NIÑOS REFUGIADOS EN LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Por Isabella Leibrandt*
[blockquote cite=»UNHCR» type=»left, center, right»]Hemos de ser el futuro, pero si morimos, no habrá futuro.[/blockquote]
Las imágenes siempre están ahí…, a veces toda la vida. Cuando un niño es un refugiado, habrá experimentado previamente cosas que ni siquiera podemos imaginar. En todo el mundo hay 40 millones de refugiados, la mitad de los cuales son menores de 18 años. Están huyendo de las guerras, de la pobreza y de la explotación.
A diario nos encontramos con titulares parecidos e imágenes en los medios del aumento dramático de la inmigración ilegal hacia Europa. Lo que nos proporcionan las noticias son ante todo números: así 42.000 refugiados fueron recogidos en los primeros cuatro meses en las fronteras de la UE, tres veces más que en 2013 en el mismo espacio de tiempo; en el norte de África esperan miles a una ocasión para huir con la esperanza de empezar una mejor vida en los países industrializados de Europa. Los números que publica la Agencia de Refugiados UNHCR son unos tristes récords: 33,3 millones de personas se convirtieron el año pasado en refugiados en sus propios países debido a conflictos armados: en otras palabras nunca jamás tantos hombres, mujeres y niños fueron obligados a huir dentro de sus propios estados desde la Segunda Guerra Mundial. En comparación con el 2012 el número aumentó por 4,5 millones. Tan solo en Siria cada 60 segundos una familia se ve forzada a huir lo que suma 9600 sirios que se convierten diariamente en refugiados en su propio país; otros 2,5 millones se refugiaron en otros países. La mayoría de los refugiados internos – un 63,3% – se deben a los conflictos actuales en cinco países en el mundo: Siria, Colombia, Nigeria, el Congo y Sudán. Según la convención de refugiados de Ginebra de 1951 un refugiado es una persona que por temores fundados a ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinados grupos sociales o por su opinión política se encuentre fuera del país cuya nacionalidad posee sin poder acogerse a la protección de tal país o a causa de dichos temores no quiere beneficiarse de ella.
Las guerras, la persecución, el deseo por una vida mejor están llevando como nunca a miles a buscar refugio en otro país. Se ven forzados a huir, son obligados a abandonar sus hogares debido a que su país de origen no puede o no quiere protegerlos. Al buscar protección en otro país los refugiados toman caminos y rutas peligrosas pagando por el viaje a un futuro mejor no sólo una gran cantidad de dinero sino también con sus vidas. Casi a diario nos llegan imágenes de barcas repletas de hombres, mujeres, niños y bebés de los que muchos no llegan a tierra ahogándose antes de alcanzar a pisar Europa. Algunos sostienen que la historia del no sedentarismo abarca espacios temporales mucho más largos que aquellos de una vida sedentaria. Huir significa en la mayoría de los casos el abandono desprevenido y forzoso del entorno familiar, por lo general acompañado por la violencia causada por la persecución y la guerra. Para muchos refugiados del continente africano el Mediterráneo en el mejor caso es un obstáculo, en el peor, una tumba. Se estima que 20 000 refugiados en barcos han sido tragados por ese ‘monstruo’ en los últimos 20 años —y cada mes habrá más—
Aunque estos datos nos impresionen, sin embargo, solo transmiten instantáneas de una avalancha anónima de refugiados y no dicen nada de la vida particular, del destino, de los caminos que han dejado atrás y dramas de cada una de estas personas, generando mas bien un bloqueo emocional en los consumidores de los medios. Sobre todo no hablan de los niños refugiados afectados por experiencias traumáticas.
Nur, su madre, nos cuenta: Entraron en nuestra casa con unos kalashnikovs. Dispararon a mi marido. Fátima lo (su padre) vio caer allí, sobre su alfombra de oración. Cada uno de nosotros vive con sus fantasmas, lo sé, y no se les puede molestar demasiado porque se corre el riesgo de despertar la pena que nos aprieta el corazón. Más vale contentarse con el presente tal y como es en nuestro refugio, con el té hirviendo en el samovar y las ganas de avanzar hacia otros horizontes. (Bondoux 2010, 97)
Las narraciones escritas para lectores jóvenes por autores como Fabio Gada, Anne-Laure Bondoux o Uri Orlev en cambio dirigen nuestra atención al niño narrador y sus experiencias reflejando a la vez los recientes conflictos. Con sus protagonistas dan nombres, edades y los destinos individuales que representan a los miles que huyen cada día en alguna parte del mundo. Son por tanto estas obras literarias y la personalización que logran transmitir y a visualizar de modo comprimido las experiencias individuales de incontables huidas. Muestran niños refugiados que deben hacer frente a diferentes pérdidas, teniendo que madurar antes del tiempo, al terminar su infancia de un día a otro. Con sus historias desde el punto de vista del narrador en primera persona nos llegan sus voces que incitan a la reflexión por poder comprender por qué hay guerras y huidas.
¿Por qué hay guerra? Nadie puede explicar el Cáucaso. (40) Me gustaría poder comprender por qué el ejército la toma con nosotros, por qué no tenemos derecho a permanecer mucho tiempo en ningún sitio. (51) Demasiados pueblos, demasiados países. Las fronteras se mueven y los nombres cambian continuamente… Al final, todo lo que queda son ruinas y gente desgraciada. Es inútil intentar comprender el Cáucaso. (Bondoux 2010, 73)
Las narraciones además demuestran que no importa si se trata del conflicto en el Cáucaso o en Afganistán porque lo que se describe lo experimentan los refugiados en muchas otras zonas de conflictos armados. Las descripciones de huida se caracterizan en primer lugar por el hambre, el frío y los sobresaltos, el miedo y el esfuerzo inhumano a vencer los obstáculos naturales aparentemente insalvables: montañas, el mar, bosques, miles de kilómetros. Cuando logran llegar a un destino en los países ricos de Europa, vienen como refugiados donde igualmente se enfrentan a menudo a condiciones inhumanas. Son precisamente estos textos de la literatura juvenil, y los pequeños narradores, quienes nos narran por qué tienen que huir sensibilizándonos por el destino individual de los niños refugiados.
Tengo diez años, el corazón pulverizado, los pies sangrando, el estómago encogido, y una vez más, voy hacia lo desconocido por interminables caminos. Ahora vamos de refugio en refugio y estoy seguro de que me ha atrapado la desesperación. (Bondoux 2010, 79)
La huida, el desarraigo, la separación y los nuevos comienzos, la pérdida y la recuperación de la humanidad son los temas de tres relatos comenzando todos ellos en la infancia de los protagonistas.
En la vida nada ocurre como quisiéramos, es la pura verdad. Querríamos poder amar a alguien siempre, y hay que separarse. Querríamos paz, y estalla una guerra. Querríamos tomar un barco, y hay que trepar a un camión. Un camión que apesta a gasolina adulterada, a sudor, a perro mojado. Un camión que se atasca y bascula entre caminos montañosos. Un camión que transporta decenas de refugiados. Y lo peor es que nadie comprende nada. Pronto cumpliré once años, y no he conocido más que inicios de catástrofes, despedidas precipitadas, desgarramientos. (Bondoux 2010, 107)
«En el mar hay cocodrilos», narración basada en hechos reales, es Enaiat quien narra con palabras escuetas su larga huida de su pueblo natal Nava, ‘el lugar más bello del mundo’, en Afganistán. Con tan solo diez años se encuentra una mañana solo, abandonado por su madre en Quetta, ciudad bulliciosa y ruidosa en el país vecino Pakistán. Años más tarde llega a saber que el abandono fue por su bien, un acto de amor para salvar su vida de los talibanes:
Me vinieron a la memoria las palabras de un hombre al que intenté darle una carta para mi madre, cuando vivía en Quetta, casi tres años antes. En aquella carta le pedía que viniera a recogerme. Pero el hombre la leyó y dijo: Enaiat, yo conozco bien vuestra situación, lo que está pasando en la provincia de Ghazni, y cómo tratan a los hazara. Debes considerarte afortunado por vivir aquí. Aquí estás mal, de acuerdo, pero al menos por la mañana puedes salir de casa con la esperanza de volver vivo por la noche, allí ni siquiera sabes, cuando sales, si a casa volverás antes tú o la noticia de tu muerte. Aquí puedes moverte entre la gente, vender tus cosas, mientras que en tu pueblo los hazara no pueden ni andar por la calle, porque si un talibán o un pastún se cruza con ellos y los ve, bueno, siempre encuentra algo que no está bien: la barba demasiado corta, el turbante mal puesto, la luz encendida en casa después de las diez de la noche. Continuamente corren el peligro de morir por una nadería, de que los maten por una palabra de más o por alguna regla sin sentido. Debes agradecerle a tu madre que te hiciera salir de Afganistán. Porque hay muchos que no pueden hacerlo y que quisieran. (Geda 2011, 97)
Kumail, protagonista de «Tiempos de milagro» vive en un campamento de refugiados en las afueras de Tbilisi, en Georgia, más tarde debe refugiarse en un vertedero de basura envenenado. Su objetivo es coger un barco hacia el oeste. Los contrabandistas que querían llevarlo por tierra a Francia le engañan. Para Kumail van pasando los años huyendo por bosques y caminos a través de la Europa del Este. Tiene siete años, luego diez, once, doce, siempre huyendo en dirección al oeste a pie, haciendo autostop, muriéndose de hambre en la lluvia, una y otra vez el caos de la guerra de los disturbios del Cáucaso en los años noventa se le cruza en su camino y, así crece en un mundo lleno de incertidumbre de un niño confiado a un joven lleno de dudas.
Cuando se tiene casi once años hay muchas cosas imposibles de comprender; sobre todo el amor, la guerra, los independentistas, los juegos estratégicos de las naciones… ( 117) Por la noche dormimos en granjas, en iglesias, incluso en gallineros. Por la mañana apestamos a cagarrutas y a paja podrida. (…) Francia es un lejano e inaccesible sueño, cuando ya no tenemos ni siquiera carbón para cocer el agua en el samovar. (85) De todos modos, trato de imaginar la magnífica vida de otra época, antes de las bombas, antes de los soldados y del miedo. Me gustaría entender por qué ese tiempo acabó, pero sé que es en vano. (Bondoux 2010, 89)
El lector conoce las atrocidades experimentadas por Kumail durante la huida de cinco años a través del Cáucaso a Francia desde la perspectiva de un niño inicialmente ingenuo.
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* Isabella Leibrandt, doctora por la Universidad de Navarra en la aplicación de las nuevas tecnologías en la didáctica de la literatura. Áreas de investigación: teoría y didáctica de la literatura y de los medios, la literatura infantil, la didáctica de la enseñanza con la aplicación de las nuevas tecnologías, la comunicación intercultural. Otros artículos: 2006: El weblog, un nuevo género de la cultura popular digital. Culturas Populares. Revista Electrónica 3 (septiembre-diciembre 2006). ISSN: 1886-5623 2006: Humanidades digitales, ¿ciencia ficción o realidad inminente?, Espéculo nº33. 2006: El aprendizaje intercultural a través de la literatura, Espéculo nº 32.