Sociedad Cronopio

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Palma africana

LOS JAGUARES BAJO LA PALMA AFRICANA

Por Catalina Cabrales Durán*

Cuando Florentino Claes siembra la primera palma africana en Colombia en el año 1932 en Palmira, Valle, y Moris Gutt instala a finales de los 50 en San Alberto, Cesar, la primera plantación industrial de palma para abastecer su empresa Grasco de aceites, nunca imaginaron que la introducción de esta especie que venía de muy lejos —y que después se llamaría palma aceitera, para no estigmatizar un país—; traería muerte, desolación, conflicto por el uso de la tierra, cambio en los hábitos culturales y agrícolas —afectación de la economía campesina—; destrucción de bosques, amenaza a los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura; pérdida de la agrobiodiversidad, deterioro de suelos, sobredemanda de agua, uniformidad en el paisaje, concentración en la tenencia de tierras, por tanto, desplazamientos de campesinos y de comunidades étnicas, aumento del precio de la tierra; y por supuesto, desplazamiento de la fauna y la flora.

Este cultivo que fue establecido para contribuir a un supuesto desarrollo agrícola —y no rural— ha generado un desequilibrio social, cultural y ambiental. En esa época no se realizaban estudios técnicos ni ambientales, ni mucho menos se exigían licencias ambientales para este tipo de actividad, por tanto, la palma entró y se plantó como perro por su casa, sin tener en cuenta los efectos que causarían a los ecosistemas, y más aún, no se percató en analizar su comportamiento e interacción con la biodiversidad del país. Lo único que se tuvo en cuenta fue la productividad, lo económico, porque en Colombia se carece de verdaderas políticas agrarias que articulen el campo con lo ambiental, y más aún, no se respetan las tradiciones culturales. Hoy sólo se piensa en la agroindustria y la mayoría de los programas para el campo van encaminados a la producción de combustibles, y la alimentación está en un segundo plano. Uno se pregunta, ¿qué es más importante comer o movilizarse?

En los últimos años los cultivos de palma se han expandido como una plaga, gracias a que las políticas agrarias colombianas incentivan este monocultivo con las famosas alianzas estratégicas, y con una serie de subsidios e incentivos que favorecen estos sembradíos, como es el incentivo a la capitalización rural —ICR—, que es un abono que hace el gobierno a los créditos para este tipo de proyectos, al igual los cultivadores de palma cuentan con la exención del impuesto sobre la renta por diez años; y para colmo, este cultivo es el programa bandera de sustitución de cultivos ilícitos. Sería bueno establecer qué ha sido más grave —guardando las proporciones— ¿la coca o la palma? Y para complementar el panorama, las políticas ambientales de control y prevención de la contaminación del aire están enfocadas en apoyar e incentivar el uso de los agrocombustibles, como acción para disminuir el calentamiento global. Política un poco errada, ya que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), argumenta que entre las estrategias para reducir las emisiones de gas carbónico es mantener y conservar los bosques naturales, sanos, ya que ellos aumentan las reservas de carbono mientras que su sobreexplotación lleva a la liberación de CO2 a la atmósfera. Si aniquilamos nuestros bosques con el fin de sembrar palma estamos destruyendo los verdaderos sumideros de carbono para crear sumideros artificiales, arriesgando así el equilibrio del planeta.
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En Colombia se siembra palma en 73 municipios, para un promedio de 360.000 hectáreas. La proliferación de los cultivos de palma de aceite están afectando los ecosistemas y por consiguiente el hábitat de muchas especies, acabando así con muchos servicios ecosistémicos como la polinización, por ejemplo, lo mismo que se está truncando la conectividad ecosistémica.

Una de las muchas especies en peligro por estos cultivos son los jaguares. El jaguar —Panthera onca— o tigre mariposo, es el felino más grande de América, habita desde el sur de los Estados Unidos hasta Argentina. Es una especie en peligro de extinción según el Apéndice I de Cites [1]. El jaguar es una especie sombrilla, porque protege a otras especies, y es un indicador de la salud de los ecosistemas, al acabarse los jaguares, aumentarían otros animales que se convertirían en plagas; los roedores pondrían en peligro las semillas, por tanto, el alimento; en general, el bosque comenzaría a tambalear. Cada especie en la naturaleza cumple una función, si quitamos una pieza, un tornillo, ese andamiaje se derrumbaría, y el más afectado sería el hombre. Al destruir los bosques truncamos los corredores biológicos de estos animales. Un corredor biológico es el delicado camino que recorren los animales para reproducirse, conseguir alimento, cumplir con su función en el Planeta, en fin para vivir, por tanto, al destruir o modificar estos parajes cambiamos sus hábitos alimentarios, ya que estos animales necesitan mucho espacio para sobrevivir y de una gran cantidad de presas; y al ser cazadores y no encontrar su alimento, se vuelven depredadores del ganado, por consiguiente presa fácil, o muchas veces morirían de hambre.

La expansión de la frontera ganadera y la agroindustria son los principales enemigos de estos animales, al cambiar el uso del suelo, los jaguares pierden su territorio. Al romper estos corredores los jaguares se vuelven vulnerables; al cortar la conectividad entre América Central y América del Sur, se rompe el hilo de la vida. Los jaguares necesitan desplazarse para aparearse, conseguir pareja con el fin de intercambiar información genética. Hoy en día los jaguares están quedando reducidos a guetos, ya no pueden ir de un lugar a otro porque las barreras que el hombre ha interpuesto se lo impiden, y por tanto, si no hay intercambio de genes entre los jaguares del norte y del sur esta especie desaparecería.

En nuestro país existen varios corredores y Panthera de Colombia los ha identificado con el fin de proteger y conservarlos. Estos corredores están en el Darién chocoano, el nudo de Paramillo, sur de Córdoba, sur de Bolívar, sur del Cesar, los Santanderes, y los bosques de galería a lo largo de los ríos Meta, Casanare, Arauca. Los lugares más importantes del corredor jaguar se encuentran en el Magdalena Medio y norte de la Orinoquia, y si superponemos los mapas corroboramos que estos caminos se cruzan con las zonas donde se localizan los grandes sembradíos de palma.

La situación es preocupante porque en Colombia importa más el devorar que el preservar, y aunque existan políticas ambientales no hay una articulación con las políticas económicas, ni con las del uso del suelo, ni con el ordenamiento del territorio, y mucho menos con las culturales. En este país cada cual va por su lado y todos hacen lo que quieren, es un país desarticulado.
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¿A quién le importa los jaguares? ¿Por qué el jaguar y no otro animal? Crecí viendo festejar todos los 6 de enero en mi pueblo, Río de Oro, la Matanza del tigre —como comúnmente llamamos a los jaguares—, fiesta tradicional y folclórica donde la gente se disfraza con máscaras de tigre, otros de cazadores, perros y negros, y en medio de coplas y coloridos, persiguen al tigre hasta cazarlo. En medio de ese carnaval siempre tuve la preocupación de que los niños crecieran pensando que estos animales eran malos, y por tanto exterminarlos era correcto, y más aún cuando en Colombia la muerte es algo tan común, tan del día a día, y fue cuando conocí a Carlos Mario Wagner de Panthera Colombia que estaba tras las huellas del jaguar, buscando la conectividad, buscando el hilo, buscando el paso de los jaguares entre el Magdalena Medio y el Catatumbo y lo invité para que me ayudara con los niños de mi pueblo con el fin de que tuvieran otra visión de estos animales. Panthera propuso llevar una obra de teatro, títeres, sensibilizar a través del arte —sin afectar la tradición—, revelando así la importancia del jaguar en los ecosistemas y también en las culturas. Porque no hay que olvidar que el jaguar hace presencia como símbolo cultural en muchas regiones de Colombia. Es una figura prominente, es el símbolo de América.

En la mayoría de las etnias el jaguar hace parte de su cosmovisión. En los Koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta, antes que apareciera el primer hombre la Madre Universal dio a luz muchos jaguares. El jaguar representa lo positivo y lo vital de la existencia. Por ejemplo, para los pueblos del Amazonas el jaguar representa la energía, el poder, la naturaleza y la fecundación. Según Nina S. de Friedemann en la Amazonia encontramos un jaguar mitológico, asociado al trueno y al fuego, un tipo de superhombre que puede transformarse en chamán para viajar hasta la Vía Láctea [2]. También en el Chocó biogeográfico los indígenas adoptan la forma de jaguar con el fin de viajar a otros mundos y ser así el mediador entre los hombres y el más allá. Estos mitos y leyendas todavía están presentes y hacen parte de la tradición oral en pueblos como en Altos del Rosario, Soplaviento, Río de Oro, Sincé y Campana Nuevo.
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Los jaguares son parte de nuestra identidad, al igual que muchas especies tanto de fauna como de flora. Son un pedazo de nuestra tierra, de nuestros arraigos, nuestras querencias y en especial son un eslabón de nuestra permanencia en el Planeta. Si le quitamos la casa a los jaguares, si los desplazamos, también estamos acabando con nuestras raíces, al igual que cuando se extermina una etnia, cuando muere un pueblo ancestral por la pérdida de su territorio. En Colombia el jaguar no se resiste a morir a pesar de la presión que el hombre ha ejercido sobre su hábitat, y es paradójico observar la resistencia de los jaguares ya que se han fotografiado algunos entre las plantaciones de palma de aceite en el valle del río Magdalena y en medio de su resiliencia nos están dando una lección de vida.

NOTAS

[1] Convenio sobre el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestre. Ratificado por Colombia mediante Ley 17 de 1981.

[2] Friedemann, Nina S. de. Herederos del Jaguar y la Anaconda. Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango.
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* Catalina Cabrales Durán es Administradora Ambiental y de Recursos Naturales. Actualmente realiza una Especialización en Derecho del Medio Ambiente en la Universidad Externado de Colombia. Trabaja en la elaboración y ejecución de proyectos ambientales.

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