¿POR QUÉ VEO EN EL CINE LO QUE NO ME CONTARON EN CASA O EN LA ESCUELA?
Por Germán Lorenzo Ayala*
SOBRE EL PAPEL DOCENTE DEL CINE ESPAÑOL SOBRE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Ante la falta de información contrastada y demasiado sumergida en la historia oficial y en el posterior «pacto del olvido» de la Transición española, una generación de jóvenes empezaron a despertar del obligado sueño amnésico en lo relativo a la Guerra Civil española, gracias a películas y documentales que, tanto en la década de los ochenta como en la de los noventa y 2000, han recuperado, con claro éxito popular aunque, eso sí, con un marcado maniqueísmo, quizá el suceso más escabroso de la historia contemporánea de España. Suceso escabroso no sólo por las inevitables consecuencias negativas que produce cualquier conflicto bélico, sino por las influencias que el aftermath de la guerra iba a tener sobre los ganadores, sobre los vencidos y sobre las generaciones que vinieron después. El citado pacto de olvido y de silencio, tan necesario según los constructores de la transición, no sólo iba a desarrollarse en el ámbito político sino también en el social: desde la casa hasta la calle, desde la calle hasta la escuela.
El objeto de este artículo será analizar este hecho desde la perspectiva de diferentes filmes para realizar acercamientos panorámicos a algunos temas como la identidad, el pasado, la negación del mismo, el olvido timorato u obligado, el miedo a recordar, y el constante maniqueísmo que siempre está presente en los relatos, testimonios, en las películas y documentales sobre la guerra y la posguerra españolas. Al mismo tiempo, trataré de valorar también la falta de información que la generación surgida inmediatamente después del fin del franquismo, en la que me incluyo, recibió en la escuela, desde el nivel de la Enseñanza General Básica, pasando por el Bachillerato y terminando con los cursos de orientación universitaria.
Tal y como explica Ana Bastida en su libro Desaprender la guerra. Una visión crítica de la educación para la paz, el tratamiento que la guerra ha tenido en los numerosos libros de ciencias sociales e historia del sistema educativo español, ha sido casi siempre bastante deficiente. Se trata de un hecho claro al que se puede llegar después de una breve revisión de los libros de texto de la enseñanza primaria, de BUP y de COU, surgidos ya en la democracia y que pasaban por alto la Guerra Civil española, entre otros conflictos, motivando que el alumnado mostrara un total desconocimiento de este vital asunto que, sin duda, había afectado tanto a la identidad de sus progenitores como a la suya propia.
Es evidente considerar que el hecho de que los alumnos no tengan conocimientos sobre un determinado hecho histórico, no puede hacernos pensar que dichos temas no hayan sido impartidos, eso lo sabemos bien como docentes, pero en el caso de la guerra civil, parece que el desconocimiento va estrechamente unido a la falta de instrucción. Bastida justifica este dato, no sólo a partir de encuestas realizadas a estudiantes de secundaria, ni después de analizar los libros de texto usados entre 1977 y la década de los noventa, sino también a partir del análisis de los diferentes cursos de preparación del profesorado de esos años, donde, de nuevo, la falta de temas relacionados con la guerra del 36 era la norma. Si en la enseñanza primaria el tema prácticamente no se trataba, en la enseñanza secundaria obligatoria se veía de forma incompleta y trivial, mientras que en los cursos de orientación universitaria toda la información se limitaba a la explicación de batallas determinadas, de bombardeos destacados, como el de Guernica, por ejemplo, que, curiosamente se unía más a la clase de arte que a la de historia, pero nunca dirigida a analizar los orígenes o las consecuencias del conflicto, ni a ningún otro asunto o controversia.
Buscando explicaciones a este fenómeno, se me antojan dos. La primera, la motivada por ese pacto del olvido que desde las esferas políticas se instauró en la mente colectiva y, la segunda, la que se desprende del hecho de que los profesores naufragaban siempre en generalizaciones y nunca se detenían en mostrar pautas de interpretación que pudieran ayudar a llegar a una mayor comprensión del asunto. La Guerra Civil se presentaba como un hito histórico, con muchos tintes de leyenda, pero nunca como lo que fue: un evento desastroso que dividió a España en lo político y en lo social, y que, como cita Bastida iba a afectar a todos sin excepción durante años, durante demasiados años:
La Guerra Civil, acontecimiento especialmente lamentable en el itinerario de nuestra vida social y política, dejó una herencia de bloqueo colectivo. Mientras una minoría proclamaba de forma altisonante y grosera su victoria sobre las diversas hidras que amenazaban España —comunismo, separatismo, laicismo, etc.—, la mayoría de la población, tanto los vencedores como los vencidos, intentaban adaptarse a las circunstancias no muy lúcidas de la posguerra y, en ese contexto, las generaciones que no la habíamos vivido fuimos acumulando una comprensible retahíla de interrogantes que la presión de la situación impedía responder. En el inconsciente colectivo del país quedó instalado un conflicto del que todavía no se había hablado bastante, ni alto y claro (29)
Pero, afortunadamente, y tras esos silencios citados, iban a surgir las representaciones cinematográficas sobre la guerra que, a pesar de poseer visiones ideológicas, nunca al gusto de todos, al menos rescataban asuntos que otros medios parecían condenar al ostracismo y a la nada. En este sentido, y por eso empezaba el párrafo con «afortunadamente», al menos se mostraba algo, y claro está, algo es mejor que nada. El cine aparecía como la antítesis de esa corriente general, también instaurada en la escuela, basada en el silencio como solución, esa idea focalizada en el olvido como mejor antídoto para evitar reabrir heridas del pasado. Esa postura totalmente contraria a la psicología más elemental, defendía que mostrar la realidad de la Guerra Civil en las aulas, iba a desatar quizá la vena bélica de los estudiantes. Esa postura, heredada del franquismo, defendía que la mejor forma de evitar un conflicto es no nombrarlo en lugar de intentar encontrar pautas que lleven a la reflexión sobre el tema, para una mejor comprensión del mismo, y para una mejor racionalización del problema como paso previo a su superación.
Pero la sombra del franquismo era demasiado alargada. Las escuelas de la joven democracia española no hicieron más que seguir los preceptos educativos del régimen, que por supuesto daban importancia a la Historia, pero solamente para su propio beneficio, solamente para ensalzar esa idea que defendían para el país y que promulgaron desde el principio de la dictadura. Así lo mostraba el prólogo a la primera reforma educativa franquista de 1938. En ella, la Historia debía ser la base del conocimiento del estudiante para lograr «el ser auténtico de España, de la España formada en los estudios clásicos y humanísticos de nuestro siglo XVI, que produjo aquella pléyade de políticos y guerreros hacia la que retoma la vocación heroica de nuestra juventud». Una visión de la Historia muy particular, sin duda.
Por eso, como les ocurrió a otros miembros de mi generación, no pude acercarme a la otra Historia, a las otras historias, hasta que, sentado en la butaca de un cine de barrio, pude finalmente entender un poco mejor qué pasó en la guerra y en la posguerra, cómo afectó a los que la vivieron y qué consecuencias tuvo sobre ellos y sobre mí mismo.
Por eso pude acceder a una nueva versión de cuál fue la configuración social posterior a la guerra con películas como El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) donde se mostraba en un tono tan metafórico como directo a una sociedad que obligaba más a callar que a hablar, y que estaba llena de disidentes que, como argumenta Carmen Arocena «estaban sometidos a unas reglas demasiado duras, viviendo en el hexágono de una colmena demasiado estrecha» y que como abejas, de naturaleza febril y agitada, vivían en una colmena en la que no era posible la agitación, dado que el régimen, representado en Víctor, el colmenero, calmaba con métodos explícitos cualquier intento de rebelión y de vuelo libre. También de la figura de los huidos, de los maquis, desconocida por mí hasta entonces, y que luego ha sido tratada en la pantalla en otras películas como Luna de lobos (Julián Sanchez Valdés, 1987), Huídos (Sancho Gracía, 1993), Silencio roto (Montxo Armendáriz, 2001), La buena nueva (Helena Taberna, 2008), Caracremada (Lluís Galter, 2010), 30 años de oscuridad (Manuel Martín, 2012) y documentales como La guerrilla de la memoria (Javier Corcuera, 2006) o Los del monte (Gutiérrez Aragón, 2006) entre otros. También el papel ausente del universo femenino, representado en El espíritu de la colmena en la esposa del colmenero, que sin voz durante todo el film, ejemplifica el rol de la mujer dentro de la dictadura machista–franquista dominante. Rol que aparece de igual modo en otras películas como La plaza del diamante (Francesc Betriú, 1982) donde la protagonista femenina, Natalia, sufre directamente las consecuencias de la guerra perdiendo a su esposo en la contienda, pasando las penurias económicas y de discriminación social y laboral por ser la viuda de un rojo y que acaba casada por obligación con otro hombre también lisiado e improductivo sexualmente por ser herido de guerra. Ningún libro de texto ni ninguna lección escolar siquiera me introdujo a estas realidades históricas tan cercanas en el tiempo.
Siguiendo con el tema de la mujer, pude acceder a nuevas perspectivas sobre el asunto a partir del visionado de películas como Tierra y libertad, producción hispano–británica (Ken Loach, 1995) donde además de mostrarse los conflictos internos del bando republicano y de las izquierdas, aparecía representado el papel muy secundario de la mujer que, incluso entre grupos libertarios, anarquistas y comunistas, se veía relegada a un papel tradicional, accesorio y subalterno y siempre unido al ámbito de la cocina y de la prostitución, caso, este último, presente también en otros films como la tragicomedia La vaquilla, dirigida por Luis García Berlanga en 1984. Vemos pues cómo esa concepción de la mujer como mero objeto sexual es mostrada por el cine como una representación del fracaso de las izquierdas: la posición de la mujer en los puestos más bajos, y su falta de voz y voto real, es comparable al fracaso absoluto del ideario izquierdista y de su escasa capacidad organizativa a lo largo del conflicto bélico. Nadie me dijo nunca en la escuela que este hecho pudo influir en el desenlace final. Era más fácil decir que Franco ganó porque era mejor para España y punto.
La imagen secundaria de la mujer también fue representada por Vicente Aranda en su film de 1990 Libertarias, donde, de nuevo, se presenta la marginación sufrida por las mujeres en diferentes escenarios. A saber: su participación mínima en los grupos políticos, donde había siempre más palabras vanas sobre una pretendida liberación femenina que hechos tangibles, su papel activo en el frente aunque eso sí, sólo como cocineras o putas, como dije antes, y su papel de víctimas primeras ante las tropelías de los dos bandos enfrentados. En Libertarias, una de las protagonistas, María, aspirante a monja, es llevada de un convento a un burdel y ha de tener relaciones sexuales con un obispo siendo salvada in extremis por mujeres izquierdistas. Al final del film, el resto de sus nuevas compañeras de batalla acaban siendo violadas y asesinadas por las tropas mercenarias africanas afines a Franco y María salva su virgo, de nuevo, aunque esta vez gracias a la intercesión de un general nacional. Ni de los abusos sufridos por las mujeres ni de las divisiones en la izquierda, ni de la ayuda recibida por soldados marroquíes a Franco aprendí nunca en la escuela tampoco, curiosamente.
Tampoco de las cárceles de mujeres ni de los fusilamientos masivos e individuales en los dos bandos mostrados en películas más cercanas en el tiempo como Soldados de Salamina (David Trueba, 2002), El lápiz del carpintero (Antón Reixá, 2002), La luz prodigiosa (Miguel Hermoso, 2003) donde se revisa el caso Lorca, como Las trece rosas, (Emilio Martínez Lázaro, 2007) o en documentales como Los niños perdidos del franquismo (Joan Salvat, 2002) donde se presentan los planes de limpieza de sangre planteados por el doctor Vallejo Nájera y que estaban encaminados a exterminar las ideas de izquierdas de raíz, apartando a los bebés de sus madres rojas con el objeto de crear esa nueva España pretendida por Franco y sus seguidores. Tampoco de los niños que fueron enviados a Rusia para escapar de la guerra, convirtiéndose en perennes exiliados y en eterna búsqueda de una identidad perdida y que protagonizan documentales como Los niños de Rusia (Jaime Camino, 2001). Precisamente, el efecto de la guerra en los más pequeños ha sido llevado al cine en otras películas como El viaje de Carol (Imanol Uribe, 2002) o La teta y la luna (Bigas Luna, 1994), entre otras. Supongo que este era otro tema del que era mejor no hablar ni en los libros de texto ni en clase.
Pero la mujer y los niños no son el único tema, claro está. Pasemos ahora a otros aspectos muy importantes, creo, dentro de la guerra. Por ejemplo, la participación extranjera en la contienda y el papel de las Brigadas Internacionales, de las que aprendí también a través del cine y del documental. En la ya citada Tierra y libertad, se puede ver cómo hubo campañas de captación de defensores de la República española en países como Gran Bretaña y Estados Unidos. De nuevo, lejos de encontrar información al respecto en los libros escolares, había que acudir a los cines para poder aprender sobre este tema y ver, por ejemplo, la situación de los extranjeros en ambos bandos, tema que está muy presente en la película ¡Ay! Carmela, dirigida por Carlos Saura en 1990. En el film podemos ver la participación de los aliados italianos que tuvo el llamado ejército nacional, así como la presencia de prisioneros afines a la República que asistían a los espectáculos protagonizados por un grupeto de cómicos afines en este caso a los dos bandos o mejor, a quien les diera un trozo de pan que llevarse a la boca. Carmela, al igual que la María de Libertarias representa al individuo neutral atrapado en un cruce de balas y cuya participación en la guerra, como le ocurrió también a la Natalia de La Plaza del diamante, no se debe a cuestiones ideológicas, sino a puras razones de supervivencia. La presencia de las Brigadas Internacionales también es un tema abordado en documentales como Extranjeros de sí mismos (Javier Rioyo, 2001) o Almas sin fronteras. La historia de la Brigada Lincoln (Martínez Reverte, 2006).
Otro asunto importante también llevado al cine, es el de la educación. Películas como La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999) analizan los procesos realizados contra los maestros de la República, y las transformaciones que sufrió el sistema educativo durante y después de la guerra bien explicadas en documentales como Vivir la utopía (Juan Gamero, 1997) o La escuela fusilada (Iñaki Piñero, 2007). En estos filmes se muestra además el papel de la iglesia católica, tan determinante en los preámbulos de la guerra, durante y después, y que es también unidad temática en películas como Réquiem por un campesino español (Francesc Betriú, 1985), la ya citada La buena nueva y Los girasoles ciegos (José Luis Cuerda, 2008) y que nunca apareció en ninguno de los temas de historia de España que se barajaban en las escuelas españolas.
Para ir concluyendo, y a pesar de que la relación de películas y documentales sobre la guerra civil española es mucho más extensa, más de 125 entre 1970 y 2009, y que, de hecho, continúa aumentando cada año (recordemos las pasadas ediciones de los premios Goya de 2011 y 2012, donde fueron nominar filmes como Pan negro, Balada triste de trompeta, Pájaros de papel, Caracremada y 30 años de oscuridad, todas ellas películas encuadradas en el marco de la guerra civil) me gustaría destacar que ese vacío de información sobre la reciente historia de España que sufrimos algunos no es tan acuciante en la actualidad, o al menos eso quiero pensar. La presencia continuada de películas sobre el tema en las carteleras españolas ha suplido en cierta medida el vacío y ha motivado que la curiosidad haga el resto.
Ahora sí se puede hablar de ese tema que antes era tabú, ahora sí, incluso fuera de ideologías a veces, se puede empezar a hablar de una normalización del asunto. Y con esto el cine ha tenido mucho que ver. Está claro además, como decía al principio, que se trata de un tema que interesa, se trata de películas que han tenido muy buena aceptación popular, tanto en España como fuera, recordemos El laberinto del fauno, por ejemplo. Además, el deseo de pasar página sin olvidos obligados esta vez, parece también el objetivo de la debatida Ley de Memoria Histórica y de muchas otras organizaciones y asociaciones que pretenden desenterrar el olvido al que me he referido antes. Por último querría también poner de manifiesto los intentos que se están realizando para mejorar el tratamiento que la guerra civil, la posguerra, y otros asuntos relacionados con la memoria histórica, tienen en los libros de texto de las escuelas españolas. Destaco sobre todo un proyecto en marcha de la Universidad de León encaminado a analizar los libros de texto actuales y crear otros nuevos donde esos temas tabú dejen de serlo para siempre y no sólo sean el cine y la ficción los encargados de abordarlos.
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* Germán Lorenzo Ayala es Instructor de Lengua, literatura y filmes en el Departamento de Lenguas Modernas en Saint Louis University, Estados Unidos. Se desempeña también en esa institución como Coordinador de la División de Español. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, España. Tiene una Maestría en Lengua y Literatura Hispánicas de Saint Louis University. Trabajos y artículos: Del Viaje a ninguna parte a Pájaros de papel: representaciones cinematográficas de la vida en el teatro con el telón de fondo de la Guerra Civil española y el franquismo. Alguien voló sobre el nido del jazz. Miguel Hernández: pueblo, poesía, dolor y guerra. Las dos Españas en Balada triste de trompeta.