Sociedad Cronopio

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Sobre los estereotipos

SOBRE LOS ESTEREOTIPOS

Por Joaquín María Aguirre*

Hubo un tiempo en que solo nos conocíamos a través de los relatos que nos traían desde los lugares más remotos. La imagen que nos formábamos de los distantes se construía con historias y descripciones más o menos cercanas a la realidad y la imaginación hacía el resto. Podían ser las historias de caníbales y palacios lujosos, de ritos placenteros o infernales. Aquellas historias prendían pronto y se concretaban en construcciones de gran resistencia al cambio, que se insertaban en el imaginario propio de cada pueblo constituyendo los estereotipos.

Los seres humanos poseemos un lenguaje que no solo nos sirve para poder comunicarnos sino que supone también una forma de clasificación del mundo. Etiquetamos y clasificamos. De alguna forma, esas clasificaciones construyen la propia cultura, su espacio entretejido. Frente al caos, la cultura es orden y el lenguaje es nuestra herramienta cognitiva y comunicativa para ello. Ponemos nombres, contamos historias, clasificamos el mundo y lo transmitimos.

Al ordenar el mundo lo hacemos inteligible para nuestra propia supervivencia en él. Todos esos materiales ordenados constituyen un segundo mundo, el de la Cultura, un universo de relaciones y valores, de categorías y clasificaciones, de jerarquías y recuerdos. La Cultura es nuestro mundo humanizado, pues es su traducción a diversos lenguajes que lo hacen manejable, aprehensible y comunicable. Una «cultura» es un sistema de clasificaciones y explicaciones compartido. Cuando vivíamos separados, los sistemas permanecían estables. Pero ahora vivimos próximos, en un universo empequeñecido en el que nuestras diferentes visiones se pueden convertir en obstáculos para la convivencia.

En una entrevista recientemente realizada al primatólogo Frans de Waal [1] aparecida en el madrileño diario El Mundo con motivo de la aparición en España de su última obra, este manifestaba que los mismos mecanismos que actúan como refuerzo de los vínculos en los grupos son los que hacen que veamos a los que no pertenecen a ellos como enemigos. Mediante una misma operación clasificatoria se realiza una acción incluyente y otra excluyente, lo que queda dentro y lo que queda fuera; nosotros y ellos.

El estereotipo es una forma de encapsular información del mundo para compartirla. Hay informaciones que están en continua transformación. Pero las más de las veces esas informaciones nos llegan a través de los flujos sociales convertidos en piezas compactas, resistentes a la erosión del tiempo. El estereotipo es una unidad cerrada y resistente al cambio; es una forma de clasificar el mundo, de evaluarlo para compartir una mirada.

Si el «prejuicio» es una forma de valoración sin experiencia previa, el «estereotipo» es la reducción de la complejidad de algo hasta los mínimos elementos que permitan su identificación nítida. Convertir algo en un estereotipo es realizar un recorte simplificador que sustituye al objeto real, que queda fuera de la visión. El estereotipo es una forma de ceguera ante la diversidad. Son los prejuicios los que dirigen la construcción y fijación del estereotipo. Es difícil escapar de ellos porque se entrelazan en el día a día de la comunicación; son moneda de cambio.

Los estereotipos son muy poderosos pues se insertan en todas las manifestaciones culturales en las que se representa al que ha sido reducido. Son duraderos pues se refuerzan constantemente mediante su repetición textual y discursiva. Se cuelan en chistes o en dramas profundos, en spots publicitarios o en grandes producciones, y es muy difícil escapar de ellos a ellos. He utilizado el verbo «escapar» porque me parece la forma de expresarlo más correcta. Los estereotipos forman parte de nuestra trama cultural y establecen las condiciones del diálogo social.
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Hace unos días, Simon Moya-Smith publicaba en la edición digital de la CNN un artículo titulado «Native Americans: We’re not your mascots». Moya-Smith se hace eco de una polémica en los

Estados Unidos referida a los nombres, usos y prácticas de algunos equipos deportivos:

I once wondered why we indigenous peoples of North America must break it down when it comes to why something is anti-Native American.
On the whole, people can recognize what’s anti-black, anti-gay, anti-Latino, anti-Asian, and so on: But when it comes to racism directed at Native Americans, we, the first peoples of this continent, are left having to explain why Indian mascots and painting your face red at a Cleveland Indians game denigrate us.
Years of studying and observing this situation have led me to an unfortunate conclusion: People have been conditioned to ignore racism directed at Native Americans. [2]

Que Moya-Smith pueda hablar de «condicionamiento» para la invisibilidad social de un elemento como este muestra precisamente el funcionamiento social de los estereotipos. En realidad el condicionamiento proviene, en este y en otros casos, de la reducción característica hasta reducir a la caricatura, al mero esquema al otro. Todos los elementos señalados como «reconocibles» —anti-black, anti-gay, anti-Latino, anti-Asian…— forman parte también de ese sistema de clasificación y evaluación de los «otros» en la cultura, que tiene un eje de focalización privilegiado, capaz de imponer sus propios valores a los demás. Cada uno de los grupos a los que se ha señalado ha tenido que desarrollar su propio proceso de lucha contra la representación asignada por el grupo dominante de la cultura. El hecho de que sea el último en rebelarse no es más que el indicador de la profundidad arqueológica del estereotipo, es decir, de su «naturalidad» respecto a los demás grupos. Cada uno era sensibles a sus propias discriminaciones a través de los estereotipos, pero mantenían un grado de sensibilidad menor ante las de los demás. ¿Insolidaridad? Probablemente no; tan solo la ceguera de la inmersión en la cultura propia que conlleva todas esas cargas y sumisiones.

La necesidad de convivencia próxima hace más necesaria la comprensión del fenómeno de los estereotipos, entender cómo funciona en el seno de la cultura y emprender las acciones inteligentes para evitar su transmisión «natural» a través de los flujos del lenguaje. No es fácil por su inserción profunda. En el caso señalado por Moya-Smith, no hay una «intención» de escarnio en que los hinchas del equipo de Cleveland pinten sus caras de rojo y se decoren con colores de guerra. Simplemente se transmiten sin pensar en el componente ofensivo que puedan tener para otros. En este sentido, la idea de «condicionamiento» se acerca a la realidad. Lo festivo de la celebración deportiva hace que se olvide el fondo. Si pensamos los «minstrel shows» en los que los cantantes blancos se pintaban sus caras de negro para imitar burdamente los cantos, danzas, etc. de los afroamericanos, podemos pensar que todo aquello no era tan «inocente». Es el mismo mecanismo.

Mientras escribo esto contemplo fotos de fans de los «Redskins», de Washington. Hay entre ellos asiáticos y afroamericanos disfrazados de «indios». Están bajo el efecto cultural de esa ceguera estereotípica de la que hablamos, el «condicionamiento» que no les hace reaccionar ante lo que se hace, que consideran como un juego sin intencionalidad alguna. Sin embargo reaccionarían probablemente de forma airada si el equipo se llamaran los «esclavos» o «peligro amarillo».

Hace unos días retiré un cartel en el que alguien había escrito «¿Es que hablamos en chino?», seguido de unos dibujos en rojo que pretendían imitar la escritura china. El que lo puso no pretendía ofender a nadie, probablemente, y su cartel estaba destinado a los españoles que incumplían la norma que quería reforzar. Pero, aunque no lo pretendiera, lo hacía, dado el número de estudiantes de esa nacionalidad que tenemos en nuestras aulas.

Cuando revisamos nuestras obras literarias descubrimos muchos de esos estereotipos. Los descubrimos porque se nos han hecho visibles, es decir, somos conscientes de ellos. Para los que estamos más sensibilizados actualmente probablemente sea los referidos a las mujeres, que han sido encapsuladas culturalmente en una cultura predominante patriarcal. Pasadas unas décadas, los anuncios publicitarios que nos parecían entonces «naturales» nos parecen hoy terriblemente estereotipados, cuando no discriminatorios e insultantes.
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No hace mucho tuve la tentación de poner un texto de un conocido filósofo español a unos alumnos extranjeros para comentarlo. Pasadas unas páginas, lo desestimé por la gran cantidad de tópicos que se acumulaban. Sus ideas podrían estar vigentes, pero la presencia constante de estereotipos entre sus páginas lo hacían realmente insufrible. El texto estaba salpicado de comentarios que hoy calificaríamos sencillamente como «machistas». No es un caso único, más bien al contrario.

Hay una parte creativa en la cultura, dinámica; pero también hay una parte repetitiva, estática. Estereotipos, tópicos, clichés, prejuicios, etc. son unidades de contenido de nuestras culturas que constituyen la parte estática, la que queda para uso común respecto a elementos internos y externos.

El estereotipo tiene mucho de cárcel cultural. En ella encerramos y somos encerrados; con ellos clasificamos y somos clasificados. La época en que la gente apenas se movía de sus espacios ha concluido y hay una sensibilidad mayor por la exposición más intensa que los medios de comunicación realizan.

La forma más adecuada de enfrentarse a ellos es a través de la educación crítica, de no dejar sin revisar lo que tenemos a mano de forma permanente. La mayor ceguera la produce aquello que permanece ante nosotros, que ha crecido con nosotros. Todas las culturas, todos los países, todas las comunidades, todas las lenguas mantienen en su interior estas bombas de relojería que el aumento de la comunicación revela. Debemos ser cuidadosos en no caer en ellos porque cada error contribuye a reforzarlos.

Notas

[1] Frans de Waal ‘El origen de la ética no es Dios, sino los simios'(entrevista) El Mundo 13/05/2014 https://www.elmundo.es/ciencia/2014/05/13/537120e3268e3ed1688b457e.html

[2] Simon Moya-Smith «Native Americans: We’re not your mascots» CNN 19/05/2014 https://edition.cnn.com/2014/05/19/opinion/moya-smith-native-american-racism/

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* Joaquín María Aguirre es profesor Titular del Departamento Periodismo III (UCM), Doctor en Ciencias de la Información por la UCM. En la actualidad es profesor de Teoría de la Información y de Textualidad Digital (Teoría y Práctica de la Edición Digital), también es profesor del Máster Oficial de Periodismo de la UCM. Es fundador y editor de Espéculo. Revista de estudios literarios, publicación digital creada en 1995. Codirector del Taller de Escritura Creativa de la Fundación General de la Universidad Complutense (2004). Editor de la colección Temas de Lectura de la Red de Universidades Lectoras. Correo-e: aguirre@ccinf.ucm.es

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