LA NATURALEZA Y LO PRECOLOMBINO EN EL MUNDO NORANDINO
Por Hugo Benavides*
Muchos, en algún momento, han escuchado o repetido la historia del Tintín. La narrativa de un ser diabólico y alado, que visita jóvenes durante la noche, ha sido un buen instrumento de disciplina, en manos de las generaciones más viejas, y de terrorífica fantasía para las más jóvenes. Lo que es más complicado dilucidar es de dónde procede tal imagen tétrica, y cómo ha logrado formar parte primordial del fabulario andino, especialmente en la Costa Norandina (Atlántica).
Esta imagen del Tintín, como muchas otras de íconos regionales, son claramente representaciones precolombinas que sobrevivieron, de una u otra forma, la inicial conquista europea, y luego fueron sutilmente transformándose por el proceso colonial y los diferentes proyectos nacionalistas en los Andes. No es muy difícil ver en el Tintín una deidad precolombina venida a menos, especialmente porque cuestionaba la primacía cristiana y más que nada la forma esencial de entender la naturaleza y nuestro lugar en ella, y en especial nuestra relación como seres humanos con respecto a los animales, plantas y el cosmos que nos rodea.
Después de más de un siglo de investigaciones arqueológicas, no es difícil darse cuenta de que las culturas ancestrales tenían una manera epistemológica y ontológicamente diferente a la que hemos heredado de Europa. Tampoco es complicado darse cuenta de que no toda esa herencia y sabiduría indígena fue destruida, y aunque maltratada, camuflada, y vilipendiada, aún, como el legado del Tintín, esa herencia se encuentra con nosotros. Lo que sí es mucho más complicado de acertar es entender de una manera precisa, cuáles fueron esas formas precolombinas de vivir y existir en un mundo lleno de realidades y misterios muy distintos a los que nos hemos construido para nosotros mismos en estos días.
Así podemos ver en las representaciones de murciélagos, y otros seres alados e híbridos de las culturas Tumacos, Manteñas y Huancavélicas, los antecedentes de un ser como el Tintín. Lo que nunca sabremos es el poder que tenía tal deidad e imaginario fuera del contexto demónico al que fue sometido por la caridad cristiana. De esa misma manera tenemos un sinnúmero de representaciones en lítica, cerámica y hasta en documentos etnohistóricos que nos hablan de una relación, al parecer, mucho más inmediata con la naturaleza, y una posición mucho más ecuánime entre la mujer y el hombre dentro del cosmos en el que vivían.
Estas formas culturales y fenoménicas se pueden vislumbrar en múltiples artefactos precolombinos, inclusive en las representaciones fálicas de las figurillas femeninas de Valdivia, de las que hasta el presente sólo podemos adivinar su real significado. Estas figurinas claramente entrelazaban la dualidad sexual de masculinidad y femeneidad de una forma única, en clara oposición a la manera conflictiva y contradictoria de entender la diferenciación sexual desde Occidente. El hecho de que alrededor del 95% de estas figurillas se han encontrado rotas, casi siempre a próposito, parece apuntar a un uso (y desuso) específico, del cual sólo podemos intuir que estos objetos podrían haber tenido poderes curativos o de algún tipo de limpieza espiritual o simbólica. De nuevo intuimos tal hipótesis porque prácticas similares de medicina tradicional han sido heredadas de generaciones anteriores.
De la misma manera las vasijas hechas varios milenos más tarde, alrededor del 1.000 A.C., particularmente dentro de lo que tentativamente hemos definido con el nombre de cultura Chorrera, siguen demostrando una confabulación con la naturaleza muy distinta a la de nuestros días. No sólo el alto conocimiento cerámico, sino también la gran calidad pictórica de las vasijas, demuestran un conocimiento íntimo de las plantas y de los animales con los cuales las comunidades vivían en su entorno diario. Así las vasijas en forma de tubérculos, calabazas, ardillas, monos, tortugas, maíz, entre decenas de otras especies, muestran cómo estas plantas y animales no sólo eran conocidos a profundidad por los artesanos y miembros de estas comunidades precolombinas, pero sobre todo cómo reinaban en el imaginario social, produciendo representaciones que permitían aún más ahondar en el misterio que la naturaleza claramente representa para el ser humano, precolombino o actual.
El hecho de que los silbatos de muchas de estas vasijas zoomorfas producen de una forma auténtica los sonidos de los animales representados, es una prueba fehaciente del conocimiento y de la relación esencial que esta cultura precolombina tenía con la naturaleza circundante. Escuchar el sonido de un murciélago o ardilla al verter líquido en estas vasijas, demuestra una manera de convivir con el cosmos, de re-presentar la naturaleza y hasta de reproducirla en el propio seno doméstico.
Estas imágenes más fidedignas de la naturaleza andina parecieran oponerse a otras representaciones menos reales, al menos en nuestra manera de entender el universo. Así, las figurinas antropozoomorfas o híbridas de la cultura Tumaco, parecieran distintas, o al menos no directamente relacionadas a las antes mencionadas representaciones de humanos, plantas y animales. Pero en este sentido es importante ver en estas representaciones híbridas (de humano/felino por ejemplo) varias complicaciones a la manera esencialista y simplista en que, desde nuestra historia contemporánea, definimos las culturas precolombinas como singulares y animistas por excelencia.
Es importante recalcar que lo que nosotros (incluyendo este artículo) llamamos precolombino, no deja de ser una reducción simplista e historicista de una realidad social mucho más compleja de lo que podemos imaginar. Así, lo precolombino comparte muchas cosas, pero todas de una manera distinta y heterogénea, no sólo en cuanto a períodos diferentes, sino también en relación a regiones diversas, donde se puede vislumbrar una diversidad de prácticas y cosmologías que aún en estos días están presentes en nuestras variadas realidades regionales y nacionales.
Estas diferencias han hecho que ciertas culturas, como la Inca, hayan logrado imponer su ideología sobre cientos de culturas serranas en todo el trayectorio andino. Pero esa misma realidad hizo que los Incas sean atacados no sólo por españoles sino por muchas de esas mismas comunidades indígenas que habían intentado subyugar. Es así que aún nos queda el Quechua (o la variación quichua del norte) pero a costa de la desaparición de centenares de lenguas precolombinas, y eso sólo en la región norandina del continente.
Otro punto central es que las figuras híbridas de Tumaco son más claramente de propiedad cultural Tolita-Tumaco, marcando una completa negación de las actuales fronteras nacionales que obsesionan nuestro diario vivir. El complejo Tolita-Tumaco (en lo que hoy es la frontera costera entre Ecuador y Colombia) encarna una realidad supranacional que antecede la nuestra y que expresa una singular y compleja manera de entender el cosmos en estas culturas precolombinas. Junto a figuras medio humanas y medio zoomorfas, tenemos representaciones cerámicas de seres descabezados, algunas veces con sus propias cabezas entre sus manos o en cavidades en el pecho; otras figuras humanas que parecieran evidenciar múltiples enfermedades y padecimientos corporales, y hasta un gran complejo de representaciones de falos, tanto en piedra como en cerámica.
La gran diversidad de representaciones naturales y sobrenaturales en Tolita-Tumaco, nos sirve para ahondar en la gran complejidad presente en la relación de las culturas precolombinas con la naturaleza. Lejos de formar un sólo discurso ideológico las culturas precolombinas demuestran una diversidad en las maneras de responder, representar y adaptarse al medio ambiente y a los animales y floras que los mantenían tanto anímica como espiritualmente. No hay duda de que todas las culturas precolombinas tenían un conocimiento íntimo con la naturaleza, un conocimiento que nosotros hemos perdido; pero el contexto de esa relación y el conocimiento que cada una de estas culturas utilizaba para representar esa relación, es tan variada como nuestras propias experiencias regionales y nacionales de hoy.
Al mismo tiempo las divisiones norandinas entre comunidades colombianas y ecuatorianas no dejan de reflejarse como divisiones muy recientes, desarticuladas en el imaginario Tolita-Tumaco. No deja de ser irónico que un símbolo de esta región, una máscara simbólica del sol en oro, fuera utilizado por el Banco Central del Ecuador hace varias décadas para marcar su propia singularidad nacional. Precisamente cuando desde su propia especificidad cultural, muchas veces perdida para nosotros, cada una de las representaciones precolombinas, ya sea en metal, cerámica o reproducciones etnohistóricas nos hablan de una manera de entender las plantas y los animales que nosotros nunca realmente podríamos entender.
Tanto las representaciones fidedignas e híbridas de plantas como la calabaza, maní y maíz, y de animales como el jaguar, caimán, y serpientes, han perdido el poder imaginario que claramente tenían para nuestros antepasados. Pero en este sentido no se trata de simplemente esencializar [sic] el pasado precolombino como un compuesto de sociedades animistas. Mas bien se trata de aprender de esas lecciones abortadas, y de rearticular las representaciones jeroglíficas de estas sociedades precolombinas, tratando de entender lo que hemos destruido (y heredados de esa debacle), comprendiendo lo que perdemos al construirlas de una manera homogénea y monolítica.
El pasado precolombino nos ofrece un legado singular en cuanto a una visión del cosmos y a la relación con la naturaleza se refiere; una visión que aún tenemos que reconstruir vivamente y que en el mejor de los casos, nos alejará del conocimiento que hemos construido para nosotros mismos en estos últimos cinco siglos.
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* Hugo Benavides obtuvo su doctorado en antropología en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (Graduate Center – CUNY). Desde 2000 es profesor de antropología en la Universidad Jesuita de Fordham, en Nueva York, donde también dirige el instituto de estudios latinos y latinoamericanos. Sus múltiples investigaciones han recibido financiamientos del Woodrow Wilson National Foundation, National Science Foundation, Wenner-Gren Foundation, Social Science Research Council and the Andrew R. Mellon Foundation, entre otras fundaciones. Cuenta con una amplia experiencia arqueológica excavando en varios sitios andinos, y tambien en Pompeya, Italia. Sus tres libros versan sobre temas de historia, identidad y cultura popular a través de las Américas: 1) Making Ecuadorian Histories: Four Centuries of Defining the Past, (University of Texas Press, 2004); 2) The Politics of Sentiment: Remembering and Imagining Guayaquil (UT Press, 2006); y 3) Drugs, Thugs and Divas: Latin American Telenovelas and Narco-Dramas, (UT Press, 2008). Ha publicado más de 40 artículos en varias compilaciones y revistas como Arqueología Suramericana, Iconos, y Social Text. Actualmente vive en Brooklyn.