Sociedad Cronopio

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A distancia y a la pelota

A DISTANCIA Y A LA PELOTA

Por Enrique Winter*

A distancia

Geniales en sus locaciones de origen –gracias al acabado conocimiento de la idiosincrasia–, cada vez que directores como Woody Allen filman en el extranjero parecieran hacerlo con menos agudeza. El poeta Charles Bernstein se lo toma con humor en “Sonnette 747 de Nueva York” describiendo la ciudad con los errores típicos que cometería un turista leyéndola desde un avión.

Así actuó la Sociedad de Naciones cuando aprobó el Mandato Británico de Palestina, luego de la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial; y mucho más las Naciones Unidas al dividir ese espacio colonial en dos estados, uno judío y uno árabe, con la noble intención de dar un territorio al pueblo brutalmente perseguido durante la Segunda Guerra. Para ello ocuparon un territorio sin país, pero con una nación mayoritaria, la palestina, que lo había habitado por siglos. Occidente pagaba así sus culpas con la cuenta sin fondos del Medio Oriente.

Las cosas de cerca se ven borrosas y por ello hay que alejarlas de la nariz donde hieden: los europeos aprendieron mucho más sobre sí mismos que de los conquistados cuando llegaron a otros continentes y pudieron mirarse en perspectiva. La educación israelí, sin embargo, está demasiado cerca del conflicto. Aun predica que su territorio más la necesidad de ocupar por la fuerza los vecinos se funda en derechos milenarios, no en la contingencia puntual y reciente de la Segunda Guerra Mundial. Los árabes no aceptaron entonces el Estado judío que se les impuso y lucharon contra él desde el mismo día en que se retiraron las tropas británicas. Israel ganó esa guerra, creciendo una cuarta parte sobre el espacio asignado y desde entonces no ha detenido su plan de ocupación colonial, con el apoyo de Estados Unidos y una tibia resistencia del mundo.

La mayoría de los miembros de Naciones Unidas reconoce hace apenas dos años al Estado de Palestina, con las fronteras que los sionistas mantuvieron hasta 1967, previas a la guerra de los seis días y a la expansión israelí que continua con los actuales bombardeos. La legítima postura de un solo Estado palestino es casi marginal, inviable –Israel es real, no un juego de palabras–, sólo sostenida por Hamás, agrupación que gobierna la Franja de Gaza. Ésta es una de las dos mínimas zonas en que Israel separó entonces a la antigua Palestina; la otra es Cisjordania, gobernada por los moderados Al Fatah. Equivalentes a dos reservas indígenas dentro de un territorio hostil, las razones por las que los palestinos de Gaza eligieron gobernantes dispuestos a atacar a Israel es simple: hasta 2005 estuvieron ocupados por ellos, y de los diez millones de palestinos en el mundo, una mitad debió huir y la otra quedó refugiada en su propia tierra, un tercio de la cual vive aun en campamentos insalubres.
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Gaza es un área oprimida, en la cual sus habitantes intentan contrarrestar al invasor que todavía les impide salir con seguridad a la calle, con la mitad de la población desempleada y un quinto en condiciones de extrema pobreza. Opresor que aun a los palestinos que les pagan los impuestos en la capital israelí, Jerusalén, no les recogen la basura, no les asignan transporte público ni suficiente luz eléctrica. Parias que, entre las ratas, ni siquiera pueden votar por su presidente en el territorio supuestamente compartido.

Cuando Hamás accedió al poder en Gaza, Israel construyó un nuevo muro para incomunicar a sus habitantes, constituyendo la cárcel al aire libre más grande del mundo, y decretando un bloqueo que radicalizó las precarias condiciones de vida en la zona. El levantamiento del bloqueo es la única condición que pide Hamás para la paz. Esta organización terrorista –de acuerdo a la Unión Europea– detuvo sus ataques tras las últimas negociaciones, acordó un gobierno de unidad con Al Fatah y ha intentado sin éxito establecer programas sociales, tres diferencias fundamentales con los otros terroristas que hoy gobiernan Israel, cuyos bombardeos en Gaza van dirigidos a hospitales, refugios y escuelas, con casi dos mil víctimas civiles en relación a las seis decenas de soldados caídos en sus filas.

El apoyo a los extremistas de Hamás por parte de los palestinos, en tanto, iba en franca caída en los últimos años, posibilitando el gobierno más moderado que pactó con Al Fatah y con ello la paz en la región. Con toda la rabia que Israel ha generado en los padres de tantos niños muertos sólo ha revivido a Hamás como opción de contraataque. Bastaría la aplicación del Derecho Internacional Humanitario –que distingue civiles de combatientes– y cierta prosperidad económica, para que lentamente Hamás dejara de ser una opción política relevante. Pero Israel elige mantenerlo vivo al continuar los bombardeos, negándole a una nación su misma existencia como entidad política, ni qué decir sus derechos.
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Es cierto que Israel es una democracia, pero una democracia racista al sustentarse en la segregación de sus minorías. Un pueblo culto cuyo régimen demostraría una vez más que la cultura no sirve para nada –como la del país donde se les persiguió en la segunda guerra mundial–, y la memoria tampoco, como en los museos repartidos por el mundo entero en honor a sus víctimas. Asistimos a la desoladora constatación colectiva del abusado que, en vez de condenar lo vivido, crece para volverse abusador. Para replicar campos de concentración de dos millones de personas en una mínima franja de la que no se puede huir. Campos mantenidos con municiones del mismo gobierno estadounidense que condena sus ataques, cuya prensa cómplice tiene otra obsesión en su agenda: la presencia rusa en Ucrania.

Han pasado cien años desde la Primera Guerra Mundial que terminó con el Imperio Otomano y se multiplican los disparos allí, en Afganistán, Siria, Iraq y Libia. Disparos que hoy martes 5 de agosto de 21014 han cesado por setenta y dos horas en Gaza, pues Israel ya destruyó todos los túneles de Hamás por los cuales justificaba sus injustificables bombardeos. Han comenzado en Egipto las negociaciones de paz. Amén.

Y a la pelota

Palestina es el campeón vigente de la Copa Desafío, disputada por los tres últimos del ranking de cada una de las cuatro zonas de la Confederación Asiática de Fútbol. Es, por supuesto, su primer título, obtenido días después de que el ejército de Israel impidiera el ingreso a su entrenador Jamal Mahmoud y detuviera al defensa Sameh Mar’aba. Ante el reclamo palestino, la Federación Internacional de Fútbol Asociado, Fifa, arguyó no entrometerse en asuntos políticos. Dos meses después, el bombardeo israelí en Gaza mató a Ahmed Abu Sida, arquero de la selección sub 17.
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Aun antes de declarar su independencia, Israel ya había usurpado el cupo del Mandato Británico de Palestina en la Fifa. Creado en 1928, participó con ese nombre en las clasificatorias del Mundial de 1934, postergando en veinte años la formación de la propia institucionalidad futbolística de los palestinos. Pero tuvieron que pasar setenta para que la Fifa recién los reconociera, convirtiéndose paradójicamente en el primer organismo internacional en considerarlos un Estado en plenitud de derechos, pero, por supuesto, no en igualdad de condiciones. Mientras Israel juega tranquilamente de local todos sus partidos contra las potencias europeas en el estadio nacional de Tel-Aviv, sólo en las clasificatorias para la última Copa del Mundo, la Fifa autorizó a Palestina para debutar en su tierra. Se esgrimió que con anterioridad no habrían dado las necesarias garantías de seguridad que Israel sí cumplía.

Es conocida la pasión por el fútbol en los países árabes y particularmente entre los palestinos, que arman empolvados partidos en Gaza y que por su injusta postergación de torneos oficiales constituyen un caso único en el mundo. Tal como el equipo Palestino, el único profesional vinculado a esta nación, que juega desde 1920 no en el Medio Oriente, sino que en Sudamérica, en la primera división de Chile. Medio millón de descendientes de la diáspora palestina viven en este exótico país, constituyéndolo en su principal asentamiento fuera de los países árabes. El segundo es Estados Unidos.
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Palestino ha obtenido dos títulos nacionales de primera división –uno de ellos con la máxima figura chilena, Elías Figueroa, tres veces mejor jugador de América–, dos copas Chile y dos títulos de segunda división, además de una semifinal de la Copa Libertadores. Es lejos el equipo que más ha logrado con menos público, pues no está permitido un ingreso mayor a tres mil personas en su estadio, que ni siquiera es suyo, sino de la municipalidad de la popular comuna de La Cisterna, que también recibió a los inmigrantes del campo a la ciudad de Santiago, entre ellos mis abuelos maternos. Palestino ostenta numerosas marcas –incluyendo el mayor invicto de la historia del fútbol chileno, con cuarenta y cuatro partidos, y los cuarenta y siete goles de Óscar Fabbiani en una temporada– y sigue animando los torneos locales con su fútbol aguerrido, principalmente cuando juega de local, lo que a la nación que representa le prohibieron por un siglo, hasta el 3 de julio de 2011.

Ese día, el equipo nacional de Palestina comenzó ganándole a Afganistán, equipo al que ya habían vencido de visita por dos a cero. El empate final les dio la clasificación a la segunda ronda a los eufóricos locales, que comenzaron a soñar con su debut en una copa del mundo. Un proceso extenuante, empezado hace tres lustros con técnicos profesionales de Argentina, Egipto, Polonia y Austria y, como no, de Chile: Nicola Hadwa Shahwan entre 2002 y 2004 con cinco valiosos empates en once partidos, y el ex arquero Nelson Mores, interino por un partido, perdido, en 2007. No sólo tuvieron que traer entrenadores extranjeros, también jugadores, pues Israel prohibió hace décadas que los deportistas de los territorios ocupados pudieran viajar. Entonces la Federación buscó dónde jugar bajo la dirección de Hadwa y la tercera división de Chile los acogió en 2003. En otro hecho inédito en la historia del fútbol mundial, la selección de Palestina fue uno de los veintisiete equipos que disputó el título del torneo amateur de ese año. El desastroso rendimiento de ocho partidos jugados y ocho perdidos en el grupo, no desanimó a los palestinos, que formaron allí una base de jugadores, descendientes hasta en octavo grado, con la que pudieron disputar las clasificatorias para los Juegos Olímpicos y los mundiales, con figuras como el mediocampista chileno Roberto Bishara.
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Pero ninguno de esos equipos sintió de veras la posibilidad de clasificar a una Copa del Mundo como el primero en poder jugar de local en 2011. Porque luego de eliminar a Afganistán, con Bishara nuevamente en la cancha, les tocó en la segunda ronda ante Tailandia. Aunque el árbitro coreano los llenó de tarjetas amarillas, la selección de Palestina –que para entonces ya pudo reclutar futbolistas de sus dos ligas locales, separadas por Israel– luchó dignamente, perdiendo apenas uno a cero, resultado perfectamente remontable en casa, con su hinchada. Pero a pocos días del esperado encuentro, Israel negó el permiso de entrada a Cisjordania de los ocho jugadores palestinos residentes en la Franja de Gaza.

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*Enrique Winter (Santiago de Chile, 1982) es autor de Atar las naves (premio Festival de Todas las Artes Víctor Jara), Rascacielos (beca Consejo Nacional del Libro y la Lectura), Guía de despacho (premio Concurso Nacional de Poesía y Cuento Joven) y –junto a Gonzalo Planet– del álbum Agua en polvo (premio Fondo para el Fomento de la Música Nacional), reunidos en Primer movimiento y seleccionados en Código civil. Es, además, traductor de las antologías Blanco inmóvil de Charles Bernstein y –junto a Bruno Cuneo y Cristóbal Joannon– Decepciones de Philip Larkin. Sus poemas y videos integran un centenar de publicaciones en seis idiomas, mientras sus novelas siguen inéditas. Magíster en escritura creativa por la Universidad de Nueva York, fue editor de Ediciones del Temple y abogado.

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