los medios masivos, por encima de cualquier otro medio, se accionaron bajo los parámetros de la producción en serie, y por tanto del consumo en serie.

Pero, por encima de cualquier otro, dos fueron los principios esenciales del industrialismo que propiciaron las transformaciones de las formas expresivas: por un lado, la «especialización», la cual redujo el abanico de posibles relaciones humanas —incluso en el ámbito de la educación— a la dicotomía productor/cliente; por el otro, la «uniformización» [sic], inicialmente comercial/administrativa, pero cuya consecuencia trajo la uniformización de los lenguajes, en detrimento de los dialectos regionales, sustituyendo así los idiomas «no–uniformados» por los «uniformados» (inglés, francés…), en términos de mercado.

En el ámbito de los medios masivos, la uniformización implica, además, la uniformización de los posibles comportamientos y relaciones sociales en la composición de los mensajes. De ahí que, los objetos —de innegable sustento cultural— empleados como factores de mercado, o bien como objetos mismos de consumo, adquieren una re–presentación diferente: son extraídos de su contexto cultural inicial, el cual los hace presentes dotándolos de sentido, para ser re–presentados en un contexto mercantil que, de principio, resulta opuesto al contenido cultural inicial del objeto.

En otras palabras, la comunicación mediática y sus intermediarios no asisten a las necesidades experienciales que supone una comunicación cara a cara; sino, más bien, a las propias de una cultura que ha sustituido la situación por la dispersión espacial, en tanto mantiene como esencial el factor de inmediatez en el proceso comunicativo. Es decir, las necesidades de una cultura cuyas fuentes de experiencia son buscadas, y valoradas en alto grado, en la explosión informativa que otorgan los medios masivos: la cultura mediática, pues, donde las experiencias son «mediadas», y no vividas —y difícilmente convividas—.

LA COMUNICACIÓN DESMASIFICADA

La dispersión espacial en la transmisión de información, generada por los medios masivos, se convirtió en tierra fértil para un proceso consecuente: la globalización. Cimentada a partir de la extensión transoceánica de los mercados (internacionalización), y con el paulatino establecimiento de organismos y empresas de presencia multinacional (transnacionalización), la globalización se define como «un nuevo régimen de producción del espacio y del tiempo […] más que un orden social o un único proceso, es resultado de múltiples movimientos, en parte contradictorios, con resultados abiertos, que implican diversas conexiones ‘local–global’ y ‘local–local’(…)» (García Canclini, 2000).

Así pues, es una etapa, según García Canclini, donde convergen procesos económicos, financieros, comunicacionales y migratorios que «acentúan la interdependencia entre vastos sectores de muchas sociedades y genera nuevos flujos y estructuras de interconexión supranacional». Por tanto, es necesario considerar la globalización como una consecuencia inevitable de la sociedad industrial. Y en este sentido, los componentes que permanecen inmersos en este «globo» capitalista no escapan, esencialmente, al mismo proceso que les dio existencia, generando dentro del sistema una contradicción: la «desmasificación» en los componentes, y entonces el rompimiento de la «unidad» global.

Luego, los medios masivos se encuentran inmersos en una dinámica diferente del sistema industrial centralizador que les dio origen, pero que se desarrolla en el propio campo trazado por aquellos. En su función unificadora del globo «los medios de comunicación de masas, lejos de extender su influencia, se ven de pronto obligados a compartirla. Están siendo derrotados en muchos frentes a la vez por lo que […] llamo […] medios de comunicación desmasificada» (Toffler, 2000).
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En consecuencia, se ha generado una sinergia social en donde cualquier persona es capaz de construir, potencialmente, su propio medio; proliferando, así, la multiplicidad de medios locales. Con la creciente diversificación de medios se gestó, por tanto, una dispersión de la información: generando con ello una multiplicidad de imágenes del mundo; realidades que integran, en el último de los casos, una continuidad real, pero sólo existente de forma tangible en la diversidad de sistemas y medios de información (masivos y electrónicos).

Esta continuidad cambia sustancialmente las formas de expresión y relación humanas: el desarrollo tecnológico de las redes y de los sistemas comunicacionales ha cerrado el ciclo de información, dotando a los medios de una renovada capacidad para dar y recibir respuestas. Se materializa, entonces, la propuesta teórica de la retroalimentación, formando con ello una imagen de trascendencia social, el pináculo de las ideas globalizadoras: la simulación de interacción.

DISCURSOS Y ESCENIFICACIONES MEDIÁTICAS DE LA POLÍTICA MEXICANA

Los discursos oficiales mexicanos, particularmente los expresados a partir de 1988, bien pueden contemplarse como un gran entramado de las fuerzas que tejen nuestros destinos. Pero, la urdimbre de esos discursos, más que un alumbramiento de formas nuevas se ha constituido en estratagema «penelopiana». De hecho, los discursos son el escenario y telón de fondo donde se representa la lucha de los contrarios; se exhibe el resentimiento y sentimiento de culpa de los débiles y se activa la obsesión por reunificar y pacificar los elementos antagónicos.

Sin ir más lejos, obsérvese la continuidad del «mito de la unidad» (Dumoulié, 1996) en la presencia de los siguientes enunciados que lo hacen presente:

«La disposición al diálogo fortalece la Democracia, […] debilita el autoritarismo. […] Construir la democracia […] sin rencores ni prejuicios, […] construir la armonía y pluralidad […] unidos en una convicción democrática para alcanzar consensos, […] un logro de todos, […] democracia para la unidad» (Presidente de la República Mexicana, del Partido Revolucionario Institucional: «Mensaje a la Nación»; 5 de febrero de 1995).

«Ha llegado la hora de trabajar unidos por México. […] Hoy el mandato de las urnas es el de la unidad en la pluralidad. […] Mi gobierno estará regido por la apertura, por el respeto a las ideas, por la paz, por el diálogo y por la unidad» (Presidente Electo de la República mexicana, del Partido Acción Nacional; Mensaje del 10 de septiembre, 2006).

«Es tiempo de mirar hacia delante, de construir, de avanzar unidos. […] Juntos todos, por encima de nuestras diferencias, hagamos realidad la gran hazaña, la de transformar a México» (Presidente Electo de la República mexicana, del Partido Revolucionario Institucional: primer mensaje; 1 de septiembre del 2012).
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La insistencia por reencontrar la «armonía» es común en discursos de presidentes del partido (PRI) que «sentó sus reales» en nuestro país desde 1929; y también en los del partido (PAN) que escenificó el «cambio» (2000-2012) durante los doce años que con gran esmero cultivó el terreno para el regreso del «nuevo» PRI. Pero, en la «unidad» coexiste la «pluralidad», y esta contradicción hace desobedecer la «Ley del Uno», imponiendo la propia diferencia y, al hacerlo, más se afirma la existencia del «otro». Por eso, el llamado a la unidad siempre será causa de anarquía y violencia.

No obstante, en lugar de resolver la diferencia, los partidos en el poder, que en sus momentos respectivos se asumen como portadores del «pensamiento único», ejercen chantaje sobre toda reflexión crítica: pues en nombre de la modernización, del realismo, de la responsabilidad, de la razón y de la inevitable evolución modernizante, arrojan en las tinieblas de lo irracional todo aquello de quienes rehúsan aceptar que el «estado natural» de la sociedad es el mercado.

Muestra de lo anterior es la propaganda de cada uno de los partidos mencionados; en el caso del PRI, se puede ejemplificar con la campaña que se transmitió (abril, 1997) por canales televisivos mexicanos:

«Sí se puede perder todo de la noche a la mañana: tu
familia, tu educación, tu trabajo… lo haz logrado con
esfuerzo y experiencia.

El PAN y el PRD ofrecen un cambio como por arte de
magia, esto no es posible, y se arriesga lo que tenemos.
Tú decides el futuro de México. Vota por el PRI. Porque
México eres tú, México es primero».

Los siguientes enunciados del «spot» que también se difundió por televisión (2006) ilustran el caso del PAN:

«Este es el segundo piso de la ciudad de México.
¿Cómo pagó López Obrador (PRD) por él? Se
endeudó. ¿Las pensiones? Se endeudó. Triplicó la
deuda del DF. Si llega a presidente nos va a endeudar
más y vendrá una crisis económica, devaluación,
desempleo. Estos son los grandes planes de López
Obrador, un peligro para México».

Esta propaganda no oculta el chantaje emotivo, ni vela su mensaje intimidatorio, y mucho menos disimula la imposición de su «diferencia»; contribuyendo, con ello, a avivar el conflicto de la contradicción.

Pero eso no es sino consecuencia de la confusión que tales partidos y sus cuadros dirigentes han propiciado desde 1970, cuando empezaba a perfilarse el modelo neoliberal, que contempla la competencia de los mercados como la única fuerza motriz. Paulatinamente, se introduce en México el modelo progresista y modernizante, cuya idea de superación sustenta y dirige la disposición y planificación técnica de la naturaleza; buscando siempre resultados que aseguren la supervivencia del sistema, reduciendo todo al «valor de cambio».

Desde luego, las bonanzas auguradas por el cambio se han quedado en el «olvido» de los «benefactores» pero no en la realidad existencial de los favorecidos hipotéticos, por lo que se ha hecho imperativo legitimar la «racionalidad mercantil»; para ello, no escatiman en toda clase de ardides publicitarios.

En este tenor de ideas, es importante hacer notar que el mito representa una de las formas medulares que adoptan los mensajes, para mantener y validar los diversos tipos de discurso con los cuales se experimenta, manifiesta, valida, retroalimenta y utiliza el poder público. En efecto, el mito (Barthes, 1991) en tanto lenguaje de connotación, utiliza los signos (significante y significado) de la lengua natural, como significante o expresión de su propio sistema.

Este significante del segundo sistema, está constituido a su vez por un sentido que se llena con el contenido del primer signo y así mismo con una forma vacía; además de construir un nuevo significado o concepto; donde, finalmente, la unión de todos estos elementos origina un nuevo signo.
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En estas relaciones pueden darse diversos usos y lecturas del mito, a saber: 1) cuando el nuevo concepto llena la forma del signo–mito y lo convierte en un símbolo; tal es el uso del productor de mitos, quien a partir de un concepto le busca una forma. Para ilustrar este uso, sirve la propaganda (mayo, 2005; septiembre 2012) del gobierno mexicano del cambio, que se transmitió por medios televisivos, donde indígenas en su lengua materna (indígena), además de actores, ingenieros, enfermeras, obreros, todos ellos no indígenas, alaban los beneficios recibidos por el gobierno del Presidente en gestión, aquí el signo «los indígenas», «actores», «ingenieros» (quienes reciben y agradecen), se puede leer como la forma que representa el símbolo del cambio; 2) en el mismo ejemplo citado, el concepto también puede deformar el sentido y la forma del signo–mito, luego quien distingue ese sentido, esa forma y la deformación, puede deshacer la significación del mito, y entender que los indígenas, actores, ingenieros (que reciben y agradecen) son la coartada del gobierno del cambio; y 3) en el ejemplo aludido, se puede leer el mito tal como se presenta su significante; esto es, su sentido y forma se contemplan como un todo, y entonces aquí el signo —los indígenas, actores, ingenieros  (quienes reciben y agradecen)— es, para el consumidor de mitos, la presencia del gobierno del cambio.

No obstante, amerita detenerse en algunas imágenes del «partido del cambio».

En el 2000, «año del cambio mexicano», aparece en escena su primer protagonista, quien ofrecía una imagen redentora de nuestro mundo; el «anarquista» (Dumoulié, 1996) que llamó al restablecimiento del orden, pero provocando la exaltación de las diferencias para arrojar la estructura organizada del priísmo al caos. En efecto, ese hombre blanco, fuerte, alto, descendiente de europeos y estadounidenses, que gesticula, habla y viste como «ranchero mexicano», fractura no sólo la «figura engomada» sino el discurso obsesivo de la «unidad» de los políticos y presidentes priístas; como se ilustra en los siguientes fragmentos:

«En una sociedad plural no cabe la intransigencia,
las visiones únicas ni las verdades absolutas […]
la diversidad es el fundamento de nuestro futuro […]
la mayor cosecha es la que crece del híbrido de distintas
semillas, porque aún la naturaleza obtiene la mayor
fuerza de la diversidad» (Presidente de la República
mexicana, del Partido Acción Nacional; discurso de
toma de posesión; 1° diciembre, 2000).

El «éxtasis deleitoso» en el que cayeron los seguidores de este personaje fue evidente no sólo por el júbilo de su victoria en la contienda electoral, sino en el ánimo de muchos hombres y mujeres «de razón» (entiéndase académicos universitarios). En esos momentos era imperceptible la parte sombría de su personalidad, aunque las señales se encontraban ya en su discurso «belicoso», pues en el transcurrir de su mandato se fue haciendo evidente la actuación de alguien que representaba «su propio papel»; el del «ranchero mexicano» inculto o majadero (como en su momento él mismo calificó). De hecho, sus analogías con el campo no fueron sentidos figurados para expresar con elegancia el pensamiento de un estadista sabio, sino el recurso inmediato de quien no tenía más competencia cognitiva que sus vivencias campiranas; así como aquella película «Bienvenido Mr. Chance» (1979, dirigida por Hal Sabih), en la que Peter Sellers protagoniza las aventuras de un jardinero en el mundo exterior del que sólo tiene conocimiento a través de la televisión y de su experiencia en el cultivo de las plantas, pero que con sus aparentes metáforas logra engañar a muchos haciéndoles creer que es un gran político.

De hecho, la confrontación de sus debilidades con el deseo por mantener «su imagen redentora» y sobretodo continuar libando las mieles del poder, fueron configurando un escenario crítico para la supervivencia de este personaje y, peor aún, para el «cambio» mexicano. Sin embargo, ¡surgió un «milagro»! la vocera de la presidencia se convierte en su libertadora, quien hasta el final de su mandato le redimió de sus culpas y tensiones gobernando al unísono con él; por eso, fue presa fácil del «embrujo» de su colaboradora convirtiéndola al año de su gobierno en su consorte, y consolidando con esta unión la integración de su virilidad en lo femenino. Momento crucial que si bien puso en solfa la mascarada del cambio, generó el escenario para la aparición del discurso del poder femenino, o el de las «mujeres empoderadas» (como la misma «Primera Dama» designó y encabezó): mujeres blancas, que en su vestimenta y artificios cosméticos, muestran las bondades de la civilización («máscaras» divinas, liberadoras, regeneradoras, estereotipadas… que buscan cubrir lo que son, para descubrir lo que quisieran ser), y en cuyas locuciones expresan su querencia por el poder público, como capacidad del fuerte para defenderse a sí mismo y defender a otros (débiles incapaces de protegerse) del sufrimiento de la injusticia; por ello, el sentido de su vida es la consecución del mayor poder, y en efecto no menoscaban esfuerzos para lograr acrecentar su poder aunque esto signifique generar injusticia y sufrimiento.

De manera que al final de este período presidencial, ni se promovió el cambio revolucionario, ni se reordenaron las diferencias; por el contrario, se mantuvo el viejo orden pero con una novedad: las diferencias ideológicas, socioeconómicas se recrudecieron haciendo posible la manifestación plena de las hostilidades entre los contrarios.

Así, el nuevo sexenio (2006–2012) comienza con una ambientación extraordinaria para resaltar la figura y fortalecer la imagen de un personaje (perredista) cuyos parlamentos no coincidían y tampoco admitían los contenidos centrales del «guión» que los demiurgos habían planeado con antelación.

De hecho, el caos que dejó la pareja presidencial del sexenio anterior, y el peligro que representaba este opositor, tensaron tanto las relaciones entre directores, productores, guionistas y consumidores de la gran «obra del cambio», que casi fue imperceptible la entrada en escena de un nuevo protagonista (por supuesto, del Partido Acción Nacional), cuya figura y apariencia radicalmente opuestas a las de su predecesor (bajo de estatura, moreno y no bien agraciado, que vestía y gesticulaba como el «oficinista simpático» que busca congraciarse con quien conviene hacerlo), permitió distraer la atención puesta en la triste actuación de aquél, y convertir la suya propia —así como la misma competencia por la «silla presidencial»— en el nuevo «circo» para entretener a los mexicanos, y ocultar la simulación de la contienda electoral.

Desde luego, no se menoscabó la potencia del contrincante perredista y tampoco las estrategias para eliminarlo; desde la realización de ritos del culto cristiano hasta propaganda cuyos mensajes intimidatorios y chantajes emotivos exacerbaron el temor por los «rojillos» y la hostilidad hacia sus seguidores.
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Finalmente, el «milagro» llegó para la «gente de bien» (léase los «no muertos de hambre» ni «nacos», según calificativos —en su expresión afirmativa— de panistas hacia perredistas); sea como obra de la divinidad o de un genio maligno, las instituciones, organismos e instrumentos de alta tecnología, encargados de contabilizar y validar la elección, unieron esfuerzos para otorgar el triunfo al nuevo protagonista del cambio. Sin embargo, la parodia fue tan evidente que durante todo su periodo presidencial tuvo que cargar con el estigma de su ilegitimidad.

Pero, a pesar del comportamiento audaz y discurso osado de este actor, sus resentimientos y sentimientos de culpa continuaron fortaleciendo el lado obscuro de su personalidad, aunque fueron haciéndose evidentes en su obsesión por reunificar y pacificar a los contrarios; tal como se ilustra en los enunciados subsecuentes:

«Llegó la hora de la unidad […] encontrar de nuevo el
camino que nos une […] estar unidos de cara a la nación,
porque sólo unidos podremos vencer […] unidos
haremos crecer […] unidos educaremos […] unidos lograremos […]
un proyecto que nos una a todos» (Presidente Electo
de la República mexicana del Partido Acción Nacional:
Discurso del 5 de septiembre, 2006).

No obstante, lo más dramático de su gobierno son las acciones compensatorias de su debilidad e impotencia. En efecto, los tres asuntos prioritarios que propuso como presidente electo: el combate a la pobreza, la seguridad pública y la generación de empleos, fueron precisamente los espacios donde pudo probar y contemplar pruebas «sangrientas» de su poder.

De hecho, en su auto–nombramiento como «presidente del empleo» y en su «declaración de guerra» contra el crimen organizado, preludió la exteriorización de su ánima negativa como «demonio de la muerte».

En su «guerra» contra el crimen organizado, buscó a través del «imperio de la ley» una estabilidad artificial, que sólo ha permitido afirmar en la bestialidad y el horror la existencia de la delincuencia, recrudeciendo en la tiranía y violencia la imposición hegemónica de los «servidores» del orden público, cuya barbarie está representada en las más de cien mil muertes (estimadas) ocurridas por este conflicto bélico.

Como «presidente del empleo», asestó un primer golpe a la clase trabajadora cuando decretó la extinción del organismo descentralizado Luz y Fuerza del Centro (11 de octubre de 2009); lo que representó el desempleo de miles de trabajadores; así como la privatización de la industria eléctrica nacional y con ello la posibilidad de negociar la fibra óptica; pero, sobre todo, fue una estrategia para denostar y debilitar los logros obtenidos para la clase trabajadora, en uno de los Contratos Colectivos de Trabajo más emblemáticos del país, pues encarna un momento histórico (década de los 30 del siglo XX) de lucha por el Derecho y la Justicia del trabajador; así como el espíritu de cuerpo que los solidarizó y les permitió liberarse de la explotación de la clase empresarial extranjera. Finalmente, este actor concluye su «mandato» con una «iniciativa preferente de reforma laboral», que a decir de muchos es su última embestida a la clase trabajadora, y para otros el remedio para los negocios de los empresarios y la productividad de sus empresas.
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Así las cosas, los mexicanos comenzamos otro período presidencial (2012-2018) con un nuevo personaje priísta, que ahora busca protagonizar la «modernidad»; esperaremos pues la nueva telenovela cuyo título suponemos algo así como «el imperio (de la racionalidad mercantil) contra–ataca».
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* Georgina Paulín Pérez es Licenciada en Ciencias Sociales (UNAM), esécialista en Artes liberales en Humanidades (Ateneo Filosófico A.C.) y magister en Ciencias de la Comunicación (UNAM). Es investigadora titular A, de Tiempo Completo en el Instituto de Investigaciones Sociales/UNAM. Ha publicado ocho libros sobre asuntos relacionados con el tema del Lenguaje. Más de cuarenta artículos publicados en revistas nacionales e internacionales sobre los temas Sociolingüística, Lingüística, Semiología, Comunicación, Educación y Cultura.

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