EL TANGO EN LA OBRA DE JARDIEL PONCELA (Segunda entrega)
Por Ricardo Ostuni* y Luciano Londoño**
Click aquí para leer: EL TANGO EN LA OBRA DE JARDIEL PONCELA (Primera entrega)
3. JARDIEL PONCELA Y AMORES QUE LE HICIERON SUFRIR
«Ya el otoño llegó, y aún busco aquella
novia lejana cuyo cuerpo leve
es un lampo de rosas y de nieve
en que embrujada se quedó una estrella.
«Y aunque no pude ni encontrar su huella,
y los inviernos de la vida en breve
escarcharán mi sien, algo me mueve
a seguir caminando en busca de ella.
«Mas pienso a veces que quizás no existe
y que jamás sobre la tierra triste
podré con ella celebrar mis bodas,
o que este loco afán en que me abraso
la busca en una sola, cuando acaso
se halla dispersa y difundida en todas».
(Difusión. Eduardo Castillo —colombiano— 1889-1938)
La hija de Enrique, Evangelina, dice que su padre era muy celoso y que: «Fue un gran mujeriego pero quiso intensamente a dos mujeres. Una: mi madre (Josefina Peñalver). ¿La otra? el gran amor del que estoy hablando. Carmina (Baus).
«Dos mujeres, por cierto, muy parecidas. Las dos de una
gran personalidad; las dos valientes para enfrentarse con
la vida; muy decididas, muy graciosas y muy inteligentes.
«Hubo muchas mujeres en la vida de Jardiel pero mujeres
que no le marcaron, que no dejaron huella…»
En general, a Jardiel Poncela nunca le atrajeron las muchachas honestas y sencillas, ni para la vida ni para sus obras. Tuvo siempre muchísimas relaciones sentimentales, todas muy femeninas pero nunca le atrajeron las excesivamente intelectuales: «Nunca he sentido el impulso de casarme con doña Emilia Pardo Bazán».
Y aún cuando vivió con su compañera inseparable Carmen Sánchez Labajos (lo cual sucedió a partir de 1931 y hasta el final de sus días) no dejó siempre de tener otros amores, entre ellos la actriz Carmina Baus, quien lo abandonó en Buenos Aires, en la gira de 1944, por un boxeador exitoso.
Carmen Sánchez Labajos fue para Enrique madre, esposa, amiga, compañera, musa y crítico. De ella se dice en una cronología del escritor que la conoció en 1931, en La Granja de San Ildefonso (Segovia), que pronto y hasta el final de sus días será su fiel y segura compañía sentimental. De esta relación nacerá la segunda hija de Enrique, Mary Luz. De ella dice Evangelina Jardiel Poncela: «Era una persona muy buena, muy tierna. No fue un flechazo por parte de Jardiel, ni un gran amor al principio, pero luego fue para él la compañera necesaria en los momentos bajos. Fue quien le acompañó siempre que la necesitó, fue la mujer que más le amó profundamente. Fue, en fin, la mujer que estuvo con él hasta que se fue». Y también a ella aludía José López Rubio cuando escribió: «Y no es que faltase en su vida y en su muerte, para lo bueno y para lo malo, para la salud y para la enfermedad, la mujer completamente distinta, callada, suave, dulce, resignada».
En palabras de Evangelina, Enrique «fue un padre sensacional, es de lo único que puedo hablar con conocimiento directo de causa. (…)
«Antes de morir, nos dijo a Mary Luz y a mí que tenía dos hijos, desconocidos para nosotras (…) Creo que ignoran que son hijos de Jardiel. Sé que uno es catalán y el otro mexicano y que se llaman Enrique y Mario, me lo dijo él. En realidad de este asunto sólo sé lo que nos dijo y lo que dejó él escrito en su carta a Altabella sobre su mujer interior:
«En 1926 vino la tercera experiencia, una maravillosa mujer (…) Cerca de tres años de idilio, una hija (que ahora tiene diecinueve años) (…) A finales de 1931, la siguiente experiencia me dio el segundo hijo, un niño cuya existencia no conoce nadie porque se lo llevó su madre y le ha alejado del mundo en un rincón de la Cataluña pirenaica, va a cumplir dieciséis años. (…) Hubo otra experiencia, una muchacha dulce y suave (…) llevaba en las entrañas el germen del tercer hijo, una niña que ahora tiene catorce años. En 1934 otra vez América, el cuarto hijo, otro varón».
Evangelina deja, además, unas líneas reveladoras sobre cierta obsesión de su padre: «Pasó su vida buscando una mujer ideal que no encontró, esto le hizo sufrir mucho, (…) buscar una «mujer ideal» que sólo existía en su mente y que no encontró jamás.
«El mismo llegó a comprender que siendo un hombre con tanto atractivo para las mujeres aquello no era normal. Aquel ansia suya por encontrar su mujer prefabricada por su yo más íntimo, y que en realidad no podía existir.
En realidad, no hace más que repetir lo que Jardiel Poncela le confiara a un periodista: «…deseo y quiero desde la adolescencia a una «mujer interior» (…) mi mujer interior, en la que hay un complejo de Edipo clarísimo, pues buscándola a ella no hacía otra cosa que buscar a mi madre».
El libro tiene muchas otras líneas reveladoras de esa obsesión de Jardiel Poncela: «La noche que le enterramos fuimos mi hermana, su madre y yo las que (…) quemamos en la lumbre del fogón aquellas fotografías y aquellas cartas que eran testigo silencioso de su búsqueda constante de «su mujer interior» y, sobre todo, prueba fehaciente de sus éxitos amorosos (…)
«Ramón Gómez de la Serna (…) escribía un párrafo muy interesante para empezar la historia del último gran amor de mi padre: Carmina, su última ilusión.
«… a sus hermanas les debo una confidencia que recibí en carta de su puño y letra fechada el ocho de marzo de 1949 refiriéndose a su vida durante los años 45, 46, 47, 48 y los comienzos del 49. Dice textualmente:
«En estos cuatro años y pico la vida mía sólo ha sido un sufrimiento desarrollándose día a día, como una boquina de papel continuo. Ya, ahí, en Buenos Aires, había empezado poco de llegar mi sufrimiento, la causa ya la supondrá: una mujer.
«Por ese sufrimiento, nacido entonces, no quise hablarle entonces de eso y no le hablaré nunca; porque usted sabe ya todas las réplicas de uno y otro interlocutor en esa clase de diálogos. ¿Y para qué hablar de lo que está hablando desde el primer albor humano? Hoy, ahora, aludo a ese asunto como aclaración a mi silencio epistolar de los cuatro años transcurridos, pues ya lo sabe usted, también , también esos sufrimientos morales con la razón de toda pérdida de salud y a lo largo de esos cuatro años he sido un enfermo constante de varias cosas… En suma no he levantado cabeza en lo físico en todo ese tiempo y en lo literario no he hecho más que trabajar para comer. Ya se imagina, igualmente mi infierno ¿verdad? Pues ni una palabra más».
Sobre este mismo asunto, continua diciendo Angelina: «Unos meses después de su vuelta de Buenos Aires, una mañana sentados en la terraza del desaparecido café Marfil en la calle de Alcalá, me dijo mi padre:
«—No me importaba nada, ni vosotras. Si hubiere aceptado me hubiera casado con ella».
Más adelante dice Angelina: «A ella la traté después; era bellísima y muy graciosa, (…) … me contó como Jardiel la tuvo cuatro meses metida en casa cosiendo. (…) «…y pasaba las horas muertas mirándome coser sentado frente de mí. El caso era que no saliese de casa, como era tan celoso».
«A Carmina, ese último amor de Jardiel, la volví a ver después de su marcha y me dio las fotos y cartas que conservaba de él, porque según ella, debía tenerlas yo.
«Jardiel recordó mucho en sus últimos días a aquella mujer magnífica. (…)
«Carmina le inspiró su comedia Agua, aceite y gasolina que escribió en 1946, la comedia, en realidad es biográfica 100 por 100 (…)
«A su último gran amor no le dedicó ningún libro pero basta Agua, aceite y gasolina, la comedia que ella le inspiró.»
En la comedia «Agua, aceite y gasolina», el protagonista entra un estado cercano a la locura, tras ser traicionado por su amante, con la que tenía planeado fugarse y que no aparece en la cita prefijada para la fuga en una gasolinera. Preocupados por el comportamiento del protagonista, sus amigos consultan a un médico, el cual sugiere, como solución, que una muchacha semi-analfabeta se haga pasar por la refinada amante ante los ojos del protagonista debido a su enorme parecido físico, y éste pueda así recuperar la cordura.
Y sigue Evangelina: «…de este último amor fui testigo silencioso. (…) la admiré por elegante y discreta. Me sentí atraído por ella, sentí un cariño especial. No he podido olvidar la desbordante alegría de mi padre, lo feliz que lo vi. Quizá por eso la quise, porque ella era la causa de esa felicidad.
«Carmina no era actriz, pero él la metió en su Compañía para llevársela a América con él. Allí fue el rompimiento (…) Volvió a España derrotado, no por asuntos de trabajo, no, por aquel amor que se quedó en la Argentina. (…) era como si al terminar aquel amor hubiese terminado él también. (…) Y aquel amor terminó porque intervino mucha gente, demasiada gente… cuando al fin y a la postre era asunto de dos… pero ella levantaba muchas envidias, era muy guapa, tenía mucha personalidad. (…)
«El caso de mi madre se repetía de nuevo; también entonces intervino demasiada gente en él… también molestó entonces su belleza, su personalidad. (…) …no fue Jardiel el que renunció a sus dos grandes amores , fueron ellas las que renunciaron. Las dos eran orgullosas para aguantar tantas mezquindades … de otros, de gente ajena a la pareja. Ocurrió igual en los dos casos (…).
«En la dedicatoria de Amor se escribe sin hache, que Jardiel hizo a mi madre, entre otras cosas dice: «En compensación a cuanto la hice sufrir, como recuerdo de los años felices que vimos amanecer juntos…» (…)
«Las quiso y las hizo sufrir. Las dos me lo contaron, y cuando escuché a Carmina, me pareció oír a mi madre, era el mismo relato que me hiciera un día ella. Y las hizo sufrir porque era un gran celoso (…)
«Fueron sus dos grandes amores. Uno acabó en 1928, el otro en 1944. Sí, de las dos estuvo muy enamorado, el amor que duró hasta la muerte fue el último (…) y porque quizá fue gran y único amor. Sería cosa de estudiar psicológicamente estos dos amores que, por sus puntos de contacto tan parecidos, pienso que uno es continuación del otro. (…) … pero sin olvidar el amor de Carmen, la que estuvo siempre a su lado y sufrió tanto junto a él (…) Con Carmen fue muy injusto. Carmen, su compañera dulce, callada, silenciosa, y creo que por ser así estuvo con ella veinte años (…)».
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