DE LOS AÑOS DEL DELIRIO A LA EDAD DE LA RAZÓN: ANOTACIONES A «TODO LO QUE ERA SÓLIDO», DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA
Por Manuel Sollo Fernández*
Desde su publicación en febrero de 2013 el ensayo «Todo lo que era sólido», del escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956), ocupa los primeros puestos en las listas de libros más vendidos que difunden los suplementos culturales. El autor desmenuza los motivos que nos han hundido en una crisis económica que también es moral, realiza una profunda crítica del devenir político-social desde la Transición de la dictadura franquista a la democracia, y propone medidas regeneracionistas y «una serena rebelión cívica», como la que alentó el 15-M en mayo de 2011, para superar una falla que amenaza con destruir el precario Estado del Bienestar tan trabajosamente conseguido en las últimas décadas.
LAS CITAS
Muñoz Molina (MM en adelante) arriesga desde el título, que brota de una conocida frase del «Manifiesto comunista», de Karl Marx: «Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas». También la utilizó el escritor norteamericano y filósofo marxista Marshal Berman para encabezar su estudio sobre el autor de «El Capital» y la modernidad, considerado uno de los análisis más influyentes del siglo pasado.
Pero como en literatura lo que no es cervantino es shakesperiano, la idea ya figuraba en La Tempestad, cuando el británico hace decir a Próspero: «Nuestra fiesta ha terminado. Los actores, como ya te dije, eran espíritus y se han disuelto en aire, en aire leve, y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía, las torres con sus nubes, los regios palacios, los templos solemnes, el inmenso mundo y cuantos lo hereden, todo se disipará e, igual que se ha esfumado mi etérea función, no quedará ni polvo. Somos de la misma sustancia que los sueños, y nuestra breve vida culmina en un dormir». Ocurre con los genios, la cita no puede ser más premonitoria.
MM ha reconocido también su obsesión por el verso inicial del poema «1936» de Luis Cernuda, que cita en el libro, y en el que el poeta sevillano rememora una conversación con un brigadista internacional veinticinco años después de la Guerra Civil: «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros/ cuando asqueados de la bajeza humana, / cuando iracundos de la dureza humana: / este hombre solo, este acto solo, esta fe sola, / recuérdalo tú y recuérdalo a otros». Que concluye: «Gracias, Compañero, gracias / por el ejemplo. Gracias porque me dices / que el hombre es noble. / Nada importa que tan pocos lo sean: / Uno, uno tan solo basta / como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana».
La tercera cita clave es la que abre el ensayo; pertenece a «Lord Jim», de Joseph Conrad: «Es extraordinario cómo pasamos por la vida con los ojos entrecerrados, los oídos entorpecidos, los pensamientos aletargados», y le sirve a MM para advertir de la escasa reacción social, en especial de los intelectuales, conformistas y pasivos, ante el expolio.
UN SOCIALDEMÓCRATA INDEPENDIENTE.
Sobre estos pilares —lo perdido, la memoria y la ceguera—, el autor va detallando: «Todo lo que era sólido…» y se evaporó, podemos añadir al abrigo de la frase marxiana, entre los turbios negocios que nos han traído hasta este páramo, sin que la responsabilidad alcance más que a algún torpe bribonzuelo servido como entretenimiento de telediario. Lo narra desde el trueno la voz del escritor que sacude e interpele con los ecos de un moralista.
El texto de MM no es la denuncia lastimera de un outsider, ni la proclama de un ultraizquierdista que aspira a socavar o dinamitar el sistema constitucional vigente. Es el aldabonazo de un hombre profundamente democrático, comprometido con las libertades, que asumiría sin dudarlo el conocido perfil ideológico que traza el periodista republicano Manuel Chaves Nogales en la introducción de sus relatos de «A sangre y fuego»: «Yo era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeñoburgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria, (…) antifascista y antirrevolucionario por temperamento».
El autor de «Sefarad» añadiría sus convicciones cabales e independientes de socialdemócrata clásico, como se reconoce en el Autorretrato de su web personal, su espíritu moderado y crítico, curado de tentaciones utopistas y redentoras, que propugna: «Derechos sin responsabilidades son privilegios; un derecho individual beneficia a la comunidad; un privilegio siempre se ejerce a costa de alguien. Ser progresista no es defender a rajatabla al grupo al que uno pertenece sino vindicar como propias las causas singulares de quienes en principio no son como nosotros». MM confirma en este ensayo su desapego de las colectividades borreguiles, su desconfianza de las consignas partidarias e ideológicas.
También es un relevante miembro del establishment intelectual y cultural, que le ha otorgado reconocimiento permanente desde la publicación de su primera novela, «Beatus Ille», avalada por Pere Gimferrer, que la publicó en Seix Barral en 1986. Está en posesión de los galardones literarios más prestigiosos, culminado con el Príncipe de Asturias de las Letras 2013, fue el miembro más joven de una ortodoxa institución como la Real Academia de la Lengua Española y es profesor universitario en Nueva York, donde reside seis meses al año, además de escribir periódicamente en el diario El País. De ahí que su cruda visión de la España reciente tenga la resonancia de un gesto valeroso y libre.
UNA MEMORIA POLÍTICA.
Su análisis está en la línea de otro texto angular sobre la crisis, «Algo va mal», que publicó en septiembre de 2010 Tony Judt, intelectual británico afín al laborismo, ya fallecido, libro que el propio MM calificó como «valeroso manifiesto: una declaración de principios progresistas, una revindicación de la legitimidad de lo público y de los universal como valores de la izquierda». Judt reclama lo mejor de la posguerra europea, ese Estado del Bienestar levantado sobre las ruinas de la contienda mundial gracias al consenso de democratacristianos y socialdemócratas y que mercenarios profesionales desmantelan a diario y sin pudor a las órdenes de poderes financieros que han quebrado los pactos de convivencia en favor del mercado, y avisa de lo aventurado de la desaparición de sus estructuras y de la confusa deriva de su más relevante motor político, la izquierda moderada.
Más reposado y analítico el ensayo del británico, el de MM es una controlada explosión de rabia, un ajuste de cuentas con quienes han ostentado el poder y la responsabilidad de gobernarnos desde la idealizada Transición Política —sean políticos, banqueros o empresarios—, una llamada de atención sobre la importancia de lo que pende del hilo en el que se balancean mostrencos especuladores insaciables —aquello que tanto nos costó conseguir: una sanidad y una educación universales y gratuitas, una protección social razonable, unas leyes y unas libertades compartidas, la misma democracia ahora en peligro por la avaricia de los embaucadores que alientan un capitalismo salvaje—, una reclamación para regenerar con urgencia el sistema constitucional desde «el activismo político y la honestidad privada».
En «Todo lo que era sólido» no hay notas a pie de pagina, estadísticas o documentos oficiales; ni siquiera una mínima bibliografía como referencia de autoridad. Son 104 microcapítulos desnudos de los que aflora una crónica indignada que a veces es autobiografía, otras memoria política, como base del drama presente. Por aquí aparece la intachable honradez de viejos campesinos, la laboriosidad familiar, los esfuerzos de un joven rural para acceder a una formación universitaria, los denuedos de la lucha antifranquista, los miedos a perder en cualquier momento los livianos lazos que nos garantizan la esperanza futura en forma de beca o ayuda, el valor del mérito y el trabajo y el compromiso.
LA ALARMANTE NORMALIDAD.
La ascendencia y el magnetismo de MM radica en un relato descarnado que se apoya en un intenso ritmo interior y una extraordinaria capacidad narrativa: «Escribo dejándome llevar. El propio acto de escribir desata a la vez los argumentos y los recuerdos»; una memoria que se desata a raíz de las razonables protestas de los jóvenes airados del 15-M, cuando el autor aún está en Nueva York: «Empecé a escribir a rachas, a borbotones, queriendo comprender y explicarme a mi mismo lo que nos había sucedido». Revisó en Internet noticias de 2007 y 2008, justo antes del desplome del banco de inversión norteamericano Lehman Brothers en septiembre de ese año, inicio oficial de la catástrofe de la edad de oro. Acudió a la hemeroteca de El País, donde apenas tuvo aliento para repasar alucinado los periódicos de enero y febrero de 2007.
El autor ubetense desentraña el diagnóstico y su consecuente reflexión moral, con los que impugna gran parte de la tarea política realizada desde el final de la dictadura, desde aquella vorágine de libertad hasta estos «años del delirio», como los llama. A saltos nos relata, como el redoble del tambor que golpetea en la conciencia, hechos que hemos vivido con una aparente normalidad histórica, incluso con inevitable ilusión, mientras nos despeñábamos hacia la explosión de la burbuja económica: «Éramos nuevos ricos y ahora resulta que somos nuevos pobres».
Cada frase es un tajo en el yunque. Desde las soberbias desregulaciones y privatizaciones de Aznar, el amigo campechano de Bush, al fatuo idealismo de Zapatero, que nos veló la realidad con la idealización de un pasado encarnado en la II República y la interesada «confusión entre memoria historia y novela histórica, promovida por la izquierda», en la confianza ciega de que estábamos en la Champions League económica y había dinero para todo bajo un desarrollismo constructor que arrasaba un país todavía habitable, mientras el PP se enredaba en una falsa crispación compinchado con la muy conservadora cúpula eclesiástica.
«2007 es un país salvaje» escribe MM antes de lanzarse a reproducir en los capítulos 58 y 59 los someros titulares que dibujaban el grotesco paisaje de una sociedad que se creyó inmensamente rica y en la que los empresarios y los banqueros, aliados con los gestores públicos, ordenaron sobre vidas y haciendas a niveles económicos jamás soñados. En el capítulo 65 recaba una ristra infame de casos de corrupción amparados casi siempre en la trilogía «terrenos, constructores, ayuntamientos».
Pero —cuenta «Todo lo que era sólido»— el virus de la codicia, del saqueo, de la incompetencia, del enchufismo, de la idolatría monetaria nació en aquellos felices 80, cuando aterrizaron como nueva clase política unos aficionados, muchos de ellos valerosos opositores al dictador, que se convirtieron en profesionales de la cosa pública, ocuparon las instituciones y desactivaron los mecanismos legales de control hasta entonces en manos de secretarios, interventores y depositarios municipales, con el señuelo de laminar los vestigios del ignominioso franquismo y poder iniciar la construcción de la utopía. A nadie le interesó crear una administración profesional, sino que proliferaron extraños y ampulosos organismos de gestión local y autonómica, que proyectaban y gastaban a su antojo y sin decoro. Un territorio perfecto para el sectarismo político, la obediencia ciega de los militantes más ambiciosos, el ascenso imparable de «analfabetos» que no podían aspirar a otra cosa y que resolvieron el porvenir, el suyo, entre despachos y obras. La Marbella de Jesús Gil sólo fue un absceso primigenio que aún supura.
EL FRACASO DE UNA GENERACIÓN.
El deterioro se extendió como bálsamo narcotizante por todas las esferas sociales, a medida que los alquimistas regaban de dinero las calles y gracias a una animosa izquierda, que desde muy pronto, disolvió sus sueños revolucionarios en negocios bajo sospecha, moteados del polvo de los ladrillos, nos viene a contar MM, quien tiene el tacto de no compadecer a los medradores por el ruido de sables o el terrorismo que amenazaban aquella incipiente democracia. El autor lo sabe y los conoce: fue compañero de viaje del PCE, participó en la lucha antifranquista, tuvo plaza de auxiliar administrativo en el Ayuntamiento de Granada, fue gestor cultural, y los vio acostumbrarse al mando, pasear ufanos por salones y moquetas, entablar amistades peligrosas, enriquecerse por arte de magia.
Sin perdón acumula los síntomas y los sintagmas: «país de los espejismos», «modernización de las apariencias», «totalitarismo de las fiestas», encumbramiento de una juventud adolescente, la Expo 92 como simulacro y ensayo de lo que vino, los pelotazos felipistas, «cultura e izquierda nacionalistas» a modo de oxímoron, renuncia al laicismo y la separación Iglesia-Estado, con la censura de aquel concejal comunista de Granada que se inventó la exitosa ofrenda floral a la Virgen de las Angustias, virreinatos autonómicos despilfarradores con televisiones a la carta y suntuosos viajes al extranjero. El propio escritor recibía en el Instituto Cervantes de Nueva York, que dirigió de 2004 a 2006, a constructores y próceres, cada cual avasallando con sus prepotentes ambiciones en una ciudad que los ignoraba.
Cualquier crítica se enterraba bajo una demoledora maquinaria de acusaciones: «Ver la realidad y contarla lo convierte a uno en un aguafiestas». Porque también se compraba el silencio de los medios de comunicación privados, alimentados por generosas subvenciones públicas; el hermanamiento de políticos e intelectuales durante la Transición había dejado un poso de conchabeo que ahora rayaba en la complicidad. Se produjo una suspensión colectiva del espíritu crítico, alerta MM: «Es muy difícil no pertenecer a un grupo, a una tribu, a una patria, a lo que sea con tal de que sea seguro y colectivo, de que ofrezca una protección incondicional, si bien al precio de abdicar del derecho al libre pensamiento». Y lo más grave: «En treinta y tantos años de democracia y después de casi cuarenta años de dictadura no se ha hecho ninguna pedagogía democrática (…) No hemos sabido construir una tradición democrática». Cabe añadir, y muchos de ellos, la mayoría, bajo gobiernos socialistas.
NOS QUEDA LA ESPERANZA.
Es el daguerrotipo del fracaso de una generación que deviene en farsa corrupta y el reproche principal que lanza el autor en este ensayo no exento de autocrítica, porque él tampoco supo verlo pese a que, como todos, lo tenía delante: «Si mi oficio es mirar el mundo para poder contarlo, ¿cómo es que no me fijé en lo que sucedía?». Inmerso en su novela sobre la Guerra Civil española, «La noche de los tiempos», tampoco se percató de la magnitud de la sinrazón. Absorto en las páginas dóciles de la cultura o en las acaloradas de la política, nunca se detuvo en la euforia del salmón económico, ni se preguntó por las suculentas inversiones en proyectos imaginarios ni por aquellos aparatosos anuncios que inundaban la prensa de promociones inmobiliarias, coches de lujos, diseños de fantasía internacional… «cómplice yo también de la larga irrealidad española», como la mayoría de periodistas e intelectuales. Sólo salva las viñetas que publicaba El Roto en El País en 2007, en medio de un alud de charlatanes y opinadores atrincherados, cínicos y calumniadores cuando no mentirosos, denuncia que le valió un cruce de agrios reproches sobre el conformismo y la pasividad, o no, de unos y otros. (Una disputa que dejamos para otro momento).
No se regocija MM en la desolación ni alienta el desánimo. Es un regeneracionista y en su análisis valora que, pese a la tolerancia y distracción con ineptos y venales, el actual régimen democrático es comparativamente el más libre y justo que ha conocido nunca España, que es mucho lo conquistado y que el riesgo de perderlo es muy alto: «Intereses internacionales muy poderosos están empeñados, con la ayuda de sus sicarios políticos en cada país, en desbaratar el modelo de bienestar social europeo».
El autor de «El jinete polaco» llama a los ciudadanos a defenderlo en «una serena rebelión cívica» y solicita «acuerdos fundamentales ente los caciques de la clase política y los sectores mas politizados de la ciudadanía para promover cambios políticos y legales de gran escala», que pasan por vindicar el valor de lo publico, la profesionalización e independencia de la administración, la seguridad jurídica que garantice las libertades, la limitación de mandatos o el establecimiento de listas abiertas en las elecciones, entre otras medidas.
Estamos condenados a entendernos como colectivo, pero también a elevar la exigencia individual, que «cada uno haga su trabajo», en frase de Camus que cita Muñoz Molina, y que lo haga bien y a favor de la colectividad: «Cancelar la indulgencia española hacia la vaguedad biensonante. Comprobar los hechos. Examinar los actos. Prestar más atención a las personas que actúan que a las que hablan». Alcanzar al fin «la edad de la razón», porque «cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados». Lo que está en juego no es solo un presente empobrecido sino la amenaza real de que nuestros hijos vivan peor de lo que hemos vivido nosotros.
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* Manuel Sollo Fernández es periodista, redactor de Radio Nacional de España (RNE) desde hace casi 30 años. Destinado en el Centro Territorial de Sevilla, donde ha ocupado diversos cargos de responsabilidad, como la subdirección de RNE Andalucía, Jefatura de Informativos y edición de informativos. En la actualidad es también director y presentador de Biblioteca Pública RNE, programa de entrevistas y reportajes sobre escritores y libros de la web de RTVE.
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