Sociedad Cronopio

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Protagonistas de nuestra tele

PROTAGONISTAS DE NUESTRA TELE

Por Paula A. Mejía*

La realidad se ignora, se diluye, se camufla, se desvanece alrededor del centellante brillo enceguecedor de una pantalla (de televisor o de computador), una realidad ajena no perteneciente a la real, se impone en primer plano, cautivando los sentidos del espectador, succionando toda su atención, excluyéndolo del mundo real y de sus problemáticas, hipnotizándolo con una representación histriónica, vacía de contenido pero ostentosa y llamativa; superficial y distorsionada en muchos casos; sangrienta y abusiva en otros. En la que la apariencia suplanta lo verdadero, y la diversión y el dinero se muestran como necesidades imprescindibles.

Nos convertimos, entonces al ser televidentes e internautas, en protagonistas de estas dramaturgias, aunque nuestro papel sea solo el de permanecer absortos, inmersos en la dejadez, en estado de reposo con la única finalidad de distraernos, para así, evadir y escapar de la fealdad que nos rodea, de los problemas y preocupaciones que imperan en nuestra cotidianidad; y que, en consecuencia, esa impotencia e incapacidad para resolverlos, nos lleva a la desesperación e incertidumbre. La pereza encuentra la justificación que la exonera de culpa y la convierte en una alternativa cómoda y viable para matar el tiempo.

Además, el desfogue de bajas pasiones que son incentivadas en estos medios masivos, terminan por darle rienda suelta al lascivo, con la pornografía ampliamente disponible; inseguridades al inconforme y acomplejado, con prototipos de belleza supuestamente perfecta; concupiscencia al solitario, con infinidad de posibilidades de conocer personas con toda clase de aberraciones; aún más, por mostrarle tácticas a los más sanguinarios y brutales asesinos, con noticias e imágenes violentas, y terminan por despertar, también, envidias en los envenenados por la avaricia, con lujos exagerados y suntuosos que fomentan la prodigalidad. Y, eventualmente, terminamos por adoptar otro papel, además del de espectador, el de imitador.

El embeleco y el aturdimiento en el que nos encontramos por el atractivo bienestar que dan los tiempos modernos con todos sus avances (además del computador y del televisor, están también el supermercado, el transporte, el agua embotellada, la comida ordenada y servida, el vestuario, la energía junto con la luz y la calefacción que esta proporciona, las toallas higiénicas, la lavadora, el alcantarillado, etc.) son comodidades que nos producen una incapacidad para resolver los más elementales problemas de supervivencia como hacer fuego, cultivar alimentos, cazar, y otros, que en caso, de que estas invenciones que nos facilitan la vida desaparecieran, ante el abuso indiscriminado de recursos impulsado por la codicia, sería una causa de exterminio de nuestra especie.

Y no habrá quien interceda por nosotros como lo predijo Henry Miller en uno de sus Trópicos, el de capricornio de 1938: «Cristo no volverá a bajar nunca más a la Tierra ni habrá legislador alguno ni cesarán los asesinatos ni los robos ni las violaciones y sin embargo…y, sin embargo, esperas algo, algo aterradoramente maravilloso y absurdo, tal vez una invención, como la luz eléctrica, como la televisión, pero más devastadora, mas desgarradora, una invención inconcebible que produzca una calma y un vacío demoledores […]». Es posible que ese nuevo invento que menciona Miller, del que no fue testigo, sea acaso Internet, que nos hace distanciarnos cada vez más de lo elemental, y nos hace más partícipes de ese nuevo mundo que nace y brota como una malformación mórbida, llena de vida pero parásita, que se consume hasta el aniquilamiento. El mundo humano con instintos suicidas se destruye a si mismo y a su fuente de vida. Surgirá a raíz de esa devastación una realidad que nos hará alienígenas en nuestro propio planeta.
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Lamentablemente, ese confort que hemos construido a través de los años, que llamamos progreso, al que estamos tan malacostumbrados y sin cuyos beneficios, consideramos inconcebible una existencia, puede sucumbir a causa del mal uso que hemos venido dando a los recursos naturales que, indiscutiblemente, son los artífices de toda esta magia que nos rodea. Magia vulnerable y frágil que puede fácilmente esfumarse, fundirse, apagarse, desaparecer. Se erguirían, entonces, frente a nosotros las tinieblas como un denso muro que borraría toda visibilidad y expondría nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Fría y tenebrosa oscuridad que apaciguaría y aplacaría esas pretenciosas ínfulas de superioridad que tanto se alardean. La desolación de un nuevo inicio en el que lo único que tendríamos a la mano seria un montón de escombros, basura, despojos, andrajos de esta civilización. Además, un silencio puro de nuevo, sacrosanto, sepulcral, fantasmagórico donde lo único que se escucharía serían los lamentos de arrepentimiento y miedo al vernos desprotegidos y rodeados de salvajes.

No existiría supervisión ni legislación; ni divina ni humana, sin dios y sin ley, todo ocurriría en el desamparado y desprotegido anonimato. Todos los hechos no tendrían documentación ni divulgación, sería el panorama mas desolador, impactante, estremecedor, doloroso, revelador que se pudiera dar a conocer para un televidente, seria la noticia de última hora; seriamos protagonistas en la tele de nuestra mas grande interpretación: de la soberbia enceguecida por la ira venciendo en un acto imprudentemente ignorante de avaricia y gula su frágil existencia humana. Lastimosamente no habría audiencia ni terrenal ni extraterrestre ni divina para tan semejante primicia.

La inmortalidad se condenaría a pena capital, todo viviría y moriría en el anonimato, nada trascendería en la ilusoria historia, seríamos un hecho ocurrido en la Tierra, como otros muchos, mas majestuosos y voluptuosos en grandeza, que han pasado, sin nada ni nadie de testigo. Como no haber existido nunca. Mortalidad devoradora e infinita, lastima que mi existencia sea tan insignificante y no me permitas ser espectador de todas tus victorias.

Delirios, alucinaciones, premoniciones; o fugaces momentos de lucidez de una fatal realidad. Aparecen como el más ansiado de los oasis, fugaz e inexistente en esa realidad que satura el espacio; pasan deliberadamente, como un recuerdo no vivido, se escapan, se esconden, huyen de cualquier interrogatorio que cuestione su veracidad; te dejan con una extraña y esquiva sensación, como si tu subconsciente omitiera una revelación sin tu autorización. Una lucha en el inconsciente en la que la distracción siempre vencerá la reflexión. Pero son impetuosas, esas visiones, irrumpen repentinamente en la cotidianidad de la rutina del sinsentido. Porque, supuestamente, cuando estamos rodeados de tanta modernidad, del ideal de progreso, existe esa vaga sensación de inconformidad, de extravío.

Estamos rodeados de objetos; la mayoría desprovistos de ser indispensables; luminosos, coloridos, estridentes, llamativos; llenos de pretensiones: mostrar estatus, poder, belleza; aparentar ser valiosos con objetos suntuosos, extravagantes. Productos que absorben tu concentración en su totalidad, tu tiempo por que trabajas para su existencia y tu mente por que vives para sumergirte en sus fantasías. La libertad se crucificó, se condenó el alma al purgatorio, la existencia a un yugo opresor para que el engranaje de la maquinaria llamada sistema, progreso, civilización, modernidad, avance hacia delante, hacia el futuro: estado sublime que pareciera no existir. Prolongándose y deteriorándose este presente cada vez más desquiciado. Son engañosos estos espejismos, no especifican su propósito. Que buscan, son acaso una profunda nostalgia de un pasado perdido, añoranza de lo desconocido, de lo que pudo haber sido pero nunca fue. Existió el momento en que las decisiones pudieron ser las correctas pero ya se extinguió, ya es un fósil sepultado por el asfalto, por los pesados pisos de concreto, capas sobre capas de negación, de evasión, de rechazo, de enajenación de nuestro origen. Enterrado también por toneladas de arrogancia, de petulancia, de avaricia. Es obvio que el origen, que no es más que el mismo final, se olvidó. O son acaso esos estados de frustración, de sensación de claustrofobia, de sentirse atrapado en una realidad confusa, caótica, impredecible, insegura, misteriosa, demente, hacen que delires y solo imagines, anheles una venerada e ilusoria salida; si, escapar de esa verdad que te desconcierta, que no reconoces: ese mundo injusto, corrupto, absurdo, cruel, virtual, belicoso, sádico, superficial. Evasión obstinada negación que te encierra en paredes que te separan de la realidad, de la culpa, de la obligación de encarar esa responsabilidad rendida a la impotencia.
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Basamos nuestra vida en artefactos; extraemos, consumimos, quemamos, devastamos, aniquilamos las especies, transformamos los suministros en locomoción de nuestras extravagancias: guerras, armas, tanques, buques, aviones, computadoras, celulares, carros, moda, silicona, cocaína, éxtasis, esquizofrenia, alucinógenos, contaminación. Petróleo dios creado de esta rapaz industrialización que todo lo convierte en objetos incluyendo a nosotros mismos. Fue, quizá, un problema de perspectiva o de falta de humildad de nuestra parte al no haber calculado la predecible caducidad de los suministros, la demanda estrepitosa a la que iban a ser sometidos, la bestialidad de la especie que los iba a consumir hasta agotarlos. O, sencillamente, es también combustible no solo de nuestro civilizado mundo sino también de esa desmedida ambición e insaciable vanidad que tanto nos caracteriza.

Mundo sacado de las entrañas de lo absurdo, de lo surreal. No brota de la naturaleza sino que es una creación a imagen y semejanza de su creador, la mente humana. Universo vasto e infinito como en el que habitamos, nuestra mente donde existen también lugares inhóspitos, indescifrables, indescriptibles, inconclusos, espeluznantes. Ideas metidas en las profundidades de un hoyo negro. Pensamiento que miente de la manera mas elocuente y veraz te convence de una certeza que quizá es solo una nube estelar en el vasto y abstracto universo de la mente.

Las ideas son arrastradas por las emociones, por las pasiones, por el deseo: combustión de un alma desamparada, abandonada por la sensatez, por la cordura; poseída por el miedo, por las inseguridades, por la incertidumbre de esa oscuridad que lo enmarca y lo petrifica incapacitándolo para asumir su libertad, huye, entonces, frenéticamente de si mismo buscando sosiego, reconocimiento, redención, eternidad; se aferra aterrado a falsos ídolos que encadenan su existencia a la idolatría y a la recreación de personajes inventados, falsos, corruptos. Y lo estropeamos, después de tenerlo todo, optamos por esclavizarnos al mismo humano y a su progreso que no es mas que escasear todo lo que abundaba infinitamente dentro de nuestra limitada y efímera existencia. Certeza tan descarnada, esa mortalidad que te derriba en un instante, te enfría y después te evapora, desapareciéndote incluso del recuerdo de alguien.

Pensamientos desprovistos de lógica, solo lo absurdo, lo surreal, lo exagerado, lo malevo los inspiran. Frutos de su entorno, que no es mas que su retroalimentada invención; nada los controla, están huecos, perdidos en los oscuros laberintos del sin sentido. La viva representación de la muerte. Donde pareciera que la integridad, la coherencia, la cordura, la sensatez, la valoración, la gratitud, la sencilla humildad, el sabio sentido común, el cumplimiento de las leyes naturales, nunca hubieran existido. Solo hubieran sido una ilusión, un espejismo, un pasajero ideal de comportamiento, un trance como esos en los que tu mente revienta el cordón y se escapa, divaga por un mundo ideal pero ambiguo, ilusorio e inalcanzable.
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Ese nauseabundo olor que emana a nuestro alrededor, que satura el espacio; pestilente como el de las cloacas, como el de los alcantarillados, como el de las cárceles atiborradas a punto de ebullición, como el de las fosas comunes llenas de crueldad e inocencia, como el de la hipertrofiada vanidad hinchada a punto de reventar y ser consumida por los gusanos cernidores de esa impetuosa prepotencia, que depuran, así, toda esa carne putrefacta a su estado mas puro y homogéneo polvo. Podredumbre de cuerpos en descomposición, inocentes, mujeres, jóvenes, niños, niñas, bebes violados con sevicia, asesinados con crueldad; que cargan en su vientre la prueba contundente de su victimario que no es mas que la semilla de la maldad pura y encarnada. Hedor de pus drenada de cuerpos esculpidos por un enfermizo e insaciable deseo. Ríos fétidos a causa de toda la inmundicia que produce el hombre. Realidad que optas por ignorar por su insoportable obscenidad, por su asfixiante pestilencia, por su brutalidad despiadada, por su violento desparpajo, por sus cínicos protagonistas. No la vemos aunque esta nos estregue su repugnancia, nos la haga respirar, tragar, resistir como la mas malévola de las torturas.

No tengo nada que impida a mi imaginación el extraviarse entre las imágenes desastrosas de las peores eventualidades.

Vamos navegando confiados con la ingenua ilusión de que el timón es dirigido, por un poder divino o por un sabio poder humano. Ilusos en manos de nadie estamos ni de la siempre ausente divinidad ni de la ingrata, perra y corrupta dirigencia humana. Naufragamos por las repugnantes y turbulentas aguas que nos pasean y esperan para cobijarnos con su frío manto en las profundidades de la infinita e inconclusa oscuridad.

Nuestra nave, sobrecargada, navega por aguas desconocidas, inexploradas; con una excesiva tripulación altamente demandante e ineficiente. Junto a sus pertenencias, que atiborran el espacio con su inútil presencia, van los humanos que renuncian a la sobriedad y se sumergen en la embriaguez. Perdieron el sentido, deambulan desorientados, no encuentran el camino de regreso ya todo les parece abstracto, lúgubre, desolado. Danzan eufóricos abstraídos invocando al dios de la ignominia y al de la indomable e infinita estupidez. Mentes desquiciadas, sodomizadas, hipnotizadas por el escape que brindan los alucinógenos, por el mundo de fantasía que te muestra los medios masivos, por la promesa de una vida después de la muerte, que te ofrece la religión, que aunque sea una idea insulsa sin referente de probabilidad es la única opción que da una fingida tranquilidad, un placebo de salvación.

Es mejor distraerse, desconectarse de esa realidad que abruma por su complejidad cualquier comprensión. Danzan cubriéndose, ocultando tras una máscara la ausencia de si mismos, escondiéndose de esa reveladora verdad, reguardándose en una realidad cómoda pero peligrosamente inestable. Caos de objetos y seres inútiles. Excesos que hacen a nuestro barco frágil y vulnerable a hundirse en una realidad no conocida y por consiguiente no experimentada, nos ahogaríamos en la inutilidad de nuestro ser. El proceso de volver al útero, quizá, no sea fácil y, seguramente, sea sufrido como el más doloroso de los partos. Cada día somos indiscriminadamente más, y más de los que no tienen conciencia acerca de lo que les asedia, perdidos en el limbo de la más turbia ignorancia. No sabemos cual es el futuro que nos espera, dudoso cuando lo que nos rodea son los mas oscuros y surrealistas escenarios, la miseria, la decadencia del ser a grados sobrenaturales. Tierra oscura y fría realidad que espera pacientemente a su hijo pródigo, ese que la lastima con su ingratitud.
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Quizá estas palabras solo sean una ingenua premonición o una mala pesadilla de un profundo insomnio. Efímeros, escurridizos sueños: inconsistentes, delicados e indelebles como nosotros: sombras que nacen y se desvanecen, dibujadas por el sol, animadas por el viento; aparecen con la luz y mueren con la oscuridad. Diminutas figuras inconscientes de la insignificancia de su ser en la inmensidad. Todo y nada, los sucesos mas maravillosos en el mas parco, ingrato anonimato. La sentencia del olvido ejecutándose a cada segundo, a cada año, a cada existencia, a cada momento, a cada pensamiento y, finalmente a todos los recuerdos.
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* Paula A. Mejía es publicista egresada del Instituto de Artes. Es asistente del taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto.

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