Sociedad Cronopio

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EL CUERPO DEL DESEO: MASCULINIDAD Y HEGEMONÍA EN EL MERCADO LATINO

Por Hugo Benavides*

«La diferencia entre tu y yo,
Es que yo en tu lugar si te amaría».
(Lola Beltrán/Juan Gabriel)

En los últimos años las comunidades latinas en los Estados Unidos se han convertido en el segundo grupo étnico/racial de mayor envergadura, sólo segundo en número al de la comunidad blanca anglasajona. Pero lejos de significar un simple logro socio–cultural y político esta primacía latina (por llamarla algo) está llena de contradicciones y ramificaciones de grandes alcances globalizantes. Una realidad más que obvia cuando todas las parejas europeas y norteamericanas patinaban/danzaban exclusivamente ritmos latinos en las competencias de las Olimpiadas de Invierno. Así que, el contar ya con un alcalde latino en Los Angeles y estar al tope de los primeros puestos musicales del país demuestra una complicada relación de poder y cultura entre las diarias batallas de migrantes y ciudadanos latinos con la exotización de un mercado con enormes alcances hegemónicos. Es en esta encrucijada donde la cultura popular del melodrama ofrece un lugar apremiante en donde empieza a dilucidar la relación entre mercado y cultura en la identidad latina norteamericana, y especialmente el lugar privilegiado que la masculinidad juega en dicho proceso.

La telenovela desde hace una década ha empezado a ser objetivo de múltiples estudios acádemicos, precisamente desde los centros culturales de Colombia y México. Varios cientistas sociales, entre ellos Jesús Martín Barbero, se han apremiado por tratar de entender el gran fenémeno cultural que representa el melodrama telenovelístico que en las últimas cuatro décadas ha revolucionado la reproducción cultural dentro y fuera del continente. Como bien sostiene Nestor García–Canclini (1999), junto con la deuda externa y migrantes, las telenovelas son uno de los tres pilares con los que el continente latinoamericano contribuye al mundo de la globalización. Es a través de estas supuestas tristes y cursis tramas que el continente ha logrado auto–representarse una y otra vez dentro y fuera del continente, permitiéndose espacio para discutir temas de género, clase, raza, sexualidad, entre muchos otros que han estado vedados dentro de los círculos oficiales y elitistas.

En el último éxito telenovelístico de la temporada, «El cuerpo del deseo», todos estos temas de representación, cultura popular, y mercado se encuentran una vez más en clara discusión y lucha hegemónica por definir lo latino y lo que es la latinidad. El alcance del mercado latino por claras razones de número y poder adquisitivo ya no se trata de un grupo aislado o sin gran influencia en el resto de la población del país. Como ejemplo, una vez a la semana el programa con mayor número de tele–espectadores es una telenovela, tanto así que la pasada temporada las telenovelas y los canales hispanos entraron en franca competencia con los canales «gringos» por obtener el mayor mercado posible. Un fenómeno socio–económico que ha hecho que los grandes canales norteamericanos hayan abierto una escuela para escritores y actores de telenovela en Miami, y de esta manera usufructuar los alcances del nuevo boom de la latinidad norteamericana.
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Y es aquí precisamente donde hace su entrada el nuevo y exitoso proyecto representativo «El cuerpo del deseo», donde no sólo el cuerpo femenino, como suele ser más tradicional, sino también los músculos masculinos entran a competir por los índices de audiencia y deseos reprimidos de hombres y mujeres. El fenómeno y representación de la masculinidad en el mundo de la telenovela es uno que ha tenido menos discusión explícita, tanto cuanto espectador como objeto sexual de la pantalla en sí. Sin embargo, el mundo cambiante de la latinidad globalizante hace más que nunca que los nuevos mensajes culturales se transmitan en adecuados códigos culturales para el contexto del nuevo milenio. Lo que hace que no sólo quede en claro que no sólo mujeres ven telenovelas, pero que parte del placer masculino en verlas es el de negar hacerlo, o de que se constituya en un culpable placer, que en sí es el objetivo prinicipal de todo melodrama. De esta forma las despampanantes actrices femeninas nunca fueron para el deleite exclusivo de las espectadoras (aunque en cierta parte constitutiva si) sino precisamente para aquellos (y aquellas) que eran forzados a negar su propia fascinación sexual.

Es en este punto donde las telenovelas brasileñas son una de las primeras que irrumpen con una mayor representación sexual que ya no sólo objetiviza el cuerpo feminino, pero un posmoderno modo de mayor democratización cultural también desnuda y exotiza a los hombres por igual. Haciendo de esta manera no sólo a mujeres sino a hombre poseedores de un cuerpo de deseo, por el cual también se mata, chantajea y a última instancia pierde uno sus estribos. Es aquí donce la nueva colaboración de telenovelas colombianas–mexicanas–estadounidenses re–insertan el poder adquisitivo (y patriarcal) del cuerpo masculino, y muy adecuadamente titulándola «El cuerpo del deseo.» Esta telenovela es la última de una reciente colaboración que ha permitido un nuevo fenómeno globalizante de tener un elenco de bellos (y muy talentosos) actores colombianos (Producciones RTI), ambientados en un fondo cultural de referencias culturales y musiculaes mexicanas, y grabado en Miami (Producciones Telemundo) como si fuera un punto abstracto de latinoamérica.

Es en este nuevo transfondo globalizante de la diferenciaciones latinas que los nuevos viejos (ver Hall 1997) modelos de la masculinad se elevan por los placenteros caminos de la culpa sexual. Después de todo como bien lo augura Mario Vargas Llosa en Los cuadernos de Don Rigoberto el sexo no sería sexo en Latinoamérica sin la culpa, o al menos sería mucho menos placentera. De esta manera la telenovela presenta como trama central el hecho de la re–encarnación del alma de un hombre viejo, Pedro José Donoso (actuado por nadie menos que Andrés García) en el bello cuerpo de un hombre joven, Salvador Ceniza (suculentamente representado por el cubano/mexicano Mario Cimarro). Entre los dos logran representar la gama de la masculinidad latina en sus más esquizofrénicas posibilidades, y todo dentro de la misma persona/alma aunque con dos cuerpos distintos. De este modo logramos tener la sabiduría del hombre de mundo (y ultra heterosexual) representado por el galán mexicano, que como buen renacentista sabe tocar el piano, hablar francés, es un exitoso hombre de negocio y muy, pero muy diestro en enamorar a las mujeres. Pero todo esto sin perder su identidad de macho a lo mero, mero, como buen «hombre de Buchanan».
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Pero si los días de andar cuasi–desnudos (a lo «Tintorera») ya no existen para Andrés García no es así para su alter–ego, Mario Cimarro. Al cual vemos casi desnudo múltiples veces, inclusive en la esencial escena cuando se arranca la ropa para quedarse completamente desnudo al despertarse y salir corriendo del ataúd en que lo estaban enterrando. Desde este absurdo cultural (esencial en el mundo melodramático) sólo siguen los múltiples momentos en que el personaje se presenta sin ropa, pero más importante, teniendo el doble encanto de la sabiduría de mundo de un hombre vivido y la belleza corporal que marca su nueva metro–sexualidad del mundo posmoderno. Es así como la inicial identidad heterosexista del «hombe de Buchanan» se encuentra ensanchada por una nueva imagen no sólo menos patriarcal que la anterior pero tambien más suave y tierna a la vez.

Es esta riqueza representativa masculina que me parece importante destacar en este nuevo producto de la cultura popular latina en Estados Unidos. Por un lado, dentro del modelo melodramático la actual telenovela hace uso de los tradicionales elementos de acción propios del medio para lograr su objetivo, pero por otro lado también hace uso de nuevos modelos de género que escapan los cánones sexuales provistos originalmente para la comunidad latina en todo el continente. Es así, que no sólo son los alcances feministas de los 70 que influyen y se encuentran presente en el medio, proveyendo a las mujeres de una primacía y agencia hegemónica mucho más explícita, sino también los logros políticos de una vanguardia homosexual (claramente influenciada por el movimiento feminista) que también se hace presente en el mundo latino del norte. Es de esta forma que las telenovelas, y «El cuerpo del deseo» es sólo uno de múltiples ejemplos, logran subvertir las normas oficiales pero también las diferentes maneras en que el mercado se adecua a una nueva manera de constituir una vieja realidad cultural, la de la presencia latina en los Estados Unidos.

Es así que tanto el viejo Pedro Donoso como Salvador Ceniza logran encarnar un hombre latino que ya no abandona el interés por su presencia corporal. El cuidado del cuerpo ya no es una cosa femenina sino que al contrario es señal de clase y experiencia (de dos vidas de experiencia). De esta manera no importa que uno sea gerente de empresa y el otro un mero campesino, los dos demuestran su superioridad en un ideal griego (y por ende muy andrógino) de lo que es la belleza corporal masculina. Pero este viejo ideal lejos de serlo es claro corelativo a la nueva discusión metro–sexual y poli–sexual en la cultura popular norteamericana, en donde ya esta pasado de moda el asumir las imagenes patriarcales de John Wayne e inclusive de Tony Soprano (no está de más aclarar que todo hombre bello y fornido es inmediatamente asesinado en el show de Los Sopranos) sino el beso tierno entre Tom Cruise y Brad Pitt en «Entrevista con el vampiro».
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Pero la encrucijada, y por ende aparente contradicción, es como esta supuesta ternura y belleza (características femeninas por antonomasia) logran volverse cosa de hombre, y de hombres como Andrés García. Es ahí donde la imagen exótica del hombre latino me parece esencial en lograr resolver este nuevo momento de explosión representativa. Ya que en cierta manera el hombre latino presenta la perfecta solución (estereotipada por supuesto) de absoluta (e incuestionable) heterosexualidad con un «look» y presencia más agradable a la vista y al deseo sexual. Es así que el nuevo «latin(o) lover» ya no necesita ser brusco ni macho a lo bruto, porque esas características se llevan en la sangre, y en cierta manera son características de su propia autenticidad cultural. De esta forma también es como el mercado logra incorporar una imagen del hombre latino, que tiene que serlo todo, bello y apuesto a la misma vez que inteligente y un hombre de éxito, precisamente cuando la realidad migrante es cada vez más desgarradora y se construyen límites físicos y paredes en la frontera, para representar los que simbólicamente mantienen a los latinos en los peores niveles de educación y empleos dentro del país.

Pero como toda democratización del nuevo milenio en cierta manera no se les está pidiendo nada a los hombres latinos que no había sido requeridos de sus compañeras hace décadas, el de ser bellas y exóticas al mismo tiempo que contribuyan a la economía doméstica. Es así que ésta y las nuevas telenovelas están construyendo una nueva imagen de los que significa ser latino en los Estados Unidos, una en que la masculinidad se encuentra en la encrucijada de representarse en formas auténticamente culturales tanto para el norte como el sur. Pero es esta misma esquizofrenia cultural que me parece clave para entender la contribución del melodrama en sí a las nuevas formas hegemónicas del mercado globalizante de la modernidad. Ya no existimos (porque nunca lo habíamos hecho) aislados de otros grupos minoritarios u otras naciones, la latinidad como nuestros hermanos negros igualmente aprendieron a hierro y fuego (ver Baldwin 1994), es cosa de diáspora y nostalgia.
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A última instancia el mercado moderno y la globalización no son entes extraños a la constitución de nuestra propia realidad de sujetos sociales, al contrario son estas mismas envergaduras de nuestra cultura popular que logran re–insertarse en lo social. Y es así como logros cinematográficos como «Brokeback Mountain» re–definen la masculinidad de vaqueros y otros hombre fuertes, y que «El cuerpo del deseo» también refleja la imperiosa necesidad de re–insertar una forma de ser hombre que ha sido abandonada por el choque entre culturas del sur y norte (y no entendidas simplemente como realidades geográficas). Pero como siempre, la contradicción es que ya el dúo de Juan Gabriel y Lola Beltrán cantaban a gritos la imperiosa necesidad de ser diferentes, pero será el regalo de la posmodernidad ver hasta qué punto realmente lo podemos ser.

REFERENCIAS.

Baldwin, James. 1994    Just Above my Head, New York City: Laurel Press.

García–Canclini, Nestor. 1999. La Globalización Imaginada. Buenos Aires: Paidós.

Hall, Stuart. 1997    Old and New Identities, Old and New Ethnicities” In Culture, Globalization and the World–System: Contemporary Conditions for the Representation of Identity. Edited by A. King, pp. 41–68. Minneapolis: University of Minnesota Press.
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* Hugo Benavides obtuvo su doctorado en antropología en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (Graduate Center – CUNY).  Desde el 2000 es profesor de antropología en la Universidad Jesuíta de Fordham, en Nueva York, donde también dirige el instituto de estudios latinos y latinoamericanos.  Sus multiples investigacioones han recibido financiamientos del Woodrow Wilson National Foundation, National Science Foundation, Wenner–Gren Foundation, Social Science Research Council and the Andrew R. Mellon Foundation, entre otras fundaciones. Cuenta con una amplia experiencia arqueológica excavando en varios sitios andinos, y tambien en Pompeya, Italia.  Sus tres libros versan sobre temas de historia, identidad y cultura popular a través de las américas: 1) Making Ecuadorian Histories: Four Centuries of Defining the Past, (University of Texas Press, 2004); 2) The Politics of Sentiment: Remembering and Imagining Guayaquil (UT Press, 2006); and 3) Drugs, Thugs and Divas: Latin American Telenovelas and Narco–Dramas, (UT Press, 2008).  Ha publicado más de 40 artículos en varias compilaciones y revistas como Arqueología Suramericana, Iconos, and Social Text.

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